Estudio Bíblico

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Módulo 212. Reyes y Sacerdotes.



Funciones de los reyes y sacerdotes (1).



El trabajo, nuestra función general.

Como ya lo mencionamos en el capítulo anterior, la función básica de los reyes y sacerdotes es el trabajo, independientemente que sea en el orden secular o eclesiástico, que es el primer ministerio que Dios le dio al hombre y a la mujer, y que refleja la imagen de Dios de la cual somos portadores:

“Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase.” (Gen 2:15).

“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra.” (Gen 1:26-28).

“Y Jesús les respondió: Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo.” (Jn 5:17).

De hecho, el primer marco de referencia que tenemos de Dios en la Biblia es la de un trabajador creativo que hizo todo cuanto existe (Gen 1:3-31), que trabajó durante seis días arduamente creando todo lo que hoy existe, y descansó de todo su trabajo de esos seis días el séptimo (Gen 2:1-3).



Trabajo, mundo espiritual y mundo social y natural.

Una forma práctica de definir, en forma más específica las funciones de los reyes y sacerdotes es la de que el primero se refiere a nuestra actividad en el mundo social y natural en tanto que el segundo se refiere a nuestra actividad en el mundo espiritual y traer el reino espiritual de Dios a los otros dos. De alguna manera, nosotros somos el canal por el cual el mundo espiritual de Dios se manifiesta y se establece en el mundo natural y social. Aún cuando no somos del mundo, estamos en el mundo para traer a sus dos dimensiones (natural y social) el Señorío, Orden y Reino de Dios.

“Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. (Mat 6:9-10).

“Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo. (Jn 17:14-18).

“Vosotros sois la sal de la tierra (impide que el mundo sea peor; trae orden y permite el progreso del mundo; pone límite a la corrupción y a la maldad); pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo (le damos dirección, visión, rumbo al mundo orientándolo hacia los principios de la Palabra); una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.” (Mat 5:13-16).

Cada uno de nosotros somos la respuesta de Dios a la oración de Jesús en el Padre Nuestro: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.” (Mat 6:10), por cuanto que como sacerdotes somos los responsables de conocer el Reino de Dios y Su voluntad para el tiempo y lugar específicos en el que nos desenvolvemos, y como reyes somos los responsables de traer el orden y la voluntad del Reino de Dios a la tierra a través de la tarea de discipular naciones que nos encomendó Jesús en Mat 28:18-20 en base a la autoridad que el Padre le dio sobre ellas y que El nos delegó a nosotros para que en Su Nombre las traigamos bajo el Señorío de Cristo:

“dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra.” (Efe 3:9-10).

“Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora;” (Rom 8:19-22).



El principio básico del Ministerio de los Reyes y Sacerdotes.

Este principio es el del orden. De hecho, este principio es el primer principio del Cielo, y está contenido en los primeros 3 versículos de la Biblia, del capítulo 1 del libro de Génesis:

“En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz.” (Gen 1:1-3).

En Gen 1:1 dice que en el principio creó Dios los cielos y la tierra. La misma Palabra de Dios dice en 1 Cor 14:33 que Dios no es Dios de confusión, por lo tanto es un Dios de orden. En consecuencia, si Dios creó los cielos y la tierra, los creó ordenados.

Pero en la primera parte del versículo dos dice que la tierra estaba desordenada y vacía y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo. ¿Qué fue lo que desordeno y vació la tierra y la llenó de tinieblas?. Una primera señal que encontramos en esos versículos es la referencia a las tinieblas. El causante de las tinieblas es definitivamente el diablo.

Otra referencia a lo mismo lo encontramos en el vacío que se produjo, lo cual también es causado por el diablo por cuanto él es el que roba –vacía- (Jn 10:10). En consecuencia, el desorden también lo produjo el diablo, y por la experiencia práctica de nuestras propias vidas antes de conocer a Cristo –desordenadas y vacías-, no nos debería caber la menor duda de ello.

La presencia del pecado (que es el resultado de la obra del diablo en nuestras vidas) produce desorden; cuando en un negocio o en una organización se producen robos, desfalcos, estafas, etc., como preludio a la comisión de ese delito y pecado, se produce desorden para tratar de encubrirlo; la corrupción en los gobiernos de los países también es precedida por desorden organizacional y de los procesos para encubrirla, etc.

Esos efectos de la obra del diablo tienen su sustento bíblico en lo siguiente: si la presencia del diablo ya se manifiesta en el Edén, y en ningún versículo del primer capítulo de Génesis después del versículo tres, que es cuando Dios comienza a crear todo, aparece que Dios hubiera creado al diablo (que es un ser creado), o que hubiera caído del cielo en ese lapso, podemos entonces deducir que su creación debió haber sucedido antes de ese versículo, en el versículo uno, y entre el uno y el dos su caída del cielo descrita en:

“¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones. Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo. Mas tú derribado eres hasta el Seol, a los lados del abismo. Se inclinarán hacia ti los que te vean, te contemplarán, diciendo: ¿Es éste aquel varón que hacía temblar la tierra, que trastornaba los reinos; que puso el mundo como un desierto, que asoló sus ciudades, que a sus presos nunca abrió la cárcel? Todos los reyes de las naciones, todos ellos yacen con honra cada uno en su morada; pero tú echado eres de tu sepulcro como vástago abominable, como vestido de muertos pasados a espada, que descendieron al fondo de la sepultura; como cuerpo muerto hollado. No serás contado con ellos en la sepultura; porque tú destruiste tu tierra, mataste a tu pueblo. No será nombrada para siempre la descendencia de los malignos. Preparad sus hijos para el matadero, por la maldad de sus padres; no se levanten, ni posean la tierra, ni llenen de ciudades la faz del mundo.” (Isa 14:12-21).

En consecuencia, el diablo provoca el desorden, el vacío y las tinieblas.

Nosotros como reyes y sacerdotes de Dios, a través del trabajo, somos los indicados a restaurar el orden y echar fuera las tinieblas con la luz de la que somos portadores que es la Luz de Cristo, para posibilitar que Dios llene de bendición, no solo nuestras vidas, nuestras familias y nuestras iglesias, sino nuestras actividades, organizaciones, comunidades y naciones.

“En el bien de los justos la ciudad se alegra; mas cuando los impíos perecen hay fiesta. Por la bendición de los rectos la ciudad será engrandecida; mas por la boca de los impíos será trastornada.” (Prov 11:10-11).

Sin ese orden no se va a manifestar la bendición, porque el diablo, a través del desorden, se la roba. Nosotros somos los co-laboradores de y con Dios, de la restauración del orden en toda la creación, para que cumpla las funciones para las cuales fue creada por Dios: producir, fructificar, para suplir todas las necesidades de todas las criaturas de Dios, y por supuesto, de todos los hijos e hijas de Dios.

De hecho, la creación entera (el mundo natural y social) están esperando nuestra influencia para iniciar la restauración de sus funciones originales dadas por Dios.

“Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo.” (Rom 8:19-23).

Note que ese pasaje dice que la creación está aguardando ardientemente la manifestación de los hijos de Dios –aquí y ahora-, que apunta hacia nuestra responsabilidad –hoy-, y no la manifestación del Hijo de Dios que implicaría que la restauración se empezaría y realizaría hasta la Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo. Tal como nosotros, que fuimos redimidos de una sola vez cuando fuimos salvos, y la plenitud de nuestra redención se manifestará cuando en la tierra se establezca la “Nueva Jerusalén” (Apo 21:2), o sea que estamos en un proceso que podríamos denominar “ya pero todavía no”, así la creación entera debe pasar por ese mismo proceso, comenzando ahora con nuestra administración y mayordomía bíblica sobre ella, hasta que se manifieste su plenitud de redención cuando Dios traiga “cielos nuevos y tierra nueva” (Apo 21:1).


Implicaciones prácticas generales del principio del orden.

Esa tarea de poner orden implica, a un nivel general, crear estructuras, organizaciones y sistemas que permitan el mejor aprovechamiento de los recursos, la asignación de responsabilidades, el cumplimiento de las responsabilidades y el manejo ordenado de las comunicaciones, así como la realización de todas las cosas que deben ser hechas en beneficio de toda la humanidad y de toda la creación: de su preservación, productividad y eficiencia en el cumplimiento de los propósitos de Dios para ella.

En nuestro marco específico, en nuestro campo específico de trabajo, implica, en consecuencia, crear una estructura, una organización y sistemas internos en nuestro ámbito jurisdiccional (nuestro ámbito de autoridad) que faciliten el cumplimiento de esos mismos objetivos al nivel micro. Ello implica organizar las relaciones y procesos y emitir las normas (políticas) que garanticen ese funcionamiento, mantenimiento y desarrollo.

“Aconteció que al día siguiente se sentó Moisés a juzgar al pueblo; y el pueblo estuvo delante de Moisés desde la mañana hasta la tarde. Viendo el suegro de Moisés todo lo que él hacía con el pueblo, dijo: ¿Qué es esto que haces tú con el pueblo? ¿Por qué te sientas tú solo, y todo el pueblo está delante de ti desde la mañana hasta la tarde? Y Moisés respondió a su suegro: Porque el pueblo viene a mí para consultar a Dios. Cuando tienen asuntos, vienen a mí; y yo juzgo entre el uno y el otro, y declaro las ordenanzas de Dios y sus leyes. Entonces el suegro de Moisés le dijo: No está bien lo que haces. Desfallecerás del todo, tú, y también este pueblo que está contigo; porque el trabajo es demasiado pesado para ti; no podrás hacerlo tú solo. Oye ahora mi voz; yo te aconsejaré, y Dios estará contigo. Está tú por el pueblo delante de Dios, y somete tú los asuntos a Dios. Y enseña a ellos las ordenanzas y las leyes, y muéstrales el camino por donde deben andar, y lo que han de hacer. Además escoge tú de entre todo el pueblo varones de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad, que aborrezcan la avaricia; y ponlos sobre el pueblo por jefes de millares, de centenas, de cincuenta y de diez. Ellos juzgarán al pueblo en todo tiempo; y todo asunto grave lo traerán a ti, y ellos juzgarán todo asunto pequeño. Así aliviarás la carga de sobre ti, y la llevarán ellos contigo. Si esto hicieres, y Dios te lo mandare, tú podrás sostenerte, y también todo este pueblo irá en paz a su lugar.” (Exo 18:13-23).

Otra faceta de traer orden al área y actividad en la que nos desarrollamos implica la de dirigir, dar dirección, marcar el rumbo, ejercer influencia para orientar las cosas en una determinada dirección, o lo que es lo mismo, proveer una visión para esa área y actividad específica, un lugar de destino, que debe ser definido en la presencia de Dios y que es la manifestación de su buena, agradable y perfecta voluntad:

“Sin profecía (o visión) el pueblo se desenfrena; mas el que guarda la ley es bienaventurado.” (Prov 29:18).

“Y Jehová me respondió, y dijo: Escribe la visión, y declárala en tablas, para que corra el que leyere en ella. Aunque la visión tardará aún por un tiempo, mas se apresura hacia el fin, y no mentirá; aunque tardare, espéralo, porque sin duda vendrá, no tardará. He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; mas el justo por su fe vivirá.” (Hab 2:2-4).

La visión es como el mapa que nos dirige a través de las circunstancias de la vida y principalmente de los problemas y situaciones que buscan desviarnos del propósito y destino que Dios tiene para nosotros y que es un destino de bendición:

“Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis.” (Jer 29:11).

“Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” (Efe 2:10).

“No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” (Rom 12:2).

La visión, no solo enunciada, sino acompañada del compromiso de seguirla y de no desviarnos de su cumplimiento, impide que nos extraviemos cuando surgen las dificultades o también las oportunidades que por seguir lo bueno nos pueden impedir alcanzar lo mejor de Dios para nosotros y nuestras organizaciones.

25 Ene 2012