Estudio Bíblico

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Módulo 212. Reyes y Sacerdotes.



FUNCIONES DE LOS REYES Y SACERDOTES (4).



“Llenar la tierra” significa administrar los recursos espirituales, sociales, mentales, físicos, etc., que tenemos y orientarlos a llenar los vacíos, las necesidades que detectemos a nuestro alrededor. Sin ningún lugar a dudas, ello implica que nosotros somos el instrumento de Dios para solucionar los problemas de este mundo. Las soluciones no pueden venir de ningún otro lado más que de Dios a través de sus hijos e hijas. No es por casualidad que el conjunto de los hijos e hijas de Dios es denominado por El, el Cuerpo de Cristo. El instrumento a través del cual la Cabeza, que es Cristo, actúa en la tierra.

“En el bien de los justos la ciudad se alegra; mas cuando los impíos perecen hay fiesta. Por la bendición de los rectos la ciudad será engrandecida; mas por la boca de los impíos será trastornada.” (Prov 11:10-11).

“Cuando los justos dominan, el pueblo se alegra; mas cuando domina el impío, el pueblo gime.(Prov 29:2).

“Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.” (Mat 5:13-16).

El bienestar de nuestras familias, organizaciones, comunidades y naciones, según lo que establece con toda claridad la Palabra de Dios es nuestra responsabilidad como creyentes. No es de los políticos, los gerentes y/o los que están en eminencia. Indudablemente que ellos tienen una gran responsabilidad también, pero la responsabilidad que Dios ha delegado en ellos no nos exime a nosotros de una responsabilidad igual o mayor por cuanto ellos pueden tener los ojos de su entendimiento cegados para no entender la Palabra y los Principios de Dios, pero nosotros, los creyentes, hemos sido trasladados de las tinieblas a la luz, y tenemos a la Luz y a la Verdad habitando en nosotros. Y procurar el bienestar de nuestras familias, organizaciones, comunidades y naciones, no es algo que se vaya alcanzar por el simple hecho de convertirnos a Cristo, participar en una comunidad de creyentes y conocer la Palabra de Dios. Debe ser un esfuerzo deliberado, no haciendo el mínimo posible, aunque sea orando por que otros lo hagan, sino el máximo posible mediante una participación comprometida personal, de acuerdo a lo que el Señor Jesús nos enseña en varios pasajes: la parábola del buen samaritano, la parábola de las ovejtas y los cabritos, etc.

“Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo? Respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto. Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese. ¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? Él dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo.” (Luc 10:29-37).

Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis. Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis. Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.” (Mat 25:31-46).

Vuelvo a insistir: somos la respuesta de Dios para las necesidades de este mundo. Somos los instrumentos que Dios quiere usar para bendecir al mundo supliendo sus necesidades. Los recursos que Dios nos pone en abundancia, si ya tenemos un nivel de vida aceptable, no son para que incrementemos nuestro lujo, comodidad, estándar de vida, etc., sino que El nos da semilla para que la sembremos en esas necesidades, para que seamos ricos para con El y acumulemos tesoros en el cielo.

Por otro lado, las necesidades que El nos permite ver son oportunidades de servicio que El nos provee para que nos involucremos en el proceso de suplirlas con los recursos que El nos provea. Son oportunidades de crecer como seres humanos, de manifestar el fruto del Espíritu, la compasión y el amor de Dios hacia aquellos en necesidad. No nos hagamos insensibles a esas necesidades como el sacerdote y el levita que pasaron junto al hombre medio muerto en el camino sin detenerse, evadiendo su responsabilidad de amor hacia un mundo perdido que es amado por nuestro Padre, y en el cual estamos para manifestar ese amor.


“Sojuzgar” es un término equivalente a avasallar, dominar, poner bajo control, mantener el orden. En consecuencia, significa poner bajo control todas las circunstancias y todas las cosas para evitar que se descontrolen, causando desorden.

En este punto es interesante notar, que de acuerdo a este mandato de Dios, los seres humanos fuimos diseñados por Dios para vivir poniendo las circunstancias y las cosas bajo nuestro control y no poniéndonos nosotros bajo el control de ellas. Un incumplimiento de este mandato es cuando dejamos que la opinión de los demás, el valor que los demás nos asignen, el “que dirán”, el dinero, los bienes, las riquezas, nuestra posición social o jerárquica, la moda, la publicidad, los condicionamientos y normas sociales, nuestro egoísmo, etc., controlen nuestras vidas determinando nuestras decisiones y acciones, en lugar de que Dios, Su Palabra y Su Espíritu Santo las controlen.

Cuando ello sucede es cuando los “caminos que al hombre le parecen derechos en su propia opinión” nos controlan y entonces su consecuencia es “muerte” (una vida de inferior calidad a la que Dios diseño para nosotros, una vida que se vive independientemente de Dios, fuera de Su Voluntad, y por lo tanto, fuera de sus bendiciones) (Prov 16:25).

Debemos recordar que por decisión de Dios, por su infinita gracia y misericordia para con los seres humanos, fuimos diseñados por El para ser conquistadores y no conquistados, amos y no siervos de las circunstancias y de las cosas.

“Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies: ovejas y bueyes, todo ello, y asimismo las bestias del campo, las aves de los cielos y los peces del mar; todo cuanto pasa por los senderos del mar.” (Sal 8:3-8).

El concepto de sojuzgar lleva implícito el concepto de batalla, ya que usualmente, sojuzgar, poner bajo dominio y control algo implica luchar en contra de ello. Y las batallas y las guerras son también una función de los reyes. Las batallas que nosotros como reyes y sacerdotes para Dios debemos librar son batallas que se realizan en dos ámbitos: el mundo espiritual y el mundo natural, aunque con la gran diferencia en relación a las guerras y batallas de las que somos informados en los medios de comunicación actualmente, que nuestro General Supremo, el Señor Jesucristo, ya derrotó total y completamente a nuestro enemigo, y lo único que nosotros debemos hacer es mantenerlo en su lugar de derrota y despojo.

“Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz, y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz.” (Col 2:13-15).

Contrario a las guerras que se producen en el mundo natural, las que nosotros libramos no son guerras contra personas de carne y hueso, sino contra seres espirituales que han influido en las personas para que sus pensamientos, ideas, conceptos y acciones sean contrarias a la Palabra y al conocimiento de Dios:

“Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos; “ (Efe 6:12-18).

“Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo, y estando prontos para castigar toda desobediencia, cuando vuestra obediencia sea perfecta.” (2 Cor 10:3-6).

Las armas de esas batallas tampoco son armas terrenales, sino las armas espirituales que Dios nos ha dejado: la Palabra de Dios (la Verdad) que nos hace libres (Jn 8:32-33), la justicia de Dios en Cristo Jesús que nos provee la salvación, la paz en nuestras relaciones con otros (implica que no atacamos a las personas sino a los entes espirituales demoníacos que influyen en ellos y en su manera de pensar para que actúen incorrectamente), la oración, la alabanza y la adoración.

Sin librar y ganar esta batalla espiritual, nada en el mundo terrenal va a sufrir cambios porque las personas no van a estar abiertas a la Palabra de Dios que transforma sus vidas y por lo tanto sus acciones y sus relaciones que finalmente son las responsables del entorno, tampoco van a cambiar, y precisamente ese cambio (a través del discipulado y del conocimiento de la Palabra de Dios) es, en última instancia, nuestra meta como colaboradores de Dios en el establecimiento del Reino de Dios en nuestro entorno social.

Ahora bien, antes de comenzar a ganar la batalla para otros, debemos comenzar a ganar la batalla para nosotros mismos. Antes de comenzar a derribar las fortalezas argumentativas que el diablo ha levantado en la mente de otros, debemos comenzar a derribar las que ha levantado en nuestra propia mente. Y ello implica no solo la batalla contra las huestes de maldad que han sembrado sus pensamientos en nosotros, sino la renovación de nuestra mente, mediante la sustitución total de nuestros viejos principios, valores y pensamientos instalados en nuestra mente por el diablo a través del mundo y la carne, por los de la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre.

“Por eso, hermanos míos, ya que Dios es tan bueno con ustedes, les ruego que dediquen toda su vida a servirle y a hacer todo lo que a El le agrada. Así es como se debe adorarlo. Y no vivan ya como vive todo el mundo. Al contrario, cambien de manera de ser y de pensar. Así podrán saber qué es lo que Dios quiere, es decir, todo lo que es bueno, agradable y perfecto.” (Rom 12:1-2, Biblia para todos).

“Por eso, ya no vivan ni sean como antes, cuando los malos deseos dirigían su manera de vivir. Ustedes deben cambiar completamente su manera de pensar, y ser honestos y santos de verdad, como corresponde a personas que Dios ha vuelto a crear para ser como El.” (Efe 4:22-24, Biblia para todos).

O sea que nuestra batalla es doble: oponernos a las huestes espirituales de maldad transformando nuestra manera de pensar, y batallando contra ellas para que “suelten” a los otros y la Palabra de Dios también los pueda transformar, para que les resplandezca la luz del Evangelio y eche fuera las tinieblas que puedan haber en sus mentes y corazones.

“Pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios.” (2 Cor 4:3-4).

“La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella.” (Jn 1:5).


“Señorear” significa mandar en una cosa como dueño de ella, disponer de ella, administrarla, aprovecharla, utilizarla, etc. Dios ha puesto toda la Creación a nuestra disposición y bajo nuestro señorío para que la administremos de acuerdo a sus propósitos de bendecir a todas las personas. Nuestro señorío no es para hacer lo que se nos de la gana sino para administrarla de acuerdo a los principios y objetivos de Dios.

Como hijos de Dios y coherederos con Cristo (Rom 8:17), toda la creación y sus recursos es nuestra, pero no para que atesoremos aquí en la tierra sino para que así como Dios provee la luz del sol y el aire a buenos y malos, así nosotros seamos administradores de todos los recursos y sus resultados para distribuirlos entre todos los seres humanos de acuerdo a sus necesidades. No es para que la administremos en nuestro propio beneficio sino para la gloria de nuestro Padre.

“Te pondrá Jehová por cabeza, y no por cola; y estarás encima solamente, y no estarás debajo, si obedecieres los mandamientos de Jehová tu Dios, que yo te ordeno hoy, para que los guardes y los cumplas.” (Deut 28:13).

“Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís. Mas el que hace injusticia, recibirá la injusticia que hiciere, porque no hay acepción de personas.” (Col 3:23-25).

“Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios.” (1 Cor 10:31).

Para poder ejercer un señorío adecuado a lo que Dios espera de nosotros, debemos transformar nuestra manera de pensar en relación con nuestra vida, que no es para vivirla en función de nosotros mismos y de nuestros intereses egoístas enfocados en el corto plazo de la vida terrenal y con los valores terrenales, sino vivirla enfocándonos en los deseos de Dios, las necesidades de los demás y en el largo plazo de la vida eterna y con los valores del Reino de Dios. Es decir, no vivir en función de nosotros mismos y nuestros intereses, sino vivir en función del Reino de Dios y sus intereses.

“Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.” (1 Ped 4:10-11).

“Así, pues, téngannos los hombres por servidores de Cristo, y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel. Yo en muy poco tengo el ser juzgado por vosotros, o por tribunal humano; y ni aun yo me juzgo a mí mismo. Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado; pero el que me juzga es el Señor. Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios.” (1 Cor 4:1-5).

Tomando en cuenta lo anterior, el señorear implica, entonces, varias cosas:

a) Ser entendido en los tiempos, y aprovechar las oportunidades o prever los peligros para la expansión del Reino en la tierra. Debemos ser entendidos en los tiempos para levantar nuestra voz como atalayas en contra de los peligros que los tiempos traen consigo:

“De los hijos de Isacar, doscientos principales, entendidos en los tiempos, y que sabían lo que Israel debía hacer, cuyo dicho seguían todos sus hermanos.” (1 Cro 12:32).

“Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Hijo de hombre, habla a los hijos de tu pueblo, y diles: Cuando trajere yo espada sobre la tierra, y el pueblo de la tierra tomare un hombre de su territorio y lo pusiere por atalaya, y él viere venir la espada sobre la tierra, y tocare trompeta y avisare al pueblo, cualquiera que oyere el sonido de la trompeta y no se apercibiere, y viniendo la espada lo hiriere, su sangre será sobre su cabeza. El sonido de la trompeta oyó, y no se apercibió; su sangre será sobre él; mas el que se apercibiere librará su vida. Pero si el atalaya viere venir la espada y no tocare la trompeta, y el pueblo no se apercibiere, y viniendo la espada, hiriere de él a alguno, éste fue tomado por causa de su pecado, pero demandaré su sangre de mano del atalaya. A ti, pues, hijo de hombre, te he puesto por atalaya a la casa de Israel, y oirás la palabra de mi boca, y los amonestarás de mi parte. Cuando yo dijere al impío: Impío, de cierto morirás; si tú no hablares para que se guarde el impío de su camino, el impío morirá por su pecado, pero su sangre yo la demandaré de tu mano. Y si tú avisares al impío de su camino para que se aparte de él, y él no se apartare de su camino, él morirá por su pecado, pero tú libraste tu vida.” (Ezeq 33:1-9).


b) Administrar con justicia todas las cosas que Dios ponga bajo nuestro cuidado.

“El impío hace obra falsa; mas el que siembra justicia tendrá galardón firme. Como la justicia conduce a la vida, así el que sigue el mal lo hace para su muerte.” (Prov 11:18-19).

“Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas.” (Mat 7:12).

c) Dar ejemplo de excelencia, poner la norma.

“Exhorta asimismo a los jóvenes a que sean prudentes; presentándote tú en todo como ejemplo de buenas obras; en la enseñanza mostrando integridad, seriedad, palabra sana e irreprochable, de modo que el adversario se avergüence, y no tenga nada malo que decir de vosotros. Exhorta a los siervos a que se sujeten a sus amos, que agraden en todo, que no sean respondones; no defraudando, sino mostrándose fieles en todo, para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro Salvador.” (Tit 2:6-10)

“Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. (Mat 5:14-16).

25 Ene 2012