Estudio Bíblico

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Módulo 115. Vida laboral.



La satisfacción en el trabajo (1).


El trabajo como fuente de satisfacción.

Es un hecho indiscutible y ampliamente demostrado en este estudio, por la experiencia práctica de cada uno de nosotros, y recogido en muchísimos libros que tratan el tema, que nuestro sentido de valía personal está estrechamente relacionado con la sensación de que estamos logrando algo que tiene un buen propósito en nuestra vida. Y ello es reflejo de la imagen de Dios, ya que El, cuando se encontraba en el proceso de trabajo de la Creación, seis veces consideró la obra que había hecho durante el día y vio que era bueno lo que había hecho (Gen 1;4, 10, 12, 18, 21, 25). Y al finalizar la Creación, a pesar de que ya había evaluado la obra de cada día, evalúo la obra completo y vio que era bueno en gran manera (Gen 1.31).

Por lo mismo, en nosotros hay una necesidad no solo de trabajar, sino de realizar nuestro trabajo bien hecho. El trabajo no se puede separar de una vida satisfactoria.

Lamentablemente, por los efectos de la caída, en el trabajo no siempre obtenemos esa sensación de satisfacción. Las fuentes de insatisfacción pueden ser variadas:

• Problemas de relaciones con nuestros compañeros de trabajo, jefes y/o empleadores.
• Insuficiente remuneración económica y malas condiciones laborales.
• Falta de oportunidades para superarnos y desarrollarnos económica y personalmente.
• Falta de motivación y/o de gusto por el trabajo (no es precisamente lo que más nos atrae hacer).
• Incrementos de trabajo y/o de responsabilidad, sin incrementos en nuestra remuneración.
• Faltas de respeto, burlas, provocaciones derivadas o no de nuestra condición de creyentes en Jesús.
• Etc.

Por esas y por otras muchas cosas, para muchos, lo que debería ser personalmente gratificante, más a menudo los agota física, mental, espiritual y emocionalmente, con los siguientes efectos:

• Buscan hacer lo mínimo en lugar de lo máximo.
• Pierden la mayor cantidad de tiempo posible en la jornada de trabajo.
• Pasividad en el sentido de no hacer nada más allá de lo que les corresponde.
• Desgano para ir al trabajo, frustración, decepción, depresión, fatiga, stress.
• Descontento generalizado, quejas constantes.
• Etc.

Y todas esas reacciones a los problemas, en lugar de permitir la solución de los mismos, los agravan en nuestra contra. Todos esos son síntomas de que el trabajo no nos está produciendo mucha o ninguna satisfacción y de que no tenemos la perspectiva correcta respecto a él. Que necesitamos reenfocarnos para lograr lo mejor de ese tiempo y ese esfuerzo, poniéndolo a trabajar a nuestro favor (que es el propósito de Dios) en lugar de que trabaje en nuestra contra, robando, destruyendo y hasta matando nuestro futuro (que es lo que el diablo pretendería).

Aún cuando estemos en un lugar de trabajo donde todo sea negativo, donde todos esos problemas que hemos mencionado estén presentes, y aparente o realmente no tengan solución, y nosotros estemos reaccionando de las formas que hemos mencionado, todo ello no tiene porque seguir siendo así y derrotarnos. Hay soluciones y posibilidades de volver, por lo menos en cuanto corresponda a nosotros, lo negativo en positivo, y sacar ventajas de ello para llevar nuestra vida y nuestro futuro a un nuevo nivel. Para ello, hay por lo menos, siete principios para ayudarnos a hallar satisfacción en nuestro trabajo, aún en medio de condiciones adversas, y ellos son:

• Todo obra para bien de los que amamos a Dios.
• Saber para quién trabajamos.
• Vincular todo lo que hacemos (y nos sucede) a la visión de Dios para nuestras vidas.
• Hacerlo todo de corazón, como para el Señor y no para los hombres.
• Mantener el trabajo en su lugar.
• Poner nuestro trabajo a trabajar para nosotros.
• Buscar algo más adecuado.


Todas las cosas juntas obran para bien de los que amamos a Dios (Rom 8:28-29, Sal 23).

Las dificultades en el trabajo no tienen por que ser eternas. En la mayoría de los casos son temporales, y en medio de esas circunstancias, Dios quiere aprovecharlas para trabajar en nosotros, en nuestra fe y en nuestro carácter y actitudes, para llevarnos a un nivel diferente de madurez tanto emocional como espiritual. Por efecto del pecado, el trabajo del hombre se vio expuesto a problemas (espinos y cardos, Gen 3:17-19), pero porque El Señor es nuestro Pastor (Sal 23), El nos llevará a través de los problemas (“valles de sombra de muerte”) hacia lugares de bienestar y reposo (“lugares de delicados pastos” y “aguas de reposo”). Son tiempos para acercarnos más a El buscando su apoyo y su sostén en nuestra situación (“su vara y su cayado me infundirán aliento”), con la certeza de que venceremos esa breve tribulación momentánea (1 Ped 5.10) y que nuestra fe va a salir fortalecida de esa circunstancia.

Las dificultades no son más que etapas en el proceso hacia lugares mejores, siempre y cuando estemos bien tomados de la mano del Señor, y queramos hacer Su voluntad y ser conformados al carácter de Cristo (Rom 8:28-29). En lugar de desviarnos y perder la visión de Dios para nosotros, el “allí” de Dios donde nos quiere llevar para bendecirnos (Jer 29:11, Prov 4:18), desesperándonos, renegando, amargándonos, dejando de tener un corazón agradecido para con Dios, reclamándole, etc., (lo que el diablo estaría muy feliz de vernos hacerlo), los problemas deben afirmar en nosotros la decisión de mantenernos firmes en el rumbo que Dios nos ha trazado para nuestra vida sabiendo que El tiene control de nuestra vida y que nos está llevando, aunque no lo entendamos (Isa 55:8-9), hacia lugares espaciosos.

Los problemas, para aquellos que tienen una buena actitud, que saben lo que quieren y adonde van, que tienen al Señor en su corazón, no son más que oportunidades para extraer de sí mismos lo mejor. El carácter de las personas, o la falta de él, salen a luz precisamente en los momentos de problemas y en las circunstancias difíciles. En consecuencia, esas situaciones coyunturales y circunstanciales, deben sacar de nosotros lo mejor, no lo peor, para que el nombre de Cristo sea exaltado sobre nosotros y sobre las circunstancias.


Saber para quién trabajamos.

Los creyentes, más y mejor que ninguna otra persona en el mundo, tenemos la mejor de las razones para hacer nuestro trabajo con excelencia, a pesar de las circunstancias negativas. Y ello es porque, en última instancia, sea el lugar que sea donde trabajemos, y hagamos la tarea que hagamos, trabajamos para el Señor de Quién es la tierra, su plenitud, todo lo que hay en ella, y todas las cosas son de El, y para El (Sal 24:1, Prov 16:4, Rom 11:36).

Las personas que puedan tener los cargos de jefes o propietarios, en realidad solo son mayordomos de lo que es de Dios, y ellos son personalmente responsables ante El por lo que hagan, no nosotros (Rom 13:1-7); nosotros somos responsables ante El de lo que hagamos con lo que tenemos y donde estamos (Mat 15:14-30), y en última instancia también, nuestra promoción y el mejoramiento de nuestras condiciones económicas, laborales, etc., no va a depender de nuestros jefes o de los propietarios de las empresas, sino de Dios (Rom 9.16) que es también nuestro Padre (Jn 1:12), quién, si somos fieles en lo poco y en lo adverso, nos pondrá sobre lo mucho y lo favorable (Mat 25:21, 23), sin lugar a dudas, porque si nosotros, siendo malos sabemos dar buenas dádivas a nuestros hijos, cuanto más lo hará El que es bueno y bueno en gran manera para con nosotros (Mat 7:11-12).


Vincular todo lo que hacemos y nos sucede a la visión de Dios para nuestras vidas.

Doug Sherman y William Hendricks, dos autores creyentes, escribieron algo que es fundamental para nuestra vida laboral y como cristianos, pues ambas cosas están vinculadas estrechamente: “A menos que podamos vincular lo que hacemos todos los días con lo que creemos que Dios quiere que hagamos (la visión), nunca encontraremos el significado máximo de nuestro trabajo ni de nuestra relación con Dios”.

Nuestras acciones en el trabajo, como en la intimidad de nuestra familia, y en nuestros actos privados, reflejan, indiscutiblemente, nuestro carácter y nuestro grado de devoción a Dios (Prov 23:7). En esos momentos se refleja, con gran claridad, lo que realmente somos.

Como Dios quiere usarnos en cualquier lugar donde nos encontremos, como colaboradores suyos para llevar a cabo sus propósitos de afectar positivamente nuestro entorno, traer sanidad y paz a las relaciones entre personas, y manifestar su sabiduría y excelencia, así como los innegables beneficios y las bendiciones de entregarle nuestra vida, El necesita formarnos y pulirnos para que seamos colaboradores eficientes en Su tarea de redimir el mundo. Y los problemas y circunstancias difíciles que enfrentamos en el trabajo son parte de los instrumentos de pulimento y perfeccionamiento que Dios utiliza en nuestro beneficio.

A través de los problemas Dios quiere, entre otras muchas cosas, librarnos de la posibilidad de que en nuestro corazón se esconda la amargura, que causa que dejemos de alcanzar la gracia (la fuente de las bendiciones de Dios) y contaminemos a otros para evitar que ellos también la alcancen (los vamos a contaminar con nuestras actitudes hacia ellos y con nuestras palabras que salen de un corazón amargado). (Heb 12:15). Y la vacuna contra la amargura es igual que contra las enfermedades físicas, hay que inyectar un poco de lo mismo para que el cuerpo produzca los anticuerpos necesarios para contrarrestarla cuando se quiera presentar. Y esa vacuna Dios nos la inyecta en nuestra alma a través de enfrentarnos, entre otras cosas, a situaciones difíciles en nuestro trabajo.

En consecuencia, los problemas en el trabajo, son parte del proceso formativo que Dios diseñó para nosotros, a fin de que podamos trabajar total y completamente para El en cualquier lugar y tarea que realicemos, y podamos hacerlo con excelencia y con sabiduría, aplicando Sus principios a todas las situaciones, para atraer a las personas hacia El.

Como trabajadores, somos Sus ministros, no solo para administrar parte de Su Creación y producir frutos de ella que beneficien a nuestro prójimo, sino también somos ministros de El, en el sentido que nos ha puesto en lugares donde podamos ministrarles a otros Sus principios y valores, Su amor, Su consolación, Su presencia, etc., en medio de sus problemas, pero ¿cómo podríamos ministrarles esas cosas a ellos si nosotros no las hemos podido encontrar en medio de las situaciones en que ellos las necesiten –los problemas cotidianos de la vida—? El proceso de Dios para prepararnos para que consolemos a otros es que primero nosotros seamos consolados por El en medio de situaciones similares a las que enfrentarán aquellos que El traerá para que colaboremos con El en su consolación (2 Cor 1:3-7).

Como vemos, aunque tengamos que pasar por situaciones difíciles y negativas (1 Ped 5.10), ello es solo porque Dios nos está formando porque El quiere lo menor para nosotros y para los demás (Jer 29:11, 3 Jn 2, Sal 1.1-3).


Hacerlo todo de corazón, como para el Señor, y no para los hombres.

“Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios. No seáis tropiezo ni a judíos, ni a gentiles, ni a la iglesia de Dios; como también yo en todas las cosas agrado a todos, no procurando mi propio beneficio, sino el de muchos, para que sean salvos.” (1 Cor 10:31-33).

“Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís. Mas el que hace injusticia, recibirá la injusticia que hiciere, porque no hay acepción de personas.” (Col 3:23-25).

1 Cor 10:31-33 nos dice que necesitamos hacer todas las cosas como para el Señor, y así mismo esa Escritura define que hacer las cosas como para el Señor es hacerlas procurando no nuestro propio beneficio sino el de muchos. Entonces, hacer las cosas como para el Señor implica hacerlas pensando en que los demás obtengan de ellas el máximo beneficio posible.

Además, hacer las cosas como para el Señor implica también que las hagamos pensando en los resultados que El explícitamente determino en Gen 1:26-28 para el trabajo de los seres humanos es decir: que sea fructífero (que resulte en la máxima productividad) que multiplique los recursos y los productos (que produzcamos el máximo crecimiento), que llenen las necesidades a nuestro alrededor (no solo las nuestras o las de algunos sino las de todos los involucrados y relacionados con nuestro trabajo), que todas las circunstancias, obstáculos, problemas, dificultades, etc., sean puestas bajo control y que no sean ellas las que nos controlen a nosotros, que trabajen para nuestro beneficio y no para nuestro prejuicio, y que seamos buenos administradores de lo que Dios ha puesto a nuestro cargo, lo que implica orden, planificación, control, eficiencia, eficacia, etc.


25 Ene 2012