Estudio Bíblico

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Módulo 115. Vida laboral.



El mandato cultural: cuidar y labrar la tierra.



Cuidar la tierra.

El Señor, a todos los seres humanos, y con mayor razón a sus hijos, los creyentes, nos dio el encargo en Gen 2:15 de cuidar y labrar la tierra.

Cuidar significa, según el “Diccionario Enciclopédico Larousse”, poner esmero en una cosa, asistirla, ayudarla, conservarla, mirar por su salud, atenderla, ocuparse de ella. Ello significa que como administradores de la Creación, nos debemos convertir en sus cuidadores esmerados, lo que implica el cuidado de la tierra –los minerales—, los animales y las plantas, las cosas, el medio ambiente, etc. Los creyentes deberíamos ser los más interesados en conservar objetivamente y dentro de los demás mandamientos de administración de la Creación que nos impartió el Señor, la ecología y el medio ambiente, y no los ecologistas humanistas que devienen su orientación, por lo menos, de la “Nueva Era” que no son otra cosa que adoradores de la naturaleza en el sentido que Rom 1 lo menciona (por no tomar en cuenta a Dios terminaron adorando las obras de la creación y no al Creador).

Desde la perspectiva cristiana, la conservación del medio ambiente y la protección ecológica implicarían:

• Asistir y ayudar a la Creación a cumplir los objetivos para los cuales fue diseñada por Dios, es decir, suplir las necesidades de la conservación de la vida, tanto de los recursos naturales, como de las plantas, los animales, y principalmente, el ser humano, lo que implica, ayudarla a dar de sí misma la máxima productividad posible para beneficio de todos los seres vivos que existen sobre la faz de la tierra, no de unos pocos en perjuicio de la mayoría, ni la supresión de especies para aumentar la riqueza de algunos.

• Ello requiere de nosotros, como cristianos, como mínimo:

o El apoyo y la lucha por medios legítimos y legales, a la justa distribución de los frutos del trabajo humano y de la riqueza (el que no trabaje que no coma, lo que implica que el que trabaje si coma lo que necesita, no menos ni más de ello, 2 Tes 3:10), tanto a nivel nacional como internacional, y ello comenzando con el ejemplo que deberíamos estar dando los creyentes, apoyándonos unos a otros para que nadie, dentro del Cuerpo de Cristo, tenga escasez mientras otros tienen abundancia (Hch 2:44-47, Hch 4:32-35, 2 Cor 8:13-15), y atendiendo las necesidades básicas y la promoción humana para la auto-sostenibilidad de los pobres y marginados de la sociedad, sin distingos de ninguna especie y menos por razón de creencias religiosas, pues nuestro Padre hace salir el sol sobre justos e injustos y hace llover sobre buenos y malos (Mat 5:45).

o El apoyo y la lucha por medios legítimos y legales, a la protección y conservación de las especies y recursos naturales en extinción, promoviendo prohibiciones para la sobre-explotación de las mismas y de cualquier otra en peligro. Dios le dio a Adán y a Eva el encargo de multiplicarse y multiplicar los recursos de la Creación, no de disminuirlos (Gen 1.28). Ello debiera comenzar con los empresarios cristianos cuyas empresas estén siendo parte de este problema de agotamiento de especies y recursos naturales. En este sentido también podríamos dedicarnos a promover proyectos de reproducción de estas especies y recursos naturales en áreas protegidas.

o La promoción de la explotación racional de todos los recursos naturales y de las especies de animales y plantas, de tal manera que se conserven los ecosistemas, y los recursos vayan aumentando, no disminuyendo, en la medida en que la población mundial también vaya en aumento, evitando el desperdicio, el deterioro ambiental, la utilización de recursos naturales en artículos suntuarios destinados a satisfacer el consumismo, promoviendo el consumo racional de bienes, el reciclaje, la sustitución de artículos no reciclables por reciclables, y medidas similares.



Labrar la tierra.

Cultivar, según el “Diccionario Enciclopédico Larousse” significa dar a la tierra (los recursos naturales), las plantas y los animales, las labores necesarias para que, en primera instancia, se conserven, fructifiquen, se desarrollen y por ello, en última instancia, se multipliquen, desarrollando las facultades, habilidades, capacidades y destrezas necesarias para lograrlo.

Como podemos ver en la definición anterior, en el hecho de cultivar van implícitos dos beneficios o desarrollos: uno que se refiere a los objetos del cultivo (recursos naturales, plantas, animales) y otro referente a los sujetos que cultivan (la persona humana que en ese cultivo se va desarrollando a sí misma a la imagen de Dios, desarrollando sus capacidades creativas y de ingenio, la iniciativa, la responsabilidad, la productividad, la excelencia, etc.).

Del desarrollo que el ser humano va experimentando en el cultivo de la Creación de Dios, va surgiendo la cultura, que no es más que el conjunto de conocimientos adquiridos en el cultivo de la creación (conocimientos científicos y tecnológicos, desarrollo de instrumentos y pautas de trabajo y comportamiento, etc.) y el conjunto de estructuras sociales, económicas, políticas, religiosas, intelectuales, educacionales, artísticas, etc., que caracterizan una sociedad o una época.

En consecuencia, de las motivaciones y relaciones que se establecen en el “cultivo” de la Creación de Dios, surgen las culturas que pretenden perpetuar esas motivaciones y relaciones. Obviamente, si los patrones de “cultivo” están motivados por la codicia, las relaciones que se van a establecer entre los seres humanos y los resultados de las mismas van a ser injustas, en tanto que si están motivadas por el bien común, entonces las relaciones que se establezcan serán relaciones de justicia.

El pecado introdujo una variante negativa en los patrones de cultivo que Dios determino para Su Creación por parte de los seres humanos, de tal manera que se introdujeron la codicia, el egoísmo, la avaricia, y todas sus variantes y derivaciones, que constituyen un patrón injusto de relaciones y sistemas sociales de acaparamiento de la riqueza por unos cuantos y la pobreza de los muchos. Dios, sabedor de esta situación, en su infinita sabiduría, para el pueblo de Israel determinó las leyes relacionadas con el año de jubileo (Lev 25 y 27), en el cual todos volvían a sus posesiones, y se igualaban las oportunidades para todos, aunque en el camino, por factores de habilidad, diligencia, inteligencia, etc., se iban a producir diferenciaciones hasta por un período de 49 años, donde las cosas volverían a su estado original y volvería a comenzar el proceso de diferenciación. Con ello, ni se perpetuaba la diferenciación, ni se dejaba de estimular la diferenciación.

En esta era de la Iglesia, los creyentes deberíamos procurar lo mismo, aunque ya no por ley, ni en un período determinado de años, sino como una forma de vida y por amor, dando de gracia lo que por gracia hemos recibido. A esto nos referimos anteriormente cuando hablamos de la responsabilidad del cristiano de promover la justicia distributiva de la riqueza. En este sentido, el papel de los creyentes a través del trabajo (“cultivo”) de la parte de la Creación que Dios nos ha confiado, es la transformación de las relaciones sociales fundamentadas en un modelo codicioso, por relaciones fundamentados en un modelo de bien común.

En términos concretos aplicables al día de hoy, labrar la tierra, para los creyentes, significaría, entre otras cosas, lo siguiente:

• La aplicación en nuestras relaciones sociales personales (familia, trabajo, negocios, vida comunitaria, etc.), de los principios de justicia y bien común bíblicos, que son resultado del amor, que consiste en ver por el bien de los demás además de por el nuestro (Fil 2.3-4).

• La unidad con otros creyentes, para promover la aplicación de estos principios de justicia y bien común bíblicos, en ámbitos más extensos a los de nuestras relaciones personales, de tal manera de lograr, paulatinamente, la transformación de las relaciones sociales al interior de nuestras comunidades y naciones, por medios lícitos y legítimos, y principalmente, por el ejemplo que demos de los resultados prácticos de su aplicación (“en esto conocerán que son mis discípulos: en el amor de los unos por los otros”, Jn 13:35).

• La promoción del cambio cultural, de patrones basados en la injusticia resultantes del pecado, a los patrones determinados por Dios en Su Palabra, desarrollando los principios, valores y virtudes de la Palabra, promoviendo su divulgación, conocimiento y aplicación práctica en la vida de la nación, y su incorporación a la legislación y actividad gubernamental cotidiana.



Resultados del cuidado y cultivo de la tierra.

Cuando Dios le dio el mandato a Adán y Eva de desarrollar la imagen de El en ellos, a través del trabajo, y habilitándolos para que les fuera bien en la vida (“y los bendijo”, Gen 1.27), les indicó otros resultados concretos que tal trabajo debía dar: fructificar, multiplicar, llenar, sojuzgar y señorear (Gen 1:28). Al darles esos objetivos, (lo que implica también que son los nuestros) Dios estaba proveyendo retos a los seres humanos para desarrollar sus conocimientos, habilidades, capacidades y destrezas, tanto intelectuales como científicas y tecnológicas, que darían como resultado el desarrollo de sí mismo a la imagen de Dios en niveles crecientes. El significado de cada uno de esos objetivos es:

Fructificar: se refería a que procuraran que cada recurso disponible que utilizaran produjera la mayor cantidad de fruto posible. Implicaba la racionalización y optimización de los recursos disponibles. Hoy, esta tarea resulta prioritaria, principalmente por una de las muchas paradojas de la modernidad: por un lado, la gran cantidad de carencias de satisfactores básicos para la vida que enfrenta la gran mayoría de los seres humanos y, por el otro, la gran cantidad de desperdicio de recursos que genera el consumismo en las sociedades desarrolladas y en los estratos de mayores recursos económicos en las sociedades emergentes, al punto que algunos formadores de opinión le llaman a la sociedad contemporánea, “la sociedad del desperdicio”. Frente a estas realidades, las necesidades de la optimización y racionalización de los recursos disponibles constituye una prioridad de la actividad humana.

Multiplicar: se refería a que no solo procurarán obtener de cada recurso disponible la mayor cantidad de fruto posible, sino que adicionalmente, multiplicaran ese recurso, produciendo otros iguales, en la mayor cantidad posible. Esa multiplicación de los recursos iría de la mano con la multiplicación de los seres humanos, que también procurarían, lo que garantizaría que el crecimiento poblacional y las necesidades de satisfactores derivados de ese crecimiento estarían suplidas con suficiencia. Al igual que la fructificación, y por la misma razón, la multiplicación resulta una prioridad de la modernidad, pero siempre y cuando esta multiplicación no sirva para seguir aumentando el desperdicio en unas sociedades y segmentos sociales, en detrimento de la escasez y la necesidad en los sectores mayoritarios de la población mundial.

Llenar: se refería a la utilización de los recursos obtenidos mediante la fructificación y la multiplicación para llenar los vacíos (o necesidades) que se producirían en la Creación como resultado de la multiplicación y del uso de los recursos, comisionándolos para llenarlos, de tal modo que cada ser humano se convirtiera en la respuesta de Dios para las necesidades de este mundo. Nosotros, los creyentes, seguimos siendo la respuesta de Dios para los problemas del mundo, más aún en la época actual, en que los problemas se han multiplicado no solo en cantidad sino en magnitud. Los creyentes, en lugar de criticar lo mal que está el mundo más bien deberíamos estarnos preguntando porque si nosotros somos la respuesta de Dios a las necesidades y problemas del mundo, esas necesidades y problemas se han multiplicado, a pesar de que nosotros, los creyentes también nos hemos multiplicado y de que “mayor es el que está en nosotros que el que está en el mundo” (1 Jn 4:4). Deberíamos estarnos preguntando que ha estado pasando con nosotros, que somos la “luz del mundo”, “sal de la tierra” y “levadura del Reino”. El mundo no tiene la responsabilidad de estar como está, ese es su curso natural si no hay quién lo frene, pero nosotros somos su freno, y si no lo hemos frenado, es porque algo está mal en nosotros, no en el mundo.

Sojuzgar: se refería a poner las circunstancias y situaciones bajo control, y no que ellas nos controlaran a nosotros, lo que implicaba el desarrollo de creatividad para pasar sobre los problemas que podríamos encontrar en el desarrollo de nuestro mandato de administradores de la Creación de nuestro Padre (el mandato cultural). Si algo caracteriza la modernidad, son los vaivenes en las coyunturas sociales, económicas y políticas en todos los países y en todos los tiempos, ante los cuales la humanidad se encuentra desprotegida y a merced de los impactos negativos que producen. Estos vaivenes son el resultado de que los seres humanos, dejándonos llevar por el pecado del cual la codicia es una de sus manifestaciones y la motivación que controla el mundo moderno, le hemos cedido el control de la vida, y nos hemos sometido a ella (“la raíz de todos los males es el amor al dinero” –codicia—, 1 Tim 6:10). Este también resulta un objetivo prioritario en la modernidad: retomar el control de las circunstancias, poniéndolas al servicio de la vida y el bien común, en lugar de dejarnos manejar por ellas bajo la dirección y el impulso de la codicia.

Señorear: se refería a dar dirección y administración sabias a la Creación, ejerciendo autoridad sobre ella para llevarla por el camino de los planes de Dios hacia el cumplimiento y realización de su propósito y destino, que es desarrollarse a la vez que producir todos los recursos que requiere el mantenimiento con calidad y abundancia, de la vida sobre el planeta. Este otro objetivo también sigue siendo, al igual que los otros cuatro anteriores, prioritario en el mundo moderno: el mundo, cada día, inventa nuevas teorías, en una sucesión interminable, tratando de encontrar la luz que necesita para salir del hoyo en que se ha metido a sí mismo. El humanismo secular, en su afán de hacer del hombre el centro del universo y la medida de todas las cosas, aprovechando los vacíos que dejó el Cuerpo de Cristo cuando se retiró de la arena social para encerrarse en sí mismo dentro de las cuatro paredes de sus templos, a pesar de supuestamente tener el control de una gran cantidad de ámbitos de la vida social en un amplio número de países del mundo, a pesar de que sus “cerebros” más renombrados se mantienen en la búsqueda de respuestas para los problemas, no tiene las respuestas, ni las va a tener nunca, porque su perspectiva es equivocada (“hay caminos que al hombre lee parecen derechos en su propia opinión, pero cuyo final son muerte” –Prov 16:25—) y porque, al no tomar en cuenta a Dios, El los entregó a una mente reprobada para hacer cosas que no convienen (Rom 1:18-32). Solo Dios tiene las respuestas, y nosotros somos Su respuesta al mundo, para darles esas respuestas.




25 Ene 2012