Estudio Bíblico

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Paternidad de Dios.



LA REVELACIÓN DE LA PATERNIDAD DE DIOS.



A causa de haberme enfrentado durante mi niñez con figuras de autoridad cuya principal característica era el autoritarismo, y una “dureza”, la mayoría de las veces fingida, que encubría sentimientos de amor y ternura que no se consideraban propios entre hombres, dureza que tenía como objetivo hacer de nosotros personas fuertes, competitivas y ganadoras en un mundo que se ponía cada vez más difícil, pensé equivocadamente durante muchos años que la forma en que Dios trataba conmigo era a “golpes”.

Eso se vió reforzado por el hecho de que la persona que me enseñó los primeros conocimientos acerca de Dios en mi infancia era una persona muy religiosa y que tenía la idea de que el ascetismo y la severidad para con uno mismo y para con los demás eran la vía para una vida piadosa y para el conocimiento de Dios.

Y entonces, duramente muchos años de mi vida, mi idea era que el Padre era un Dios severo, exigente, castigador. Y a pesar de haber conocido a Cristo y de saber que por la Gracia del Padre había sido salvo y que por específico mandato de El Cristo había venido a la tierra, se había hecho hombre para pagar el precio de mis pecados, esa imagen no cambió durante los primeros años de mi vida como creyente. En mi corazón existía una mezcla de sentimientos: entre amor y miedo, entre deseos de acercarme y de mantenerme lejos, entre gozo por mi salvación y miedo de hacer algo malo y perderla. Todo lo que hacía era simplemente para mantenerlo contento, no como resultado de mi agradecimiento por la obra tan grande que El había hecho en mí.

Un día, conduciendo nuestro automóvil, con mi esposa acompañándome, íbamos hablando del tema, de la supuesta forma tan dura como Dios trataba conmigo cuando de pronto oí una voz muy profunda dentro de mi corazón que me dijo: “¿Por qué dices tú que yo trató contigo duramente? ¿Tu salvación, tu esposa, tus hijas y todas las bendiciones que en estos años Yo he derramado en tu vida son una forma dura de tratar contigo?”. En ese momento vino a mi mente Rom 2:4 que dice:

“¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?”

Allí mismo El me hizo totalmente consciente de que sus bendiciones para conmigo eran su método para que yo me acercara más a El, no los “golpes”. Que esos golpes eran las consecuencias de mis pecados y mis decisiones equivocadas, no decisiones de El para conmigo. Que el no era el responsable ni el causante de ellos sino yo mismo. Que El anhelaba ese acercamiento conmigo y por ello me demostraba su amor con su benignidad.

Lo siguiente que puedo recordar es que vino a mi corazón un profundo dolor por la forma tan severa en que yo había pensado que Dios trataba conmigo y por la característica de rudeza y autoritarismo que yo le había asignado como parte de Su carácter, olvidando completamente que El es amor, y comencé a llorar con ese mismo dolor, arrepentido y pidiéndole perdón, recibiendo de El un nuevo conocimiento de su carácter y calidad de paternidad, que fue como un bálsamo liberador a mi corazón.

No tengo idea de cuanto tiempo pude haber pasado llorando a la orilla de la carretera, pero lo que si pude darme cuenta es que a partir de ese día mi relación con mi Papito cambió radicalmente, rompiéndose todas las barreras que habían impedido que se desarrollara en mí una verdadera relación de hijo hacia El y que cada día, desde ese tiempo, me ha llevado a descubrir aspectos de El que nunca me había imaginado que existían y que me han hecho amarlo cada día más y han sanado y libertado mi alma de una manera impresionante.

A partir de ese momento también se despertó en mí un anhelo de conocerle más íntimamente, de acercarme a El, de conocer más de Su carácter. Y después de muchos años que había estado clamando por conocerlo a El, Su respuesta ya no se hizo esperar más, y llego unos días después:

“…El que me ha visto a mi (Jesús), ha visto al Padre…” (Jn 14:9).

En ese momento entendí que Jesús y El, mi Papá, eran exactamente iguales, que no había entre ellos ninguna diferencia. Que el amor, la ternura, la dulzura, el amor de Jesús hacía mi y hacia todas las personas era iguales a las del Padre hacia cada uno de nosotros. Eso también vino a romper otra barrera que había en mi mente y en mi corazón intensificando la relación con mi Papá, pues yo había sido mal enseñado en mi infancia, en las pocas enseñanzas religiosas que había recibido, y que habían quedado registradas en lo más profundo de mi inconsciente, que el Padre, Jesús y el Espíritu Santo, cada uno de ellos era diferente a los otros dos, y no como enseña la Palabra que son uno, siendo el que más me atemorizaba el Padre pues era el equivalente a un gran ojo que todo lo veía, al que no se le escapaba nada y que por lo malo que hacíamos, nuestros pecados y nuestros errores, estaba presto para castigarnos.

Estaba listo, entonces, para que el Padre comenzara a re-enseñarme como era El realmente y a romper todos los esquemas que yo pudiera tener en mi mente acerca de El. Resultado de ese proceso es la segunda parte de este material, que he llamado “El corazón paternal de Dios.”

Desde ese momento comenzó un “viaje” y una “aventura” en el ámbito espiritual en el cual cada día y a partir de las cosas más pequeñas del diario vivir, El comenzó a revelarse a mí como un Padre específicamente personal, mi concepto de El evolucionó en mi corazón de un Dios de masas a mi Papá, ya no solo un Padre Nuestro sino un Papa mío, un Papa “a toda madre”, El Más Que Suficiente Padre para mí, el Todopoderoso y Omnipotente a favor mío, el Sanador de mis recuerdos, de mis dolores y sufrimientos emocionales, el Liberador de mi soledad “acompañada”, revelación que desde ese día no ha cesado, permitiéndome conocerle y enamorarme de El cada día más, convirtiéndose cada vez en mayor medida, no solo mental sino emocionalmente, en mi mayor y única necesidad, lo primordial en mi vida, el ocupante de la mayor parte de mis pensamientos, El Siempre Presente conmigo, mi Más Cercano, y todas las demás personas y cosas, aún los recuerdos dolorosos, los problemas, las contrariedades de la vida, se han transformado en bendiciones con las que El llena mi vida todo los días como Padre amoroso y cuidadoso con su hijo.

En el proceso, mi corazón ha sido transformado gradualmente de un corazón negativo, pesimista, dolido, rechazado, frustrado y vacío, a un corazón agradecido, optimista, sano, que ha vivenciado lo que escribió Tomás de Aquino hace más o menos quince siglos en sus “Confesiones”: “mi alma no reposará hasta descansar en ti”, o lo que es lo mismo, mi alma no tendrá quietud, paz, gozo, plenitud, hasta no descansar completamente en El, Papito mío.

No quiero dar a entender con esto que haya sido un viaje sin estorbos y sin tropiezos, carente de problemas. Todo lo contrario. Como los discípulos en la barca en medio de la tormenta, ha habido momentos en que la situación se ha tornado tan difícil en todos los sentidos, que he dudado, he querido “tirar la toalla”, esconderme, alejarme de todo, volver atrás, y por momentos también, como los discípulos, sentí como que mi Papito se había alejado de mí, como que no le importaba lo que me pasaba, un sentimiento de desesperación como cuando uno se pierde de sus padres terrenales y no los encuentra y uno se siente desamparado, como que el mundo se lo está “tragando”. Pero en cada una de esas situaciones, en el momento más álgido, he emergido de esa situación viendo la gloria y el poder de El obrando en mi vida y derramándose en amor para conmigo de una nueva manera y enseñándome que El nunca pierde el control ni deja de estar al tanto de lo que está sucediendo en mi vida.

De mi propia experiencia personal y de compartir la misma con otros hermanos en Cristo de mi misma generación, pude darme cuenta que para mí, como para muchas otras personas en el Cuerpo de Cristo, era más fácil relacionarnos con Jesús que con el Padre porque la relación con Jesús equivalía a la relación que habíamos tenido con nuestros hermanos o primos o compañeros, en tanto que la relación con el Padre equivalía a la relación que habíamos tenido con nuestros padre terrenal, maestros, abuelos, etc., que como buenos exponentes del modelo de educación victoriano que prevalecía en su época, eran autoritarios, emocionalmente “secos”, distantes, fríos, formalistas, etc. Adicionalmente, por los cambios en las condiciones económicas y de vida derivadas de la segunda guerra mundial, que provocaron un rompimiento de los valores tradicionales familiares que mantenían mayormente unidas a las familias bajo la figura del padre, dando lugar social y legalmente a los divorcios y a la paternidad irresponsable, que hasta ahora ha dejado a infinidad de hijos sin padres, con la carga de frustración, rechazo, desadaptación, y rencor de los hijos hacia los padres, esta generación, podría decirse, que es una generación sin padres (por ausentes, por permisivos o indiferentes y/o por rudeza) ya que los que debieron serlo estuvieron más dedicados al trabajo, al éxito económico y a la obtención de status social que a las relaciones familiares, pagando su descuido y carencia de tiempo, dedicación y afecto a sus hijos con cosas materiales, y que no crearon relaciones realmente estrechas y significativas con sus hijos. Por esas razones no solo a mi generación sino a las posteriores nos ha costado tanto relacionarnos con el Padre y de esa cuenta, las iglesias por lo general tienen una mayor presencia de mujeres que de hombres, como evidencia del dolor del corazón de los hijos de estas últimas generaciones hacia sus padres terrenales. Y también, por lo general, estas nuevas generaciones de creyentes han crecido y buscado a Dios más por sus manos (lo que pueden recibir de El) que por Su Corazón (el Ser de Dios, Su esencia, Su naturaleza, Su intimidad).

Otras evidencias de ese tipo de relaciones disfuncionales que tuvimos en nuestras familias, familias que debieron haber servido de un ejemplo de la relación paternal de Dios con nosotros, pero que en lugar de ejemplificarla la desfiguraron, son los siguientes hechos observables en las iglesias de nuestro tiempo:

1) Las mujeres, por el tipo de educación que tuvieron hacia los hombres, educación de “servidoras o sirvientas”, más que de iguales y compañeros, si bien es cierto no les es muy dificultoso acercarse a Dios, no lo hacen como hijas, sino como siervas.

2) Curiosamente, en ese tiempo, cuando fui a buscar libros en las librerías más surtidas de mi ciudad que trataran el tema de la paternidad de Dios, apenas pude encontrar uno que otro, mientras que de otros temas, la cantidad de libros que había era muy superior. Ello puede ser una evidencia de nuestra dificultad de hablar de ese tema por nuestras experiencias con nuestros padres terrenales y los adultos significativos en nuestra vida.


02 Nov 2014