Estudio Bíblico

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Los intercambios en la Cruz.




El principio del intercambio.
La relación de Dios con toda Su Creación, es desde el principio, una relación de intercambio, es decir, una relación de dar y recibir, aunque de parte de Dios, en lo que se refiere al ser humano, ese recibir debe ser resultado de la libertad y voluntad del mismo ser humano de darle a Dios, y el que Dios no reciba de parte del ser humano no implica que El deje de dar lo básico (el sol, el agua, el aire, la vida, el amor, la disposición a recibirle si decide regresar a casa, etc.; Mat 5:45, Jn 3:16, Rom 8:35). Entonces, el dar de Dios es por amor y no por interés.
Dios crea todas las cosas y todas las cosas manifiestan la gloria y dan gloria a Dios (Sal 115:15, Sal 69:34, Sal 19:1, Rom 1:19-21).
Y el ser humano no es la excepción a este principio. Dios lo creó y le dio todo (la Creación, la vida natural, emocional y espiritual, a Cristo, la Palabra, el Espíritu Santo, etc.) para que el ser humano lo adorara.
Es más, el momento culminante de la historia humana, el momento de la muerte de Cristo en la Cruz del Calvario, es un momento de intercambio: la entrega de todo lo bueno, puro, noble, santo, perfecto, justo, divino, etc., de Cristo por todo lo malo, impuro, innoble, vil, pecaminoso, imperfecto, injusto, terrenal, etc., de nosotros.
Es el Supremo Intercambio de Dios con el ser humano.
En la Cruz se produjeron más de cuarenta intercambios de Cristo hacia nosotros, que constituyen la esencia gloriosa de la vida del creyente, donde cobran sentido las frases de Pablo: “Ya no vivo yo, Cristo vive en mí”….y.”Cristo en nosotros, la esperanza de Gloria” (Gal 2:20, Col 1:27).
Así como hay una doctrina de la imputación del pecado de Adán a toda la raza humana, así mismo en la Biblia está considerada la doctrina de la imputación de la obra gloriosa de Cristo en la Cruz, constituida por los intercambios que sucedieron en ese lugar a favor de todos los que serán herederos de la salvación.


Hechos, herencia y promesas.
En relación a lo que usualmente los creyentes llamamos “promesas” en la Palabra de Dios, necesitamos hacer una distinción: hay unas que son hechos, y otras que si son efectivamente promesas.
Los hechos son aquellas “promesas” cuya condición ya fue cumplida en el pasado, y por lo tanto, podemos disfrutarlas hoy sin ninguna condición ni lugar a dudas. Ejemplo de este tipo es que “por sus llagas fuimos sanados”.
En tanto que las que son verdaderamente promesas son aquellas cuya condición aún no se ha cumplido y por lo tanto, el disfrute de ellas está en el futuro (cuando se haya cumplido la condición). Ejemplo de este tipo es que “reinaremos con Cristo” (en su segunda venida).
Los intercambios en la cruz tratan del primer grupo, es decir de aquellas cosas que no son promesas sino realidades que podemos vivir hoy sin ninguna otra condición ni lugar a dudas porque todo lo que era necesario hacer ya fue hecho en el pasado.
Estas constituyen nuestra herencia de la que tenemos que tomar posesión. Respecto a ellas sucede exactamente como con un herencia. Cuando el testador se muere, la herencia ya es de los herederos, aunque ellos no hayan tomado “físicamente” posesión de la misma. Para que lo que ya es de ellos sea una realidad en sus vidas, ellos deben ser notificados de la herencia, conocerla y reconocerla, y entrar en posesión de ella, usándola.
Igual sucede con las realidades que la Palabra de Dios dice que ya son nuestras por los intercambios que Cristo hizo para nosotros en la Cruz.
Para que la salvación que Cristo pago por nosotros en la Cruz sea nuestra posesión, debemos reconocerla y aceptarla, creerla y vivir en ella, aunque no veamos “físicamente” el resultado (vivir en el cielo y en la eternidad). Los que ya somos salvos e hijos de Dios sabemos que sabemos, porque el Espíritu da testimonio a nuestro espíritu, que somos salvos e hijos de Dios, aunque alguien diga lo contrario, defendiendo tenazmente nuestra salvación en contra de cualquier argumento contrario.
De la misma manera que sucede con la salvación sucede con los intercambios que Jesús hizo para nosotros en la Cruz del Calvario.
Como la Cruz (la condición esencial para esos intercambios) fue algo que sucedió hace cerca de dos mil años, en el pasado, esos intercambios entonces ya son una realidad para nosotros hoy, por lo que lo único que necesitamos para entrar en plena posesión de ellos es conocerlos, asumirlos como nuestros, posesionarnos de ellos, usarlos, y proteger tenazmente nuestra “propiedad” de cualquier argumento contrario que quiera despojarnos de ellas porque tenemos en nuestra posesión el testamento que declara solemne y tajantemente que esas posesiones son nuestras (Efe 1:3, Rom 8:32).
Una vez dejado en claro la diferencia entre un hecho y una promesa, pasemos a conocer cada uno de esos hechos que Jesús pagó con su sangre y su vida en la Cruz para que fueran nuestra herencia de parte de El, y nuestra posesión hoy, y podamos asumirlos como nuestros, viviéndolos y disfrutando de ellos, y por supuesto, beneficiándonos de sus resultados.


Intercambio # 1. La muerte por Su vida (Rom 6:23).
Jesús, en la Cruz, dio su vida hasta el último aliento, y su sangre hasta la última gota, para llevar la paga de la muerte, que era el justo pago por nuestros pecados (Col 2:13), dándonos Su vida y tomando nuestra muerte eterna.
Para todos los que hemos creído en El (Jn 1:12) y en Su muerte como pago por nuestros pecados, porque El murió nosotros vivimos y viviremos eternamente, hemos pasado de muerte a vida (Jn 5:24), hemos muerto con El y resucitado con El (Rom 6:1-8), de tal manera que la muerte física ha dejado de ser temible para convertirse solamente en una puerta que se abre a una nueva dimensión de vida (1 Cor 15:54-56).
Hoy, gracias al Señor Jesús, tenemos vida, y vida eterna, vida abundante, vida plena, que se está desarrollando cada día en nosotros, en la medida en que nos acercamos más al Señor.


Intercambio # 2. El pecado por Su santidad (Efe 1:3-5).
Jesús en la Cruz, cargó el pecado de todos nosotros, pasado, presente y futuro (Isa 53:5-6), y nos apartó y consagró para Dios de tal manera que ahora, con una nueva naturaleza (2 Ped 1:4, 1 Ped 1:23) y habiendo pasado todas las cosas viejas (2 Cor 5:17) andamos en novedad de vida (Efe 4:17-24). Ello no implica, entonces, que podamos pecar libremente –aunque eventualmente lo hacemos- porque la nueva naturaleza que hemos recibido de El, aborrece, rechaza, el pecado. Así como el pez, por su naturaleza, no puede estar fuera del agua; ni el pecador, por su naturaleza pecaminosa no puede estar sin pecar, de la misma manera, nosotros, por nuestra nueva naturaleza, es natural que caminemos básicamente sin pecar constantemente. El pecado en nuestras vidas, en la medida en que vamos desarrollando y viviendo la nueva naturaleza que Dios nos ha dado por el sacrificio de Cristo en la Cruz, cada vez se va haciendo menos constante y presente en nuestras vidas (Efe 1:6, 1 Tes 5:23).
Hoy, gracias al Señor Jesús, somos santos, y perfeccionaremos esa santidad cada día en la medida en que rechacemos la contaminación del pecado en el temor de Dios (2 Cor 7:1).


Intercambio # 3. La injusticia por Su justicia (2 Cor 5:21).
1 Ped 3:18 nos enseña que Cristo, el Justo, padeció por los injustos (nosotros). El tomo nuestra injusticia y nos hizo la justicia de Dios en El, de tal manera que hoy, para con Dios y rociados con la sangre de Cristo, somos justos, y como tales, caminamos en la justicia de Dios (la que nos ha sido imputada) y la que practicamos (Mat 6:33) al poner en acción Su Palabra en todas las circunstancias de nuestra vida. Esa justicia, como todo lo que Dios ha hecho en nuestras vidas ya es, pero necesitamos desarrollarla cada día más, prosiguiendo a la meta del supremo llamamiento de Dios en Cristo (Fil 3:12-14).
Hoy, gracias al Señor Jesús, somos justos.


Intercambio # 4. La maldición por Su bendición (Gal 3:13-14).
La Palabra de Dios nos enseña en Deut 28:15-68 todas las implicaciones resultantes de la desobediencia a Dios, en la que anduvimos antes de conocer verdaderamente al Señor Jesucristo. Esas implicaciones son la maldición de la ley que implica pobreza, enfermedad, opresión, limitación, almas y corazones dañados, ceguera para las cosas fundamentales y trascendentes de la vida y, por sobre todo, la muerte eterna. Sin embargo, Cristo a causa de nosotros y de Su amor por nosotros, llevó sobre sí esa maldición en la Cruz, y la canceló de sobre nosotros, de tal manera que hoy, si pecamos, aunque enfrentaremos las consecuencias de nuestro pecado aún cuando pidamos perdón al Señor y nos arrepintamos, esas consecuencias no son de ninguna manera la enfermedad, la pobreza, la opresión, el corazón quebrantado, etc., porque el Señor ya llevó sobre sí esa maldición. Antiguamente, el pueblo de Israel constantemente oscilaba entre la bendición de la ley, cuando obedecía, y la maldición de la ley, cuando desobedecía a Dios. Pero hoy nosotros, ya no vivimos entre esa oscilación. La maldición de la ley ha sido cancelada de sobre nosotros porque El se hizo maldición por nosotros. Y no solo eso, sino que además, nos abrió de par en par las puertas de la bendición (Efe 1:3) de la ley (Deut 28:1-14) y además las puertas de la bendición de Abraham (ser hijos e hijas de Dios, coherederos con Cristo de todas las cosas del Padre –Rom 11:36-). Aleluya.
Hoy, gracias al Señor Jesús, la maldición de la ley no tiene poder sobre nosotros, y si caminamos en Cristo, las bendiciones de la ley (salud, todas nuestras necesidades suplidas, libertad, paz, gozo, etc) nos alcanzarán (3 Jn 2, Sal 1:1-3, Jos 1:8).


Intercambio # 5. La culpa y condenación por Su justificación (Rom 8.1).
El pecado, cuando lo cometíamos antes de conocer a Cristo, ocasionaba en nosotros acusación, culpa y condenación. Sin embargo, en la Cruz, Cristo llevó nuestra acusación, culpa y condenación, y en su lugar nos dio Su paz (el castigo de nuestra paz fue sobre El, Isa 53:5). Ahora, ya ninguna condenación hay para los que estamos en Cristo (Rom 8.1), los que no andamos conforme a la carne, buscando el pecado, sino conforme al Espíritu, buscando la obediencia a Cristo en toda situación. Y si pecamos, abogado tenemos para con el Padre en Cristo, quién nos perdona y limpia de toda maldad, de tal manera que la condenación no tenga cabida en nosotros y la paz con Dios y en nuestro corazón sea plenamente restaurada. Y recordemos que el Señor no nos da Su paz como el mundo la da, una paz temporal, inestable, que puede ser traicionada en cualquier momento, sino que su paz sobrepasa todo entendimiento (Fil 4:7), no es paz mental sino paz integral, que sale del corazón, “Shalom”, que no depende de lo externo sino solamente de nuestra relación con Dios. El es el Príncipe de Paz (Isa 9:6).
Un problema que tienen muchos cristianos hoy es que a pesar de saber que han recibido el perdón de sus pecados por lo que Cristo hizo en la Cruz, viven constantemente en condenación y culpa por ellos y por sus consecuencias, haciendo del perdón de Cristo un perdón a medias y sin recibir la otra parte que ello conlleva, que es la paz de Dios que implica también la paz consigo mismo. Ellos no tienen paz, porque no han aceptado que Cristo llevó su culpa, su condenación, su acusación, y que Dios al perdonar los pecados no solo los alejó de nosotros sino que nunca más se acordará de ellos (Sal 103:12, Isa 43:25)
Hoy, gracias al Señor Jesús, podemos vivir sin condenación, en paz con Dios y con los demás, y ello a pesar de nuestra vida pasada, porque las cosas viejas pasaron y todas fueron hechas nuevas en Cristo, y como estoy en Cristo mi historia ahora es la Suya.


Intercambio # 6. La enfermedad por Su sanidad (Isa 53:5).
Cristo, con todas las heridas que recibió en Su Pasión, los latigazos, la corona de espinas, los clavos, etc., sufrió grandes y graves heridas, no solo físicas sino emocionales y mentales. Pero El las sufrió sin abrir su boca, porque con ellas El estaba comprando el precio de nuestra sanidad, por sus llagas fuimos nosotros sanados.
Un dato curioso y muy significativo. Recientemente, los médicos han encontrado que todas las enfermedades que padece el ser humano, físicas y mentales, se pueden agrupar en 39 familias de enfermedades. Cristo sufrió 40 latigazos de parte de sus apresadores. Uno por cada una de las 39 familias de enfermedades y uno más por la enfermedad del espíritu, la muerte.
Por esas llagas y las demás que El sufrió en carne propia, El llevó todos nuestros dolores y por ellas fuimos nosotros curados. La sanidad es un derecho de los cristianos, no una promesa. Es un hecho, no una posibilidad. La diferencia entre uno y otro está en la fe de lo que Cristo hizo en la Cruz por nosotros.
Recordemos, además, que la maldición de la ley (Deut 28.1-14) implicaba la enfermedad, y nosotros, por Cristo, fuimos redimidos de esa maldición (Gal 3:13-14).
Por ello, es inconcebible que todavía haya quienes crean que Dios nos enferma para probarnos, y como según ellos El lo hace, entonces no creen por su sanidad. El que enferma es el diablo y sus espíritus de enfermedad enviados en contra nuestra, pero para esto vino el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo (1 Jn 3:8).
Hoy, gracias al Señor Jesús somos sanos integralmente, espíritu, alma y cuerpo.


Intercambio # 7. El menosprecio por Su menosprecio (Isa 53:3).
Cuando Jesús, en su ministerio terrenal, principalmente en los últimos meses, fue menospreciado por el fariseísmo y los judíos, no fue menospreciado solo porque sí. Era el plan para llevar nuestro menosprecio, y cambiarlo por aprecio. Gracias a que El sufrió menosprecio, cargo el menosprecio que pudiera existir en contra de nosotros, y nos hizo apreciados a los ojos de Dios, en todo sentido.
Cant 2:14 (el canto del novio –Cristo- a la novia –la Iglesia, nosotros-) nos enseña que el Señor nos anhela (Sant 4:5) celosamente, como el novio enamorado a la novia: “Muéstrame tu rostro, hazme oír tu voz, porque dulce es la voz tuya, y hermoso tu aspecto”.
Exo 19:5, Mal 3:17 nos enseña que para el Señor somos especial (apreciado, amado) tesoro. El nos ama con amar eterno (Jer 31:3), a sus ojos somos de gran estima, honorables, al punto que daría hombres por nosotros y naciones por nuestra vida (Isa 43:4).
Hoy, gracias al Señor Jesús, somos amados, apreciados, de gran estima, honorables y valiosos para Dios. Y si para El lo somos, que importa lo que los demás (o nosotros) opinen, piensen o sientan.


Intercambio # 8. El rechazo por Su aceptación (Isa 53, Efe 1:4-8).
Jesús no solo fue rechazado como ministro, profeta, salvador, etc. También experimentó el máximo rechazo posible cuando su vida fue cambiada a favor de un delincuente, un rebelde homicida (Luc 23:13-25). Lo mejor del mundo por lo peor del mundo. Rechazo total. Pero El aceptó ese rechazo porque estaba llevando sobre sí todo el rechazo que nosotros experimentaríamos en el mundo, para conseguirnos la máxima aceptación posible: la de Dios (Efe 1:6).
Hoy, gracias al Señor Jesús, no importa nuestras circunstancias ni nuestras características, si estamos en Cristo, somos plenamente aceptados por Dios, Quién no solo nos acepta sino que nos ha adoptado como hijos e hijas Suyos. Y si Dios nos acepta, que importa que los demás (o aún nosotros mismos) nos rechacen.


Intercambio # 9. La rebelión por Su obediencia (Isa 53:5).
Isa 53:5 nos enseña que Jesús fue muerto por nuestras rebeliones, y, por otro lado, Jesús fue obediente hasta la muerte (Fil 2:8). Por su obediencia, nosotros fuimos perdonados (y liberados) de la rebelión (que es la esencia del pecado). Por lo tanto, ahora hemos muerto a la rebelión para con Dios (y sus autoridades delegadas) y hemos nacido a la obediencia, por la nueva naturaleza que hemos recibido de El.
Por lo tanto, hoy, gracias al Señor Jesús, podemos ser hijos e hijas obedientes al Señor y a Su Palabra (1 Ped 1:13). La obediencia a Dios es ahora nuestro estilo de vida.


Intercambio # 10. El castigo por Su castigo (Isa 53:5).
Igualmente Isa 53:5 nos enseña que Jesús llevó nuestro castigo por la rebelión y los pecados (pasados, presentes y futuros), de tal manera que hoy ya no hay castigo para nosotros (solo consecuencias). El llevó el castigo por nosotros, para que nosotros fuéramos libres de la ira de Dios por los pecados que cometimos. Lo que algunos atribuyen a castigo por sus pecados, en realidad puede ser una de dos cosas: o las consecuencias de esos pecados (porque Dios perdona nuestros pecados pero ellos tienen consecuencias –la siembra y la cosecha--) o la disciplina de Dios como hijos formando nuestro carácter para que se parezca al de Cristo (Heb 12.1-8). Pero no un castigo por nuestros pecados porque eso ya fue pagado por Cristo en la Cruz. Antes, cuando no éramos creyentes, cuando nos portábamos mal o pecábamos, las personas o el diablo nos decían que Dios nos iba a castigar por ellos, pero en todo caso, eso ya quedó en el pasado. Hoy podemos vivir en la libertad de que, si estamos en Cristo, nuestros pecados ya fueron cancelados en la Cruz y, por lo tanto, ni nosotros ni nuestros hijos tenemos que sufrir ese castigo.
Hoy, gracias al Señor Jesús, podemos vivir en la libertad de saber que ya no sufriremos castigo (maldición, la mayor de las cuales era el infierno) por nuestros pecados.


Intercambio # 11. La intranquilidad por Su paz (Isa 53:5).
La vida sin Cristo se caracteriza por el stress, la ansiedad, la intranquilidad. Sin embargo, Cristo en la Cruz pagó el precio de nuestra paz (“El castigo de nuestra paz fue sobre El), de tal manera que hoy, si estamos verdaderamente en Cristo, no padeceremos ninguna de esas cosas, porque estaremos “bajo Su Abrigo” (Sal 91), bajo su protección, y en medio de los problemas nuestra confianza y nuestros ojos estarán puestos en El y en Su Poder así como en Su dirección, y no en las circunstancias. Las circunstancias ya no nos controlarán, sino que habitaremos bajo la paz del Señor, una paz que sobrepasa todo entendimiento (que no se puede entender con la mente), que se vive en el corazón. No que las circunstancias nos sean indiferentes, sino que sabemos Quién es el que cambia las circunstancias y las hace obrar, finalmente, a nuestro favor si lo amamos a El por sobre todo (Rom 8:28). Por ello Pablo, bajo la dirección del Espíritu Santo, en Fil 4:6-7 escribe: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”.
Gloria a Jesús, gracias a El, hoy podemos tener la paz que sobrepasa todo entendimiento. Es un hecho, no una promesa en nuestra vida.


Intercambios # 12 y 13. La angustia y la aflicción por Su mansedumbre (Isa 53:7).
Al igual que con el stress, la ansiedad y la intranquilidad, El llevó a la Cruz nuestra aflicción y angustia (“angustiado El y afligido”) y por su actitud de mansedumbre (“no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca”) hoy nosotros podemos vivir sin aflicción y angustia, llenos de Su mansedumbre, que nos permite estar tranquilos en medio de las circunstancias más difíciles, no solo sabiendo que El ya pagó por esas situaciones, sino que El nos dará la victoria en medio de cualquier circunstancia adversa. El ya venció por nosotros. En Jn 16:33 Jesús nos instruye al respecto: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.”
Gloria a Jesús, gracia a El, hoy podemos estar confiados en medio de cualquier circunstancia, sin aflicción y sin angustia, porque si El ya venció al mundo, El en nosotros lo volverá a hacer.


Intercambio # 14. La pobreza por Su riqueza (2 Cor 8:9).
Jesús, cuando se hizo hombre, se despojó de todo aquello que implicaba ser Dios, de toda su gloria, empobreciéndose, para que nosotros fuésemos enriquecidos en todas las cosas. En este concepto, necesitamos notar varias cosas.
En primer lugar, que El se hizo pobre, no para que nosotros fuésemos pobres, sino para que no lo fuésemos. Ello implica, tener suplidas todas nuestras necesidades, algunos un poco más de ello, y otros mucho más de ello, pero todos sin tener necesidad.
En segundo lugar, la riqueza, bíblicamente hablando, es tener más de lo que necesitamos (desde Q 1 en adelante), y eso es exactamente lo que el Señor nos ha garantizado: que El suplirá todas nuestras necesidades conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús (Fil 4:19) y que como El es nuestro Pastor, nada nos faltará (Sal 23:1).
Tercero, necesitamos notar que se refiere a necesidades (lo fundamental para sostener la vida), no los gustos y cosas accesorias. Al respecto de ello la Biblia nos enseña a tener contentamiento y a ser sobrios no ostentosos (1 Ped 1.13, 1 Ped 4:7, 1 Ped 5:8).
Por el otro lado, como ya vimos anteriormente, Dios nos redimió de la maldición de la ley (Gal 3:13-14) una de cuyas maldiciones es la pobreza. Si ya estamos redimidos de ella, Dios no nos va a querer nuevamente en ella. Si El ya se hizo pobre para que nosotros fuésemos enriquecidos, El no va a desear que nosotros sigamos en la pobreza. Una cosa es sobriedad y otra cosa totalmente diferente es pobreza; no son sinónimos.
Gracias al Señor Jesús, hoy, podemos estar confiados en que la pobreza no morará en nuestra casa, y que El Señor suplirá siempre todas nuestras necesidades.


Resumen.
Jesús, en la Cruz y con su vida, sellado por Su resurrección, produjo una serie de intercambios cuyos beneficiarios somos todos aquellos que hemos creído en El como Señor y Salvador de nuestras vidas. Entre otros (más de 40), algunos de esos intercambios son los siguientes:
Murió para que nosotros tuviéramos vida y vida en abundancia (Rom 6:23, Jn 10:10).
Llevó nuestros pecados para darnos Su santidad (Efe 1:3-5).
Llevó nuestra injusticia para que nosotros fuésemos hechos justos delante de Dios (2 Cor 5:21).
Se hizo maldición para que la maldición de la ley (enfermedad, pobreza, opresión, muerte espiritual, esclavitud, etc.) fuera cancelada de sobre nosotros (Gal 3:13-14).
Llevó nuestra culpa y condena para que fuésemos justificados (Rom 8:1) y podamos vivir libres de culpa y condenación.
Llevó nuestras enfermedades y dolores para que nosotros fuésemos sanos (Isa 53:5).
Llevó el menosprecio, el desprecio y el rechazo para que nosotros viviéramos en el aprecio y la aceptación del Padre (Isa 53:3, Efe 1:4-8).
Llevó nuestra rebelión para que nosotros fuésemos revestido con Su obediencia (Isa 53:5).
Llevó el castigo que nosotros debíamos haber sufrido por nuestros pecados, para que nosotros estuviéramos libres del castigo por ellos (Isa 53:5).
Llevó la intranquilidad, la angustia y la aflicción, para que nosotros viviéramos en la Paz que sobrepasa todo entendimiento y en Su mansedumbre (Isa 53:5, Isa 53:7).
Se hizo pobre para que nosotros no tuviéramos que vivir en la pobreza, y más bien, fuéramos enriquecidos en todo por El (2 Cor 8:9).
Gracias Señor Jesús.



26 Abr 2011