Estudio Bíblico

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Módulo 115. Vida laboral.



El primer ministerio de Dios al ser humano.



El trabajo: un ministerio.

Desde la perspectiva de todo lo anterior, si consideramos el ministerio como un llamado de Dios para servirle a El y a las personas, entonces, sin duda, el trabajo es un ministerio, y no solo un ministerio, sino el primer ministerio que Dios le dio a los seres humanos, aún anterior al ministerio sacerdotal, y a los dones ministeriales de la Iglesia.

Como tal, el trabajo constituye una oportunidad de aplicar los dos grandes mandamientos de la Ley (Mat 22:36-40), que a la vez son la única motivación auténtica para la realización del trabajo, y para su realización de la mejor manera posible, por cuanto, en última instancia, la razón de trabajar es para cumplir suplir las necesidades de Dios y los demás, y de lo cual deriva una compensación económica.

Al igual que con Adán y Eva, Dios ha creado para cada uno un lugar de trabajo (y/o negocio) donde puso toda la provisión, bendición y prosperidad para nosotros (Efe 1:3). Aún cuando las circunstancias no sean todo lo óptimo que quisiéramos o que hubieran sido si Adán no hubiera caído (espinas, abrojos, esfuerzo y sudor, Gen 3:17-19), sigue siendo nuestro lugar de provisión, prosperidad y bendición de parte de Dios.

El trabajo como ministerio es también un servicio de beneficio social a las personas, supliendo nuestras necesidades familiares (1ª. Tim 5:4, 5:8) y por lo tanto quitándole la carga a la sociedad por nuestro mantenimiento, y las necesidades comunitarias (2ª. Cor 8:13-14). En el Antiguo Testamento, por ley, los propietarios de terrenos estaban ordenados a compartir cosechas con el extranjero, la viuda, el huérfano, el débil, etc. Si bien en el Nuevo Testamento no existe una ley específica al respecto, precisamente porque estamos bajo la Gracia, que representa una superación de los principios y valores a los cuales debían sujetarse los creyentes bajo la ley, con mayor razón deberíamos estar ocupados los creyentes en usar de nuestro trabajo y negocios para el beneficio de los demás y no solo el personal. De acuerdo a ello, los fines de los negocios y/o de nuestro trabajo, bíblica y cristianamente hablando deberían ser (entrelazados e igualmente importantes unos y otros):
 Dar ganancias adecuadas a sus propietarios.
 Pagar salarios adecuados a sus colaboradores.
 Ofrecer condiciones y perspectivas laborales adecuadas y motivadoras a sus empleados.
 Servir adecuadamente a los clientes y proveedores.
 Pagar impuestos.
 Apoyar obras de beneficio social y comunitario.
 Invertir en investigación y desarrollo tendientes a mejorar la atención de las necesidades de quienes de alguna manera dependen del negocio y sus productos, así como aquellas que tiendan a promover y mejorar la calidad de la vida .
 Ejercer la propiedad y las actividades de negocios con un sentido de responsabilidad social, comunitaria y ecológica, evitando en lo posible, el deterioro ambiental y de las condiciones de vida de las personas, y si ello fuera inevitable, desarrollando proyectos y actividades alternas que compensen ese deterioro.

Como ministerio, y como el primer ministerio que Dios le dio al ser humano, el trabajo tiene las siguientes características:

• Por medio de El ejercemos la función de administradores de Dios sobre Su Creación.
• El trabajo constituye la parte principal del mandato cultural de Dios.
• Es una función del trabajo “cuidar” y “labrar” la Creación de Dios.
• Los resultados esperados por Dios del trabajo humano son: productividad, multiplicación, distribución justa de la producción, y el desarrollo de las habilidades creativas, de dominio y administración de las personas.
• Que el trabajo sea una forma de alabanza y adoración a Dios, y que ha través de él, Su Nombre sea exaltado.
• Que el trabajo sea una fuente de realización personal.
• Que el trabajo sea un medio o canal de servicio al prójimo.



Administradores de Dios.

En última instancia, el trabajo es equivalente a administrar, por delegación de Dios, una parte de Su Creación para cultivarla (de donde deviene la palabra y el contenido de la “cultura”) y cuidarla (Gen 2.15), que significa, según Gen 1:27-28: fructificar (productividad), multiplicar (desarrollo), llenar, sojuzgar y señorear.

Desde el momento que Dios le dio a Adán el mandato de cultivar y labrar el jardín (Gen 2:15), mandato que nunca fue revocado, sino solo cambió de forma por la caída (dificultad y desarrollo fuera del Edén), Dios le estaba dando ese nombramiento a toda la humanidad por cuanto en Adán (como primer hombre) estábamos presentes todos los seres humanos.

“Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.” (1 Ped 4:10-11).

“Así que, ninguno se gloríe en los hombres; porque todo es vuestro: sea Pablo, sea Apolos, sea Cefas, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo por venir, todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios. Así, pues, téngannos los hombres por servidores de Cristo, y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel.” (1 Cor 3:21-4:2).


Y como administradores, todos los seres humanos somos administradores privilegiados de Dios:

“Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies: ovejas y bueyes, todo ello, y asimismo las bestias del campo, las aves de los cielos y los peces del mar; todo cuanto pasa por los senderos del mar.” (Sal 8:3-8).

Ahora bien, los creyentes en Cristo somos más que administradores privilegiados, somos co-herederos de toda la Creación, hijos del Dueño que nos ha dado autoridad para administrar y gobernar sobre ella:

“El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.(Rom 8:16-17).



Trabajo y Mandato Cultural.

Todos los mandatos que Dios le ha dado al hombre pueden ser agrupados en tres grandes mandatos o temas:

• El mandato evangelístico, que consiste en predicar el Evangelio a toda criatura para que sean salvas y luego discipularlas para que vayan creciendo en todo en Cristo (Mat 28:18-20, Efe 4:15).

• El mandato cúltico o relativo al culto, contenido en Jn 4:23, que expresa que Dios está buscando adoradores en espíritu y verdad.

• El mandato cultural, que consiste en el trabajo para cuidar y labrar la creación de Dios (Gen 1.26-28) y traer al discipulado a las naciones (Mat 28.18-20) para que Cristo venga a ser la cabeza de todas las cosas (Efe 1.10).

El trabajo, que es la expresión más clara del mandato cultural, es la colaboración humana con el plan divino para administrar Su Creación a través del trabajo honroso (legítimo) que levante el nombre de Dios (lo glorifique, Jn 15:8). El mandato cultural, como los otros mandatos, es una expresión del amor, gracia y misericordia de Dios, que nos permite, sin necesitarnos y sin tener nosotros los méritos para ello, convertirnos en sus colaboradores, para hacer algo que El podría hacer por sí mismo, pero que ha decidido tomarnos en cuenta para hacerlo. En tal sentido, Dios siendo Dios, se ha “bajado” voluntariamente, cediéndonos una parte de sus derechos y prerrogativas como Creador y Señor de todas las cosas (Sal 8:3-8), en por lo menos, los siguientes aspectos en cuanto al Mandato Cultural:

• Para que a través del trabajo, los seres humanos como labradores de su Creación (la materia prima), transformemos esas materias primas en productos aún más útiles para nosotros.

• Para honrarnos eligiéndonos para depender de nuestra cooperación para cumplir Sus propósitos para su Creación:
o Si bien dependemos de Dios para la vida misma.
o Dependemos de los demás para suplir nuestras necesidades, y los demás dependen de nosotros para suplir las suyas, porque El nos ha constituido en Su Cuerpo y las manos que El usa para cumplir Su promesa de ser nuestro Proveedor y garantizar que nada nos faltará (Sal 23).

Por ello, el trabajo, en ese sentido, es una cooperación con Dios en su tarea de proveedor y suplidor, atendiendo a las necesidades de los demás, “ayudándolo” a cumplir Sus propósitos y aprovechando esta circunstancia para llevarnos a crecer hacia la madurez en el. En consecuencia, el trabajo es un servicio que prestamos en primera instancia a Dios y en segunda instancia, a las personas. Por ello es que el trabajo en realidad es un ministerio, porque como tal, es un instrumento de Dios para suplir las necesidades de las personas.

Dios, intencionalmente, a pesar de no necesitar hacerlo de ese modo, dispuso la producción de tal manera que necesita de la cooperación de los seres humanos para que se cumplan
Sus propósitos. No creó el planeta para que produzca frutos por sí mismo; las personas tenemos que someterlo y desarrollarlo. No plantó un huerto en el cual las flores y los frutos crecieran sin ayuda, más bien, lo hizo de tal manera que requiriera de un hortelano que lo cultivara.

Es Dios quien provee la tierra, la semilla, el sol, la lluvia; pero las personas tenemos que labrar: arar, sembrar y cosechar. Dios es el Creador y las personas somos los labradores; en el propósito de Dios van unidos creación y cultivo, materia prima y labor humana.

Y como es un ministerio de parte de Dios, nuestro trabajo, cualquiera que sea nuestra ocupación legítima, podemos y debemos desarrollarla para la gloria de Dios, para levantar Su Nombre. Además de ser una actividad que desarrollamos para levantar Su Nombre, también puede y debe constituirse en una forma de alabanza, agradecimiento, reconocimiento y adoración a Dios por su misericordia y gracia para con nosotros, al permitirnos haber sido escogidos para ser parte de lo que El está haciendo en el mundo. El trabajo es alabanza siempre que podamos comprender que nuestra tarea es una contribución, aunque sea pequeña e indirecta, a la realización del propósito de Dios para la humanidad. En este sentido, cualquier ocupación que tengamos podemos desarrollarla para la gloria de Dios (1 Cor 10:31).

En el trabajo, además de todo lo anterior, vemos una manifestación de la “Ley de la siembra y la cosecha”, tal como menciona John Stott en su libro “la Fe Cristiana frente a los desafíos contemporáneos” (Edit. Nueva Creación, Buenos Aires, 1999, primera reimpresión, pág. 189): “El trabajo es el consumo de energía (física, mental o ambas) en el servicio a los demás, que da como fruto la realización personal del trabajador, el beneficio de la comunidad y la gloria de Dios” En este sentido, el trabajo además de servicio es realización personal, y también adoración en el sentido de cooperación gozosa con los planes de Dios.

El mandato cultural (trabajo) implica dos actividades principales: cuidar la tierra y labrarla (Gen 2.15), y la obtención de por lo menos, cinco resultados de esas dos actividades: fructificación, multiplicación, llenado, sojuzgamiento y señorío.





25 Ene 2012