Estudio Bíblico

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Módulo 205. El Reino de Dios.



ASPECTOS FUNDAMENTALES DE LA COSMOVISIÓN CRISTIANA
(EL EVANGELIO DEL REINO).



Rompiendo paradigmas acerca de la iglesia, el cristianismo y el reino..

Como en muchas cosas más referentes a las doctrinas del cristianismo, y especialmente en cuanto se refiere al Reino de Dios y la Iglesia, para poder entender el verdadero propósito de Dios respecto a ellos, necesitamos despojarnos de los anteojos de nuestros paradigmas teológicos con los cuales hemos crecido y entendido en el pasado este propósito y circunscribirnos estrictamente a lo que dice la Palabra de Dios al respecto porque la práctica de grandes sectores de la iglesia hoy está encaminada básicamente a la evangelización en el sentido de traer nuevos convertidos a la iglesia y a la obtención de las bendiciones de Dios. Pero según lo que nos dice la Palabra de Dios en el pasaje conocido como “La Gran Comisión” (Mat 28.18-20), este es solo el principio del cumplimiento del objetivo de la iglesia, la puerta de entrada y no la meta. La siguiente Escritura nos da una visión más amplia de este objetivo:

Según esta Escritura el objetivo de la iglesia, entonces, es la de hacer discípulos. Si bien el hacer discípulos comienza con la salvación, no termina allí, como tampoco termina con la obtención de las bendiciones de Dios. Hacer discípulos es formar personas que se hayan negado a sí mismas renunciando al dominio del ego, el yo, el “a mi manera”, para someterse totalmente, espíritu, alma y cuerpo, al señorío, gobierno de Dios. Es decir, personas con un carácter y estilo de vida determinado totalmente contrario al del mundo. De hecho Jn 8:31 dice que los que permanecen en Su Palabra (la hacen, la aplican, la viven) son sus discípulos. Por lo tanto, ser discípulo implica tener un estilo de vida determinado por Jesús que implica, influye, determina, atraviesa todas las áreas y actividades de nuestra vida (no solo la eclesiástica).

Por otro lado, si notamos bien, no dice que hagamos discípulos en las naciones, sino a las naciones. Si consideramos que en el Antiguo Testamento Dios buscó una nación, Israel, en la que no solo buscaba que las personas creyeran en El, sino que todas las instituciones y organizaciones de la nación estuvieran estructuradas, fundamentadas y se ciñeran en sus acciones a los principios y valores determinados por la Palabra de Dios, y desarrollaran sus actividades y prácticas de acuerdo con ellos, aplicándolos, eso nos indica claramente que en el Nuevo Testamento Dios quiere que discipulemos no solo las personas sino también las organizaciones, la educación, la ciencia y la cultura, el medio ambiente, las leyes y la justicia, etc., es decir, “cristianizar” las naciones totalmente (Rom 8:19-21, Col 1:18-20, Efe 1:9-10, Efe 1:22-23, 2 Cor 5:18-20, etc.). De hecho, Jesús espera eso por cuanto en Apo 21:24 menciona naciones que hubieran sido salvas.

Es una aberración anti-bíblica y generada por el Espíritu de Grecia cualquier pensamiento o doctrina que sostenga que el cristianismo no tiene nada que hacer en la economía, la educación, la cultura, la política, y en fin, cualquier actividad humana. A Dios no solo le interesa transformar el espíritu del ser humano, sino todo su ser (1 Tes 5:23), todas sus actividades (Col 3:23) y todas sus relaciones (Mat 22:36-40) y todo ello conforma el entorno social que rodea a cada persona, que Dios también quiere transformarlo.

Para lograr la plenitud de un ser humano diferente (que es lo que Dios busca con hacernos sus discípulos, Jn 10.10) se necesita también cambiar su entorno. Adicionalmente, y en la misma línea de este argumento, podemos ver que las naciones no fueron idea humana, sino idea de Dios, tal como lo vemos en Gen 10:5 y Gen 12:2. Y según Col 1:16-20, Efe 1:9, Hch 17:24-28, etc., Dios está interesado en que todas las cosas estén bajo el Señorío de Cristo, no solo las personas.

Por lo tanto, la Iglesia, a través de las personas creyentes desarrollando sus relaciones y actividades en la sociedad, aplicando los principios y valores y cumpliendo los mandamientos de la Palabra de Dios, es el instrumento para lograr la reconciliación de todas las cosas con Dios y que todas ellas, cumpliendo los principios y valores de la Palabra de Dios que les son aplicables (siendo sus discípulos y discípulas), cumplan el propósito para el que fueron creadas por Dios y para la gloria y honra de Su Nombre.

Y todo esto, es precisamente a lo que se refiere la Palabra con el concepto de “Reino de Dios”, el gobierno de Dios sobre todas las cosas.



Cosmovisión bíblica.

Cualquier cosmovisión es, en última instancia, una cuestión de fe porque se basa en una suposición por cuanto ningún ser humano estuvo presente en el inicio mismo de todas las cosas, no existe suficiente información, ni detalles exhaustivos, ni testigos fidedignos que la prueben .

Aún la “explicación” o “cosmovisión” científica termina siendo una cuestión de fe (a pesar de todo el racionalismo, método científico, etc.) porque ni la misma ciencia ha podido probar con total exactitud y sin lugar a dudas sus hallazgos respecto a sus teorías sobre la creación y la evolución. De hecho, lo que ayer era reconocido como una verdad absoluta, hoy la misma ciencia se encarga de demostrar que estaba equivocada. Muchas de las explicaciones científicas que damos como válidas se derivan de un acto de reconocimiento del conocimiento que otra persona nos transmite, sin que nos conste (en última instancia, entonces, es un acto de fe en la capacidad y/o el conocimiento y/o la autoridad del científico y de sus experimentaciones).

La cosmovisión bíblica necesariamente comienza con Dios, se deriva de un acto de revelación por parte de Dios a través de las cosas escritas en la naturaleza (Sal 19:1), en la conciencia (Rom 2:15), en tablas de piedra (Exo 24:12), en el corazón (Heb 8:10), la Palabra Viviente –Cristo— (Jn 1:14) y en todas las Escrituras (Rom 15:4), y la evidencia práctica de la Verdad en la experiencia de todos los que creemos. Es, por lo tanto, un acto de fe sobe la base de la autoridad de Dios (Num 23:19) y la obra de Su Espíritu en nosotros que nos enseña y revela la Verdad (Jn 14:26, Jn 16:13, 1 Cor 2:4-14).

Es una cosmovisión integradora de todo lo que existe en el universo en su más amplia expresión: Dios, los seres espirituales (ángeles y demonios); los seres humanos y nuestra relación con Dios, con los demás y con la creación a través de todas las actividades que realizamos; lo espiritual, lo natural y lo social.

Parte de tres premisas fundamentales:

UNO. Gen 1:1, Jn 1:1-3, Rom 11:36: Dios es el Creador y Dueño de todas las cosas que están en el cielo y en la tierra, y en consecuencia, todas las cosas son de Dios y para Dios, por lo tanto, la Creación es la Creación de Dios.

DOS. Heb 11:3, Mat 16:18-20, Mat 28:19, Mat 6:10: el mundo natural fue hecho por la Palabra; lo que se ve es hecho de lo que no se ve, y entre el mundo natural y el mundo espiritual hay una relación tan estrecha que uno es el espejo del otro. La causa última de todas las cosas es espiritual y el efecto último de todas las cosas está en el mundo natural.

TRES. Heb 1:3, Hch 17.26-28: Jesús sustenta todas las cosas con la Palabra de Su Poder, y todas las cosas existen en el tiempo y en el lugar establecido por Dios, de tal manera que la historia no es la historia humana, sino la historia de Dios, del cumplimiento del plan y propósito de Dios para todas las cosas. Esa historia es un proceso que enlaza cinco hechos fundamentales: la Creación, la caída, la Encarnación y la Redención, la Reconciliación y el Reino de Dios. Del entendimiento de esos hechos fundamentales a la luz de la Palabra de Dios completa, surge un entendimiento más completo acerca de Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo), el ser humano y la imagen de Dios, la salvación y la redención, y la Iglesia, y de Su propósito para nosotros, sus hijos e hijas, como co-herederos con Cristo, reyes y sacerdotes para Dios, que no solo integra lo espiritual y lo natural, sino que se traduce en una integración, para nosotros los creyentes, de fe y vida, realidad cotidiana y vida espiritual, en todo tiempo, en todo lugar, en toda actividad, y que resuelve las dicotomías, contradicciones o separaciones que describimos en el tema tres.


Dios Creador y la Creación.
La única teología y cosmovisión fiel a las Escrituras (incluyendo el mensaje de la salvación) es la que deriva totalmente de ella, y por ende, dentro del contexto de la Creación (Gen 1:1): Dios es el Creador de todo, en los cielos y la tierra.

No podremos conocer verdaderamente a Dios a menos que partamos del entendimiento de que somos criaturas creadas por El, para Su propósito (Efe 2:10, Sal 138:8, Sal 24:1) y para Su gloria (Sal 19:1). Ello descarta la posibilidad de conocerlo a través de creencias (aunque sean sinceras) y/o abstracciones hipotéticas que lo descarten como el Creador de todas las cosas, incluidos los seres humanos..

Ninguna doctrina cristiana auténtica puede comprometer o ignorar la Creación y a Dios como Creador de todo lo que existe en los cielos y en la tierra (2 Tim 3:16).

Ni el mundo ni cualquier aspecto de él puede ser correctamente entendido ni puede ser hecha ninguna aplicación inteligible y moralmente apropiada del conocimiento del mundo y de lo que hay en él, si no considera a Dios como el Creador, Dueño, Diseñador y Gobernador de todas las cosas, Su gloria y Su derecho a determinar lo que es bueno o mal según su Omnisciente Poder y Sabiduría (Job 38, Rom 1:18-31).
El entendimiento verdadero de Dios Creador y la Creación nos debiera incitar a reverencia a Dios y adorarle (Jn 4:23, Rom 1:20-21) y sentirnos moralmente obligados delante de El al cuidado de ella, especial y mayormente aquellos que ya disfrutamos la gracia de la salvación (Efe 2:10).

Solo a partir de Dios como Creador y de la historia como la historia del plan de Dios para nosotros, es que podremos encontrar nuestro origen, identidad, lugar y propósito y destino en el mundo y en la vida (Efe 1:17-19), y entrar en la plenitud de vida que Dios quiere para nosotros y pagó en Cristo en la Cruz del Calvario (Jn 10:10, 3 Jn 2, Jer 29.11). Cualquier otra perspectiva es engañosa, equivocada, limitada, y solo nos puede conducir en mayor o menor grado, a la muerte (Prov 16.25) entendida como separación de Dios y una vida muy por debajo del propósito de Dios para nosotros.

Ninguna otra cosa o persona puede ser adorada o venerada excepto Dios el Creador (Padre, Hijo y Espíritu Santo), como tampoco esta adoración puede ser guiada o engrandecida por cualquier imaginación, dirección o autoridad humana. Esta adoración debe ser de acuerdo a lo prescrito por la expresa voluntad revelada de Dios (Rom 1:22-25).

La Creación no finaliza el involucramiento de Dios en el mundo (Jn 5:17, Heb 1:3, Jn 3:16), ni implica que no haya necesidad de una recreación real y espiritual (Mat 6:10, Mat 28:18-20, Rom 8:19-21). La historia no tiene otro fin sino el de dar paso a una nueva creación divina en la cual more la justicia (Apo 21:1-27).


La caída.

No se puede entender completamente todo lo que sucede a partir de Gen 3, especialmente la salvación y redención que Dios opera en Cristo Jesús, y la tarea de la reconciliación que Dios quiere obrar como consecuencias de ellas a través de la Iglesia, sin tener el total entendimiento que la caída no solo fue un asunto espiritual, y no solo afectó la parte espiritual e individual del ser humano.

La caída, fue un asunto integral, que abarcó la totalidad del ser humano, sus relaciones y sus actividades, y como consecuencia, no solo su relación con Dios sino su relación con el prójimo y con toda la creación de Dios.

Las relaciones del ser humano con su prójimo, al ser afectadas y contrario al plan de Dios, dieron paso a estructuras injustas que formaron sistemas, bajo los que viven todos los seres humanos en todas partes. Esas estructuras y sistemas están corrompidos por el pecado y dan a luz pecados sociales que afectan, de una u otra manera, a todas las personas.

El Reino de Dios que estaba previsto ser manifestado en la Creación a través del señorío de Dios sobre los seres humanos y de estos sobre ella y en el mundo social y natural a través de relaciones justas (es decir el Reino de Dios sobre el ser humano, sus relaciones, sus actividades, y la naturaleza), fue cambiado por el reino de las tinieblas manifestado a través de esa misma humanidad solo que ahora completa y totalmente pecadora y a través de relaciones y actividades injustas, de pecado (Gen 4:8, Gen 4:19, Gen 6:5), no solo hacia otros seres humanos sino hacia la naturaleza misma.

Cuando la Palabra de Dios nos enseña que Jesús vino a rescatar todo lo que se había perdido (Luc 19:10) se refiere a todo ello, a todos los efectos directos e indirectos de la caída, no solo a la vida espiritual de las personas y/o su relación con Dios. La forma de pensar occidental ha incidido decididamente en una interpretación reduccionista de la salvación, redención y reconciliación como un asunto estrictamente espiritual e individual del ser humano (Evangelio de la Salvación), en contra de lo manifestado y enseñado a través de toda la Escritura (Evangelio del Reino, Mat 4:23, Mat 9:35, Jn 3:16-17, Luc 19:10)

Por ello el énfasis de la iglesia cristiana en la salvación personal, y solamente en ella, y en algunos otros aspectos de la vida individual de la persona, y su casi total desconexión de lo natural y social, y por ende, de la transformación de sus entornos y naciones.

Esa interpretación reduccionista también afecta el propósito de la Iglesia, desestimando o desatendiendo lo manifestado y enseñado con toda claridad a través de toda la Escritura (Mat 5:13-16, Mat 13.33, Efe 1:9-10, Col 1:15-20, Rom 8.19-21, 2 Cor 5:17-18).

Una salvación, redención y reconciliación, cuyos alcances se limitan a lo estrictamente espiritual e individual “privado” del ser humano, sin una transformación de nuestras relaciones y actividades (Mat 22:36-40, Mat 25:14-46), y a través de ello, de las estructuras y de los sistemas (Evangelio de la Salvación), es una salvación que se quedó corta, sumamente corta en relación con el plan de Dios.

Una salvación, redención y reconciliación, que solo pone los ojos en la iglesia y en la eternidad futura (que por cierto no vamos a vivir en el cielo sino en la tierra, Apo 21.1-5) y no considera sus efectos en la vida terrenal, se traducen en un cristianismo evasivo, escapista, fuera de la realidad de las Escrituras, y por ende, esquizofrénico, como el del sacerdote y el levita de la parábola del buen samaritano (Luc 10:29-37, Mat 25:31-46, Mat 7:21-23).

Todos los cristianos que genuinamente quieren hacer la voluntad de Dios (Efe 1:9-10, Efe 1:23, Col 1:18-20), necesitan reconocer en su mente y en su corazón la verdadera dimensión de la caída y sus efectos en todos los aspectos de su vida y de la vida, y por ende, de la salvación, redención, reconciliación y el Reino de Dios, para enfocar su testimonio, servicio y acción cristiana, como Cuerpo de Cristo, a la restauración de todas las cosas (Hch 3:21) y a la liberación de los efectos del pecado no solo en las personas sino en sus relaciones, en sus actividades y en la Creación entera (Rom 8.19-21).


31 Ene 2012