Estudio Bíblico

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La dirección de Dios para el 2011 (segunda parte).



EL AÑO DEL COMPROMISO, DE LA MADUREZ, DE LA RESPONSABILIDAD.



Lo que Dios ha hablado a nuestro corazón para el año 2011, es de dos cosas que son complementarias:
Primero: el año de la cosecha, la victoria y la bendición.
Segundo: el año del compromiso, de la madurez, de la responsabilidad.
De la primera parte hablamos el domingo anterior y dijimos que la bendición, la cosecha, la victoria no iba a ser para todos, sino para aquellos que llenarán las condiciones de Dios. Y hoy vamos a hablar de la segunda parte que es la condicionante de la primera.


Heb 8:8-12.
“Porque reprendiéndolos dice: He aquí vienen días, dice el Señor, en que estableceré con la casa de Israel y la casa de Judá un nuevo pacto; no como el pacto que hice con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos no permanecieron en mi pacto, y yo me desentendí de ellos, dice el Señor. Por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo; y ninguno enseñará a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos. Porque seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades.”

Heb 10:15-17.
“Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo; porque después de haber dicho: Este es el pacto que haré con ellos después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré, añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones.”

Estos dos pasajes tienen relación muy estrecha con otro pasaje: Jer 32:37-41: “He aquí que yo los reuniré de todas las tierras a las cuales los eché con mi furor, y con mi enojo e indignación grande; y los haré volver a este lugar, y los haré habitar seguramente; y me serán por pueblo, y yo seré a ellos por Dios. Y les daré un corazón, y un camino, para que me teman perpetuamente, para que tengan bien ellos, y sus hijos después de ellos. Y haré con ellos pacto eterno, que no me volveré atrás de hacerles bien, y pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí. Y me alegraré con ellos haciéndoles bien, y los plantaré en esta tierra en verdad, de todo mi corazón y de toda mi alma. “

En los tres pasajes anteriores el Señor nos habla que nos va a ir bien en la vida, que nos va a prosperar, pero en los tres pasajes, directa o indirectamente, hay una condición implícita: tener y vivir con temor de Dios.

Hoy, en las congregaciones, hay mucha gente que tiene un Dios hecho a su conveniencia, a su gusto, a su interés, no un Dios que llama al arrepentimiento, a ser santos, a aborrecer el pecado en nuestras vidas. Hoy mucha gente busca a Dios por las bendiciones, pero no para ser santos, aunque este es el mandamiento que está a lo largo de toda la Palabra. Sin embargo, no puede haber verdadera bendición de Dios sin temor de Dios, sin arrepentimiento. Puede haber algo de bendición, en algún aspecto de la vida, pero efímera, insatisfactoria. Pero la verdadera bendición de Dios no puede venir sin temor de Dios en nuestros corazones y nuestra vida (Prov 10.22).
Hoy la iglesia es vituperada por la cantidad de personas carnales, no regeneradas que asisten a ella, porque no hay temor de Dios en sus caminos. Hoy todo el mundo peca, ora, dice que se arrepiente, y ya está. Listo para comenzar otra vez.

El evangelio de Cristo comienza con “arrepiéntase”: que nuestros caminos sean diferentes a lo que eran, dejar la carne, dejar el pecado, dejar el mundo y meterme con Dios de cabeza. Un cambio de vida total. Hoy muchos dicen que son nacidos de nuevo porque están en Cristo, solo por el hecho de que pasaron adelante a hacer una oración al altar aunque no hubiera un genuino, doloroso y necesario arrepentimiento. Pero eso no es lo que dice la Biblia. La Biblia enseña que si alguno verdaderamente está en Cristo no es porque hizo una “oración de conversión”, sino porque nació de nuevo y es una nueva criatura y, por ende, tiene una vida transformada, un pensamiento transformado, sentimientos transformados, voluntad transformada. Si no soy totalmente una nueva criatura, si no soy totalmente diferente, no he nacido de nuevo, no estoy en Cristo aunque vaya a la iglesia.

2 Cor 5:17: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. “

Hoy en la iglesia evangélica hemos sustituido el bautismo de niños de la iglesia tradicional, por la “oración de entrega”, pero al final, el resultado es el mismo: vidas no comprometidas con Cristo, requisitos externos, pero sin cambio interno. Pero la Biblia dice en Rom 10:8-10: si Jesús es mi Señor, si verdaderamente manda en mi vida, si yo le obedezco y mi vida es transformada, entonces soy salvo, no por hacer una oración. Por ese “requisito” de la “oración de entrega”, hoy muchos están engañados: cambiaron de de cama pero no de hospital. Estaban muertos en delitos y pecados, hospitalizados en la cama de la iglesia tradicional, y solo se cambiamos de cama a la cama evangélica, pero siguen igual de enfermos: guiados por la carne, en pecado, etc., ¿Realmente vivimos con temor de Dios, con temor de pecar, con temor de ser iracundos, con temor de juzgar, con temor de mentir, etc.? ¿O pecamos, oramos y le decimos al Señor que nos arrepentimos y ya? No somos basura reciclada ni mejorada, Dios no recicla, no hace pecadores mejorados. Dios nos hace nuevo, nos transforma totalmente. Dios no hace retoques, Dios cambia. ¿Realmente nací de nuevo?


La Biblia dice: “Me serán por pueblo, Yo les seré a ellos por Dios. Les daré un corazón y un camino para que me teman perpetuamente.”
Sin embargo, en las congregaciones, los pastores le tenemos que rogar a la gente que lea la Palabra, que ore. Pero la Biblia dice que El pondrá su Palabra en nuestra mente y corazón, y no habrá necesidad de rogarlos. Y además dice que “le conoceremos”, tendremos intimidad con él, no necesitaremos que nos “empujen” a orar, sino que eso será natural en nuestra vida. Sin embargo en la Iglesia pasa algo muy curioso. Cuando le decimos a las personas que vamos a tener un servicio de oración, esos son los servicios menos concurridos. Si la convocamos para un seminario de cómo prosperar financieramente, como ser exitosos, etc., la iglesia se llena, pero si la convocamos a orar, casi no llega nadie.


Hay iglesias por todos lados, hoy es la moda ser cristiano, pero este país está peor que antes. Cada uno buscando a Dios para que le cumpla sus propias agendas: tener éxito, tener dinero, tener renombre, pero no para ser santos, para ser diferentes, para vivir de una manera diferente, que cambie el estilo de vida de este país. Pero es necesario que seamos claros con algo. Dios no envió a Cristo para que tuviéramos éxito o dinero, lo envió para que tuviéramos, antes que nada, una nueva vida, que buscáramos Su Reino y Su justicia (Mat 6:33). La añadidura no hay que buscarla, viene sola cuando cumplimos lo primero. Sin embargo, hoy muchos en las congregaciones buscan al revés: buscan las añadiduras esperando que el Reino de Dios y su justicia se establezca en sus vidas por añadidura.

Por ello hoy, por causa de un montón de gente que está engañada, o no quiere entender, el nombre de Cristo es vituperado porque andan estafando, mintiendo, adulterando, etc., porque no hay arrepentimiento ni temor de Dios en sus corazones. Los predicadores tenemos la culpa porque no predicamos de los temas que la gente tendría que oír porque se nos pueden vaciar las iglesias, porque las personas muy pocas quieren oír de esos temas como santidad, obediencia, aborrecer la carne, morir a sí mismos, tener el carácter de Cristo, etc. Pero en el Evangelio, lo prediquemos o no, son centrales el arrepentimiento y el temor de Dios.

Una de las características del Espíritu Santo es el temor de Jehová (Isa 11.2). Todos quieren el Espíritu Santo para unción, milagros, poder, autoridad, etc., pero no para tener temor de Dios, respeto a Dios. ¿Verdaderamente hay temor de dios en nuestro corazón, arrepentimiento, hambre por Dios, hambre por cambiar el tipo de vida que vivimos? ¿O ese hambre está sustituido por tener éxito, ser reconocido, tener renombre, tener dinero y cosas materiales?

Como pretexto algunos dicen: “Es que no puedo luchar contra el pecado”. Pero la Biblia me enseña que si verdaderamente nací de nuevo si puedo contra el pecado: no voy a ser tentado más allá de lo que pueda resistir.
Otros se justifican diciendo: “Es que no soy perfecto”. No lo seré, pero la Biblia dice que si puedo todas las cosas en Cristo. Si amo a mi esposa no le voy a ser infiel. Si amo verdaderamente a Dios no le voy a ser infiel con el pecado.

Todos nos emocionamos y nos ponemos muy contentos de decir que somos hijos o hijas de Dios, pero ser hijo de Dios no es así nomás. Ser un hijo o hija de Dios significa (1 Ped 1:13-18): “Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado; como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo. Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación; sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata,…”

Si soy hijo o hija, soy obediente, soy diferente. Si somos hijos hemos sido transformados en nuestro pensamiento. Ya no seguimos los deseos de la carne.
Si somos hijos somos obedientes, somos santos, nos conducimos con temor de Dios.
Si somos hijos hemos dejado atrás nuestra vana manera de vivir que teníamos antes: egoísmo, afanes, ira, pecado, deseos de la carne (éxito, reconocimiento, riquezas, vanagloria) etc.
Si somos hijos estamos interesados en las cosas de nuestro Padre, no de la carne, ni del mundo.

Hoy no todo lo que se predica es totalmente bíblico, equilibradamente bíblico; no todo lo que se predica es el verdadero Evangelio. El evangelio no ha cambiado. El mismo que predicó Jesucristo, los discípulos, Pablo, es el mismo que tenemos que predicar hoy. El Evangelio que dice que nos arrepintamos, que seamos santos, que seamos obedientes, que tengamos temor de Dios (que es el principio de la sabiduría).

En 2ª. Tim cap. 3, la Palabra nos enseña que los últimos tiempos van a ser tiempos peligros porque hombres que aman a Dios pero son más amadores de sí mismos que de Dios; más amadores de los deleites (reconocimiento, ego, placeres), que de Dios; que aman a Dios, pero aman más la carne, el mundo, lo mundano. Y Dios dice de ellos que están engañados y son engañadores. Esto nos habla que hay dos formas de hacer ministerio: en la carne o en el espíritu (Gal 6:6-10). Si lo hago en la carne voy a cosechar corrupción, destrucción, muerte; si siembro en el Espíritu cosecharé para el Espíritu. Hay dones y ministerios llamados por Dios, establecidos por Dios, pero que están sembrando para la carne (los dones y el llamado es irrevocable, pero la forma de ejercerlo la determinamos nosotros).
Hoy hay quienes profetizan: “Dice el Señor que vas a ser prosperado, o que vas a hacer grandes cosas para El”, pero el sujeto que recibe la profecía está en adulterio. ¿Esa es una profecía en la carne o en el Espíritu? Si fuera en el espíritu diría: vas a ser prosperado pero antes tienes que arrepentirte, cambiar tu vana manera de vivir.

Sin santidad nadie verá al Señor. Ya es hora que nos pongamos serios con el Señor. Dios no tiene nada contra la bendición, pero a Dios le interesa algo más: que seamos santos, que manifestemos el carácter santo de Cristo y después de todo ello, entonces nos bendecirá. Al cielo no entran los bendecidos, ricos y famosos, entran los santos. Y son los santos los que son hijos de Dios, los que caminan en obediencia, en una nueva manera de vivir, sin deseos de la carne dominándolos. ¿Qué tienen que ver las tinieblas con la luz, la carne con el espíritu, el mundo con Cristo? Ancho es el camino y amplia la puerta que lleva a la muerte, pero angosto el camino y estrecha la puerta que lleva a la vida eterna. Nosotros no estamos en la tierra para ser políticamente correctos, estamos aquí para ser bíblicos y punto.

Mat 5.48. La Biblia nos instruye a ser perfectos como lo es Dios. Y perfecto es ser maduro, comprometido, responsable para con Dios. Nunca Jesús dijo que la señal de espiritualidad iba a ser el éxito, tener dinero, tener un nombre. La vida del hombre no consiste en la cantidad de bienes que posee. ¿De que le sirve al hombre ganar el mundo y perder la vida eterna? Mas importante que nos vaya bien es que tengamos vida eterna. ¿Qué cuesta? Si, cuesta, no es fácil, pero es necesario. Jesús dio su vida por usted y por mí. De los doce discípulos, 10 murieron martirizados, Juan el Bautista también, Jesús también. ¿Porqué debería ser fácil para nosotros?

¿Qué es realmente nuestra meta? Tener éxito en esta vida o ser salvos. Hoy muchos dicen que hay que vivir como hijos del rey: exitosos, con ostentación. Pero eso no es lo que dice la Biblia. La Biblia dice que los hijos del Rey tienen que vivir en obediencia, en santidad, sin deseos carnales, no con éxito, no llenos de posesiones. Si los tiene gloria a Dios por ello, pero ello no es sinónimo de espiritualidad y favor de Dios. Espiritualidad es lo verdaderamente importante, y ello implica ser como Cristo, ser formados a la semejanza de El. Si vienen que bueno, gloria a Dios. Pero muchos de los mártires de la fe esperaron su recompensa en esta tierra pero no la obtuvieron sino que esperaron hasta tenerla en la patria celestial. ¿a donde le estamos apuntando?

En la iglesia hay buena semilla y mala hierba y van a crecer juntas; hay ovejas y hay cabras y están juntas. La mala hierba y las cabras, al final serán apartadas. La pregunta aquí es ¿Qué soy yo: trigo u oveja, o cabra o mala hierba? ¿Dónde estamos parados? ¿Vamos a ser bíblicos o no?


¿Dios nos quiere bendecir? ¡Si! ¿Es el año de la bendición, la victoria y la cosecha? ¡Si! Pero es el año de la madurez, de la responsabilidad, del compromiso. O nos metemos con Dios como debe ser, o la vida (oigase, el diablo), nos va a hacer que nos metamos con Dios. Las cosas para los que estamos en Cristo, bajo Su abrigo, en Su presencia, se pondrán buenas, pero para los que no, para los que andan siguiendo sus deseos carnales o están en el mundo, las cosas se les van a poner peor.


Mal 3:13-18.
“Vuestras palabras contra mí han sido violentas, dice Jehová. Y dijisteis: ¿Qué hemos hablado contra ti? Habéis dicho: Por demás es servir a Dios. ¿Qué aprovecha que guardemos su ley, y que andemos afligidos en presencia de Jehová de los ejércitos? Decimos, pues, ahora: Bienaventurados son los soberbios, y los que hacen impiedad no sólo son prosperados, sino que tentaron a Dios y escaparon. Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre. Y serán para mí especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día en que yo actúe; y los perdonaré, como el hombre que perdona a su hijo que le sirve. Entonces os volveréis, y discerniréis la diferencia entre el justo y el malo, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve.”

Este es el año en que Dios va a comenzar a hacer la diferencia entre los que le sirven y los que no le sirven, entre sus hijos y los que andan en la carne. La situación afuera no se va a poner mejor, se va a poner difícil. Dios va a salvar Guatemala, si, pero las cosas se van a poner difíciles antes. Solo si estamos bajo su abrigo, bajo su sombra, no cerca, sino bajo El, vamos a estar seguros. Si no, nos va a ir mal.

Hoy muchos dicen: ¿por qué tenemos que ser santos, por qué nos debemos esforzar en Cristo si estamos bajo la gracia? ¿por que vamos a resistir el pecado si Dios nos perdona y estamos bendecidos, porque tenemos que ser santos si Dios nos quiere bendecidos y exitosos? ¿Por qué hemos de buscar al Señor si nos quita tiempo para ser exitosos y tener dinero? ¿Para que leer la Biblia, para que orar si los pastores lo hacen por nosotros? Nuestras palabras contra Dios han sido violentas, insultantes, insolentes.

Dios quiere bendecirnos, Dios quiere guardarnos del mal, pero necesitamos vivir en temor de Dios.
Dios quiere transformar Guatemala, pero antes tiene que tratar con nosotros según lo que nos enseña 2 Cro 7.14, los que estamos en la Iglesia; necesitamos arrepentirnos de nuestra falta de santidad, obediencia, de seguir los deseos de la carne (éxito, dinero, renombre, ostentación, etc.), de vivir vidas no regeneradas, de pecar, etc. Cuando nos hayamos arrepentido de ello, entonces el Señor no solo nos perdonará sino que sanará nuestra tierra.

10 Ene 2011