Estudio Bíblico

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Módulo 201. Naturaleza y carácter de la iglesia.



CARACTERÍSTICAS DE LA IGLESIA EN RELACIÓN A LAS PERSONAS (1).



La Iglesia es “madre”.

Este es un concepto que a muchos de nosotros, los cristianos, nos choca porque lo oíamos antes cuando participábamos del catolicismo y nos gusta mantenernos lo más alejado posible de los conceptos que ellos manejan. Sin embargo, el concepto de la Iglesia como “madre” no es un concepto ajeno a la Palabra de Dios, como tampoco lo es el de santa, católica (en el sentido de universal no de las doctrinas sostenidas por ellos) y apostólica (enviada por Dios con el mensaje de la salvación a un mundo incrédulo y enemigo de Dios). Lo que si definitivamente no compartimos es lo de “romana”. La Iglesia es universal, fundamentada sobre Jesucristo y la doctrina de los apóstoles y profetas y en el reconocimiento de Jesucristo como nuestro único y suficiente Salvador y Señor.

Mencionamos que la concepción de la Iglesia como “madre” (en tanto que es la que da a luz a los nuevos creyentes engendrados por el Espíritu Santo, los cuida, los atiende, los forma y los desarrolla para enviarlos al mundo) tiene base bíblica, aunque la Biblia no le llame “madre” en ninguna parte, La Palabra de Dios, cuando se refiere a la Iglesia usa, entre otras, cuatro figuras importantes:

• La de un matrimonio (Efe 5:21-33) que para serlo tiene que tener un esposo que en este caso es Cristo, y la de una esposa, que claramente está indicado en ese pasaje. Y como tal, entonces, a la Iglesia le es asignado, como esposa, el rol que tienen asignados las mujeres virtuosas en Prov 31:10-31), entre los que están claramente enunciados los que corresponden a una madre.

• La de una familia a la que es incorporado cada creyente (Jn 1:12). Y una familia funcional desde la perspectiva de Dios es aquella que tiene padre y madre. Por lo tanto, si Dios concibe la familia funcional con un padre y una madre, en la vida de los creyentes El es el Padre y la iglesia, como esposa de Cristo, es la que desarrolla el papel de madre.

• La de la Vid y los pámpanos (Jn 15:1-10). Cuando se habla de los pámpanos se refiere en términos de plural, y por lo tanto, pueden considerarse también como el equivalente de la Iglesia, en la cual las uvas representarían a los y las creyentes individuales. La vida de la Vid (Jesucristo) llega a las uvas (los creyentes) no directamente de la vid sino a través de los pámpanos (la Iglesia), lo cual significa que Dios utiliza a la Iglesia como un instrumento para impartir vida a cada uno de los creyentes, lo cual se reafirma en la cuarta de las figuras que vamos a considerar.

• La de un cuerpo (la Iglesia) con una cabeza (que es Cristo) y los órganos, y miembros del cuerpo (células, tejidos, músculos, huesos, órganos, etc.) como tipo de los creyentes. Y en un cuerpo, para que la vida de un órgano, hueso, músculo, tejido, célula, etc.) viene a él a través del trabajo coordinado de todo el cuerpo, dirigido por la Cabeza. La cabeza no imparte vida directamente, por ejemplo, a una uña del pie. La vida a esa uña le viene a través del trabajo coordinado del cuerpo.

Entonces, podemos ver en la función de la Iglesia y de una “madre” un alto nivel de correspondencia:

• Alimentar, nutrir.
• Educar, enseñar, adiestrar, capacitar.
• Formar, corregir, disciplinar, desarrollar.
• Cuidar, restaurar.
• Amar, aceptar, dar seguridad y sentido de pertenencia.
• Etc.

Entonces, es válido que afirmemos que la iglesia es como una “madre” para cada creyente a través de la cual pasa la vida que provee y proviene del Padre hacia los hijos e hijas, y como en toda familia, el Padre provee y la madre administra (ministra, sirve).

Este concepto se reafirma cuando leemos de corrido el pasaje de 1 Cor 11 que se refiere a la Santa Cena y el capítulo 12 de la misma epístola que se refiere a la Iglesia como cuerpo.

1 Cor 11:29-30: “Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí. Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen.”

La Biblia dice que si no discernimos correctamente el cuerpo del Señor muchos enferman, se debilitan y otros mueren. Y cuando leemos el cuerpo del Señor rápidamente nos referimos al cuerpo físico de El que murió en la Cruz del Calvario, lo cual es correcto, pero cuatro versículos más adelante, la Palabra de Dios nos comienza a hablar del Cuerpo del Señor como la Iglesia, lo que implica que también debemos discernir la Iglesia como Cuerpo del Señor para no debilitarnos, enfermarnos y morir espiritualmente. Y ello implica estar incorporado a una, ser parte activa y responsable de ella, recibir a través de ella todo lo que Dios trae a mi vida (Palabra, corrección, enseñanza, cuidado, oportunidades de servicio y ministerio, etc.), honrarla, y principalmente, tomarla como una necesidad para la fortaleza de mi vida espiritual. La experiencia demuestra que los creyentes que no se congregan en una iglesia, o manifiestan ausencia frecuente de ella, se estancan (enferman), sufren tropiezos (se debilitan) y muchos terminan apartándose totalmente del Señor (duermen). Por ello es que Pablo escribe contundentemente que no nos dejemos de congregar (Heb 10:25) como algunos tienen por costumbre (como que ese mal estaba presente desde la misma fundación de la iglesia ¿verdad?).




El carácter paternal de la iglesia.

Dios es Padre, y Jesús, como es Uno con el Padre, y posee su misma naturaleza, el carácter de Jesús, entonces, es un carácter paternal, de la misma manera que Dios es Pastor (Sal 23) y Jesús es el Buen Pastor (Jn 10:7-18). Si Jesús es la cabeza de la Iglesia y Su carácter es un carácter paternal, entonces el carácter de la iglesia corresponde a un carácter paternal. A ello se refiere específicamente el ministerio apostólico. Jesús fue enviado por el Padre como Apóstol de nuestra fe (Heb 3:1) para manifestar Su Carácter y Sus Obras (Jn 14:9-11). Jesús comisionó a los Apóstoles del Cordero para que manifestaran el mismo carácter e hicieran las mismas obras y aún mayores que El manifestó (Jn 14:12), y les ordenó que hicieran discípulos de su “misma especie” (Mat 28;18-20), es decir, con carácter paternal para cuidar de los hijos e hijas de Dios (Jn 1:12). El carácter apostólico es un carácter paternal de cuidado, provisión, formación y envío de los hijos al cumplimiento de su propósito y destino en Dios (Efe 4:11-16). Por lo tanto, el carácter que la iglesia debe manifestar es un carácter paternal.



Toda persona necesita establecerse en una Iglesia.

Hch 2:47: “alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.”

1 Cor 12:13: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu.”

1 Cor 12:27: “Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular.”

Heb 10:25: “no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.”

Por los versículos anteriores no cabe ni la menor duda que cuando el Señor Jesucristo nos salva, también nos añade a una iglesia local. Es nuestra necesidad, por conveniencia personal y por obediencia, incorporarnos a una Iglesia local y ser fieles y permanecer en ella hasta que el Señor nos dirija a establecernos en otra, siempre y cuando sea de común acuerdo con nuestras autoridades espirituales, como cuando los miembros de la Iglesia que se mencionan en el Libro de Hechos eran enviados a otras congregaciones para misiones especiales, o a fundar nuevas.

En la pertenencia a la Iglesia hay una serie de bendiciones. La primera de ella y fundamental es que así como la vida de un órgano del cuerpo depende de la vida de todo el cuerpo, así la vida del creyente, su calidad, intensidad, fortaleza, etc., viene de la vida de la iglesia en su conjunto, de la misma manera que la calidad de fruto depende de todo el árbol y no del fruto en sí. Otros beneficios de la iglesia para la vida del creyente son la comunión, el ayudarnos a crecer unos a otros, el madurar en carácter a través de las relaciones y los problemas que ellas implican. y en el ministerio, al exponernos a ser bendecidos por otros dones que se encuentran dentro del mismo cuerpo local y a bendecir a otros con los dones que Dios nos ha dado, lo que implica también el desarrollo de los mismos (Efe 4:11-16).

Hoy, desgraciadamente, hay muchos que por los patrones religiosos que traen de su antigua manera de vivir, solo son asistentes a algunas de las actividades de su Iglesia, pero no desarrollan compromiso ni participación hacia la misma, y otros, cambian de iglesia por razones inválidas, como problemas en las relaciones (en lugar de huír hay que resolverlos aprovechando la oportunidad para madurar en carácter, Rom 8:28-29) o gustos en la alabanza y adoración, las sillas, los locales físicos, la distancia y los parqueos, etc., sin darse cuenta que esas no son razones espirituales sino del alma, manipuladas por el enemigo de nuestras almas, para separarnos del lugar donde Dios ha determinado para que maduremos en todo sentido individual y familiarmente y seamos útiles a Su obra, en cumplimiento de Su propósito para nosotros (Sal 138:8).

La iglesia local, y cada creyente en particular, lo aceptemos y entendamos o no, estamos en medio de una guerra (Efe 6:10-18, 2 Cor 10:4-6, Efe 3:8) y necesitamos ser adiestrados y disciplinados para afrontar con éxito la batalla que tenemos por delante. Y si tenemos una batalla también tenemos un enemigo que trata de hacernos tropezar, de que lo ignoremos, de que no asumamos nuestro rol de soldados del Reino de Dios y de que no seamos adiestrados y mucho menos participemos en la batalla. Y una de sus tácticas favoritas es precisamente separarnos del Cuerpo local, porque eso no solo nos hace ineficientes a nosotros en lo individual, sino que debilita a todo el Cuerpo, de la misma manera que separar un dedo del cuerpo impide que ese dedo tenga vida y debilita al cuerpo del cual fue separado.



La iglesia son personas.

Hch 2:38-47: “Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare. Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación. Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.

Como ya lo mencionamos anteriormente, la iglesia no es un edificio, una organización, jerarquía o denominación específicas, o una confesión doctrinal, aunque puede incluir, y de hecho incluye, estas cosas. La iglesia es ante todo y por sobre todo, un grupo de personas que han depositado su fe para salvación en el Señor Jesucristo y que por ello mismo lo han constituido en el Señor de sus vidas.



Las personas que conforman la iglesia, y la iglesia misma, no son perfectas.

Los creyentes que han ingresado a la iglesia no son de ninguna manera perfectos, son tan solo perdonados y salvados de sus pecados, y a partir de ello inician un proceso de perfeccionamiento por parte del Señor, que durará toda el resto de su vida terrenal (Fil 1:6), en la cual se irán acercando a la perfección de vida bíblica, pero en ningún caso son ni serán 100% perfectos.

Ello implica, entre otras cosas, las siguientes:

• Cada persona nueva trae a la iglesia sus características culturales, prejuicios, pecados, neurosis personales, problemas, etc. y es en la Iglesia donde se van a evidenciar sus faltas, para que sean corregidas y perfeccionadas.

Es importante tener esto en cuenta, tanto para los incrédulos como para los creyentes, porque uno de los argumentos que esgrimen tanto unos para no recibir a Cristo, como los otros para no permanecer en una iglesia o para no congregarse, es que los creyentes (que ellos equivocadamente creen que deben comportarse como ángeles, aún cuando ellos mismos no lo hacen) deben ser perfectos en su comportamiento y no pecar de ninguna manera. Esta es una expectativa totalmente falsa. Lo contrario es cierto, y la Escritura da testimonio de ello:

Gal 6:1: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado.”

Mat 18:15: “Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano.”

1 Jn 1:8-10: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros.”

Ello no implica que seamos tolerantes, condescendientes y fomentemos de alguna manera el pecado. Más bien, nos debemos oponer a él con todas nuestras fuerzas, pero al mismo tiempo debemos reconocer que todos vamos, eventualmente, a pecar y a provocar problemas por ello, y debemos buscar la restauración y la corrección en amor del que pecó, sin que ello merme nuestra fidelidad, permanencia, entrega, pasión, compromiso y servicio a la iglesia en la cual Dios nos ha plantado.

• Por otro lado, no solo los creyentes van a tener problemas. La misma iglesia, como grupo o congregación, va a presentar y enfrentar problemas. Nuestra actitud ante ello debe ser la misma que mencionamos en relación con los hermanos que pecan. Son parte de la vida de la Iglesia y en lugar de lamentarnos, criticar o “botarnos” de ella (lo que quiere el diablo), debemos hacer nuestro mejor esfuerzo y dar nuestro mayor aporte para que se solucionen y seamos todos en lo individual y como congregación, perfeccionados y madurados por la circunstancia, haciéndola obrar para bien y no para mal (Rom 8:28-29), lo que es la voluntad de Dios.

1 Cor 3:1-3: “De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía, porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?”

• Finalmente, aunque la iglesia es el plan de Dios y El es perfecto, y aunque la iglesia es una manifestación del Reino de Dios, la iglesia perfecta no existe como ya lo evidenciamos antes, (aunque debemos esforzarnos por llegar a tenerla hasta donde nos sea posible). A pesar de su imperfección, la iglesia hoy es más necesaria que nunca en el mundo por la sobreabundancia del pecado: las personas necesitan el mensaje de la salvación que solo la iglesia proclama y necesita de la obra de Dios en su interior, que solo la iglesia facilita, para ser salvos y mejorar su calidad de vida espiritual aquí en la tierra. Si no buscan en la Iglesia ese mensaje, lo van a buscar inútilmente en falsos caminos (y se van a perder por la eternidad).

• Los problemas, las circunstancias, las acciones y el carácter que manifiesten los hermanos y la congregación, que nos causen problemas, sin importar la gravedad de los mismos y lo que suceda con los demás o ellos hagan con ellas. Cada uno de nosotros, de acuerdo a Rom 8.28-29, debemos buscar que esas situaciones obren para bien en nuestras vidas, perfeccionándonos, acercándonos a la madurez espiritual y al carácter de Cristo, llevándonos a encontrar en Cristo nuevos niveles de amor, misericordia, gracia y perdón. En lugar de huir o distanciarnos de la Iglesia, debemos aferrarnos más a ella, amándola como Dios la ama y comprometiéndonos a servirla y llevarla a nuevos y mayores niveles de madurez, servicio, ministerio y crecimiento numérico para la Gloria de Dios.

Nunca debemos perder de vista que la iglesia es una comunidad del Reino en un mundo destruido. Es el lugar donde se congregan los creyentes en contacto con la vida diaria. Es un grupo de creyentes en medio de un grupo de pecadores. Las iglesias funcionan en medio de la inmundicia del pecado, de vidas desechas y de personas inmorales, precisamente para ser un faro de luz y de transformación de esas circunstancias. Se erigen a pesar de la oposición de llevar el evangelio a aquellos que necesitan del Señor pero no lo quieren.

• No es una fortaleza para esconderse ni un edificio espléndido para impresionar a quienes pasen por la puerta. Es una congregación de personas de verdad, que viven una vida de verdad y luchan con problemas de verdad.

• Una iglesia local es un puesto de avanzada en el campo de guerra donde se desarrolla la vida diaria, y por ende, es un lugar donde ocurre toda lucha imaginable y se pueden cometer y evidenciar todo tipo de pecado para los cuales la Iglesia con la Palabra y el Espíritu Santo tiene una respuesta, por lo que es también, y por ello mismo, un lugar de transformación y milagros para aquellos que andan en busca de la libertad de sus pecados.

Recordemos siempre que la Iglesia (tanto la Universal como la local) es una comunidad de santos comunes que Dios utiliza para lograr cosas extraordinarias. Y en eso estriba la grandiosidad y el misterio de la Iglesia: imperfectos perfeccionando a otros imperfectos haciendo la obra perfecta de Dios.

1 Cor 1:26-29: “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia.”

Nosotros, como parte de la Iglesia, debemos hacer en lo individual lo que la Iglesia debe hacer en lo colectivo, que es lo mismo que Jesús hizo. La Iglesia no está para hacer su propia obra y seguir sus propios criterios, sino para hacer la obra de Jesús y seguir los criterios de Jesús. Ello significa, sin importar las circunstancias, los actos y las actitudes de las otras personas:

• Amar lo que Dios ama (Jn 3:16).
• Perdonar y olvidar lo que Dios perdona y olvida (Isa 43:25).
• Valorar lo que Dios valora (1 Ped 2:9).
• Llorar con los que lloran, sufrir con los que sufren y reír con los que ríen (Rom 12:15).
• Consolar a los que necesitan consolación (2 Cor 1:4), liberación a los que necesitan liberación, sanidad del corazón a los que están quebrantados de corazón (Luc 4:18-19).



27 Ene 2012