Estudio Bíblico

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¿Que Jesús celebramos en Navidad?



Introducción.

La celebración de la navidad, en el mundo actual, está llena de cuestiones culturales más que bíblicas, y se concentra en los regalos, la comida, la fiesta, los cohetes, el jolgorio, perdiendo la verdadera esencia de la celebración que es el inicio de la etapa final del plan de redención de Dios para el hombre. Aún peor, el espíritu del mundo ha sustituido del centro de la celebración a Jesús por Santa Claus.

Y aún cuando algunos o muchos cristianos ponen a Jesús realmente como el centro de la celebración, cabe otra pregunta, ¿a qué Jesús? Esta pregunta podría parecer intrascendente y hasta ridícula, porque obviamente todos identificamos al mismo Jesús con ese nombre; sin embargo, las características que cada uno le atribuye a Jesús varían significativamente. De esto tenemos un ejemplo claro en la Biblia cuando Jesús en Mat 16:13-14 le pregunta a sus discípulos que quién dicen los hombres que es El, y los discípulos le contestan que unos dicen que es Juan el Bautista, otros Jeremías, otros Elías y otros, alguno de los otros profetas; solo Pedro contesta que es el Cristo, el Hijo del Dios viviente.

Sin embargo, unos versículos después, Pedro reprende a Jesús en una clara ignorancia de las implicaciones de que Cristo fuera quién él había reconocido que era. En otras palabras, era un Mesías, pero no el bíblico, sino el que Pedro tenía en la cabeza, y hoy, en medio nuestro, sigue sucediendo lo mismo.

Para unos Jesús es el Salvador (perdona sus pecados, les da vida eterna), pero no el Señor (el que manda en sus vidas, a Quién hay que obedecer). Para otros es el Sanador, el hacedor de milagros, el que resuelve todos sus problemas, el que los saca de la crisis, pero ni Salvador y mucho menos Señor. Para otros, Jesús es más parecido al Santa Claus navideño y regalón: bendice, da regalos, cumple los deseos del corazón, es bonachón, prospera económicamente, provee de seguridad, produce éxito, etc., pero tampoco es el Señor. En la mayoría de los casos, hacemos un Padre –y Jesús—a la medida de nuestro gusto, parecido a lo que nosotros quisiéramos que fuera según nuestros propios criterios. Ante ello Dios mismo en su Palabra nos enseña que eso no debe ser así: “¿Acaso piensas que soy como tú?

Sin embargo, la Biblia nos enseña claramente que la característica primordial de Jesús es: ¡¡¡¡¡Jesús es el Señor!!!!!, y ello implica, Aquel que manda, a Quién se obedece, Quién controla toda mi vida, no solo mis crisis y mis problemas. Y El vino primordialmente para que fuéramos regenerados, tuviéramos una nueva vida, fuéramos transformados de adentro hacia afuera, de tal manera que llegásemos a ser santos (1 Ped 1:13-16), a vivir en santidad, sin la cual nadie verá al Señor (Heb 12:14). Los regalos, las bendiciones, el producir que nos vaya bien en la vida, es una cuestión secundaria, añadidura, de lo primordial que es que vivamos en el Reino de Dios y bajo Su justicia (Mat 6:33).



El verdadero significado de la navidad en la historia bíblica y en nuestra vida.

La navidad (el nacimiento de Jesús), bíblicamente, es inseparable de Su crucifixión y resurrección, y por supuesto, de Su segunda venida. Una sin las otras, pierde su sentido, se convierte en un hecho aislado (Jn 3:16, Isa 53, Isa 61). De tal manera que Señor y Salvador son una sola categoría de Jesús, inseparables la una de la otra. Cuando las separamos y solo vemos la faceta de Jesús como Señor podemos fácilmente caer en algún grado de legalismo, pero cuando solo vemos la faceta de Jesús como Salvador, podemos caer en el abuso de la gracia y la misericordia de Dios, en el libertinaje, en la imagen del Cristo regalón.


La celebración verdadera de la Navidad es cuando Jesús nace en mi corazón como Salvador (regeneración) y como Señor (santificación).

La regeneración (2 Cor 5.18) implica una transformación total de nuestro ser y no solo de nuestro ser sino de nuestra manera de pensar respecto al pecado, de nuestro quehacer, en fin, de todas las acciones que implican nuestra vida. Y ello es resultado de que cuando Jesús nace en nuestro corazón, El pone Sus leyes en nuestra mente y en nuestro corazón ( Heb 8:10), lo conoceremos (intimidad, comunión) y tendremos con El una relación verdadera –no nominal—de Padre-hijos, reconociendo Quién es El verdaderamente (amor y disciplina, misericordia e ira, etc.) y reconociendo Su propósito para nuestras vidas, la herencia que tenemos en El –no tenemos que buscarla, nos es dada—y el poder y autoridad con el que nos ha dotado, y como resultado de ello viviremos de continuo con temor de Dios, librando una batalla a muerte contra el pecado que aún quiere operar en nuestras vidas, huyendo de él, resistiéndole, derrotándole (Heb 12:4). Y ello nos lleva al siguiente paso, que es la santificación.

La santificación (1 Tes 5:23, Rom 8:28-29) consiste en un proceso conjunto entre Dios y nosotros por medio del cual, y utilizando las circunstancias de la vida, vamos creciendo en nuestro parecido a Cristo, vamos permitiendo que el Espíritu obre en nuestros corazones de tal modo que Su carácter sea formado en nosotros, lo que se manifiesta en una creciente necesidad de obedecerle en todas las cosas, las que entendemos como las que no, las que nos gustan como las que no, las que nos convienen como las que no (Mat 6:33), y como resultado de ello es que devienen a nuestra vida todas sus bendiciones: sanidad, libertad, santidad, prosperidad en todo sentido, siendo lo principal lo obediencia y no el afán por tener cosas, éxito, reconocimiento, logros, etc.

La pregunta obligada y apropiada, entonces, en este momento, que necesitamos responder con absoluta seguridad y convicción es ¿Jesús ha nacido en mi corazón realmente como Señor? ¿Estoy luchando vehemente con conocer Su Palabra y aplicarla a todas las áreas de mi vida? ¿Estoy esforzándome por hacer, sin lugar a dudas, la voluntad del Padre en mi vida en todos los aspectos y actividades? La respuesta a esta pregunta es vital porque Mat 7:23-25 nos enseña que no todos los que digan que Jesús es Señor entrarán en el Reino de los Cielos sino solo aquellos que hagan verdaderamente la voluntad del Padre.

Entonces, ¿estamos viviendo dirigidos por la voluntad del Padre o por nuestra voluntad? Si la respuesta es la segunda, necesitamos arrepentirnos de todo corazón delante de El, y comprometernos con convicción y compromiso, a buscar Su voluntad para nosotros y ponerla por obra, en todos los aspectos de nuestra vida.

30 Dic 2010
Referencia: Navidad.