Estudio Bíblico

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La obediencia, el centro de la auténtica vida cristiana.



(Notas derivadas de la lectura del libro: “Una vida de obediencia consciente y fiel” de A. N. Martín).



“Basado en el texto del Salmo 119:57-60, este mensaje expone los elementos esenciales del fiel vivir cristiano. De su experiencia pastoral de muchos años, el Pastor Albert Martín explica el fundamento sobre el cual la vida obediente y cristiana se edifica, también el contexto en que se desarrolla, y la bendición derivada de ella. Desafiándonos profundamente con la enseñanza bíblica, nos dirige a la libertad verdadera y al gozo de vivir la vida auténticamente cristiana.” (Tomado de la contraportada del libro”.



Introducción.

La vida cristiana es una vida de obediencia fiel a la voluntad de Dios revelada en la Biblia (Sal 119:57-60).
La única doctrina y experiencia religiosa dignas de nuestra consideración son aquellas que son respaldadas completamente por la Biblia. Las opiniones y experiencias del ser humano no valen como guías hacia la verdad de la religión si no concuerdan con el testimonio de la Biblia (Prov 16:25, Sal 50:21).
La Biblia es la única autoridad capaz de determinar que es lo verdadero y normativo para el pueblo de Dios (Jn 5:39).

De hecho, la historia del ser humano, después de su creación, comienza con el mandato a la obediencia de Dios hacia él (Gen 2:15-17).
Entonces, podemos concluir sin lugar a dudas, que el propósito del ser humano era, y es, obedecer a Dios.
Por la caída, todos fuimos constituidos hijos de desobediencia y de ira (Efe 2:2-3), pero la obra redentora de Cristo consumada en la Cruz, nos pone nuevamente en el camino de la obediencia (Rom 10:8-10, Rom 5:19, Fil 2:6-8), de tal manera que la obediencia radica en el centro mismo de la obra redentora de Cristo (1 Ped 1:2, 1 Ped 1:13-23).

La sangre de Cristo nunca es rociada sobre una persona que no sea llevada al camino de la obediencia a Cristo (1 Ped 1:2, Heb 5:8-9).
El resultado de la salvación es obediencia (Rom 10:8-10, Apo 14:12, 1 Jn 2:3-4).
Por ello, la obediencia no es un tema marginal en la redención. Es un tema central. La obediencia a la voluntad de Dios es el mismo corazón de la verdadera religión bíblica (Mat 7:21-23).



Definición de obediencia.
Una conformidad consciente y entregada con los preceptos de Dios revelados en la Biblia, haciendo referencia principal a la autoridad que respalda estos preceptos, es decir, una obediencia consciente y decidida, no solo externa sino también de corazón, cuya motivación principal es el respeto (temor) a la autoridad justa del Padre.
Esta obediencia es una que solo es posible en los que han sido regenerados, que han recibido una nueva naturaleza, que son nuevas criaturas. Los que viven en la carne no pueden manifestar este tipo de obediencia (Rom 8:7-8).
La implicación obvia es que si una persona que se dice “cristiana” no es obediente consciente, voluntaria y decididamente, entonces, o no es realmente cristiano, o cuando mucho, podría haber sido una persona regenerada que no ha dejado que la obra regeneradora del Espíritu Santo sea completada en ella, y que por ende, se encuentra en desobediencia a la autoridad de Dios (¿tal persona tendrá alguna posibilidad de entrar en la vida eterna a la luz de Mat 7:21-23?).



Obediencia y nuevo nacimiento.
Solo cuando una persona nace de nuevo es posible que obedezca a la voluntad de Dios, porque su corazón de piedra es cambiado en un nuevo corazón (Ezeq 36:26-27), y esa es justamente la promesa de Dios para aquellos que de verdad son sus hijos e hijas.
El nuevo nacimiento crea un deseo de obedecer a la voluntad de Dios, y no solo produce el deseo sino que provee el poder para hacerlo (Fil 2:13).
Pero ello no implica una anulación de la voluntad de la persona, sino que sigue implicando una elección consciente e intencional de hacer lo que Dios dice.
Por lo tanto, un hábito de elección decidida a obedecer la Palabra de Dios es el corazón mismo de una vida de obediencia, de una vida cristiana auténtica. Lo demás es ficción, engaño, mentira, etc.
Solo donde la obediencia se manifiesta de manera habitual (no solo cuando es cómodo, no esporádica y/o por conveniencia), como patrón de vida, solo allí existe la obediencia verdadera, y por ende, solo allí hay una persona salva.
Somos conscientes que en el verdadero creyente aún hay una corrupción remanente (Fil 1:6) y que ella es un estorbo para la obediencia, pero igual, el verdadero creyente no se dará por vencido por esa corrupción, sino que la enfrentará y luchará fuertemente (Fil 4:13, Heb 12.1-8) para vencer las emociones que pretenden desviarlo hasta vencerlas y manifestar una vida de obediencia consciente y fiel a Dios.



Las raices de una vida de obediencia total (Sal 119:57-60).

La respuesta decidida a Dios (“Mi porción es Jehová”). Toma a Dios como el objeto supremo de su amor y devoción (totalmente, no parcial; no cuando es conveniente o cómodo, sino siempre, en todo momento).
Abraza “el pan de vida” como su pan vital (Jn 6:35, 48, 51).
Abraza “el agua de vida” como su agua vital (Jn 4:14, Apo 21:6, Apo 22:17).
Abraza “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14:6) como su propio camino, verdad y vida, y repudia cualquier otro camino –erróneo-, cualquier otra cuestión que reclame ser la verdad que no este arraigada en la Palabra de Dios (Prov 16:25), cualquier otra forma de vida que no sea la que le agrade a Dios (Col 3.22-24).
Ver la realidad de nuestro pecado y la desesperada necesidad de la provisión salvadora de Dios en Cristo, reconocer nuestra necesidad desesperada de Cristo.

Un compromiso resuelto para servir a Dios y hacer Su voluntad (“He dicho que guardaré tus Palabras”).
La escogencia de Dios como su porción, también implica el reconocimiento de su calidad de Rey, Señor y Soberano.
No se trata de escoger una vida moral, asistir a la iglesia, orar o leer la Biblia. Se trata de tener un compromiso resuelto de obedecer y servir a Dios como una forma de vida, como un patrón de conducta permanente; de una forma resuelta, gozosa y comprometida.

Sin esas convicciones arraigadas en el fondo del corazón será imposible vivir una vida cristiana auténtica, una vida de obediencia fiel.
Si pretendemos vivir una vida de obediencia fiel sin estas convicciones, lo que vamos a vivir es una vida de conformidad externa a un código de ética y una forma de religión que podrá ganar el aplauso del hombre, pero no el favor de Dios, y además, terminará en la frustración total (Mat 7:21-23).



El clima de una vida de obediencia total (Sal 119:57-60).
Dependencia absoluta de Dios (“tu presencia supliqué de todo corazón”).
La decisión y el compromiso resuelto de vivir una obediencia fiel no son suficientes sin la gracia de Dios para llevarlos adelante. Solo el Señor nos puede dar el poder para obedecer fielmente (Fil 2:13, Jn 15:5).
La fe en la provisión prometida por Dios (“Ten misericordia de mí según tu Palabra”). La fe en que Dios nos dará de Su gracia para vivir esa vida de obediencia (2 Ped 1:3, Efe 1:3, Fil 4:13).
El reconocimiento de nuestra debilidad y la dependencia absoluta en la provisión de Dios, nos lleva a la necesidad de la comunión con Dios de todo corazón.
Dios ha establecido la comunión con El como el medio de cambiar nuestra debilidad en poder (Mat 26:41, Mar 14:38, Luc 22:46).
Si descuidamos este medio provisto por Dios (y desgraciadamente una gran cantidad de personas que se dicen “cristianas” lo tienen descuidado totalmente), entonces no vamos a prosperar en nuestro caminar cristiano ni en la victoria sobre el pecado remanente de la carne.
Los medios que Dios ha ordenado para crecer en Su gracia son sencillos, no exóticos: la comunión con El y la lectura de Su Palabra. Si pasamos por alto o nos desviamos de estos medios sencillos, buscando siempre alguna otra fórmula “mágica”, entonces estamos condenados a caminar cojos todos nuestros días.



El proceso efectivo de una vida de obediencia total (Sal 119:59-60).

Autoexamen honesto (“Consideré mis caminos”): una evaluación realista, frente a la Palabra (“y volví mis pies a tus testimonios”), de cómo somos y donde estamos –aunque sea doloroso-, por ejemplo:
¿Cómo pasamos nuestro tiempo y gastamos nuestros recursos?
¿Cómo respondemos a nuestro cónyuge y a nuestros hijos?
¿Cómo nos relacionamos con nuestros compañeros de trabajo y vecinos?
¿Cómo razonamos, hablamos y actuamos?
¿Dónde estamos espiritualmente en realidad?

Cambiar conscientemente los hábitos de pensar y actuar que descubrimos que están mal en nosotros (“y volví mis pies a tus testimonios”).
Uno mismo debe volver, no es Dios quién nos hace volver.
No debemos, ni podemos, esperar que la gracia y el poder de Dios reemplacen la acción consciente de nuestra propia voluntad.
Tomar un compromiso consciente de cambio de los hábitos de vida pecaminosos, contrarios, a la Palabra de Dios, aunque no tengamos ganas y/o aunque no lo sintamos (el creyente vive por fe, no por ganas o sentimientos).
No es fácil, pero tampoco imposible. Puede ser penoso, arduo, pero es imprescindible.
La cobardía y la demora son los enemigos de la obediencia consciente a Dios (“me apresure, y no me retardé en guardar tus mandamientos”).

Un compromiso a una obediencia completa e inmediata.
No escoge que partes de la Palabra le son fáciles o convenientes como si fuera un menú de cafetería. La toma toda, se compromete con toda (2 Tim 3:16-17, Hch 20:27).
Las decisiones y acciones que toma son radicales, sin importar el precio, con tal de mantenerse en la obediencia fiel y consciente (Mat 5:29-30, Mat 18:8-9, Mar 9:43-48).
Sin decisiones drásticas y radicales, no habrá progreso en la obediencia y la santidad.
No somos drásticos en eliminar los malos hábitos del pecado porque en el fondo, no creemos en verdad que esa clase de mortificación radical del pecado sea necesaria (no le creemos a Dios) y de alguna manera nos hemos engañado para creer que podemos vivir una vida floja, por debajo de los estándares de Dios, y no va a pasar nada.
El resultado de esto es la dureza de corazón (Heb 3:15).
Nos hacemos sordos a la voz de la conciencia, y la del Espíritu, debilitando la fuerza con que nos hablan, de tal manera que poco a poco esa voz se irá haciendo más y más débil hasta que estemos completamente anegados dentro del pecado de nuevo.
Vivir de ese modo nos hace culpables delante de Dios y El nos pedirá cuentas de ello.

Vivir conforme a la perspectiva bíblica debe convertirse en un hábito espiritual.



El galardón de una vida de obediencia total.

Aún cuando la obediencia trae bendición, vivir una vida de obediencia es necesaria porque:
Es correcto hacerlo de esa manera.
La voluntad divina debe de ser obedecida porque es la voluntad de Dios.
Demuestra la realidad de nuestro amor a Cristo, la veracidad de nuestra profesión, de nuestra salvación (la fe sin obras, sin frutos, es muerta). La fe en el Señorío de Cristo debe dar frutos de ese Señorío.

Sin embargo, Jesús habló de bendiciones especiales por la obediencia:
Jn 14:15, 21, 23: El Padre nos amará. Jesús y el Padre vendrán a nosotros y harán morada en nosotros, y si El en nosotros, ¿quién contra nosotros? (Rom 8:31).
El gozo de la presencia de Dios (Sal 16:11).
Estaremos bajo Su abrigo (Sal 91), protegidos.
Jn 15:10-11. Permaneceremos en Su amor, y por ende, en la plenitud de Su bendición (Deut 28.1-14, Sal 1:1-3, 3 Jn 2, Jer 29:11, Jos 1:3, etc.).



Conclusión.
La única alternativa a la salvación bíblica es la fabricación de una salvación propia. Pero si tomamos ese camino, tendremos que estar listo para perdernos con nuestra salvación falsa. LA ÚNICA SALVACIÓN QUE ES VERDADERA ES LA QUE LA BIBLIA ENSEÑA. Y LA ÚNICA SALVACIÓN QUE LA BIBLIA ENSEÑA ES LA QUE PRODUCE UNA VIDA DE OBEDIENCIA CONSCIENTE Y FIEL.

28 Abr 2011
Referencia: Obediencia.