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La misión, autoridad y poder de la Iglesia.



La misión, autoridad y poder de la Iglesia.
 
Lo que Jesús declara de la Iglesia en el momento de su fundación, aparte de cuál sería el fundamento básico (la fe en Cristo), marca su misión, autoridad y poder, y ello es:
• Que las puertas del Hades no prevalecerían contra ella.
• Que tendría las llaves del reino de los cielos.
• Que todo lo que atare en la tierra sería atado en los cielos y que todo lo que desatare en la tierra sería desatado en los cielos.
 
Lo que estos versículos encierran va muchísimo más allá de la controversia de que si Pedro es la primera autoridad de la Iglesia o no. Es la definición del objetivo fundamental de la Iglesia y el tremendo poder y autoridad de la que fue dotada para destruir el imperio de las tinieblas y establecer el Reino de Dios sobre la tierra de acuerdo a la oración de Cristo en Mat 6:9-10:
 
“Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.”
 
Por lo que podemos ver en estas Escrituras, y en otras más a lo largo y ancho de la Biblia, la Iglesia no fue diseñada para salvar personas y coexistir con el reino de las tinieblas, o arrinconarse dentro de sus edificios por la presión del mundo en su contra. Más bien es lo contrario. La Iglesia fue diseñada para establecer el Reino de Dios sobre la tierra, salvando y discipulando personas para enviarlas a forzar las fronteras de las tinieblas hacia una franca disminución, arrinconándolas lo más posible y persistentemente hasta que Cristo venga de nuevo a establecer en plenitud Su Reino.
 
“Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.” (Mat 28:18-20).
 
 
“dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en si mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra.” (Efe 1:9-10).
 
“A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo, y de aclarar a todos cuál sea la dispensación del misterio escondido desde los siglos en Dios, que creó todas las cosas; para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales, conforme al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor,” (Efe 3:8-11).
 
En suma, en el momento mismo de la fundación de la Iglesia se establecen las bases de lo que serán sus objetivos, su acción y su poder y autoridad delegados por Dios. Fué diseñada por Dios y establecida por el Señor Jesucristo sobre la tierra para conquistar lo que el reino de las tinieblas había controlado a causa de la caída del ser humano en el pecado, para avanzar la plenitud del Reino de Dios que Jesús trajo de nuevo a la tierra, dotándola de la capacidad de llenarlo todo, tomarlo todo, influenciarlo todo, transformarlo todo, por más fuerte que fuera la oposición y que esta nunca más prevaleciera, predominara ni influyera en lo que son los dominios de Dios (toda la creación).
 
Jesús se encarnó y se hizo hombre (plenitud de hombre) para sentar las bases e iniciar la restauración no solo espiritual sino también emocional, física y material, relacionada con el ser humano, pero también en relación con todo el resto de la Creación, de todo aquello que Dios comenzó en el principio y quedó inconcluso por consecuencia del pecado y delegó a la Iglesia (Su Cuerpo, la plenitud de El) para concluír lo que Dios comenzó con Adán y Eva antes de la caída.
 
“Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.” (Luc 19:10).
 
Cuando situamos la perspectiva de la Iglesia fundamentalmente en las Escrituras y en la perspectiva eterna de Dios y en Su Plan para las edades, de los que las Escrituras nos hablan claramente, despojándonos de nuestros paradigmas teológicos, denominacionales y hasta mundanos, como veremos en el siguiente capítulo respecto a la naturaleza de la Iglesia, esta misión debe marcar el quehacer referente a la reforma presente de la Iglesia, de sus programas, planes y tareas, así como el de cada uno de los creyentes como parte esencial de ella, para retornar a la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta, y al cumplimiento de Su Plan para nosotros.
 
“No vivan ya según los criterios del tiempo presente; al contrario, cambien su manera de pensar para que así cambie su manera de vivir y lleguen a conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le es grato, lo que es perfect0.” (Rom 12:2, DHH).
 
“La creación aguarda con ansiedad la revelación (manifestación) de los hijos de Dios, porque fue sometida a la frustración. Esto no sucedió por su propia voluntad, sino por la del que así lo dispuso. Pero queda la firme esperanza de que la creación misma ha de ser liberada de la corrupción que la esclaviza, para alcanzar así la gloriosa libertad de los hijos de Dios.” (Rom 8:19-21,NVI).
 
 

01 Abr 2016