Estudio Bíblico

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Módulo 202. Espíritu de Grecia.



INFLUENCIA DEL ESPÍRITU DE GRECIA EN LA IGLESIA DEL SEÑOR JESUCRISTO (2).



La negación, minimización o menosprecio de lo sobrenatural.

Ello dentro del cuerpo de Cristo, en este tiempo, asume tres vertientes o modalidades, que solas o combinadas, están presentes de alguna manera en una gran parte del Cuerpo de Cristo y le resta tremendamente eficacia a las funciones que le encomendara Cristo.

Al negarse, minimizarse o menospreciarse la existencia de los demonios, impide la liberación de las personas, que de acuerdo a Isa 53, Isa 61, Luc 4:18-19 y Mar 16:15-18, es una de las tres áreas del ministerio de Jesús. Los primeros discípulos del Señor Jesucristo, y sobre los cuales el fundó la Iglesia, fueron adiestrados para ver a Dios actuando en liberar endemoniados, a través de ellos, y de hecho es parte esencial del mandato de predicar el Reino de Dios con demostración de poder (Luc 16:15-18, Mar 3:15, etc.).

Al negarse, minimizarse o menospreciarse lo sobrenatural, niega la sanidad y los milagros divinos, que de acuerdo a los mismos pasajes es la segunda área del ministerio de Jesús. El pueblo de la Biblia (judíos) fue adiestrado para ver a Dios hacer cosas extraordinarias y sobrenaturales. Nuestro Dios, Jehová de los Ejércitos, es un Dios sobrenatural y poderoso que hace milagros, sanidades, prodigios, echa fuera demonios y profetiza. Su esencia es sobrenatural. Y El no cambia en su esencia, que permanece para siempre. En el fondo, en última instancia, esta es la razón por la cual amplios sectores dentro del Cuerpo de Cristo, a pesar de la evidencia de su acción y operación en este tiempo, niegan o descartan los dones del Espíritu Santo y algunos de los cinco ministerios de Efe 4:11.

Una consecuencia de ello es que en la Iglesia los creyentes, cuando se refiere a las enfermedades físicas, le tengan más fe a los médicos y a las medicinas (drogas que pueden producir adicción, calmantes, tranquilizantes, relajantes, etc.) que al poder de Dios para sanarles, y en lo emocional, a los psiquiatras y/o a los psicólogos o a los medios de evasión de la realidad (drogas que producen adicción), que al poder de Dios para restaurar a los quebrantados de corazón (Luc 4:18-19).

Resiste lo sobrenatural, lo permanente y el poder de la Palabra, rebajándola al mensaje de un filósofo, maestro o revolucionario, con lo cual descarta la tercer área del ministerio de Jesús. Ello se manifiesta en que cuando no se puede oponer directamente a la predicación de la Palabra, influye sutilmente para que esta se predique en lo natural, bajo los parámetros del pensamiento y sabiduría humanas.

La priorización de los principios de la hermenéutica y la exégesis sobre la revelación en la enseñanza de la Palabra de Dios es un signo de ello, principalmente cuando el mismo Jesús y los apóstoles, en algunas de las citas que hicieron del Antiguo Testamento omitieron evidentemente dichos principios, y más aún, dichos principios ni siquiera existían en el tiempo de Jesús y los apóstoles.

El mismo Pablo nos advierte reiteradamente de este peligro cuando el dice que no predicaba con palabras de sabiduría humana sino en el poder (sobrenaturalidad) de Dios (1 Cor 1:17, 1 Cor 1:19, 1 Cor 1:21, 1 Cor 2:1). El siguiente pasaje es más que elocuente al respecto. 1Co 2:1-14. “Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios. Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que perecen. Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria. Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual. Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.

Ello no implica que dichos principios no sean útiles para preservar sano el mensaje de la Palabra, pero no pueden ser una camisa de fuerza para la Palabra y la revelación de la misma, ni pueden ser un criterio para eliminar o declarar no vigentes para hoy pasajes enteros de las Escrituras que no responden a esos criterios humanos, principalmente cuando la misma Palabra manifiesta que nuestros caminos y nuestros pensamientos son inferiores a los caminos y los pensamientos de Dios (Isa 55:8-9).



El escapismo de la realidad circundante.

Como consecuencia de la influencia gradual creciente de los conceptos derivados del modelo cultural griego en el mundo circundante y en la cultura básica de las personas que se van integrando a la iglesia, es decir, el menosprecio o minimización de lo sobrenatural, el método inductivo, la cosmovisión desintegradota y la consideración de que el mundo natural es malo, en sectores de la iglesia se produce una separación total del mundo y una espera mística de la nueva vida que Cristo traerá en su Segunda Venida, cuya máxima expresión en las corrientes teológicas de nuestro tiempo, y por cierto de amplia difusión en el Cuerpo de Cristo, es la corriente pre-mileniarista, Esta separación se manifiesta como un escapismo a las realidades presentes y una pasividad en cuanto a la influencia de la Iglesia como agente de cambio de la realidad circundante y a la búsqueda de soluciones a los problemas que todos, creyentes y no creyentes por igual, enfrentamos cotidianamente en nuestra “vida secular”. Muchas expresiones dentro de la cultura cristiana son expresiones de esta situación:

Un Dios que está sentado en el cielo y que solo está preocupado por las cuestiones espirituales y tiene escaso o ningún control sobre los problemas que se suceden en el mundo natural, que por otro lado, son resultado del pecado del hombre. Y como resultado de que el ser humano nunca va a ser perfecto, los problemas siempre van a estar presentes, y por lo tanto, es vano tratar de resolverlos. Mejor esperemos la Segunda Venida de Cristo y la Eternidad, cuando el Reino de Dios va a ser perfecto y el diablo ya no va a poder actuar. En otras palabras, esperemos hasta el milenio, y la Nueva Jerusalén.

“La política es del diablo” cuya consecuencia inmediata es: no hay que tener ninguna relación con la política. Como resultado, no hay que preocuparse

“Los negocios son mundanos y carnales” cuya consecuencia inmediata es: hay que dedicarse con más énfasis a las cosas de la iglesia que a las que se refieren al trabajo. Como resultado, no hay que esforzarse en trabajar duro y diligentemente, solo sacar la tarea, derivando en que se cierran puertas de oportunidad para superarse y para prosperar.

La separación entre “lo secular” (no espiritual, carnal, mundano) y “lo sagrado” (la iglesia). Por lo tanto separemos, alejémonos, no nos involucremos en nada que no sea la iglesia y sus actividades.

Esta actitud ha privado, en primer lugar al mundo en general y en segundo lugar a los hermanos y hermanas en Cristo, de oportunidades de mejoras significativas en su calidad de vida en la tierra, privándolas de alcanzar en la tierra y postergando hasta el cielo lo que la Palabra de Dios manifiesta (Jn 10:10, 3 Jn 2, Prov 29:7-8).

Y también le ha privado al mundo de un modelo de comunidad, la comunidad del Reino de Dios, para modelar lo social, en desobediencia al mandato del Señor de que el Reino sea establecido en la tierra como lo es en el cielo (Mat 6:9-10) y el de ser luz, sal y levadura de la tierra (Mat 5:13-16, Mat 13:33).

Algunas otras influencias que podemos notar en la Iglesia de Cristo, que por supuesto están presentes en la cultura de nuestras naciones y sociedades (que es de donde se filtran hacia la Iglesia) podrían ser las siguientes:



La ambigüedad en la vida del creyente.

La cultura griega es la creadora del teatro, y por ende, de los “actores” (palabra que se origina en una raíz griega que significa hipocresía, simulación, doble forma de comportamiento, doblez de ánimo, etc.). En el principio de la Iglesia, según relata Gal 2:13, Pedro mismo se sometió a este espíritu por un momento, al actuar de una forma con los judíos y de otra con los gentiles y en su simulación arrastró a otros también y por ello fue duramente reprendido por Pablo. Igual, en la Iglesia de Galacia estando Pablo presente se comportaban de una forma pero ya sin Pablo presente se comportaban de otra forma (Gal 4:18). Y el día de hoy, muchos creyentes, independientemente de su posición de autoridad en el Cuerpo de Cristo, se comportan de la misma manera: con un juego de reglas y conductas para la iglesia y las actividades eclesiásticas, y un juego totalmente diferente de reglas y conductas para su vida afuera de las actividades eclesiásticas, lo que significa un doblez de ánimo, una falta de integridad, que no solo apunta a restarle valor al testimonio de los cristianos frente a los del mundo, sino a robar bendiciones porque el de doble ánimo no solo es inconstante en todos sus caminos sino que no recibe nada del Señor (Sant 1:8). Otra manifestación de esto es que delante de otros creyentes se comportan de una manera, pero cuando no hay creyentes presentes se comportan de otra manera. También, la cultura griega creó las máscaras que usaban los autores para resaltar que una pera la personalidad del actor fuera del teatro, y otra en el teatro. Y ese espíritu se coló a la iglesia porque algunos son una cara en la iglesia y después se quitan la careta en sus hogares o en otros ambientes. En ambos casos, la deducción o inferencia, consciente o inconsciente, es que el poder y la posición otorgadas por el hombre son más importantes que la misericordia y la integridad.



La priorización de la oratoria sobre la predicación en el poder del Espíritu.

Otra creación de la cultura griega es la oratoria que también se metió en la iglesia a través de las disciplinas de la homilética llevada a su extremo, que al final de cuentas no son sino métodos para aprender a predicar la Palabra de Dios, que pueden ser beneficiosos si se les utiliza correctamente, pero nunca si vienen a sustituir al Espíritu Santo como maestro de la verdad. Algunos en la Iglesia haciendo uso y abuso de las reglas de la oratoria, hasta se transforman (no por el Espíritu sino humanamente) en su manera de hablar, el tono de la voz, la postura, etc., siguiendo reglas humanas de la comunicación y la oratoria (como por ejemplo, prédicas de 45 minutos –tiempos que ni Jesús ni Pablo ni ningún otro predicador en la Biblia indicaran pero que tomando conocimientos de la psicología, conocimiento de la psique –mente-son reglas ahora en las iglesias como si le predicáramos al alma de las personas y no a su espíritu) en clara contravención a lo que nos enseña la Palabra (1 Cor 1:17-24, 1 Cor 2:1-5).



Formas de gobierno humanas dentro de la Iglesia.

El gobierno de la Iglesia fue instituído por Dios como una Teocracia, no como una democracia, pero gradualmente a lo largo de la historia de la Iglesia, la teocracia en el gobierno de la iglesia vino a ser sustituida por la democracia representada por el voto de los miembros y de los comités para elegir a la máxima autoridad, cuando el método de Dios es que Dios llama a una persona, le da la visión, el llamado y los planes (no se los da a un concilio para que después el liderazgo y el pueblo lo sigan).

Los doce discípulos de Cristo que fueron el primer cuerpo colegiado que dirigió los destinos de la iglesia no fue escogido democráticamente por Jesús, sino en oración delante del Padre. Igualmente, cuando fue escogido el sustituto de Judas echaron suertes (un método para dejar que Dios escogiera), y no democráticamente, por votación, y mucho menos por un tiempo específico (por ejemplo, pastores contratados para “x” números de años) obviando lo que la Palabra de Dios dice: “que el llamado (no elegido) es irrevocable (no por un tiempo definido)” (Rom 11:29).

Ello no implica que, en algunos niveles de la organización eclesiástica no pueda hacerse una elección participativa de los miembros, como sucedió en el Libro de Hechos, capítulo 6 cuando se eligió diáconos, pero en todo caso, el criterio no debe ser absolutamente democrático, sino debe privar la oración y la guianza del Espíritu en la selección de los mismos, y no criterios puramente humanos.



El amor a la fama.

Este aspecto se manifiesta en la iglesia, por dos vías. En primer lugar en el hacer obras y servicio para ganar el reconocimiento de las autoridades eclesiásticas, las personas y de Dios. Es utilizar el servicio con intenciones de ganar fama, reconocimiento, posición social y hasta posición económica. Usar el servicio como trampolín para otras cosas.

En segundo lugar, mediante la autopromoción directa o indirecta a través de diversos medios. Jesús y los apóstoles nunca utilizaron esta forma, promocionándose ellos mismos. Ellos solo promocionaban a Dios el Padre en el caso de Jesucristo, y a Jesucristo en el caso de los apóstoles. Pero hoy vemos, en medio de la iglesia, mucha promoción de personas y ministerios en detrimento de la promoción del Señor. No es que estemos en contra del uso de los medios de promoción y de comunicación (lo cual sería una posición muy retrógrada), sino el uso de ellos para promover o resaltar a personas y ministerios directamente y a Jesucristo y su salvación solo indirectamente, y peor aún, cuando solo se promueven personas y ministerios y se deja de lado al Señor de Señores. Ello es atraer la atención de los demás hacia una persona cuando estamos llamados a atraer la atención hacia la única persona que es digna de concentrar toda nuestra atención además de que lo merece: Jesucristo.



La Iglesia y los eventos como entretención.

Debido al auge de la mercadotecnica, los medios de comunicación, la informática, etc., algunos sectores de la iglesia se están llenando de métodos humanos para atraer a las personas, convirtiéndolas prioritariamente en centros de convergencia socializadora y de entretención y comodidad en lugar de centros de adoración, santidad y formación, donde los programas y los números son más importantes y un fin en sí mismo, en detrimento de la búsqueda de la presencia de Dios. La Biblia nos dice que en los últimos tiempos las personas tendrán comezón de oír y serán cautivadas por lo novedoso y lo espectacular (Hch 17:21) pero no querrán hacer. No es que estemos en contra del uso de todos estos recursos que la técnica y el desarrollo humano ponen a nuestro alcance, siempre que sean utilizados con el objetivo correcto: hacer de la Iglesia lo que el Señor Jesucristo determinó y no lo que nosotros quisiéramos o consideramos que debería ser. Todos los medios deben ser utilizados para proclamar a Cristo y su salvación, en primer lugar; concentrar la atención en Jesucristo únicamente y construir Su Reino (no el del ministro o el institucional de la iglesia o la denominación); y entrenar y capacitar a todos los creyentes para la obra del ministerio (Efe 4:11-12).

04 Feb 2012