Estudio Bíblico

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Conociendo el amor del Padre.



Introducción.

Cuando veo a la Cruz del Calvario puede saber cuanto me amó Dios, pero cuando veo la condición de mi propio corazón, puedo entender, de una manera muy aproximada, cuanto me ama hoy el PADRE.

Hoy se trata no de ver todas las dimensiones o facetas del amor de Dios que incluyen su bendición, su perdón y su disciplina, que también son parte de Su amor para con nosotros, sino aislar el núcleo de ese amor, la esencia. Y para ello necesitamos introducirnos, primero que nada, en nuestra propia realidad. No podemos ver la verdad, la esencia del amor del Padre, sin contrastarla con nuestra propia realidad, la realidad de nuestro corazón.

La Palabra de Dios nos dice en Jer 17:9, (DHH) "Nada hay tan engañoso y perverso como el corazón humano. ¿Quién es capaz de comprenderlo?" Y para entender ello es necesario hablar de una realidad que nos sucede a todos, todos los días de nuestra vida: mientras más conozco de la Palabra y ella escudriña y confronta la realidad de lo profundo de mi corazón (Heb 4:12, 2 Tim 3:16-17), mientras más ministro y aconsejo personas que se ven expuestas a la verdad irrefutable de la Palabra que escudriña y confronta sus corazones, mientras más escucho las auto-justificaciones, excusas, pretextos y argumentos que nos damos para no aplicar la Palabra a nuestras vidas tal cual es, en mayor medida me percato de lo malvada, perversa, engañosa y miserable que puede ser nuestra alma no renovada que a lo malo llama bueno, a lo bueno llama malo (Isa 5:20), retuerce a su sabor y antojo la Palabra para justificar sus propias perversidades, espiritualiza mentiras que nos mantienen atados a nuestros propios pensamientos, sentimientos, decisiones y acciones egoístas y carnales que a la larga son destructivas no solo para nosotros sino también para todos los que están a nuestro alrededor, y que parece como que nos llevan a vivir una doble vida (la externa, que todos ven, y la interna que solo Dios y nosotros conocemos.

Esa irrefutable realidad es donde realmente se encuentra el origen de todo pecado (Mat 15:17-20), la que nos lleva a la ira, la codicia, la mentira, la hipocresía, el juicio y la crítica, el orgullo, el pecado sexual, etc. Veamos un ejemplo. ¿Cuántos de nosotros, cuando nos enfrentamos a una situación desagradable que nos provoca otra persona no tenemos pensamientos de venganza? ¿O cuando una persona nos hace mal no tenemos pensamientos de devolverle el mal que nos ha hecho con un mayor mal? ¿O cuando pecamos tratamos de cubrir nuestro pecado con otro pecado como la mentira o la hipocresía? ¿O cuando vemos una falta en otro –la paja en el ojo ajeno--, a pesar de que nosotros estamos llenos de faltas también –la viga en nuestro ojo--, levantamos o por lo menos tenemos la tentación en nuestro pensamiento de levantar crítica, murmuración, chisme o juicio? ¿O cuantos de nosotros, no sentiríamos vergüenza si durante un tiempo nuestros pensamientos fueran proyectados para que los demás los vieran? ¿O cuantos de nosotros, en el fondo de nuestro corazón, no pensamos que por nuestros actos, omisiones o pensamientos, somos indignos de que Dios nos ame? ¿O cosas similares a estas?


Doble vida.

Lo que nosotros vemos en nosotros como una doble vida, o las que decimos que viven los demás, en realidad no es tal, sino que su vida expresa el resultado momentáneo de la terrible batalla que libran dentro de sí mismas entre el bien y el mal, entre la imagen de Dios y la iniquidad que mora en sus corazones (si no han sido salvos) o entre la prevalencia del Espíritu de Dios y la iniquidad en sus corazones. Aún Pablo, en el ocaso de su vida, reconoce que vivía ese conflicto tan tremendo:

"Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. !!MISERABLE DE MI! ¿QUIEN ME LIBRARÁ DE ESTE CUERPO DE MUERTE? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado." (Rom 7:15-25).

“No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.” (Fil 3:12-14).

Lo que Pablo expresa en esos dos pasajes tan tremendos de sus cartas, el gran Pablo, no es otra cosa que eso mismo, principalmente que lo dice, no en el inicio de su vida como cristiano, sino más bien en el ocaso, cuando ya estaba cerca de su muerte. Y lo dice en tiempo presente, no como algo que alguna vez vivió, sino como algo con lo cual sigue batallando. Notemos lo que dice de sí mismo:
Lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco eso hago.
Yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no moral el bien.
Porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo.
Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero eso hago.
Queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí.
Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.
Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.
No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto.
Yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado.
¡¡¡Miserable de mí!!! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?

Como respuesta a esa situación, Pablo dice:
Prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús.
Olvidando ciertamente lo que queda atrás.
Extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta.

El mismo Pablo, en otras de sus epístolas, por el Espíritu Santo, nos exhorta, urge, manda, por su experiencia de vida y de batalla, que nos renovemos en el Espíritu de nuestra mente, que renovemos nuestra alma mediante la Palabra de Dios y la comunión con el Espíritu. Es un imperativo, no una opción (Rom 12:1-2, Efe 4:22-23, Sal 1:1-3, 3 Jn 2, Jos 1:8).

Es en medio de esa realidad, que el amor del Padre por cada uno de nosotros, sus hijos, se magnifica. Es en medio de esa nuestra debilidad que El se magnifica (2 Cor 12:9). Es por medio del entendimiento y la experimentación de la manifestación de Su amor hacia nosotros, que nos fortalecemos en contra del mal y el engaño que anida en nuestros corazones y nos levantamos victoriosos contra ellos, como el enamorado que, a pesar de las tentaciones a las que se ve expuesto, se guarda porque no quiere hacerle ningún daño al corazón de aquella persona que es el objeto de su amor. Nuestro amor hacia El (y por ende, nuestra dedicación a Sus propósitos de obediencia, santidad y victoria sobre el pecado) por el amor que antes El nos ha manifestado (1 Jn 4:19) es lo que nos fortalece en nuestra debilidad para alcanzar Sus propósitos. En nuestras fuerzas (carne) no podemos lograrlo (la carne no va a luchar y vencer contra sí misma). Solo lo vamos a lograr fortaleciéndonos en Su amor, en el poder de Su amor que es nuestra fuerza, nuestra fortaleza para vencer todos los embates del mal que está en nuestro corazón, y guardarnos puros e irreprensibles para El.



La incondicionalidad del amor del Padre.

El amor del Padre es incondicional. Es algo que se dice fácil pero que muchas veces no lo entendemos a cabalidad.

Incondicionalidad significa que no importa quienes nosotros seamos, que pensemos, que hagamos, el amor del Padre permanece en nosotros y para con nosotros.

Es un amor perfecto, porque es de Dios y El es perfecto. Es un amor total, porque Dios es total y completamente AMOR (1 Jn 4:9) y por ello El no puede amar menos que al 100%.

Aún en medio de la disciplina, el castigo o el juicio, el amor de El es perfecto, porque esas cosas no son para El un fin en sí mismas, sino son un medio para regresarnos a disfrutar del pleno amor de El y todas sus bendiciones. Esas cosas son la expresión de Su amor para con nosotros por cuanto manifiestan Su deseo de no permitir que nos vaya mal en la vida, que nos destruyamos a nosotros mismos, sino que pretende que vivamos en la plenitud de los beneficios de Su amor para con nosotros.

Y esa incondicionalidad tiene su mejor expresión en que nos amó cuando aún éramos sus enemigos (Rom 5:6-10, Col 1:21-22), cuando éramos absolutamente indignos, absolutamente enemigos, absolutamente indiferentes, absolutamente opuestos a El, cuando nuestro corazón era 100% perverso y maligno. Y si siendo sus enemigos El nos amó al 100%, totalmente, al punto de dar lo mejor de Si por nosotros, a Cristo, ¿cuánto más no nos amará de la misma manera ahora que somos Sus hijos e hijas?

La comprensión del porque envió a la muerte a Su Hijo por nosotros, para los que somos padres, es la mejor expresión de Su amor. Rom 5:6-10 lo expresa de una manera muy clara. Es muy poco probable, pero posible, que alguno, en un acto de heroísmo supremo, diera su vida por un justo, nunca por un malo. Pero es absolutamente improbable, que alguien diera a su hijo para morir por un malo, si él mismo no estaría dispuesto a hacerlo. Pero el Padre muestra su amor por nosotros, en que siendo malos, dio a Su Hijo para que muriera por nosotros. El mismo podía haberse hecho hombre y morir por nosotros, pero entregar a un Hijo, Su Ünico Hijo, Su Perfecto Hijo y Su Perfecto Deleite por alguien más, principalmente por alguien que absolutamente no se lo merece, es una expresión de amor mucho mayor que entregarse uno mismo.

La incondicionalidad del amor del Padre también se expresa de una manera muy clara en la definición que Pablo da del Amor en 1 Cor 13:4-8. Esa no es la descripción del amor humano, egoísta, utilitario, aprovechado, voluble, cambiante. Es la descripción del AMOR verdadero, genuino, y como Dios es AMOR, es la descripción del Padre en Su Amor hacia nosotros (como lo describe también en la parábola del hijo pródigo, Luc 10:25-37).

Es sufrido, todo lo sufre, todo lo soporta: nuestros pecados, nuestras faltas, nuestros errores, nuestros fracasos, lo engañoso y perverso que aún está anidado en nuestro corazón. Como el padre del hijo pródigo, que sabiendo que el corazón de su hijo se inclinaba hacia el mundo, cuando este decidió irse de la casa, lo sufrió y lo soportó, y aún más, sufrió y soportó cuando seguramente supo (porque estaba esperando que volviera) por todo lo que el hijo estaba pasando.

Es benigno, no hace nada indebido: todo lo que el Padre hace lo hace para nuestro bien, porque quiere nuestro bien, porque quiere beneficiarnos, porque anhela nuestro bienestar. Como el padre del hijo pródigo que cuando el hijo regreso no le dio un discurso de amonestación, recriminación, etc., sino que salió a su encuentro y lo abrazó, a pesar de todo lo malo y pecaminoso que había hecho.

No tiene envidia, no busca lo suyo: todo lo que Dios hace por nosotros, no lo hace por un beneficio personal. El perfectamente sería igualmente Dios si no lo hiciera. Personalmente no gana nada, que no pudiera obtener por otros medios (El solo habla y crea lo que quiere). En toda la parábola del hijo pródigo no encontramos, de ninguna manera, a un padre que esté buscando algo para sí mismo. En todos los casos, siempre buscó el mejor bien para cada uno de sus hijos, aunque ellos no lo entendieron así, y aún a pesar de sus acciones, no dejo de hacerlo. Nunca buscó su propio beneficio en toda la situación que nos relata esa parábola, sino todo lo contrario, siempre buscó el mejor beneficio, a la larga, para cada uno de ellos, aunque ello significara que el hijo menor se fuera a dilapidar la herencia y revolcar en el mundo del pecado (en ese específico caso era necesario que lo hiciera para que valorara lo que realmente era el mundo –un lugar de auto-destrucción y desvalorización, y aprendiera a valorar la casa de su padre, un lugar de bendición, restauración, gozo y paz).

No es jactancioso, no se envanece: no se hincha de orgullo, no hecha en cara, no anda publicando ni tratando de lucirse en lo que hace por nosotros. Lo hace por el solo interés en nosotros, no en sí mismo. Cuando el hijo pródigo regreso no se centró en echarle en cara al hijo su mal comportamiento ni en exaltar lo buen padre que era, sino simplemente, le dio al hijo lo que necesitaba: amor, aceptación, restauración, tiempos de refrigerio, gozo y paz.

No se irrita, no guarda rencor: es perdonador, no nos da la espalda y se vuelve contra nosotros, aún en los tiempos en que por nuestra propia maldad hacemos lo incorrecto. Nos corrige, pero por amor no por venganza, para que abramos nuestros ojos, volvamos en sí, para volver hacia El, a sus brazos de amor, protección, seguridad, aceptación. El hijo pródigo había perdido toda la herencia, el fruto de su trabajo de muchos años, además lo había desprestigiado por su comportamiento público, lo había deshonrado al pedirle la herencia, haber confiado en extraños antes que en él, su padre, y había hecho lo abominable para la cultura de ese tiempo (mezclarse con los cerdos y hasta querer comer la comida de los cerdos. Sin embargo, el padre, antes de haber tomado venganza o guardado rencor enviándolo a ser como un jornalero, le manifestó su amor restaurándolo completa y totalmente a la posición de hijo, regocijándose por la vuelta del hijo y haciendo fiesta para agasajarlo.


No se goza de la injusticia: no se alegra que nos vaya mal, que por causa de nuestras consecuencias suframos. En ciertos momentos nos deja que nos enfrentemos a ellas, para que aprendamos, maduremos, crezcamos y conozcamos la verdad de que separados de El nada podemos hacer y que la desobediencia no nos trae bien sino mal, pero nunca lo hace alegrándose de lo que nos pasa, sino que sufre con nosotros y por nosotros, aunque como Padre deja que nos enfrentemos a ello en nuestro propio beneficio. El padre del hijo pródigo en ningún momento se gozo del mal que estaba pasando su hijo, todo lo contrario, estuvo siempre deseando su retorno, como lo evidencia el hecho de que cuando el hijo volvió, él lo vio de lejos y salió corriendo (no caminando) a su encuentro y lo abrazó a pesar de que seguramente no venía muy limpio después de cuidar cerdos. Y el haberlo estado esperando era seguramente una señal de que sabía y sufría por lo que su hijo estaba viviendo.

Se goza de la verdad: una vez que nos hemos enfrentado a las consecuencias de la injusticia que hemos hecho, y hemos aprendido lo que necesitamos aprender de ello, y hemos sido liberados de ella por el conocimiento de la Verdad, se alegra con nosotros, de nuestra libertad y maduración, y limita los consecuencias a la mínima expresión posible, y nos restaura. Como el padre del hijo pródigo, que al volver su hijo, y oír lo que le dijo, que era la señal de su arrepentimiento y de haber encontrado la Verdad, de haber vuelto en sí, lo restauró a la plenitud de hijo, minimizando las consecuencias de la pérdida de la herencia que había recibido: lo vistieron con vestido nuevo, lo calzaron, pusieron el anillo de hijo en su mano, hicieron fiesta de celebración y mataron un becerro gordo para la ocasión.

Todo lo cree, todo lo espera. Nuestro Padre, siempre cree y espera lo mejor de nosotros, aún cuando estemos “caídos”. El está creyendo y esperando por nuestra restauración (lo que algunos tienen por tardanza en realidad es paciencia para que nos arrepintamos y volvamos a El) y prueba de ello es que los dones y el llamamiento que El nos ha hecho desde, al menos, el momento de la salvación, son irrevocables (no los quita). El padre del hijo pródigo, al recibirlo de nuevo como hijo y darle el anillo de autoridad, estaba claramente dando a entender que creía en su hijo plenamente y que esperaba lo mejor de él, aún a pesar de su fracaso reciente. Más importante que su fracaso era su volver en sí, más importante que desconfiar de su restauración era creer en ella.

Nunca deja de ser. El amor del Padre hacia cada uno de nosotros es eterno como El es eterno. El nos amó desde antes de la fundación del mundo y nos amará por toda la eternidad, su amor para con nosotros es eterno (Jer 31:3) y nada ni nadie, óigase bien, nada ni nadie, nos podrá separar de El (Rom 8:32-39).


Conclusión.

¡¡¡BENDITO, MARAVILLOSO, EXTRAORDINARIO, GRANDIOSO, MARAVILLOSO, INAGOTABLE, ETERNO E INCONDICIONAL AMOR DEL PADRE!!!, Permítenos Señor cada día conocer y experimentar más de El, refugiarnos en El en medio de todas las batallas de nuestras vidas, somos terriblemente necesitados de El. Gracias porque tú lo has hecho disponible para nosotros por la Cruz, la Sangre y la Vida de Cristo. ¡¡¡BENDITO Y MARAVILLOSO CRISTO, gracias por hacernos disponible el amor del Padre, para experimentar el mismo amor de El que Tú experimentas!!! ¡¡¡Gracias MARAVILLOSO ESPÍRITU SANTO por guiarnos cada día a la maravillosa VERDAD del AMOR del Padre y aplicarlo a nuestra vida diariamente!!!

¡¡¡¡¡Señor, por favor líbranos de nosotros mismos, libra a los demás de la perversidad de nuestra alma no renovada y líbranos de la perversidad del alma engañosa de los demás!!!!!!!

Y Señor ¡¡¡¡¡Gracias porque a pesar de ello, y conociendo la perversidad de nuestras almas, EN CRISTO Y POR EL, Tu nos amas muchísimo más de lo que cabe en nuestra mente pensar, nada nos puede separar de tu eterno amor y de tu GRACIA que nos sustenta (Rom 8:39), nos aceptas tal cual somos hoy (Efe 1:6), aunque lo perfeccionaras de día en día (Fil 1:6) y nos llamas a colaborar contigo en tu obra de perfeccionar a otros (Efe 4:11-13, 1 Cor 3:9), tal vez menos imperfectos que nosotros. Maravillosa e incomprensible GRACIA, que mientras más tratamos de entenderla menos la entendemos pero nos sumergimos totalmente en ella para disfrutar de TU PERFECTO Y ETERNO AMOR, que cubre multitud de pecados, fracasos y faltas hasta setenta veces siete (1 Ped 4:8, 1 Jn 4:18, Mat 18:22) y echa fuera el temor!!!!!!!




16 Nov 2011