Estudio Bíblico

Inicio > Estudio

Módulo 214. La Visión.



TEMA No. 4.
LAS ETAPAS POR LAS QUE DEBE ATRAVESAR UN CREYENTE EN SU CRECIMIENTO,
QUE NECESITAN SER CONSIDERADAS EN UNA VISIÓN MINISTERIAL.


El modelo de trabajo como proceso, de acuerdo a las enseñanzas de la Palabra de Dios (Efe 4:11-16) tiene una serie de etapas por las cuales es necesario llevar a cada persona, partiendo desde su entrega a Cristo hasta alcanzar la madurez en El. La sucesión de esas etapas es lo que llamamos la ruta de trabajo. Esas etapas, que son seis, son las siguientes:
• Evangelización (Prov 11:30, 2 Tim 4:5).
• Consolidación (1 Ped 5:10, Efe 3:17-19).
• Sanidad, liberación y restauración (Luc 4:18-19, Isa 61:1-10).
• Formación (2 Tim 2:2).
• Activación (Mat 9:35-38, Mat 10:5-8).
• Discipulado (Mat 28.18-20).


Evangelización.
Mar 16:15-18. El mandato de la evangelización es para todo creyente, y es la puerta de entrada para la vida cristiana. Por lo tanto, la evangelización se trata de compartir con una persona que no conoce a Cristo, las buenas nuevas de la salvación y cuando la persona, como resultado de una plática personal, la asistencia a un Grupo, la asistencia a la Iglesia o a un evento de evangelización, entrega su vida a Cristo como Señor y Salvador (Prov 11:30, 2 Tim 4:5, Rom 10:8-10).
• Implica la conversión de la persona, no solamente la confesión.
• La verdadera conversión implica un cambio de vida, en aspectos fundamentales, principalmente relacionados con el pecado.
• Implican un cambio de inclinación hacia vivir vidas que agraden a Dios.
Jesús dijo: “Yo soy la puerta, el que por mi entrare será salvo” (Jn 10:9). También dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie viene al Padre sino por mi” (Jn 14:6) dándonos a entender con ello que la salvación solo es el principio del camino, y que hay un camino que debemos caminar más allá de la salvación para alcanzar la plenitud de vida que tenemos en El (Jn 10:10). Ese camino que necesitamos caminar es el resto de la ruta de trabajo.


Consolidación.
Cuando evangelizamos y una persona hace su decisión por Cristo, esa es una de las muchas formas en las que los cristianos damos fruto. Pero es necesario que ese fruto sea permanente, que se establezca y afirme (Jn 15:16). Así como una semilla, para crecer y desarrollarse convirtiéndose en una planta necesita primero echar raíces y establecerse firmemente en la tierra, así el creyente recién convertido, para crecer y desarrollarse necesita echar raíces en la vida cristiana y en “la tierra” que Dios ha establecido para ello, es decir, en una congregación (Jn 12:24). El que un creyente pueda desarrollarse adecuadamente en su vida como tal requiere que se establezca sobre una base firme, y esa base es la Iglesia (Efe 4:11-16, Hch 2:41-42, Hch 2:46-47). Pero debe ser establecido, no solo asistiendo algunas veces, o yendo a uno u otro lado, sino permaneciendo en un lugar y asistiendo regularmente, comprometidamente, activamente (Heb 10:25). Por lo tanto, después de la salvación, el paso siguiente en el desarrollo de un creyente es establecerlo en una congregación y en un grupo en casa donde puedan cuidar de él en forma más personal. La participación en un grupo es fundamental, por cuanto en ese grupo la atención que recibirá (o debiera recibir) es una atención más personalizada, además de que para la mayoría de personas es más fácil desarrollar relaciones y sentirse cómodo dentro de un grupo pequeño, que dentro de un grupo muchos más grande como lo es la congregación total.
Por lo tanto, la consolidación es el proceso mediante el cual se logra la afirmación de la persona como parte de una congregación, para que la cuiden, la formen y la desarrollen como un discípulo de Cristo (1 Ped 5:10, Efe 3:17-19).
Implica el desarrollo de seguimiento al nuevo creyente a través de llamadas telefónicas, visitas personales y acompañamiento a Grupos y la Iglesia hasta que sea establecido en la congregación.
También implica el enseñarle los principios fundamentales y la necesidad de orar, leer la Biblia y congregarse regularmente, y de los bautismos en agua y en el Espíritu Santo.

Sanidad, liberación y restauración.
Cuando una semilla se siembra y comienza a surgir la planta, para que esta alcance su mayor grado de desarrollo y crecimiento, es necesario limpiarla constantemente a ella y sus alrededores así como tomar medidas preventivas para evitar que su crecimiento quede truncado. El creyente igualmente necesita ser limpiado de todas aquellas influencias negativas que puedan afectar su crecimiento, como la falta de perdón (Mar 11:25, Luc 6:37), la amargura (Heb 12:15), el egoísmo, las viejas ideas y los viejos patrones de conducta que adquirió cuando no era creyente (Efe 4:22-24, Rom 12:2), etc, todo lo cual ha provocado en la persona, heridas que necesitan ser sanadas, ataduras que necesitan ser rotas, etc. Y eso es precisamente lo que Dios quiere hacer en todo creyente (Luc 4:18-19, 3 Jn 2).
En consecuencia, sanidad, liberación y restauración es el proceso mediante el cual un nuevo creyente es desatado y sanado de todas las cosas del pasado que le puedan impedir ir hacia el encuentro de su destino y propósito en Dios (Luc 9:62, Heb 12:15, Luc 4:18-19, Isa 61.1-10).
Este es un proceso continuo, que durará toda la vida, ya que Dios va revelando paulatinamente cosas en nuestro corazón de las cuales necesitamos ser sanados y liberados para alcanzar la plenitud de vida en El (Heb 4:12, Jn 10:10). Implica la necesidad de que el nuevo creyente se acerque a su pastor o a quienes esté designe para tener un proceso de discipulado y consejería bíblica y también a través de la participación en retiros con las temáticas de sanidad, liberación y restauración como eje central.


Discipulado.
El objetivo que Jesús tiene con respecto a cada creyente, la meta para cada creyente, es que este se convierta en un discípulo de Cristo, conociendo todo lo que El nos ha mandado así como enseñándolo a otros (Mat 28:18-20). Como la Palabra es viva y eficaz (Heb 4:12), y todo creyente será perfeccionado hasta el día de Jesucristo (Fil 1:6), todo el tiempo el creyente es susceptible de ser enseñado y aprender nuevas verdades de la Palabra de Dios para aplicar en su vida. El discipulado es la forma como los creyentes, con la ayuda de un tutor o padre espiritual con un grado mayor de madurez, crece constantemente en su madurez en Cristo y comienza a enseñar a otros para que estos a su vez enseñen a otros (2 Tim 2:2).
Por lo tanto, el discipulado es el proceso mediante el cual, los nuevos creyentes son enseñados por otros creyentes con mayor madurez en Cristo, enseñándoles las Escrituras, a entenderlas y a ponerlas por obra, haciendo énfasis en la formación del carácter y modelando el estilo de vida bíblicos que son el propósito de Dios para la vida del creyente. El objetivo de esta etapa es avanzar en el proceso de que el creyente sea perfeccionado en su carácter incrementando su conocimiento de la Palabra, desarrollando su fe, fortaleciendo su relación con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, alcanzando el mayor grado posible del carácter de Cristo y su efectividad en el cumplimiento del propósito de Dios para su vida (Mat 28.18-20, 2 Tim 2:2).
Este proceso se realiza a través de la participación del creyente en un grupo de discipulado o estableciendo una relación uno a uno con un mentor con mayor grado de madurez en el Señor.


Formación.
Dios no bendice la ignorancia, más bien, bendice el conocimiento y nos insta a adquirirlo con diligencia, principalmente el que se refiere al conocimiento de Dios y sus planes para con el mundo, lo que El hace, la forma como lo hace, el propósito con el que lo hace, etc. (Ose 4:6). Los errores que el ser humano comete en su vida, primordialmente se deben a que desconocen las Escrituras (Mat 22:29, Mar 12:24) que nos fueron dadas para ser instruídos en toda justicia (2 Tim 3:16). Una de las necesidades del creyente, de acuerdo a las Escrituras, es el de ser enseñado para después ser maestros de otros (Heb 5:12). De hecho, los oficios ministeriales (apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros), son para enseñar, adiestrar, capacitar, formar, entrenar, a todos los creyentes para que ellos realicen el ministerio, edifiquen el Cuerpo de Cristo, construyan la unidad de la fe y del conocimiento del hijo de Dios, crezcan a la estatura del varón perfecto desarrollando el carácter de Cristo en ellos y alcancen la plenitud de Cristo en el ministerio (Efe 4:11-16).
Por lo tanto, la etapa de formación es el proceso mediante el cual el creyente consolidado y restaurado comienza a ser formado para incorporarse en un área de servicio en la Iglesia (Mat 8.14-15, Mar 10:42-45), que implique el cuidado de otras personas (2 Tim 2:2) para acompañarlas en su proceso por la ruta de trabajo, dando de gracia lo que de gracia recibe (Mat 10:8).
Este proceso es fundamental para el desarrollo del creyente porque constituye la etapa en la cual pasa de estar solamente ocupado en sí mismo y en lo que Dios puede hacer por él, a ocuparse de las necesidades de otros y del propósito de Dios para sí mismo y los demás (Mar 22:36-40).
Sin este paso, la madurez del creyente queda detenida e igualmente el proceso de convertirse en discípulo (Mat 16:24, Mar 8:34, Luc 9:23).
Este proceso se lleva a cabo a través de escuelas y/o seminarios y/o talleres de enseñanza sobre temas específicos relacionados con la preparación para el servicio, el ejercicio de los dones y el ministerio.


Activación.
A cada uno de los creyentes Dios los constituye como una parte específica del Cuerpo de Cristo y les reparte dones para que puedan desarrollar la función específica que corresponde a esa parte del Cuerpo (1 Cor 12-14). A través de la formación y el servicio, cada creyente va descubriendo y desarrollando esos dones, hasta el momento que alcanza la madurez para ejercerlos con responsabilidad y autoridad. Es en ese momento cuando debe ser activado y habilitado para ponerlos plenamente en acción y abarcando un cada vez mayor campo de acción (Jn 14:12, Mat 10:5-8).
En consecuencia, la activación es la etapa y el proceso mediante el cual la persona formada en una escuela, seminarios y/o talleres de enseñanza es habilitada para ejercer, bajo la autoridad y sujeción a los Pastores y autoridades de la Iglesia, el cuidado de otros creyentes, activando sus dones, transfiriendo la unción pastoral y asignando autoridad delegada (1 Tim 4:14, 2 Tim 1:6, Mat 9:35-38, Mat 10:5-8) pudiendo comenzar a stablecer y desarrollar un Grupo en casa que estará a su cargo.


El ministerio en el templo y en las casas.
Todas las actividades de la ruta de trabajo se realizan tomando en cuenta dos ambientes complementarios: las casas y el templo (Hch 2:41-47). En grupos pequeños que son una parte reducida de la congregación y en el grupo grande de la congregación. Ambos ambientes con complementarios y necesarios para que cada creyente pueda alcanzar el mayor grado de desarrollo y madurez, y deben aplicarse conjuntamente para lograr la eficiencia completa del proceso. Además los grupos pequeños son lugares de entrenamiento, ejercicio y perfeccionamiento ministerial para un ministerio de mayor alcance a nivel congregacional. De tal manera que debemos valorar, apreciar y estimular ambos, complementándolos y no poniéndolos en competencia.




19 Abr 2012