Estudio Bíblico

Inicio > Estudio

De la funeraria a la celebración (2a. parte).



De la funeraria a la celebración (2a. parte).




Introducción.

Cada uno de nosotros tuvo un origen en su práctica religiosa, en su caminar con Dios. No comenzamos de cero. Cada uno, de alguna manera, al reconocer al Señor Jesucristo ya teníamos ciertas normas y principios de cómo comportarnos en la Iglesia.

Esas normas que hemos aprendido son lo que constituyen la religión, los métodos que el ser humano crea por sí mismo para acercarse a Dios, ganarse sus bendiciones, ganarse el amor de Dios. Estos métodos son humanos, diferentes de los que Dios determina en Su Palabra, y muchos de ellos se convierten en camisas de fuerza que nos desvían de una auténtica relación con Dios.

Por ello, cuando venimos a Cristo necesitamos revisar todos esos métodos a la luz de la Palabra para ser libres de toda camisa de fuerza y religiosidad en nuestra relación con Dios que nos limitan y nos esclavizan.

Una de esas camisas de fuerza es venir a la iglesia con caras largas, cuando venimos a encontrarnos con el Dios de la vida, y la vida es alegría, y Dios es el Dios de la alegría. Esa camisa de fuerza nos lleva a acercarnos a Dios con temor, seriedad, formalismo, etc.

El cristianismo es un estilo de vida que deriva de una relación con Aquel que nos salvó que nos lleva al Padre. Esa relación es personal, individual, desprovista de religiosidad y formalismos: Él es el Padre. Necesitamos liberarnos de esas normas que parecen muy espirituales pero que nos roban el poder tener una relación libre, espontánea, natural con El.

La Palabra nos enseña que para entrar en el Reino de Dios necesitamos ser como niños, es decir, relacionarnos con el Señor con libertad, espontaneidad, naturalidad, sin formalismos, con inocencia.

Para Dios somos su prioridad, necesitamos entender esa situación para relacionarnos con Él porque Él está esperándonos, Él nos anhela y quiere tener con nosotros una relación espontánea, natural.

Mucha gente compra libros para aprender a orar, buscando fórmulas para relacionarse con Dios sin entender que con El no hay fórmulas de relación. Eso es el resultado de la religiosidad que hay en nosotros. Todos, en alguna medida, buscamos reglas, y no solo para la oración sino para todos los temas que tienen que ver con nuestra relación con el Padre.



En el cielo y en la eternidad hay alegría constante.

1 Ped 4:13: “sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría.”

Jud 1:24-25: “Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén.”

La presencia de Dios, de Su Gloria, de Su Esencia, trae alegría, trae gozo. Cuando no tenemos alegría y/o gozo es porque en algún lugar nos perdimos de la presencia de Dios. No es que Dios se haya ido de nuestro lado o de nuestro corazón, porque Él no nos deja, Él permanece en nosotros, somos templos del Espíritu Santo de una vez y para siempre. El problema es que nosotros no permanecemos, nos apartamos, ponemos una barrera (nuestros pecados) entre Él y nosotros. Cuando no tenemos gozo ni alegría es porque hay algo que no está bien en nuestros corazones.

Aún en medio de los problemas podemos tener alegría y gozo porque con Él seremos más que vencedores (Rom 8:28), todas las cosas obrarán para bien nuestro, Él deshará las obras del diablo, mayor es el que está con nosotros que el que está en el mundo, etc. Ello no puede ser motivo de tristeza, sino todo lo contrario, tendría que ser un motivo de alegría y gozo porque vamos a experimentar la victoria en medio de cualquier circunstancia. No importa la cantidad ni la intensidad de enemigos se levanten en contra de nosotros, Él que está en nosotros y con nosotros, los vencerá y nos dará la victoria, y podremos celebrar, incluso en anticipación, porque tendremos victoria sobre todos ellos (“El adereza mesa, prepara mesa de banquete de victoria, delante de nuestros angustiadores”, Sal 23).

Tenemos más que suficientes motivos para mantenernos alegres. Él cambió nuestro destino eterno del infierno a la vida eterna, a la vida abundante por toda la eternidad. Vamos a vivir la eternidad con Él. Y encima de ello no nos costó nada, nos lo dio como un regalo por gracia. Ese sería un motivo más que suficiente para vivir con una sonrisa en nuestro rostro.

¿Por qué las iglesias están vacías y las discotecas están llenas? Porque las discotecas ofrecen una falsa alegría, mientras que las iglesias ni siquiera ofrecemos una alegría falsa, más bien parecemos funeraria, llena de religiosidad, tristeza, seriedad, etc., como si estuviéramos muertos en lugar de tener vida y libertad con responsabilidad como la que en realidad tenemos en Cristo.

Cristo no nos libertó para meternos en un conjunto de normas, de deber y tener. Cristo nos libertó para tener con nosotros una relación natural, libre, espontánea, auténtica, de acuerdo a como Él nos creó, a nuestras características personales, individuales. Y ello, para tener alegría, porque en Su presencia hay plenitud de gozo y delicias a Su diestra para siempre.

Necesitamos revisar nuestras normas a la luz de la Palabra, y una de las que necesitamos quebrantar es la de las caras largas. Dios nos enseña en Su Palabra que vengamos a la casa del Señor con alegría, que le sirvamos con alegría, que le alabemos con alegría, que escuchemos la Palabra con alegría, que demos con alegría, en fin, que hagamos todo para El con alegría y que vivamos con alegría.

Necesitamos romper con la religiosidad que aún tenemos en nuestra mente, con la imagen de un Dios extremadamente serio y hasta gruñón. Sin embargo la Palabra dice que:



Dios es un Dios de alegría.
1Cr 16:27: “Alabanza y magnificencia delante de él; poder y alegría en su morada.”
 Si hay alegría en Su morada, es porque Él es un Dios de alegría.

Sal 4:7: “Tú diste alegría a mi corazón mayor que la de ellos cuando abundaba su grano y su mosto.”
 La alegría que el Señor nos da a nuestro corazón es mayor que cualquier forma de alegría que pueda proveer el mundo, porque Él nos perdona, nos limpia, nos liberta, nos sana, nos restaura, nos provee, nos guarda, etc.

Sal 21:6: “Porque lo has bendecido para siempre; lo llenaste de alegría con tu presencia.”

Sal 30:11: “Has cambiado mi lamento en baile; desataste mi cilicio, y me ceñiste de alegría.”

Sal 43:4: “Entraré al altar de Dios, al Dios de mi alegría y de mi gozo; y te alabaré con arpa, oh Dios, Dios mío.”
 Solo de pensar en Él nos debería llenar de alegría, no solo por todo lo que Él ha hecho por nosotros, sino por lo que está haciendo y por lo que hará, por nuestro garantizado destino eterno, por la victoria que tendremos en cualquier circunstancia, etc.

03 Sep 2013