Estudio Bíblico

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Módulo 119. Dones u oficios ministeriales.



6.3 Profetas.

El ministerio profético es, sin lugar a dudas, el primero, y por ende, el más antiguo de los ministerios “eclesiásticos” levantados por Dios para bendición de Su pueblo.

El ministerio profético se puede entender como la interpretación de la historia que halla el significado de la misma en términos del interés, el propósito y la participación divina, en cuyo caso puede decirse que el origen del ministerio profético está en Moisés, y que se refleja en la mayoría de los escritos bíblicos, y ello se hace evidente por cuanto todo el Antiguo Testamento apunta hacia el futuro. Basándose en lo que Dios ha hecho y dicho en el pasado, la Biblia proclama el mensaje de la espera del cumplimiento pleno de Sus promesas en el “día de Jehová” que anima no solo los libros proféticos sino también los históricos y los poéticos. Presenta a un Dios que controla los acontecimientos y los lleva a un fin preparado por El.

El Nuevo Testamento, a su vez, ve en Jesucristo y su iglesia el cumplimiento de aquellas promesas y por ello valora altamente la profecía del Antiguo Testamento y se extiende hacia la plena realización del Reino, afirmando así una dimensión profética propia.

El término hebreo “nabi” traducido “profeta” probablemente se deriva de una raíz que significa “anunciar” o “proclamar”, de tal manera que podemos afirmar que el profeta es uno que “anuncia” o “proclama” un mensaje que le es dado por otro, en este caso, Dios mismo. Uno que habla por Dios para manifestarnos el pensamiento, los planes, el corazón de Dios. Recibe una revelación de Dios y la transmite a los hombres.

La condición de profeta es un llamado directo de Dios y no necesariamente tiene que pertenecer a una clase o linaje especial de personas. El mensaje que Dios le revela muchas veces no es de su agrado pero tiene que transmitirlo de todas maneras. Tampoco agradará a los oyentes muchas veces, pero no puede evitar pronunciarlo.

Del estudio de la Palabra de Dios respecto al llamado de aquellos a quienes la misma Palabra llama “profetas” (incluídos Abraham –Gen 20:7-, Aarón –Exo 7:1-, María y Débora _
Exo 15:20, Jue 4:4-, Moisés –Deut 18:18-, Natán, Elías y Eliseo, encontramos que el profeta bíblico reúne, entre otras muchas, características específicas:
• Un llamado específico y personal de Dios (Isa 6, Jer 1:4-10, Ezeq 1-3, Os 1:2, Amós 7:14-15).
• La conciencia de la acción de Dios en la historia.
• La valiente confrontación de reyes, sacerdotes o pueblos con las demandas y el juicio divinos.
• El uso de medios simbólicos de expresión.
• El ejercicio de una función intercesora o sacerdotal ante Dios.

La función primordial del profeta es la proclamación de la Palabra de Dios que ha recibido con el propósito de llamar al pueblo al arrepentimiento y la conversión a Dios y a su pacto. Su mensaje se relaciona constantemente con sucesos y circunstancias presentes de orden político, social o religioso. Pero como estas circunstancias son vistas como parte de la acción de Dios en la historia, el profeta no puede dejar de referirse al futuro para anunciar lo que Dios hará, para inducir a la acción y para certificar su mensaje.

En el Nuevo Testamento se conoce y iene en alta estima el don de profecía (del Espíritu Santo y motivacional) y la figura del profeta (1 Co 12:10, Efe 4:11, Hch 13:1, Hch 11:27, Efe 2:20), y sus funciones son:
• Anunciar alguna revelación particular recibida de Dios (Hch 19:6, 21:9; 1 Cor 11:4ss, etc..).
• Edificar o consolar con este conocimiento de la voluntad de Dios (Hch 15:32, 1 Cor 14:1, 3, 5).
• Predecir un acontecimiento futuro (Mat 11:13, 15:7, Hch 11:28, 1 Ped 1:10).
• Llamar y/o confirmar llamados al ministerio (hch 13:1).
• Fundamentar la iglesia (Efe 2:20).

No hay duda alguna de que la predicación es parte esencial de la función profético, y muchos profetas manifiestan dones especiales de percepción del futuro.

Los profetas son hombres y mujeres que hablan a las personas de su tiempo, mayormente sobre asuntos pertinentes para su tiempo pero que tienen una proyección hacia el futuro, aunque hay que tomar en consideración de que esa proyección es una parte de la profecía, no su totalidad. No se debe, entonces, entender que profetizar sólo significa predecir. Sin embargo, la predicción es parte esencial y verificadora de la legitimidad del profeta (Deum 13:2).

Dios declara su mensaje al profeta sobre temas muy vivos y candentes en los momentos de sus vidas, así como les habla también sobre los eventos del porvenir. Lo que constituye el ministerio profético es la proclamación de la Palabra de Dios que es dada para satisfacer curiosidades futurísticas sino para buscar cambios en la conducta de los que oyen o leen la profecía en el momento de ser emitida. Esos cambios pueden significar arrepentimiento o, cuando se habla de glorias futuras, buscar como resultado inmediato la consolación.

El foco de la atención del profeta no es la predicción del futuro, sino el cumplimiento de la voluntad divina.

En el Antiguo Testamento (una costumbre perdida en este tiempo), los profetas tenían cerca de ellos a sus discípulos, llamados “hijos de los profetas” como en 2 Rey 2:15, que formaban grupos que acompañaban al siervo de Dios, aprendían de él y le servían (1 Sam 19:20).


La inspiración de la profecía.

La forma en que Dios revela su mensaje a los profetas varía de una a otra persona y de una a otra situación. No es posible discernir el mecanismo por el cual el Espíritu Santo produce en los seres humanos la inspiración, pero por su comunión con Dios el profeta es hecho partícipe de sus “secretos” (Jer 23:21-22). Dios se place en comunica de antemano a sus siervos lo que va a hacer (Amos 3:7).

La comunicación que Dios hace de Su Palabra a sus profetas lo hace por medio de visiones, sueños, ideas, percepciones, figuras, etc., y la llegada de estos al profeta se produce sin contar con su propia voluntad, ya sea despierto o durmiendo, aunque también se puede inducir, cuando el profeta le pide a Dios que hable.


Formas.

En muchas ocasiones, aunque no necesariamente siempre, la profecía se recibe en momentos de éxtasis, como en el caso de los ancianos de Israel en Num 11:24-29, Balaam (Num 24:3-4) y los profetas que encontró Saúl (1 Sam 10:5).

En cuanto a las figuras en que puede venir la profecía ello es una referencia al uso de parábolas y símiles (Os 12:10, Ezeq 17:1-24.

Aunque el ministerio profético tiene su manifestación más significativa en la transmisión oral de la Palabra profética, ello no implica la ausencia de otras formas de transmisión de la profecía, aunque ahora estas no sean apreciadas de la misma manera, como lo es el hecho de la transmisión escrita. De hecho, en el Antiguo Testamento, mucho de lo que conocemos acerca del ministerio profético es derivado del hecho de que los profetas escribieron directamente o a través de otro, las profecías que recibieron de parte de Dios.

Se sabe de la existencia de libros atribuidos a profetas, diferentes a los que conforman el canon de las Escrituras, tales como Natán y Semaías, cuyas obras sirvieron parcialmente como fuente para los escritores de los libros de Reyes y Crónicas (1 Rey 12:22, 2 Cro 11:2-4, 1 Cro 29:29), pero no todos los profetas eran escr4itores. Los que han llegado a nuestras manos fueron el resultado de:
• El trabajo directo de un profeta.
• El trabajo de un amanuense (o secretario) al que el profeta le dictaba, como es el caso de Jeremías.
• El trabajo de recopilación hecho por distintas personas, probablemente discìpulos del profeta.





Libertad del profeta respecto al mensaje.

Una vez recibido el mensaje de Dios, el profeta no pierde el control de su propia personalidad. Su libertad no se coarta al punto que puede decidir dar o no el mensaje. Por ejemplo, Jonás no quería dar el mensaje que Dios le había dado para el arrepentimiento de los pobladores de Nínive, Jeremías sufrió terriblemente a causa de la dureza del mensaje que tenía que transmitir, pero finalmente lo hizo (Jer 20:9). En la Palabra de Dios hay evidencias, incluso, del diálogo que se establecía, a veces, entre Dios y el profeta que muchas veces se resistía a cumplir la entrega del mensaje que Dios le estaba dando.


El ministerio profético en el Nuevo Testamento.

El derramamiento del Espíritu Santo reactivó el don de la profecía que estaba dormido en Israel desde los tiempos de Malaquías, cumpliéndose así la promesa del Señor de Joel 2:28, y que Pedro menciona en Hch 2:17).

El eslabón unificador de la profecía del AT con la del NT fue Juan el Bautista, y después de él, el ministerio del Señor Jesucristo y de los apóstoles.

La Iglesia Primitiva disfrutó de este don abundantemente, y así mismo debería ser en este tiempo de la Iglesia. La frecuencia de este don en aquellos días se ven en Hch 11:27-30, Hch 21:8-9 y la cantidad de referencias al ministerio profético en las epístolas paulinas, principalmente en Romanos y 1 Corintios.

En el transcurso de los siguientes siglos de la vida de la Iglesia este don se fue haciendo cada vez más escaso, sugiriendo algunos que ello es así porque el don ya no es necesario porque ya se completó el canón de las Escrituras, en el cual se encuentra toda la revelación de Dios, y fundamentando todo ello en el pasaje de 1 Cor 13:8:

“El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará”.

Sin embargo, si vemos las necesidades del Antiguo Testamento que “provocaban” el llamado de los profetas, y que son, el desconocimiento del carácter y el corazón de Dios y el ajuste de la vida del pueblo a ese carácter y a ese corazón, la necesidad de que el pueblo de Dios enderece sus caminos, los males sociales que aquejan a nuestras naciones, la necesidad de arrepentimiento de los que no conocen a Dios, etc., no podemos menos que concluír que si bien es cierto la revelación de Dios ya se completó en la Biblia, las otras necesidades son aún mayores que antes, y por ende, el ministerio profético encaminado a enfrentar esas necesidades es aún más necesario hoy que en el tiempo antiguo.


Características:

Del estudio exhaustivo de la profecía en las Escrituras, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, podemos identificar las características más relevantes del ministerio profético para hoy, y que son:

• Habilidad de profetizar (don del Espíritu Santo) y ser un vocero e intérprete de Dios por medio de la Palabra escrita y la proclamación de la Palabra con exactitud y claridad.

• Traer a la Iglesia y a las personas, edificación, exhortación, consuelo y amonestación.

• Confirmar la Palabra, las obras y los planes de Dios (Hch 15:32) para fortalecer, dar seguridad, remover dudas, afirmar, producir crecimiento y constancia, edificar, consolar y exhortar a la iglesia y a los oyentes.

• Cuando hablan a:
o Creyentes lo hacen para corregir, disciplinar, redargüir, edificar, consolar y exhortar.
o Pueblo de Dios (judíos) lo pueden hacer para los mismos objetivos o para emitir juicios sobre ellos.
o Impíos lo pueden hacer para los mismos objetivos que con los creyentes y el pueblo de Dios o bien desatar la ira de Dios sobre ellos.

• Su ministerio lo acompañan los dones del Espíritu Santo de revelación (palabra de conocimiento, palabra de sabiduría y discernimiento de espíritus) y expresión (profecía, diversos géneros de lenguas e interpretación de lenguas).
o Se mueve especialmente en los dones de Palabra de Ciencia y de Sabiduría y en el de Discernimiento de Espíritus.
o Generalmente operan también manifestando algunas características de otro don ministerial (apostól, evangelista, pastor y/o maestro).

• Habla del futuro y de los planes de Dios y en el Nombre de El.
o Tiene sueños, visiones, revelación, inspiración y/o iluminación de parte de Dios para conocer las cosas de la Palabra más allá de lo que pueden hacerlo las demás personas.
o Revela algo de Dios, Su pensamiento, Su corazón, Su sentir, Su voluntad, y generalmente y de antemano, los planes y los propósitos de El (Amós 3:7)
o Se refiere al pasado, indicando y evaluando el presente y previniendo de consecuencias futuras si las revelaciones no son tomadas en cuenta.
o Habilidad para decir la verdad aunque duela (“la verdad es la verdad”).
o Usualmente expresarán percepciones (y tienen muchas) sobre lo correcto e incorrecto.

• Están más preocupados por las decisiones que deben tomar las personas que por los sentimientos.

• Activan los dones en otros creyentes (Ezeq 37.10).

• Constituyen una ayuda para las iglesias locales, principalmente en tiempos de duras batallas espirituales (Esd 5:1-2).
o Tienen gran autoridad de parte de Dios y en ámbitos geográficos más allá de la iglesia local y/o de una persona o un grupo limitado de personas (Jer 1.10).
o Son una especie de “radar espiritual” para detectar, combatir y destruir las obras del diablo.

• Juntamente con los apóstoles, establecen y mantienen el fundamento doctrinal de la iglesia (Efe 2:20).

• No se catalogan por la exactitud de su profecía (en una profecía condicional puede haber arrepentimiento de los sujetos de la profecía y entonces esta no su cumplirá como le sucedió a Jonás en Ninive), sino por la madurez de su carácter (el fruto del Espíritu en su vida).

• Ejemplos bíblicos: Juan el Bautista (Mat 3), Hch 13:1, 15:31, 11:27-30, 21:10, 2:18-19, 1 Cor 11:5, Hech 13:2, Efe 2:20, 1 Cor 14:29-33.


Peligros.

• En la carne son rebeldes, críticos, juzgadores si están contradiciendo sus convicciones, las cuales son esgrimidas con fuerza.

• Deben aprender a ministrar la verdad en amor.

• Encuentran dificultad en respetar la autoridad si le “ven” o le detectan un error.


Responsabilidad del profeta.

• Una palabra profética que no está conforme a la Palabra de Dios, o que no encaja dentro de la definición escritural de profecía, debe declararse de inmediato como sin valor o dañina, y debe repudiarse sin temor (Ezeq 13.1-9).

• La única excepción a este parámetro es cuando sea expresada por una persona que está principiando a ejercer el don, en cuyo caso deberá corregirse la profecía sin lastimar al que profetiza.

• Por ello, el profeta, antes de emitir la palabra profética (recuérdese que el espíritu del profeta está sujeto al profeta -1 Cor 14:32-) debe asumir la responsabilidad de verificar la congruencia de la palabra profética con la Escritura, responsabilizándose del sentido escritural de las declaraciones que haga.

• El y no Dios es responsable por cualquier uso desordenado del don, por mucho que proteste con énfasis que se hallaba bajo compulsión divina mientras profetizaba. Dios es autor de paz, no de confusión, porque El siempre actúa y habla en armonía con su Palabra escrita.



26 Ene 2012