Estudio Bíblico

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Espíritu Santo.



EL ESPÍRITU SANTO.
INTRODUCCIÓN.




El Espíritu Santo es una Persona.

Para iniciarnos en el conocimiento del Espíritu Santo (no el conocimiento espontáneo, superficial, básico, sino el conocimiento profundo, personal, íntimo) necesitamos entender y reconocer que El no es una cosa o una fuerza o una unción. Él es Dios, igual al Padre y al Hijo, con todos los atributos de la deidad: Omnipresente, Omnipotente, Omnisciente, cuya función primordial, en lo que se refiere a nosotros en este tiempo, es:
• La regeneración del pecador que cree y reconoce el Señorío de Cristo.
➢ 1 Cor 12:3. “Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo.”
➢ Efe 2:8-9. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.”
➢ Jn 3:3-8. “Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu.“
• Nos bautiza en el cuerpo de Cristo.
➢ 1 Cor 12:11-13. “Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere. Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo. Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu.”
• Habitar dentro de cada uno de nosotros, los hijos e hijas de Dios.
➢ 2 Tim 1:14. “Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros.”
➢ Sant 4:5. “¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente?”
➢ Rom 8:14-15. “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!”
• Sellarnos como garantía de pertenencia a Dios, manteniéndonos a cada uno firmemente en la familia de Dios y llevándonos en el proceso de perfeccionamiento hasta que nuestra redención sea plenamente manifestada.
➢ Efe 1:13-14. “En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria.”
➢ 2 Cor 3:18. “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.”
➢ Fil 1:6. “estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo;”




La transformación interior es su especialidad.

En un mundo ávido de posiciones, poder y autoridad, Hch 1:4-8 se ha interpretado de una manera incompleta, en el sentido de favorecer lo que el mundo busca, y dejando de lado el contexto bíblico de este pasaje. En el reconocimiento del Espíritu Santo este pasaje ha adquirido una posición primordial, y hasta exagerada, con énfasis en la obra externa del Espíritu Santo (operación de dones) en menoscabo de otros pasajes donde se enfatiza la obra del Espíritu Santo hacia el interior del creyente (producción del fruto del Espíritu, Jn 14:15-18, Jn 14:26-27, Jn 16:7-15, Gal 5:22-23). El contexto de toda la Palabra de Dios no es satisfacer la búsqueda de posiciones ni el engrandecimiento del ser humano, sino su restauración a la comunión con Dios y a la posición de hijo e hija. Por lo tanto, este pasaje debe entenderse primariamente en este contexto: en el contexto del empoderamiento de cada uno de nosotros por el Espíritu Santo para ser restaurados a la comunión con Dios (sin santidad nadie verá al Señor) y a la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta (Rom 12:2), a vivir bajo el Señorío de Cristo y el Reino de Dios, donde todas las cosas nos serán añadidas (Mat 6:33). Por ello el pasaje está mencionado en el contexto del Reino de Dios, que es justicia, paz y gozo (--Rom 14:17--), antes que dones, señales y milagros.

Por otro lado, si estudiamos las Escrituras con detenimiento, la obra que el Espíritu Santo hizo en los discípulos en el día de Pentecostés no fue la de habilitarlos para predicar y hacer señales y milagros, por cuanto que todo ello ya lo habían hecho con anterioridad cuando Cristo estaba con ellos (Luc 9:1-6, Luc 10:17.20), sino transformar su carácter de personas temerosas a personas aguerridas que pudieran llevar adelante la transformación de su carácter para dar testimonio con su vida de la obra redentora de Dios, y además, hicieran las señales que respaldaran ese testimonio. Es dentro de este contexto que necesitamos entender Hch 1:4-8:
• “Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días. Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo? Y les dijo: No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad; pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.”

La transformación interior es posible porque Su proximidad hace que ella se ponga en acción porque es el Espíritu Santo, y por ende, la santidad (obediencia, transformación) es su primordial y prioritario “producto” o “resultado”, tal como nos enseña el Libro de los Salmos:
• Sal 51:10-12. “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente.”

Fue enviado en última instancia, a ser partícipe de nuestra vida cotidiana, a ser experimentado de manera íntima, para que tuviéramos con Él una relación cercana, profunda y próxima (Jn 14:15-18, Jn 14:26-27, Jn 16:7-15). Cuando Jesús les dijo a sus discípulos que no les dejaría huérfanos sino que enviaría al Consolador para que estuviera con ellos para siempre era otra manera de decirles que sus (nuestras) vidas victoriosas dependerían de su (y nuestra) unión vital con el Espíritu Santo. La vida que Jesús vivió podemos vivirla día a día cuando recurrimos al poder del Espíritu Santo que mora en nosotros.



Él es el Ayudador.

La palabra griega que se traduce “Consolador” es la palabra "parakletos" que en griego tiene múltiples significados, y que es un nombre que se usa para referirse al Espíritu Santo (Jn 14:16, 26; 15:26; 16:7) cuyo significado como Consolador u Abogado, nos deja con un entendimiento muy limitado de lo que realmente quiso decir Jesús cuando le asignó al Espíritu Santo esa calificación.

Esa calificación, en principio, nos indica Su proximidad con nosotros, el alguien que está muy cercano, pero muy cercano a nosotros. Y el Espíritu Santo es Alguien así: no tenemos que ir a buscarlo al cielo ni llamarlo desde lejos porque Él está en nosotros, con nosotros, a nuestro lado, en todo momento, listo para acudir en nuestra ayuda cuando necesitamos y requerimos de Su amparo. Él es la presencia de Dios, siempre presente en el corazón de Sus hijos e hijas y de Su Iglesia.

“Parakletos” cuenta con un amplio trasfondo en la ley griega. Era el amigo del reo, el abogado defensor, el hombre que daba testimonio del carácter de su amigo cuando éste lo necesitaba más y cuando otros querían condenarlo. En este sentido, el Espíritu Santo es el abogado que defiende nuestra causa ante el Padre (1 Jn. 2:1). Pero su significado trasciende esos límites, e indirectamente implica: consolador; el que ayuda y anima; el que obtiene mediante súplicas; el que es mandado llamar para hacer algo, para que preste algún servicio; alguien que es llamado al lado de uno para que ayude en tiempos de dificultad o necesidad; confortador, que infunde valor y/o ánimo, alivia la pena o aflicción; suprime nuestra incapacidad y nos capacita para poder con la vida.

La palabra griega “Parakletos” se relaciona también con la palabra “Parakalein” es la palabra para exhortar a los hombres a que realicen obras nobles y a que cultiven pensamientos elevados; especialmente, es la palabra para infundir coraje ante la batalla. La vida nos está llamando continuamente a la lucha, y el único que nos capacita para hacer frente a las fuerzas enemigas, para competir con la vida y conquistarla, es el “Parakletos” el Espíritu Santo.

El Señor Jesús, al ver que se acercaba el fin de su ministerio y en circunstancias que se preparaba para dar por terminadas sus enseñanzas, e impartir a sus discípulos las últimas instrucciones, informó a los suyos con respecto al descenso del Espíritu Santo, como otro “Parakletos” (Jn 14:16), lo que implica otro de la misma clase que Jesús, uno semejante a Jesús, que se quedara con ellos para siempre.

Como Consolador, el Espíritu Santo es el que nos provee, de acuerdo a Luc 4:18-19, de sanidad para las heridas y cicatrices del corazón que están allí como resultado de que en la vida cotidiana hayamos sido lastimados; también sana nuestros sentimientos fracturados y nos imparte seguridad para seguir adelante sabiendo que al final del camino seremos más que vencedores sobre cualquier situación adversa –buenas nuevas a los abatidos--; nos liberta de las ataduras y pensamientos del pasado, de la carne, que nos impiden o nos pueden impedir avanzar hacia el buen propósito de Dios para nosotros (la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta –Rom 12:2--; también nos enseña la Verdad, revelándonos la Voluntad del Padre específica para las situaciones cotidianas que enfrentamos –el año de la buena voluntad de Dios—y nos guía a toda Verdad, iluminándonos con Su Luz y con la Palabra que es Su Espada –dar vista a los ciegos--. Y por si ello fuera poco, nos regala dones (1 Cor 12:1-11) para provecho nuestro y de otros.

En conclusión, el título que Jesús le da al Espíritu Santo como “Parakletos”, es porque Él quería significar con ello:
• Otro de la misma clase que Jesús, uno semejante a Jesús que se quedaría con nosotros para siempre.
• Alguien íntimo con nosotros, cercano y más que cercano, pegado.
• Listo para acudir en nuestra ayuda en medio de cualquier necesidad.
• Que nos ampara, cobija, protege, nos guía en medio de la dificultad para llevarnos a lugares de bienestar. Sana nuestras heridas, quita cicatrices que nos han lastimado, sana sentimientos fracturados.
• El abogado defensor, que da testimonio del carácter de Su amigo cuando este lo necesita y otros lo quieren condenar.
• El que consuela, ayuda, anima, el que obtiene mediante súplicas (intercede por nosotros).
• El que infunde valor, alivia la pena o aflicción, suprime nuestra incapacidad y nos capacita para poder con la vida.
• El que nos motiva y dirige a realizar obras nobles y cultivar pensamientos elevados.
• El que nos capacita con poder y coraje ante la batalla, para ganarla, para vencer, para conquistar las luchas diarias de la vida. Nos imparte seguridad.
• Nos enseña cosas que necesitamos para vivir, enseñarnos la Verdad, revelarnos la Voluntad del Padre (buena, agradable y perfecta) para vivir en ella.
• Regalarnos dones.

Sin lugar a dudas, cuando Jesús calificó al Espíritu Santo como otro “Parakletos” era porque tenía en mente que el Espíritu Santo, por todas las funciones que cumple en nuestra vida es todo lo que necesitamos para vivir vidas fructíferas, vidas victoriosas, vidas llenas de significado y propósito, en suma, vidas plenas. En este sentido Él es “El Yo soy el que soy”, el “Shaddai”, el “Más que suficiente”.



Él es nuestro Capacitador (Hch 1:4-8).

“Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días. Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo? Y les dijo: No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad; pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.”

El pleno entendimiento de este pasaje pasa por el entendimiento de las palabras que se traducen “poder” y “testigo” al castellano. La primera es la palabra griega “dunamis” cuyos significados son: “fuerza, poder milagroso, un milagro en sí mismo, eficacia, capacidad, potencia, poder”, y la segunda es la palabra griega “mártus” cuyos significados son: “mártir, testigo, testimonio”.

Por otro lado también tenemos que considerar el contexto en que estas dos palabras son utilizadas. Y ese contexto es que los discípulos le están preguntando a Jesús cuando restauraría el Reino a Israel (externo), y Jesús les contesta que eso no les toca saber a ellos, pero recibirán poder (por supuesto que para establecer el Reino) y serán testigos de él cuando viniera sobre ellos el Espíritu Santo. ¿De que Reino y que poder y que testimonio estaba hablando entonces Jesús? Del establecimiento del Reino de Dios en sus corazones, o lo que es lo mismo, de la obediencia a sus leyes, mandamientos, principios y estatutos. Entonces el poder y el testimonio iban en función de ayudarlos a esta obediencia y a manifestar, a través de ella, un testimonio de vida a todos los demás, que es exactamente lo que sucedió después de la primera enseñanza pública de Pedro en Pentecostés (Hch 2:41-47):
• “Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.”

Si hacemos a un lado nuestros propios paradigmas, y nos atenemos a lo que realmente dice la Palabra de Dios, podemos ver que el poder que llenó a los primeros cristianos en Pentecostés fue, en primer lugar, un poder interior que transformó sus vidas, y cuya transformación sirvió de testimonio sin palabras a los que estaban a su alrededor, que por ello se comenzaron a agregar a la Iglesia. Por supuesto que también derivado de ese poder “dunamis”, por intermedio de los apóstoles el Señor hacía muchas maravillas y señales, pero el énfasis del pasaje está en el testimonio de vida no en las maravillas y señales.

Por lo anterior, podemos decir, sin lugar a dudas, que el Espíritu Santo es el poder que nos llena interiormente, en primer lugar y como prioridad, para transformarnos, para desarrollar la regeneración obrada por Él mismo en nosotros en el momento de la salvación, de tal manera que se traduzca en un estilo de vida que sea evidente para todos los que están alrededor, y que los motive para convertirse también ellos a Cristo. Y en segundo lugar, es un poder potenciador de las señales que siguen a todos los que creen (Mar 16:15-18).

Entonces el Espíritu Santo es nuestro Capacitador, enviado divinamente a morar en nosotros, para capacitarnos a vivir vidas que agraden y glorifiquen a Dios, tanto en fruto (carácter y estilo de vida, Gal 5:22-23) como en dones y servicio. Y Pablo, en Efe 3:16-19, afirma esto mismo:
• "Le pido (al Padre) que los fortalezca mediante Su Espíritu --no una fuerza bruta sino una gloriosa fuerza interior-- que Cristo viva en ustedes en la medida que franqueen la puerta y lo inviten a entrar. Y le pido que con ambos pies plantados firmemente en amor, puedan dar cabida con todos los cristianos a las extravagantes dimensiones del amor de Cristo. ¡Extiéndanse y experimenten la anchura! ¡Exploren su largo! ¡Sondeen las profundidades! ¡Elévense a las alturas! Vivan vidas plenas, plenas en la plenitud de Dios." (Efe 3:16-19 MSG).

El Espíritu Santo en nosotros, entonces, producirá en nosotros, por lo menos los siguientes cambios:
• Nos dará una nueva naturaleza, con nuevas inclinaciones, deseos, metas (Jn 3:3, 2 Cor 5:17, 1 Ped 1:23, 2 Ped 1:4).
• De pensar en las cosas de la carne, transformará nuestros pensamientos para pensar en las cosas del Espíritu (Rom 8:5-9).
• Hará morir en nosotros las obras de la carne, produciendo, por consecuencia, una transformación de nuestra manera de vivir (Rom 8:13, Rom 12:2).
• Cambiará nuestras fragilidades humanas, nuestra vacilación temerosa, nuestros temores, en confianza valeroso y en una actitud de invencibilidad (2 Tim 1:7, Rom 8:28-37).
• Cualquier sentimiento de abandono será sustituido por la seguridad de la identidad y pertenencia a la familia de Dios, y más aún, como hijos e hijas de Dios (Jn 14:18, Rom 8:16.17).
• Nos impartirá, además de potenciar nuestras habilidades humanas, dones y habilidades sobrenaturales (1 Cor 12.1-11).


23 Feb 2014