Estudio Bíblico

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La batalla de todo hijo de Dios (1a. parte).



LA BATALLA DE TODO HIJO DE DIOS (1ª. Parte).



Introducción.

Rom 7:21-25: este pasaje nos habla de una situación que enfrentamos los hijos de Dios todos los días: una batalla entre querer hacer el bien y el mal, entre hacer la voluntad de Dios y el pecado, entre el espíritu y la carne. Esta es una batalla que vamos a librar todos los días de nuestra vida terrenal (Fil 1:6, Jer 17:9) porque desde la caída de Adán fue sembrada en el corazón de él una semilla de iniquidad que pasó a todos nosotros y va a estar allí hasta el día que seamos perfeccionados totalmente en el día de Jesucristo.

¿Pero acaso no somos nuevas criaturas? Si, pero necesitamos entender que en la salvación fuimos renacidos, hechos nuevos, solo el Espíritu, nacimos de nuevo en el Espíritu (2 Cor 5:17). Nuestra alma (pensamientos y sentimientos) y nuestro cuerpo quedaron prácticamente iguales. En este tiempo presente necesitamos perseverar en la Palabra para salvar nuestras almas (Sant 1:21, 3 Jn 2), estamos en ese proceso y mientras eso sucede hay un conflicto en nuestro interior entre querer hacer lo bueno y lo malo.

Necesitamos estar conscientes de esta batalla que necesitamos librar, que es una batalla constante. Por eso dice la Palabra necesitamos vestirnos de la armadura de Dios (Efe 6:10-18) y empuñar las armas de nuestra milicia para destruir fortalezas (2 Cor 10:4-6). Y un soldado se viste todos los días con la armadura, con sus armas, para estar listo cuando se presente la batalla.

Esa batalla cotidiana no es directamente contra el diablo. El diablo nos puede hacer algo solo porque hay algo en nosotros que lo deja hacer, ese algo es la carne. La carne es realmente nuestro primer y prioritario enemigo que necesitamos vencer. El diablo ha tratado de desviar la atención hacia sí mismo y que batallemos contra él (siendo que es un enemigo derrotado previamente en la Cruz del Calvario y despojado, Col 2:13-15), para que el enemigo que tenemos dentro, que le permite atacarnos y hacernos tropezar a veces, quede intacto. Sin embargo la Palabra de Dios hace énfasis en que es la carne la que necesita ser vencida, derrotada, para poder derrotar las obras de las tinieblas contra nosotros.

Ello está claramente indicado en la Palabra cuando Jesús, antes de ser apresado y crucificado les dijo a sus discípulos (Jn 14:30): ya viene el príncipe de este mundo pero nada tiene en mí, es decir, no me preocupo que él venga porque no tiene nada en mí. Y Jesús pudo decir esto porque había crucificado la carne, Su voluntad estaba sometida totalmente a la voluntad del Padre (Jn 4:34, Jn 5:30, Jn 6:38, Mat 6:120, Mat 26:42, etc.). Igual necesitamos hacer nosotros.



Aunque hay una batalla, está garantizado que venceremos.

No es una batalla en la que podamos perder porque la Palabra dice que si estamos en Cristo somos más que vencedores (Rom 8:31-39). Si estamos en Cristo mayor es el que está en nosotros que el que está en el mundo (1 Jn 4:4), y para esto vino el hijo de Dios: para destruir las obras del diablo (1 Jn 3:8).

Pero ello no implica que podamos ignorar que existe esa batalla. Si la ignoramos, entonces el diablo va a sacar ventaja de ello, fortaleciendo la carne en nosotros, lo que debería ser debilitado en lugar de ello se fortalece. Si no libramos la batalla, todo lo que hagamos, aunque algunas de esas cosas sean basadas en la Biblia, lo más seguro es que, como nuestro corazón es perverso y engañoso (Jer 17:9) las vamos a hacer en la carne (auto-estima, auto-realización, auto-complacencia, auto-satisfacción, etc.), y ello va a fortalecer nuestra carne en lugar de nuestro espíritu (Mat 7:21-23).

Necesitamos saber que nuestro enemigo, antes que el diablo es la carne. Este es el enemigo inmediato que necesitamos vencer.

El deseo de Dios es que nosotros venzamos en esa batalla. La Palabra dice que no vamos a ser tentados más allá de lo que podamos resistir (1 Cor 10:12-13), lo que implica que Dios lo ha limitado, lo ha maniatado para que nos pueda vencer (1 Ped 5:8-10). No se puede pasar del límite que Dios, nuestro Padre le permite, y El solo permite aquello que nos va a servir de entrenamiento para fortalecernos, afirmarnos, perfeccionarnos, establecernos en El. Y el diablo no puede pasar de ese límite. Por ello ya es una batalla ganada, donde tenemos la victoria garantizada, pero ello no implica que no la tengamos que pelear. No podemos ser más que vencedores si no la libramos de la misma manera que no podemos ganar una carrera que no corramos.

Jn 10:10 dice que el diablo vino para robar, matar y destruir, pero Cristo vino para que todos tuviéramos vida y vida en abundancia. Entonces el diablo va a tratar de robarnos y destruirnos la vida abundante pero Jesús nos garantiza que a pesar de ello, vamos a vencer y vamos a poder disfrutar de esa vida abundante.

Sal 1:1-3 nos da una clave para ganar la batalla: meditar de día y de noche en la Palabra y tener en ella nuestra delicia, pero también nos enseña que hay que librar una batalla contra los caminos de los pecadores, las sillas de los escarnecedores y el consejo de los malos.

En Josué 1:1-9 Dios le había garantizado a Josué que iba a entregarles la tierra prometida, pero Josué iba a tener que pelear la batalla. Dios aseguraba el resultado de la batalla pero le dice tres veces que fuera valiente y esforzado para pelear la batalla. Igual dice en 3 Jn 2,



El enemigo a vencer: la carne.

El diablo no nos puede vencer porque Cristo ya lo despojó y lo derrotó en la Cruz, y lo dejó sin poder (Col 2:13-15). Lo único que el diablo puede hacer es engañarnos (Jn 8:44), si no conocemos la Verdad de Dios (Ose 4:6). Por eso la Palabra de Dios nos dice que empuñemos el escudo de la fe (la Verdad) para apagar los dardos de fuego del maligno (sus mentiras) (Efe 6:16).

Los pensamientos del diablo son como ”cantos de sirena” (según el mito) que atraen (seducen) a las personas, pero una vez seducida, le provocaban la muerte. Igualmente hace el diablo (Sant 1:13-15). Nos atrae con una mentira, nos seduce con cantos de sirena que atraen a la carne con promesas falsas de bienestar, satisfación y/o placer, pero que al final no solo no se cumplen sino que nos destruyen: los deseos de la carne (lujuria), los deseos de los ojos (codicia) y la vanagloria de la vida (orgullo, auto-estima, auto-realización) (1 Jn 2:15-16). Todos estos son enemigos de Dios, y por lo mismo, enemigos de nosotros, los hijos de Dios. Aunque estos le gustan a la carne, la atraen, y nos quiere seducir, mayor es el que está en nosotros (1 Jn 4:4), que nos ayuda a hacer morir las obras de la carne (Rom 8:13).

La victoria tiene como clave el hacer morir la carne en nosotros, el morir a los deseos de la carne, en derrotar y crucificar la carne. Por ello Jesús dice (Mat 16:24): el que quiera ser mi discípulo niéguese a sí mismo (niéguese a la carne) tome su cruz (crucifique la carne) y sígame (obedézcame). La carne es todo lo que está en nosotros, en nuestro interior que nos sugiere que desobedezcamos a Dios y nos va a sugerir argumentos mentirosos para que desobedezcamos a Dios.

La carne siempre va a querer que haga lo que está en contra de la Palabra de Dios, directamente o sembrándome la duda. El diablo incluso puede usar algo de la Biblia para engañarnos al sacar del contexto los pasajes. Por ello necesitamos estar armados de la Palabra (que es básicamente el arma más poderosa para derrotar al diablo junto con la dependencia y dirección del Espíritu Santo) como Jesús lo estuvo para evitar las tentaciones del diablo en el desierto (Mat 4:1-11).

Dios nos da las armas, pero necesitamos tomarlas y pelear la batalla para obtener la victoria. Perdemos la batalla cuando desobedecemos a Dios, y sabemos cuando desobedecemos a Dios porque o tenemos el testimonio dentro de nosotros que lo estamos desobedeciendo o tenemos dudas de si eso está bien. Entonces, si lo sabemos con certeza o tenemos dudas no tenemos porque hacerlo. Mejor lo evitamos.

Lo que necesitamos saber es que la batalla es contra la carne, y si la carne nos seduce, nos va a derrotar (Rom 7:21-25). El problema está en la carne. La carne siempre quiere que se le de gusto, tener una alta auto-estima, auto-satisfacción, que al final es auto-adoración. No importa el precio que tengamos que pagar ni que tengamos que pasar por encima de todo, incluida la Palabra de Dios, la carne quiere darse gusto a sí misma, y que le demos gusto.



¿Como vencer la carne?

Lo primero que necesitamos es arrepentimiento, entender que ese darnos gusto a cambio de desobedecer a Dios es pecado y la paga del pecado es muerte y ello trae maldición a nuestra vida. El pecado, aunque Dios lo perdona y minimiza las consecuencias, siempre tiene consecuencias, aunque no sean inmediatas, pero siempre trae consecuencias. El diablo siempre cobra y cobra más de lo que da.

El pecado no es un desliz, ni una debilidad, ni solo algo que hacemos mal. Es una puerta abierta al diablo en nuestro corazón para que nos dañe y para que pueda acusarnos delante de Dios y hacerlo quedar mal a El (¿ya viste lo que ese tu hijito hace? ¿no que le diste libertad sobre el pecado y sigue pecando? ¿acaso no lo libertaste del pecado y sin embargo sigue en lo mismo? Te está haciendo quedar como mentiroso). Y a un padre, y Dios no es la excepción, lo que más le duele no es que hablen mal de él sino que hablen mal de sus hijos. Es como un cuchillo clavado en su corazón. Y el pecado es un dolor que causamos al Corazón del Padre, que aunque nos ama y nos perdona, no por eso deja de ser dolor.

Además no solo le abrimos puertas a la maldición y le dimos oportunidad al diablo para atacar a nuestro Padre sino que el diablo tiene un derecho legal para cobrarnos el pecado, le dimos una factura para que nos cobre más tarde (consecuencias).

El pecado además, debería ser aborrecible porque borra la imagen de Dios en nosotros, es algo que hacemos no solo contra la imagen de Dios en nosotros, sino contra El mismo porque Su imagen en nosotros es El mismo en nosotros.

El pecado es tan aborrecible que todos los males que existen en el mundo son su consecuencia directa: la hambruna, la violencia, la pobreza, la guerra, la inmoralidad sexual, la destrucción de las familias, las extorsiones, los asesinatos, la gente que se muere de cáncer, la corrupción, la drogadicción, la homosexualidad y el lesbianismo, etc., todo ello es resultado del pecado. No necesariamente que las personas que sufren algunos de esos males (como pobreza, enfermedad, destrucción de sus familias, hambruna, guerra) que ellos hayan pecado directamente, sino que el pecado de la humanidad ha provocado todo ello. El pecado no es algo que hacemos y ya está, sino que la suma del pecado es lo que produce todo lo malo que hay en el mundo, porque el pecado de todos nosotros produjo un sistema en el mundo donde el pecado se multiplica y con ello también sus consecuencias. La paga del pecado es muerte, no solo para el que peca directamente, sino colectiva, porque el pecado no es solo algo que hacemos nosotros, sino algo que hacemos contra Dios y también contra los demás.

Por todo ello necesitamos aborrecerlo en lugar de justificarlo, necesitamos arrepentirnos en lugar de consentirlo. Por otro lado, el pecado en nosotros no es culpa de nuestro pasado, ni de nuestros antepasados, ni de nuestras circunstancias, ni de las situaciones de vida que nos han tocado: nuestra familia, nuestra historia, nuestras carencias, etc. El pecado es nuestra responsabilidad personal, nuestra elección, cada uno de nosotros somos personalmente responsables por él (Deut 30:19-20) y no hay ninguna justificación para él. Fue nuestra elección voluntaria y más aún ahora, que hemos sido liberado de la ley del pecado y de la muerte (Rom 8:2) y habiendo sido trasladados de la potestad de las tinieblas al Reino de Dios (Col 1:13).

Lo primero que necesitamos entonces es entender las dimensiones del pecado y arrepentirnos de él de la manera en que se arrepintió el hijo pródigo (Luc 15:17-21), volviendo en sí porque es algo que hicimos en primer lugar contra Dios porque todo pecado es primariamente algo que hago en contra de Dios, pero un arrepentimiento genuino, no uno de pecar y confesar y empatar, sino un arrepentimiento que signifique pensar, sentir, decidir y hacer como Dios, contrario al pecado. Un cambio total de orientación y dirección en el sentido contrario a donde nos llevaba el pecado.

Lo segundo (Rom 12:1), que presentemos nuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es nuestro culto racional. Eso significa crucificar la carne, no avivar el fuego de ella en nosotros. Cuando haya un pensamiento de la carne necesitamos crucificarlo, llevarlo cautivo a la obediencia a Cristo (2 Cor 10:4-6). Necesitamos morir a la carne (al yo, al ego). Jn 3:30 nos enseña que es NECESARIO que nosotros mengüemos y El crezca. No es opcional. Es una necesidad. Necesitamos crucificar la carne (Rom 8:13), hacer morir todas sus obras en nosotros y a través de nosotros. Si queremos vivir bajo las bendiciones de Dios, necesitamos morir porque si no, Dios nos bendice y la carne nos roba las bendiciones.

Y dice sacrificio vivo, ello implica que necesito estar consciente todo el tiempo de ello porque un sacrificio vivo siempre va a querer bajarse del altar. Necesitamos estar conscientes de que crucificar la carne es necesidad, aunque duela, porque después del dolor viene la bendición, después de la muerte la resurrección, la vida. Sin muerte no hay plenitud de vida. Para tener vida plena, vida eterna, la vida de Dios, primero necesitamos morir y establecernos permanentemente en Cristo (no solo de palabra sino en verdad).

Algo que impide que la carne muera es que cuando queremos dejar un pecado, pensamos en dejar el pecado, pero cuando pensamos eso nos imaginamos el pecado, y esa imagen del pecado alimenta la carne, el deseo de la carne, y como pensamos en el pecado (aunque sea pensando en dejarlo) ese pensamiento me termina llevando de nuevo al pecado porque conforme pensamos, así actuamos. En lugar de pensar en dejar el pecado, necesitamos pensar en hacer lo bueno delante de Dios, sustituir una imagen por otra. La Biblia dice que crucifiquemos la carne, es decir, no pensar en las cosas que la carne quiere hacer, porque tarde o temprano, ellas nos van a llevar a darle gusto a la carne.

La Biblia dice que si en nuestro ojo (o pensamiento u oído) hay tinieblas, todo nuestro cuerpo se va a llenar de tinieblas (Mat 6:22-23) Lo que veamos, pensemos u oigamos, si no lo pasamos por el filtro de la Palabra de Dios y desechamos lo malo y retenemos lo bueno, tarde o temprano nos va a llevar a lo malo, al pecado.

Tercero (Rom 12:2): no nos conformemos a la forma de pensar de este mundo sino pensemos conforme a Dios piensa. El mundo justifica el pecado, y más aún, lo fomenta, pero la Palabra lo rechaza. Por ello necesitamos cambiar nuestra manera de pensar y pensar tal como la Biblia, no como nos conviene, porque muchos ahora usan la Biblia, sacándola de contexto, para justificar lo que su carne quiere hacer (por ejemplo, para que buscar la santidad, si no somos perfectos y no lo vamos a alcanzar hasta que sea el día de Jesucristo, entonces justificamos el pecado en lugar de combatir contra él hasta la muerte como nos enseña Heb 12:4; o también: como somos los hijos de Dios nos merecemos vivir como reyes; como somos hijos de Dios nos merecemos tener éxito a la manera del mundo; etc., y ello nos lleva al materialismo, al exitosismo al estilo del mundo, a usar los métodos humanos, la mercadología y la psicología, en lugar de confiar en el Señor, etc.).

06 Sep 2012
Referencia: Santificación.