Estudio Bíblico

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Módulo 115. Vida laboral.



Cuatro elementos básicos del trabajo esforzado y diligente.



Independientemente de que vamos a tratar este punto con más extensión en el capítulo relacionado con la ética del trabajo, es importante señalar, no una sino varias veces, que el trabajo del creyente debe tener presentes y visibles, para ser un trabajo que agrade y glorifique a Dios, por lo menos cuatro elementos:


a) Actitud apropiada hacia la autoridad (Col 3:22-24, Rom 13;1-7, 1 Ped 2.18), que significa guardar hacia ellas (jefes, gerentes, supervisores, propietarios, etc.,) una actitud de respeto, honra y obediencia en lo correcto, no solo cuando sus características personales y los resultados de esa autoridad nos agraden, sino todo el tiempo, aún cuando como personas y los resultados de su autoridad no nos puedan agradar. El respeto, la honra y la obediencia en lo correcto se las debemos, no por quienes ellos son o por lo que ellos hacen, sino por la autoridad que representan, que en última instancia, aunque no lo hagan correctamente, es la autoridad de Dios, que El mismo delegó en ellos. La recompensa a nuestras actitudes no la debemos esperar de las autoridades terrenales (que pueden nunca recompensar) sino de Aquel que es la Suprema Autoridad del Universo, que no es injusto para olvidar nuestras obras de amor hacia El.
Una actitud adecuada hacia las autoridades va a generar en nosotros una auténtica actitud de siervo y deseo genuino de cooperar en todo lo que se relacione con nuestro trabajo, que Dios va a recompensar tarde o temprano. Recordemos que, en última instancia, de Dios es todo lo que existe (Sal 24:1, Rom 11:34), y ello incluye los negocios, y por lo tanto, al final de cuentas, Dios es el dueño de ese negocio, y El es la máxima autoridad en el mismo, y por lo tanto, de El debemos esperar nuestra recompensa, promoción, aumentos salariales, mejores prestaciones, reconocimientos, seguridad laboral, etc.


b) Iniciativa (Prov 6:6-8). El ejemplo de la hormiga ejemplifica claramente la clase de iniciativa que Dios espera que sus hijos e hijas manifiesten en sus tareas, independientemente del lugar donde las realicen, iniciativa que significa
a. Cumplir con nuestras tareas leal y diligentemente, sin que nadie nos tenga que obligar a ello;
b. Hacer más allá de lo mínimo esperado, empleando nuestro tiempo de trabajo de manera creativa y que agregue valor a nuestro empleador, ayudando a otros, adelantando trabajo, y en general, encontrando cualquier oportunidad posible para caminar la “milla extra” (Mat 5:41).
c. Buscar activamente la mejor manera, más rápida y más eficiente de hacer nuestro trabajo, lo que nos lleva al siguiente elemento que se refiere a la excelencia.


c) Compromiso con la excelencia (Col 3:24), que implica no solo hacer nuestro trabajo mejor cada día (“hoy mejor que ayer y mañana mejor que hoy”), sino hacerlo con dedicación, de tal manera que el producto de nuestro trabajo, por insignificante que sea o parezca ser, siempre cumpla con los estándares más altos posibles. En este punto es importante mencionar que la excelencia, desde el punto de vista bíblico y apoyados en la parábola de los talentos, no significa hacerlo mejor que otro (eso sería competencia), sino hacerlo mejor que lo que anteriormente hubiéramos podido lograr.


d) Honradez a la antigua (Efe 4:28). Usualmente, ahora, cuando se habla de honradez, normalmente se entiende referida al dinero. Pero la honradez bíblica, la honradez a la antigua, es una honradez que comienza con el dinero, pero que se extiende al tiempo de trabajo, a los artículos y servicios que tenemos a disposición en el trabajo, al uso del teléfono, a la responsabilidad en mantener los costos al mínimo posible y en el buen uso de todos los recursos que la empresa pone a nuestra disposición, y que deben utilizarse única y exclusivamente para beneficio directo de la empresa (no para nuestras actividades personales, de estudio, etc.). Recordemos, nuevamente, que la empresa en la cual trabajamos es, en última instancia, no de los dueños terrenales o de nosotros, sino de Dios, que todo lo ve, y ante quién, hemos de presentarnos en algún tiempo de nuestra existencia, a dar cuentas de cómo utilizamos todos los recursos suyos que El puso a nuestra disposición aquí en la tierra. Por lo tanto, cualquier falta de honradez, descuido o desperdicio de recursos en contra de la empresa, es en realidad, en contra de Dios.



El ejemplo de José, el hijo de Jacob.

La historia de José abarca desde el Capítulo 37 hasta el 50 del libro de Génesis, y si la importancia de un personaje bíblico la hemos de medir en función del número de capítulos que ocupa su historia (que es una de las formas de valorar la importancia que Dios le da a ese personaje, aunque no la única), entonces podemos afirmar con propiedad que José fue tan importante, en el libro de Génesis, como Abraham, a quienes la Palabra dedica el mismo número de capítulos (14 en total). Y la historia de José es, en esencia, la historia de un hombre que toda su vida, independientemente de las circunstancias, realizó un trabajo eficiente y por ello constituyó un testimonio valioso de Dios ante los incrédulos.

Tanto en la casa de Potifar, como en la cárcel, como en la Corte de Faraón, en cualquier lugar donde estuvo, José fue reconocido como un excelente trabajador, poniendo en alto el nombre de Dios –porque era evidente que Dios bendecía todo lo que El hacía por la forma en la que lo hacía—, y por ello tuvo gracia, favor y prosperidad, que fue Dios quién alineó las circunstancias para que las tuviera.

El ejemplo de José nos da a nosotros como creyentes, varias enseñanzas importantes en nuestra vida como personas trabajadoras:

• Puede que nuestros empleadores actuales –o futuros— no nos reconozcan, ni nos estimulen, ni nos promuevan, pero Dios, que es Quién controla la totalidad de nuestra vida y la tiene planeada y nos lleva de mejor a mucho mejor (Jer 29.11, Ecle 4.18), no es injusto para olvidarse de nosotros y de nuestra obra de amor hacia El y para El (Heb 6:10). Si no dejamos de hacer el bien, a su tiempo segaremos (Gal 6:9).

• Todo trabajador y trabajadora creyentes, ya sea en el campo eclesiástico, en el campo empresarial y secular, en su casa y en sus relaciones sociales, somos misioneros de Dios para el mundo (1 Cor 3:7-9, 2 Cor 3:4-6, 2 Cor 5:17-20), somos sus embajadores, colaboradores y ministros para alcanzar al mundo perdido. Ello implica que:

 La forma en que trabajamos, vivimos y hablamos puede ser determinante en la vida de otros para que alcancen el perdón de Dios para sí mismos y para sus familias y generaciones futuras.

 Todos los que están sin Cristo, y aún muchos cristianos también, son como ovejas sin pastor, están afligidos y abatidos, necesitan Su mensaje, amor y perdón para que puedan comenzar a experimentar la vida abundante y eterna. Por lo tanto debemos estar prestos a dejar que la compasión de Dios fluya a través de nosotros hacia ellos.

En todo tiempo, lugar y asunto, nuestra actitud frente a los demás en nuestros lugares de trabajo y relaciones sociales debería ser como la de José, y totalmente opuesta a la de Jonás, que cuando rehusó obedecer a Dios e ir a Ninive, en realidad lo hizo porque:

• No tenía ninguna preocupación por los que estaban perdidos (no los amaba ni tampoco tenía compasión hacia ellos).

• No le interesaba su salvación, lo que indica una dureza de corazón resultado del egoísmo: con que él estuviera bien, aunque los demás se fueran al infierno. Esa actitud egoísta la manifestó también mientras el barco estaba luchando contra la tempestad.

• Estaba más preocupado por lo que la gente pudiera decir de él, que por agradar a Dios y cumplir Sus propósitos.

Muchos y muchas creyentes en los puestos de trabajo, hoy en día, manifiestan una actitud similar a la de Jonás cuando piensan que “los de afuera” (de la iglesia y del Reino, los que van camino al infierno, los que están sin Dios y sin Cristo en el mundo), no son su responsabilidad, o cuando son demasiado “refinados” para hablar del pecado, de un Salvador crucificado, de la Salvación. Prefieren mantener su “status” aunque ello implique que otros que están cerca de ellos, por no compartirles el Evangelio, se puedan ir por la eternidad al infierno. Ello no es nada “refinado” ni “diplomático” y menos “respetuoso”. Es un aislamiento egoísta de personas egocéntricas que están obsesionadas por la aprobación de los demás, más que de agradar a Aquel que lo salvó de las garras del infierno y transformo su vida de la miseria a la bendición.

Todos los y las creyentes en el mundo del trabajo necesitamos realizar nuestro llamamiento como misioneros de Dios para el mundo que está perdido en nuestros lugares de trabajo, ejerciendo la función de profetas de nuestro tiempo, con nuestro testimonio de vida consistente en la forma como trabajamos, vivimos y nos relacionamos con los demás, y con un testimonio verbal, cuando sea necesario y solicitado por ellos, lleno de compasión, no condenador.

Para ello necesitamos un corazón disponible y dispuesto para obedecer el mandato de Dios de ser sus misioneros en el lugar de trabajo; un corazón compasivo que sienta por los que están perdidos lo mismo que siente Dios por ellos; determinado para mantenerse firme en su propósito de ser de buen testimonio y dar testimonio verbal cuando sea necesario, aunque parezca que nada da resultado; perseverante ante las circunstancias adversas; y lleno de Cristo y su mensaje salvador, restaurador y transformador.

Recordemos, por último, que todo lo que ganemos en este mundo (status, reconocimiento, posiciones, bienes, dinero, etc.), se va a quedar en este mundo cuando muramos, se va a perder. Solo las personas que ganemos para Cristo vivirán por la eternidad y estarán con nosotros por la totalidad de ella. Entre otras cosas, a ello se refería Jesús cuando en Mateo 6 nos instruye a no hacernos tesoros en la tierra sino a hacerlos en el cielo, y para Dios el mayor tesoro son las personas. Los tesoros que acumulemos en la tierra son simplemente temporales mientras que los que hagamos en el cielo son eternos.






25 Ene 2012