Estudio Bíblico

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Los intercambios en la Cruz (2a. Parte).



INTERCAMBIOS EN LA CRUZ.
(Segunda parte).



Introducción.
La semana anterior compartimos acerca de la importancia de la Cruz como un lugar de intercambio de la vieja vida que nosotros llevábamos antes de conocer al Señor Jesucristo y la nueva vida que El nos dio en la Cruz por Su muerte y resurrección, que fue el sello, el remate, de lo que El hizo en la Cruz.
Ese intercambio de vidas (la nueva por la vieja) no es un reciclaje, es decir, un mejoramiento de la anterior, es una nueva vida en todo el sentido y alcance de la Palabra.
Es nueva desde su génesis en cuanto a que ya no fuimos engendrados a partir de otro ser humano, sino a partir de la simiente incorruptible de Dios (la Palabra, 1 Ped 1:23), y por ello, nos fue dada una nueva naturaleza (2 Ped 1:4), la naturaleza divina, para que lleguemos a alcanzar la estatura del varón perfecto, la plenitud de Cristo (Efe 4:13), siendo perfectos como nuestro Padre que está en los cielos (Mat 5:48), como hijos obedientes y santos (1 Ped 1:14-15).
Esa nueva vida que nos fue dado por Cristo en la Cruz a cambio de la vieja (Rom 6:4-14), es, en realidad, un intercambio, lo que hace de la Cruz, no solamente el lugar donde Cristo murió por nuestros pecados y con Su Sangre pagó el precio que el diablo reclamaba por nosotros para que obtuviéramos la libertad de ser hijos e hijas de Dios (por cuanto éramos esclavos del diablo), sino un lugar de intercambios: la vieja vida por la nueva, cada una de las características de la vieja vida por cada una de las características opuestas de la nueva vida.
Y ello porque la relación de Dios con toda Su Creación es, desde el principio, una relación de intercambio, una relación de dar y recibir, aunque de parte de Dios, como lo mencionamos también, El es mucho más abundantemente en Su dar que cualquier ser humano por generoso que sea. En dar a Dios nadie le gana ni le ganará nunca. Por otro lado, en lo que se refiere a nosotros, ese dar a Dios debe ser voluntario, debe ser resultado de la libertad y voluntad, y el que Dios no reciba de parte de alguien no implica que El deje de dar lo básico (Mat 5:45, Jn 3:16, Rom 8:35) porque el dar de Dios es por amor y no por interés.
Evidencia de ello es que Dios crea todas las cosas y todas las cosas manifiestan la gloria y dan gloria a Dios (Sal 115:15, Sal 69:34, Sal 19:1, Rom 1:19-21). Y el ser humano no es la excepción a este principio. Dios lo creó y le dio todo (la Creación, la vida natural, emocional y espiritual, a Cristo, la Palabra, el Espíritu Santo, etc.) para que el ser humano lo adorara. Dios, en el Supremo acto de Amor, envió a Su Hijo al mundo porque anteriormente, un hombre, Abraham, en un acto de amor hacia Dios, estuvo dispuesto a entregar su único hijo, Isaac, a Dios.
Esos intercambios que Dios, en Cristo hizo con nosotros en la Cruz, aunque usualmente en el ámbito cristiano los llamamos “promesas” en realidad son hechos, ya sucedieron, no van a suceder. Ya están disponibles para nosotros sin ninguna condición. Lo único que necesitamos es creer, poseerlos y caminar por la fe en ellos.
Los hechos son aquellas “promesas” cuya condición ya fue cumplida en el pasado, y por lo tanto, podemos disfrutarlas hoy sin ninguna condición ni lugar a dudas. Ejemplo de este tipo es que “por sus llagas fuimos sanados”.
En tanto que las que son verdaderamente promesas son aquellas cuya condición aún no se ha cumplido y por lo tanto, el disfrute de ellas está en el futuro (cuando se haya cumplido la condición). Ejemplo de este tipo es que “reinaremos con Cristo” (en su segunda venida).
Los intercambios en la cruz tratan del primer grupo, es decir de aquellas cosas que no son promesas sino realidades que podemos vivir hoy sin ninguna otra condición ni lugar a dudas porque todo lo que era necesario hacer ya fue hecho en el pasado. Estas constituyen nuestra herencia de la que tenemos que tomar posesión. Son realidades que la Palabra de Dios dice que ya son nuestras por los intercambios que Cristo hizo para nosotros en la Cruz (Efe 1.3, Rom 8:32).
Como la Cruz (la condición esencial para esos intercambios) fue algo que sucedió hace cerca de dos mil años, en el pasado, esos intercambios entonces ya son una realidad para nosotros hoy, por lo que lo único que necesitamos para entrar en plena posesión de ellos es conocerlos, asumirlos como nuestros, posesionarnos de ellos, usarlos, y proteger tenazmente nuestra “propiedad” de cualquier argumento contrario que quiera despojarnos de ellos porque tenemos en nuestra posesión el testamento que declara solemne y tajantemente que esas posesiones son nuestras (Efe 1:3, Rom 8:32).
Además de los intercambios que estudiamos la semana pasada, Dios en Cristo, en la Cruz, hizo también los siguientes.



Intercambio # 15.
La paternidad del diablo por la paternidad de Dios para nosotros (Jn 8:44, Jn 1:12). Antes de conocer a Cristo la Palabra nos enseña que éramos hijos del diablo (aunque no lo sabíamos), pero ahora que hemos venido bajo el Señorío de Cristo (Rom 10:8-10) hemos sido hechos hijos de Dios. El hecho de la Paternidad de Dios sobre cada uno de nosotros no es solamente un título, sino una realidad que tiene implicaciones muy importantes. En primer lugar, nacimos literalmente, en el espíritu, de la “simiente” (la misma palabra en griego que se traduce al español como “semen”), que trae implícito el ADN de Dios (la herencia genética de Dios), que nos imparte Sus Cualidades y Su Carácter por lo que ahora podemos llegar a ser como El (Mat 5:48, 1 Ped 1.13-18). Por esa adopción también somos coherederos junto con Cristo de todas las cosas (Rom 8:17).
Por Cristo Jesús, ahora somos hijos de Dios, plenamente hijos, al punto de ser co-herederos con Cristo (nuestro Hermano Mayor). Y como hijos, poseemos su ADN para ser como El (no El, sino Su imagen y semejanza).


Intercambio # 16.
Igualmente, antes de conocer a Cristo como nuestro Señor, éramos hijos de ira, ahora que somos Sus hijos, somos, entre otras cosas, hijos de amor (El es Amor), de Paz (El es paz) (Gal 5:21-22) e instrumentos de reconciliación (2 Cor 5:18-20) en todos los ámbitos de la vida (Mar 11:25, Luc 6:37). En nuestra vieja vida éramos instrumentos de venganza (ojo por ojo, diente por diente), nuestro corazón albergaba, en mayor o menor grado, resentimiento, amargura, etc., que nos impedían alcanzar la gracia (las bendiciones de Dios derivadas de ser Sus hijos e hijas) (Heb 12:15). Más ahora hemos sido liberados de todo ello y recibido una nueva naturaleza como la de Dios que nos capacita para el perdón, la reconciliación, la paz en todo (Heb 12:14).
Por Cristo Jesús, ahora no solamente somos hijos de Dios, sino imitadores de El porque como tales, entre otras cosas, somos hijos de paz, hijos de amor, hijos de reconciliación.


Intercambio # 17.
Para que nosotros pudiéramos ser los hijos e hijas de Dios, Jesús tuvo que despojarse de toda Su gloria como el Hijo de Dios y hacerse como uno de nosotros, el Hijo del Hombre (Fil 2:5-8).


Intercambio # 18.
Antes de conocer a Cristo todos nosotros éramos enemigos de Dios por causa del pecado pero en la Cruz, por Su muerte y por Su Sangre derramada en ella, fuimos reconciliados con Dios para ser santos y sin mancha delante de El, libres del pecado (Col 1:21-23, 1 Ped 1:13-16, Jn 15:15), y reconciliados de tal manera que nos ha hecho co-herederos con Cristo (nuestro hermano mayor), es decir, no solo reconciliados sino adoptados (Rom 8.14-16) como hijos de pleno derecho, tan hijos que nos ha impartido su ADN (1 Ped 1:23. 2 Ped 1:4).
Ya no somos enemigos de Dios, somos sus hijos. Ya no somos hacedores de pecados, ahora somos justos, santos, obedientes a Dios nuestro Padre y a Su voluntad para con nosotros (Su Palabra) y caminamos en verdadero y profundo arrepentimiento por nuestra pasada manera de vivir y en temor de Dios (honra, respeto, obediencia).


Intercambio # 19.
Antes de conocer a Cristo todos nosotros, en mayor o menor medida, evidente o encubiertamente, fuimos siervos del diablo en cuanto hacedores de pecados (el pecado siempre afecta, directa o indirectamente, a alguien más) porque éramos esclavos de sus designios, esclavos del pecado. Sin embargo, en Cristo, El nos ha hecho hijos e hijas que le sirven (Mar 10:42-45) en cualquier lugar, en cualquier momento, en cualquier circunstancia, para que El sea glorificado en todo lo que hagamos (Col 3:22-24). Ahora ya no somos siervos del pecado, sino siervos del Dios Altísimo, nuestro Padre, que está levantando Su Reino en la tierra como en el cielo, y nos ha hecho a nosotros edificadores de ese Reino (Mat 6:33, Col 1:18-21, Rom 8.19-21, Mat 5:13-16, Mat 13:33).
Ahora, por lo que Cristo Jesús hizo en la Cruz del Calvario por cada uno de nosotros, somos sus hijos e hijas siervos, que trabajamos juntamente con El para la edificación de la plenitud de Su Reino en la tierra como es en el cielo, hasta la perfección total que será establecida cuando Cristo reine por mil años después de la derrota plena de todos sus enemigos en la batalla del Armagedón, y cuando Dios haga los cielos nuevos y la tierra nueva y la Nueva Jerusalén descienda del cielo (Apo 21 y 22).


Intercambio # 20.
Jesús, en la Cruz del Calvario, cargó con nuestra derrota a manos del pecado, para que nosotros nos pudiéramos levantar, una vez aceptado el Señorío de El sobre nuestras vidas, más que vencedores (Rom 8:37). En Su victoria sobre la muerte y en Su resurrección, nosotros fuimos hechos más que vencedores porque estamos en El, el Supremo Vencedor del diablo, los principados, las potestades, el pecado, la muerte, la maldad, la enfermedad, la pobreza, el quebrantamiento (Col 2:15). Y porque El venció, nosotros vencemos también, porque Su Espíritu Santo está en nosotros (Efe 1:19-23) para que vivamos y seamos Su plenitud y juntamente con El llenemos todo en todo. Porque somos más que vencedores en El, todo lo podemos en El (Fil 4:13) y podemos triunfar sobre toda obra de las tinieblas pues El, que vive en nosotros y en Quién nosotros estamos (Rom 6:4-14), vino para deshacer, derrotar, destruír todas las obras del diablo y para vencer sobre ellas (1 Jn 3:8, Jn 16:33).
En Cristo Jesús, ahora, somos más que vencedores (Rom 8:37) y nada nos puede separar de Su amor ni arrebatar de Su mano (Jn 10:29).


Intercambio # 21.
Antes, por cuanto andábamos en la carne, éramos débiles. Mas ahora, en cuanto andamos en El, bajo El, bajo y con el Espíritu Santo, que es Espíritu de poder (Hch 1:8), ahora ya no somos débiles por cuanto en nuestra debilidad El se ha hecho fuerte (2 Cor 12.10), y si El por nosotros, ¿quién contra nosotros? (Rom 8:31). Cuando entendemos quiénes somos EN EL y lo que tenemos EN EL, podemos enfrentar toda circunstancia, todo problema, toda situación negativa, adversa, contraria, sabiendo que todo obrará a nuestro favor porque le amamos a El (Rom 8:28-29) y que aunque tengamos que enfrentar la adversidad por un tiempo, ello nos fortalecerá, nos afirmará, nos establecerá y nos perfeccionará en Cristo (1 Ped 5:8-10, Sant 1:2-4) para que no nos falte ninguna cosa.


Intercambio # 22.
Jesús, en la Cruz, en los momentos finales, cuando el pecado de todos nosotros fue cargado sobre El, se sintió desamparado, abandonado, por el Padre (Mat 27.46). En ese momento El estaba llevando nuestro abandono del Padre para que fuéramos recibido por El, aceptados por El (Efe 1:6), pudiéramos recibir nosotros Su amor con el que El nos amó desde antes de la fundación del mundo (Jer 31:3, Efe 1:4).
Gracias a El, ahora podemos vivir en la seguridad, y percibiendo, que El Señor no nos deja ni nos desampara (Heb 13.5), que El es nuestro guardador desde ahora y para siempre (Sal 121), que nadie nos podrá separar de El (Rom 8:39).


Intercambio # 23.
Jesús, por Su muerte en la Cruz cambió nuestra doble confusión y deshonra por Su doble honra y perpetuo gozo (Isa 61:7). Antes de conocer a Cristo teníamos una doble confusión y deshonra: por ser pecadores y por no haberle conocido, por haber sido entregados a una mente reprobada para hacer cosas que no convenían (Rom 1:18-31). Pero en Cristo recibimos una doble honra: la de ser hijos de Dios y la de ser libres del pecado y vivir vidas santas, justas, obedientes a Dios, lo que además cambia nuestro lamento, frustración, decepción (por el pecado) en gozo.
Gracias a Jesús, hoy tenemos el doble honor de ser hijos e hijas de Dios y de ser personas de bien, libres del pecado, y además, nuestras vidas, aún en medio de las circunstancias más difíciles, manifiesta el gozo (el “shalom”, la paz, la fe), sabiendo que las circunstancias son temporales y que vamos a salir a algo mejor (1 Ped 5:8-10) porque Dios, nuestro Padre, está en control y El lleva nuestras vidas de gloria en gloria, de victoria en victoria (Jer 29:11, Prov 4.18).


Intercambios # 24 al 28.
En Isa 61:2-3 y Sal 30:11, la Palabra de Dios nos enseña que Jesús cambió nuestro luto por consuelo, la ceniza (humillación) por gloria, el luto por gozo, la angustia por alegría y el lamento por baile. Todas las cosas negativas (luto, ceniza, angustia, lamento, etc., eran en nuestra vida, consecuencia de una vida alejada de Dios, en el pecado, en la esclavitud a las circunstancias, al deber y no poder, etc. Pero Jesús, al libertarnos de la esclavitud del pecado por Su muerte en la Cruz (Rom 8:1-2), y acercarnos a Dios (Sant 4:8), juntamente con el Espíritu Santo que aplicó esas cosas a nuestra vida, quitando el velo de nuestro entendimiento que nos cegaba para que no nos resplandeciera la luz del Evangelio (2 Cor 4:4), produciendo el nuevo nacimiento en nosotros (nueva naturaleza, 2 Cor 5:17, 1 Ped 1:23, 2 Ped 1:4), y enseñándonos las cosas que Jesús enseñó (Jn 14:26) para renovar nuestro entendimiento y poder comprobar la buena voluntad de Dios agradable y perfecta (Rom 12:2), nos liberó de todas esas cosas y a cambio nos ha llevado a experimentar el “shalom” de Dios que implica consuelo, gloria, gozo, alegría y baile, derivados de la relación que como hijos e hijas tenemos con nuestro Padre (Jn 1:12).


Otros intercambios.
La desnudez y vergüenza por un vestido de lino fino (Su sangre) (Gen 3:21, 1 Ped 1:2).
La miseria por Su abundancia (Jn 10:10).
El hoyo de la desesperación por Sus lugares celestiales (Sal 40:2, Efe 1:3).
Las tinieblas por Su luz (1 Tes 5:5).
La separación de Dios por Su libre acceso al trono de la Gracia (Heb 4:16).
El silencio respecto a las respuestas de Dios por el silencio de El en la Cruz hacia Jesús (Mat 27:45-52).
La vieja naturaleza por Su nueva naturaleza (2 Cor 5.18).
La naturaleza pecadora por Su naturaleza divina (2 Ped 1:4)
La esclavitud del pecado por Su libertad (Jn 8:31).
Las obras de la carne por Su fruto del Espíritu (Gal 5:19-23).
La ceguera espiritual por Su vista (2 Cor 4:4).
La mente mundana por Su mente (2 Cor 2:16).
La sabiduría humana por Su sabiduría divina (Sant 3:14-17).
La necedad por Su sabiduría (Efe 5:15).






19 Mayo 2011