Estudio Bíblico

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Módulo 114. Finanzas personales.



CONEXIÓN ENTRE LA VIDA ESPIRITUAL Y EL DINERO (1).

Hay muchos hermanos en el Cuerpo de Cristo que constantemente, a pesar de ser buenos creyentes, lectores de la Palabra y asistentes fieles a las actividades de la Iglesia, y con un buen testimonio en muchas áreas de su vida, siempre están en un subibaja metidos en problemas económicos y tienen como un “tope” en su vida espiritual, aún cuando no hay evidencias de que anden en pecado.

Lo que hoy vamos a estudiar tiene que ver con ese “tope”, que aunque no es el único que puede haber al crecimiento y desarrollo espiritual de los creyentes, si es uno que muchas veces no lo vemos como tal, y por lo mismo, no tratamos adecuadamente con él y con su eliminación, por lo que, por ello mismo, mantiene atado el desarrollo espiritual de una gran cantidad de hermanos y hermanas en el Cuerpo de Cristo y los mantiene neutralizados en el servicio a Dios para alcanzar este mundo para Cristo y para implementar los principios del Reino de Dios sobre la tierra, transformándola en una tierra de bendición en lugar de una de maldición.

Si Dios en Su Palabra habla sobre un tema de una manera recurrente, amplia y frecuente, ello quiere decir que ese tema tiene que revestir una importancia capital o estratégica en las relaciones de El con Su Pueblo y con Sus hijos, porque si no, no invertiría tanto tiempo en ello.

En la Palabra de Dios encontramos más de 2,000 versículos que tienen que ver con dinero, bienes y riquezas en tanto que hay más o menos unos 500 que tienen que ver con fe y otro número más o menos igual que tienen que ver con oración. Mucho menos tienen que ver con el ayuno y la predicación de la Palabra.

Ello es así porque nuestra actitud hacia el dinero, los bienes y la riqueza va a determinar el nivel de nuestra vida espiritual, y por ende, el nivel de nuestra relación con Dios, constituyéndose ya sea en un obstáculo (lo que sucede la mayor parte de las veces) o en un catalizador de ella.



Sacando a luz el “tope”: el joven rico.

“Entonces vino uno y le dijo: Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna? El le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos. Le dijo: ¿Cuáles? Y Jesús dijo: No matarás. No adulterarás. No hurtarás. No dirás falso testimonio. Honra a tu padre y a tu madre; y, Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El joven le dijo: Todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué más me falta? Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme. Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones. Entonces Jesús dijo a sus discípulos: De cierto os digo, que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios. Sus discípulos, oyendo esto, se asombraron en gran manera, diciendo: ¿Quién, pues, podrá ser salvo? Y mirándolos Jesús, les dijo: Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible. Entonces respondiendo Pedro, le dijo: He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos? Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna. Pero muchos primeros serán postreros, y postreros, primeros.” (Mat 19:16-30).

Contrario a lo que muchos han creído al estudiar este pasaje, el joven rico era el equivalente a un creyente de hoy, no un incrédulo. Ello se comprueba cuando Jesús le dice que cumpla los mandamientos a lo cual él contesta que ya lo hacía, lo que también implicaba que diezmaba y ofrendaba.

Entonces, al preguntar “¿Qué bien haré para tener la vida eterna? lo que en realidad estaba preguntándole a Jesús era: “qué tengo que hacer para tener más de Dios”, que es también lo que muchos creyentes hoy en día le pedimos al Señor: “quiero más de ti”.

¿Qué es lo que Jesús le contesta?: “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme”. Entonces, dice la Palabra, que el joven se fue triste porque tenía muchas posesiones y no las quería perder. En otras palabras, lo que sucedió es que por su actitud hacia las riquezas, los bienes y el dinero, su vida espiritual topó; no avanzó a un nuevo y superior nivel espiritual. Ello nos enseña, que si bien la Palabra de Dios dice que El nos quiere llevar de “gloria en gloria” (2 Cor 3:18) nosotros podemos ponerle freno a nuestro crecimiento espiritual debido a una actitud equivocada acerca de lo económico, aún cuando diezmemos y ofrendemos. El diezmo y las ofrendas no son el final del trato de Dios con nuestras finanzas, más bien son solo el principio.

Para ir de “gloria en gloria¨, para pasar constantemente de un nivel espiritual a otro superior, para que en nuestra vida espiritual haya un creciente desarrollo, ese pasaje nos indica que es necesario tener, por lo menos, tres cosas:
a) Obediencia (guardar los mandamientos).
b) Tener una actitud adecuada acerca de las riquezas:
a. Servirnos de ellas no servirlas a ellas.
b. No atesorarlas en nuestro corazón sino en el cielo.
c. Actitud de administradores, no de propietarios.
i. No afanarnos por ellas.
c) Ser un verdadero discípulo: seguir a Cristo, morir a nosotros mismos, constantemente.



La parábola del sembrador.

“Oíd, pues, vosotros la parábola del sembrador: Cuando alguno oye la palabra del reino y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Este es el que fue sembrado junto al camino. Y el que fue sembrado en pedregales, éste es el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo; pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza. El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa. Mas el que fue sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende la palabra, y da fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno.” (Mat 13:18-23).

“Estos son los que fueron sembrados entre espinos: los que oyen la palabra, pero los afanes de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa.” (Mar 4:18-19).

“La que cayó entre espinos, éstos son los que oyen, pero yéndose, son ahogados por los afanes y las riquezas y los placeres de la vida, y no llevan fruto. Mas la que cayó en buena tierra, éstos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia.” (Luc 8:14-15).

En esta parábola, Jesús nos enseña claramente, sin ningún lugar a dudas, con total claridad, evidencia y tres veces, una en cada uno de los tres primeros Evangelios, que el afán de este siglo, el engaño de las riquezas, las codicias de las cosas y los placeres de la vida, hacen que la Palabra sea ahogada e infructuosa en la vida de las personas, y por lo tanto, le ponen un tope al desarrollo de su vida espiritual. Allí vemos claramente que no es asunto de diezmar u ofrendar, es un asunto de actitud que va más allá de lo mínimo.

También en Luc 8.15, Jesús nos da la solución: para que una persona se pueda desarrollar espiritualmente y mantenga su crecimiento constante mediante la recepción de la Palabra y su consiguiente fructificación, más que trabajar en hacer que la gente diezme y ofrende, lo que necesitamos es trabajar con las actitudes de su corazón para remover esos topes y que la Palabra encuentre un campo que la retiene y que está dispuesto a dar fruto con perseverancia.



El afán y la ansiedad.

“Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal.” (Mat 6:25-34).

En innumerables pasajes la Palabra de Dios nos ordena (no es sugerencia, es orden), que no nos afanemos, y generalmente, ello está indicado en el contexto de afán por las cosas materiales. ¿Por qué esa insistencia? Porque el afán no nos permite concentrarnos en nuestra vida espiritual y en nuestra relación con Dios, sino que más bien, nos limita y nos aparta de El, tratando de conseguir aquellas cosas que por lo general giran alrededor del dinero, los bienes y/o la riquezas o sus símbolos, por lo cual estamos afanados.

Superar eso y crecer espiritualmente, la misma Palabra en este pasaje nos dice como lograrlo:
a) Que no busquemos esas cosas porque eso es lo que hacen los pecadores (esa es una mala actitud).
b) Que busquemos primeramente el reino de Dios y Su Justicia, lo que implica un cambio de actitud que nos va a llevar a crecer en nuestra vida espiritual y en nuestra relación con el Señor, incrementando nuestra fe.
c) El Señor se va a ocupar de que tengamos todo lo que necesitamos, no por nuestro esfuerzo ni por nuestros méritos, ni por nuestras obras, sino como resultado de Quien es El en nuestras vidas: nuestro Padre, nuestro Proveedor, que siempre está pendiente de lo que necesitamos para proveernos.

En consecuencia, para crecer espiritualmente, necesitamos cambiar nuestras actitudes respecto al dinero, los bienes y las riquezas, lo cual comienza con diezmar y ofrendar, pero que no se queda allí sino que va más allá: un cambio profundo y radical en el corazón para desapegarnos totalmente, romper toda conexión de dependencia material y/o emocional y/o espiritual con las cosas materiales. Que pasemos de dejar de ser dependientes de ellas (como es la cultura del mundo) a ser dependientes únicamente de Dios e independizarnos de ellas.


25 Ene 2012