Estudio Bíblico

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Matrimonio.



COSMOVISIÓN CRISTIANA BÍBLICA (33).

EL MATRIMONIO.



Introducción.

La familia es la institución escogida por Dios para traer los niños al mundo, cuidarles y entrenarles, y como formadora de los ciudadanos del futuro, es la unidad básica a partir de la cual se estructuran todas las demás instituciones humanas (Gen 1:28, Gen 2.22-23), principalmente la Iglesia y el Estado. Lo fortaleza o debilidad de ambas será el reflejo de la fortaleza o debilidad de las familias que las conforman.
Desde la caída, el diablo, sabedor del poder e influencia de la familia, ha estado socavando los principios bajos los cuales Dios la estableció (Gen 3:4-5, 3:12, 3:16, 4:1-8). Pero en el tiempo actual, debido a la cercanía de los últimos tiempos, y derivado de la batalla de las fuerzas del mal en contra del propósito de Dios para con la humanidad, la familia está bajo un terrible ataque que está utilizando todos los medios a su alcance para desintegrarla a favor de la estatización de todas las áreas de la vida, para crear las bases del futuro gobierno mundial del anticristo.
Entre las causas más evidentes de esa desintegración podemos mencionar: los pecados sexuales, violencia, separación y divorcio, madres solteras, migración, madres jefes de hogar, la homosexualidad, etc.

Otras causas, menos evidentes, que constituyen el sustento de las anteriores, o que atentan directamente contra la institución familiar son las siguientes:
Para muchos hombres y mujeres, padres y madres, la carrera profesional y el materialismo se han convertido en ídolos respetables, reemplazando el valor de la familia y el vivir para Dios y Sus propósitos como prioridades, forzando innecesariamente a muchas madres a salir del hogar hacia el mundo laboral para satisfacer esas demandas idolátricas.
Por otro lado, la situación económica, en constante deterioro para la gran mayoría de familias del mundo, también es causante de que las madres, por necesidad y debido a la falta de justicia y caridad de las relaciones, estructuras y sistemas sociales prevalecientes en el mundo, tengan que incorporarse y permanecer, aun en contra de su inclinación natural, en el mundo laboral, en tanto que para los padres, la competencia en el campo laboral ha determinado en muchísimos casos, que los padres tengan que abandonar sus hogares para trasladarse a grandes distancias para obtener puestos de trabajo, o trabajar largas jornadas que les evitan compartir tiempo con sus familias.
El movimiento feminista radical ha dañado la moral de muchas mujeres y ha convencido a los hombres a abandonar su autoridad Bíblico en el hogar.
Algunos importantes derechos y responsabilidades paternos han sido socavados por la ley, las cortes y algunas fuerzas en la educación escolar pública, y por políticas gubernamentales que privan a la familia de muchas de sus funciones Bíblicas tradicionales.
Los medios de comunicación a menudo indoctrinan a los tele-espectadores, radioescuchas y otros oyentes con valores distorsionados y anti-familiares.
Las escuelas del gobierno y otras instituciones humanistas de educación superior deliberadamente enseñan y efectivamente aprueban las prácticas anti-familiares de la “paternidad social,” el aborto, la eutanasia, consintiendo el adulterio, la promiscuidad, el homosexualismo, etc.

Debido a todo ello, y algunas otras cosas que están afectando la vida familiar y que están destruyendo los fundamentos de la familia, la iglesia y la sociedad (Sal 11:3), es necesario volver a recordar las sendas antiguas (Jer 6:16), los principios que, abandonados en el presente, fueron el fundamento del desarrollo y fortaleza de nuestras naciones occidentales en el pasado, y que son los fundamentos sobre los cuales debemos volver a edificar estas instituciones, si es que deseamos salir de la situación tan grave que enfrentan nuestras naciones en cuanto a el respeto a la vida, la moralidad y la ética, la justicia, la paz, etc. (Rom 1.18-31).
Estos principios constituyen la alternativamente divinamente ordenada para frenar los males sociales que nos aquejan, resultantes de la creciente socialización humanista secularizante y la estatización de la vida en todos sus órdenes (2 Cro 7.14).



Origen y esencia de la familia.
El matrimonio y la familia no son un contrato social, ni relaciones de convivencia auto-centradas de manera hedonista, inventadas por el ser humano sin responsabilidad para con Dios y con los demás (Heb 13:4, 2 Cor 6:14, Efe 5:21, Sal 127.1, Prov 18.22)
Dios estableció la familia cuando unió a Adán y Eva en matrimonio e instituyó su relación como un pacto y compromiso de por vida para con Dios y el uno con el otro (Gen 2:22-24; Isa 49:15).
Dios ordenó a la familia como una institución social diseñada para reflejar Su imagen en la tierra, para traer la tierra a la sumisión a Su plan, y para ser fructífera y multiplicarse (Efe 5:22-23; Gen 1:27, 28), y para que a partir de ella, todas las demás instituciones que le seguirían en el orden divino, reflejaran lo mismo que la familia, Su imagen, y trajeran la tierra a la sumisión a Su plan.
De tal manera que la familia debería ser la primera y más importante escuela de los niños para aprender la forma de pensar de Dios (la cosmovisión), identificar claramente su propósito en cuanto al establecimiento del Reino, y equiparlo con los valores y principios que requerirá en el cumplimiento de ese propósito. Es decir, la familia debiera ser la primera formadora en la cosmovisión bíblica de los hijos y en la dirección de la reflexión posterior de las actividades que a cada quién le corresponden para aplicar esa cosmovisión.
La caída y el ingreso del pecado en el mundo contaminó y corrompió los propósitos del matrimonio y la familia (Gen 3:12, 3:16, 4:1-6), de donde devienen los problemas que aquejan a las familias actualmente y que deterioran su potencial para proveer de una vida de calidad y bienestar a todos sus miembros.
Pero Dios, ante la obra de las tinieblas, no se quedó de brazos cruzados e impotente. El tenía determinado de antemano un plan que ejecuto y desarrollo, a pesar de la oposición del diablo y de la maldad resultante de la naturaleza caída de los seres humanos, para rescatar lo que se había perdido (Luc 19.10), enviando a su Hijo al mundo para salvar al mundo (Jn 3.16-21).
Como consecuencia de ese plan, el matrimonio y las relaciones familiares solo pueden desarrollar su completo potencial, divinamente diseñado, en la medida en que cada miembro esté individualmente reconciliado con Dios y santificado a través de la obra y Señorío de Jesucristo (Jn 15:5, Jn 3:3-5, Rom 10:8-10, 2 Cor 5.17, Ecle 4:9-12).



Definición de la familia.
La definición bíblica de familia es la familia nuclear de una pareja casada, heterosexual, con sus hijos naturales y/o adoptados (Gen 2:22-23), junto con las ramas familiares que consisten de todas las familias nucleares que desciendan de ancestros comunes (la Biblia también usa los términos clan, tribu y nación para estos grupos más grandes, Jue 18:2; Amós 3:1).
De ninguna manera la Biblia acepta alguna otra definición de familia, tal como el tener en común una casa por parte de socios homosexuales (Rom 1:24-27). Tampoco puede ser utilizada, extrayendo algún pasaje de contexto, para justiciar que las leyes de la sociedad deban ser modificadas en alguna manera para ensanchar la definición de familia o matrimonio más allá de la definición bíblicamente entendida de matrimonio heterosexual, relaciones de sangre y adopción.



Propósito de la familia.
Cada familia es diferente de las demás en circunstancias, individuos y dones, pero todas, a pesar de sus diferencias, tienen un propósito y un significado únicos en el plan de Dios (Fil 1:27-28, 1 Cor 12:12-27), para este tiempo y época. Ninguna familia existe por alguna razón diferente al plan y propósito de Dios (Hch 17.26-28).
Dios tiene como propósito el que cada familia cristiana trabaje enérgicamente para el avance de Su reino. Este propósito se cumple por la unidad entre esposo y esposa (Gen 2:22-23, 1:27-28), por medio de tener y educar a los hijos como cristianos (Deut 6.1-10, 11.19, Sal 127, Sal 128), del evangelismo (Mat 28.18-20) que tiene como eje el hogar (Hch 2.41-47), la hospitalidad y otros ministerios de misericordia basados en el hogar, y entrenando hombres cristianos como cabezas piadosas de sus hogares como prerrequisito para que ostenten oficios eclesiásticos (1 Tim 3:1-15).
De ninguna manera el hogar puede ser concebido solo como una “estación de paso” donde los miembros de la familia llenen sus propias necesidades, y tampoco las funciones de la familia deban ser transferidas a otras instituciones en detrimento del plan de Dios y de la libertad del ser humano.
Ningún miembro de la familia puede, de manera legítima, ir en pos de metas individuales auto-centradas y egoístas, a expensas de las necesidades genuinas de los otros miembros de su familia ni de esta como totalidad.



Fundamentos del Matrimonio.
La distinción sexual es una parte de la esencia de la humanidad y el matrimonio (Gen 1:27-28; 2:20-25; Mat 19:4-5). Los miembros del mismo sexo no pueden, de ninguna manera, estar casados antes los ojos de Dios ni de la iglesia (Gen 1:20-25; Lev 18:22; 20:13; Mat 19:4-5; Rom 1:26-27; 1 Cor 6:9-11; 1 Tim. 1:8-11).
El matrimonio tiene el diseño y propósito de ser una unión de por vida (Exo 20:14, 17; Mal 2:14-16; Mat 19:4-6). El matrimonio es ni más ni menos, una unión de por vida. No se trata simplemente de un estado temporal basado en la fidelidad a un contrato mutuo entre socios.
El compañerismo es parte integral de la relación matrimonial (Gen. 2:18; Mal. 2:14), aunque no es su único propósito.
La relación sexual es parte integral del matrimonio. De hecho, de acuerdo a la Escritura, es una obligación del matrimonio, una deuda que debe ser pagada al cónyuge de uno, porque es el sello de la cualidad esencial del matrimonio, la unión de “una carne” entre un hombre y una mujer (Gen 2:24 con 1 Cor 6:16; 1 Cor 7:3-5). No hay, bíblicamente, ninguna razón para que los cónyuges deban permanecer sexualmente en abstinencia, excepto por razón de algún impedimento físico o por el consentimiento mutuo y voluntario para la devoción espiritual temporal o el servicio.
La procreación de hijos es normalmente una parte integral del matrimonio, y los hijos han de ser recibidos como algo deseado en un matrimonio y han de ser bienvenidos como bendiciones del Señor (Gen 1:28; 4:1; 28:3; 30:1; Sal 113:9; 127:3-5; Prov 17:6). Los cónyuges no deberían permanecer permanentemente sin hijos por elección propia, ni deberían intentar, por medios no escriturales, limitar la mano de Dios en la concesión de hijos que El quiera otorgarles.
La relación pactal del matrimonio es simbólica y de la misma esencia que la relación de Cristo con Su Prometida, la Iglesia de todas las edades (Efe 5:25-32; Apo 21:2, 9), del tal manera que la relación marital tiene un símbolo o modelo trascendente. De la misma manera que en las bodas de Cristo con Su Iglesia uno de los elementos importantes es el compartir una misma fe, en el matrimonio entre un hombre y una mujer el compartir la misma fe es un elemento importantísimo (Amo 3:3). Por ello Dios les prohíbe a los creyentes casarse con no creyentes (1 Cor 7:39; 2 Cor 6:14). Sin embargo, la Escritura no requiere que los cónyuges creyentes que vienen a la fe posterior al matrimonio, deban abandonar o divorciarse de sus cónyuges no creyentes que deseen permanecer en el vínculo conyugal (1 Cor 7:12-14s).
El compromiso para con Dios tiene prioridad sobre todos los otros compromisos familiares incluida la relación entre los cónyuges (Deut 33:8-9; Mat 10:37; Luc 14:26; Col 3:18).
Así como Cristo es la cabeza del hombre, el esposo es la cabeza de la esposa; que así como Cristo ama a la Iglesia, así el esposo debe amar a la esposa; así como la Iglesia está sujeta a Cristo, la esposa ha de estar sujeta a su propio esposo (1 Cor 11:3; Efe 5:22-31). Ningún esposo puede ejercer la tiranía sobre su esposa o someterla a un papel que disminuya su posición divinamente ordenada como compañera complementaria para su esposo en el mandato cultural (Gen 1:27-28; Efe 5:25-33; 1 Ped 3:7-8). La autoridad esencial del esposo como cabeza de la esposa existía en la relación matrimonial antes de la caída, por lo que la colocación de la esposa bajo el liderazgo de su esposo por parte de Dios no es el resultado de ella (1 Tim 2:13, Gen 2:15-24, Gen 1:27-28, 1 Cor 11:7-8).
El vínculo del matrimonio se rompe al momento de la muerte de cualquiera de los cónyuges (Rom 7:2-3; 1 Cor 7:39, Mat 22:25-30) y no trasciende a la vida eterna.
El llamado al celibato puede ser un don de Dios con el propósito de una devoción incrementada en el servicio a Dios, pero ello no lo hace a uno santo ni eleva la santidad por encima de los otros santos. Una persona casada no puede, bíblicamente, practicar el celibato (1 Cor 7:7, 32-35, 1 Tim 4:1-3, 1 Cor. 7:3-5).



Matrimonio, elección y compromisos.
El hombre que desee casarse debiese consultar el consejo sabio, incluyendo el de su familia (Prov 15:22), y escoger su esposa bajo la dirección de Dios en busca de un carácter piadoso (centrado en Dios) e idoneidad, para que sea socia en su llamado (Gen 2:18, 20-21; Prov 18:22; 31:10-31; 1 Cor 7:28, 36).
Los votos matrimoniales son un pacto solemne y sagrado entre ambos contrayentes y Dios (Ecle 4:9-12, Mal 2:14). Es deplorable cuando no se hacen valer estos votos por medio de la ley o por la Iglesia, causando así que pierdan su significado. La iglesia debería trabajar para restaurar el pleno reconocimiento del matrimonio como un pacto legal obligatorio bajo Dios (Mal 2:14-16). Tanto la Iglesia como el Estado, en obediencia a Dios y beneficio de la sociedad, deberían asumir la responsabilidad de hacer valer los votos que administran.
Las sanciones escriturales, aplicadas con la misericordia de Dios y dirigidas a la restauración de las personas, los matrimonios y las familias, debiesen ser aplicadas a aquellos que quebrantan los votos matrimoniales de manera anti-bíblica (Gal 6:1, Mat 18:15-17),
Los cristianos, por cuestiones de visión, propósito, fe y creencias, no deberían casarse con no cristianos, así como tampoco debieran escoger pareja por cuestiones como el atractivo sexual y otras consideraciones carnales (1 Cor 7:39; 2 Cor 6:13-14; Prov 31:30).



La santidad de la sexualidad y el matrimonio.
Dios diseñó la bendición y unión espiritual de la relación sexual reservada exclusivamente para un hombre y una mujer dentro del matrimonio (Heb 13:4; 1 Cor 7:1-9; Prov 5:15; Rom 1:27; Gal 5:20- 21; 1 Tim 4:1-3).
Aún cuando la soltería célibe puede ser el propósito de Dios para un adulto, provista para el servicio o el ministerio efectivo, tal llamamiento se caracterizará siempre por la gracia de Dios de manera que la pureza sexual pueda ser mantenida. Tales personas solteras son personas totales en el orden creativo de Dios (Mat 19:10-11; 1 Cor 7:7-8, 25-27, 32).
No hay nada en la Biblia que justifique que la soltería deba ser una fase hedonista del desarrollo del adulto durante la cual la persona sirva egoístamente a sus propios intereses, ni tampoco que debe ser una etapa infeliz, sin sentido de realización o reservada para aquellos físicamente poco atractivos, o que indique tendencias homosexuales. Jesucristo es el vivo ejemplo de una soltería bíblica vivida bajo el propósito de Dios.
Las relaciones sexuales premaritales y extramaritales, la promiscuidad, el adulterio, el homosexualismo, la bestialidad, el exhibicionismo, la pornografía, las relaciones sexuales entre adultos y niños, y el entretenimiento basado en los actos sexuales, la masturbación y otras desviaciones sexuales no deben ser sancionadas o aceptadas como “normales” o legales, aún si son realizadas en la privacidad personal o por el consentimiento de la pareja o en soledad. Ninguna conducta sexual que se desvíe de la norma de la heterosexualidad marital y amorosa pueda ser considerado como un patrón de vida maduro, incapaz de ser tratado médicamente o aceptable incluso si el individuo involucrado no quisiese cambiar (Rom 1:18-31).



El rol del esposo en la familia.
En el orden de Dios del gobierno de la familia cristiana, Cristo es la Cabeza del esposo, y el esposo es la cabeza de la mujer como Cristo es la Cabeza de la Iglesia, habiéndose dado a Sí mismo en amor para su redención (Efe 5:22-31). Por ello, el esposo necesita estar sometido primeramente a la autoridad de Dios (Efe 5:21) y mirar constantemente a Cristo en busca de dirección (Rom 8:5, 8.14).
La autoridad como cabeza de su esposa y la familia, le es delegada al esposo por Dios (Rom 13:1-2), lo que implica que deberá rendir cuenta del ejercicio de ella (Mat 25:14-30), ya que no es una autoridad ilimitada, sino que está restringida a lo que la Palabra de Dios le permita (Hch 4.19, 5:29).
La autoridad asignada por Dios para él requiere compromiso hacia su esposa, sacrificio desinteresado hacia ella, el espíritu de un siervo, reforzamiento de sus cualidades únicas como mujer y un amor activo en cuidar, valorar y proveer para ella (Efe 5:21-25; Fil 2:5-11; Mat 20:28; Col 3:18-19; 1 Tim 3:11-12; 1 Cor 11:3; 14:34-35; 1 Ped 3:7).
De ninguna manera el esposo puede ejercer su autoridad sobre su esposa por medio de palabras o acciones que rebajen su dignidad como persona de igual valor y estima ante Dios (1 Ped 3:7, Col 3:19) Ningún esposo pueda servir mejor a su familia atendiendo primero sus propias necesidades en lugar de poner primero a Dios y a las necesidades de su familia (Mat 22:36-40, Fil 2:3-4).
Dada la autoridad que Dios le ha asignado, el esposo tiene la decisión final (aunque no autoritaria, Gen 2.18, Prov 11:14, 15:22, 24:6) en cualquier disputa familiar, en tanto que no viole los principios bíblicos.
La autoridad delegada del esposo es irrevocable (Rom 11:29), aún cuando esté incapacitado. En estos casos, la esposa puede ejercer la autoridad de él como su suplente, no como su reemplazo (Efe 5:22-6:4). Ninguna otra autoridad establecida por Dios, nadie ni institución alguna, tiene el derecho de recortar o eliminar la autoridad que Dios le ha dado al esposo dentro de la familia.
El esposo no debe o necesita ganarse el derecho a la autoridad (aunque un comportamiento amoroso, servicial, amable, comprensivo, tierno, la facilita y fortalece muchísimo; en tanto que la ausencia de esas características la dificulta y debilita), no puede ser depuesto por su esposa; ni puede abdicar de su autoridad con el propósito de evadir las responsabilidades que lo acompañan.
Su autoridad no le da derecho al esposo de dirigir a su esposa y/o hijos hacia el pecado (Hch 5:29) ni para enseñorearse de su familia (Mar 10.42-45, Col 3:19, Efe 6:4). Las esposas y/o los hijos no están obligadas a obedecer a sus esposos y/o padres cuando eso requiera desobedecer la enseñanza de las Escrituras. Las esposas no deberían usar los límites bíblicos a la autoridad de sus esposos para quejarse y socavar la autoridad de ellos (1 Ped 3.1-6), aunque ello no implica que en una relación de consejería no pueda hacer ver esas situaciones.



El trabajo del esposo y la esposa.
Un esposo sano debe hacer todo el esfuerzo necesario y razonable para sostener a su familia continuamente (1 Tim 5:8; Gen 3:17-19).
Aún cuando la esposa puede incrementar el ingreso de la familia por medio de la administración efectiva de los recursos o, con el consentimiento del esposo, por medio del hacer negocios con base en el hogar (Prov 31:10-31), ello no exime al esposo de su responsabilidad de sostener a su familia continuamente.
En casos de crisis financiera familiar, la esposa puede, con la aprobación de su esposo, aceptar un empleo temporal externo, pero esto debiese ser visto como una esclavitud, buscando liberarla de ello lo más rápidamente posible y pidiéndole a Dios por esa la liberación (1 Cor 7:21-23).
Ningún esposo debería forzar a su esposa a abandonar su llamado en el hogar por causa de la mera ganancia financiera innecesaria para la supervivencia física mínima, y la esposa tampoco debería ofrecerse voluntariamente a ello (1 Tim 5:8; Efe 5:5). Las trampas del estilo de vida de la clase media no son necesidades que justifiquen el estimular, y menos forzar, a la esposa a trabajar fuera del hogar (1 Tim 6:8);
Proveer para las necesidades físicas de su familia no excusa al esposo de supervisar los asuntos de su casa, proveer dirección espiritual y asistencia material a su esposa, proveer para las necesidades físicas de los ancianos, los incapacitados o padres o suegros involuntariamente pobres, o supervisar el desarrollo espiritual y moral de sus hijos (1 Tim 3:4; 1 Ped 3:7; Efe 5:28- 29).



El liderazgo espiritual del esposo.
Un esposo cristiano, como cabeza de su familia, debe alimentar a sus miembros espiritual y moralmente; debe proteger a su familia, orar diligentemente por su protección y buscar regularmente la bendición del Señor para ellos (1 Tim 2:8; 1 Tes 5:17; 1 Ped 3:7).
Un esposo cristiano debe educar espiritualmente a su esposa y a sus hijos y conducirlos en el camino de la devoción por medio de la instrucción directa y constante, dirigiéndolos en la adoración, permaneciendo accesible e involucrado de manera cariñosa con ellos, y reflejando a Jesucristo por medio de su ejemplo (Deut 6:7; 11:19; Efe 6:4; Sal 34:11; 78:5-6).
No hay ninguna justificación bíblica que le permita a un esposo abandonar la responsabilidad de enseñarles a su esposa e hijos regularmente acerca de Dios y orar por su protección, aún cuando lo haga su esposa, la Iglesia, o a cualquier otra persona o institución.
Cuando no haya un esposo cristiano para liderar espiritualmente la familia, la mujer del hogar debe asumir la responsabilidad según Dios la capacite (Lidia, Hch 16:1, 16:15; Loida y Eunice, 2 Tim 1:5).



La sumisión de la esposa.

Dios llama a la esposa a someterse a su esposo por voluntad propia en obediencia amorosa y respeto, como la Iglesia se somete ella misma a Cristo (Efe 5:22-24; Col 3:18); y las esposas con esposos no cristianos son llamadas por Dios a ser un testimonio a sus esposos por su obediencia gentil y sumisa, y a no cansarlos con críticas constantes (1 Ped 3:1-5).
La esposa no debe socavar la autoridad del esposo de ninguna manera.

La sumisión no requiere ni implica que:
Una esposa renuncie a su propia responsabilidad moral (Hch 5:29).
Deba realizar cualquier acto pecaminoso o abstenerse de prácticas ordenadas por Dios en obediencia a las exigencias antibíblicas de su esposo (1 Ped 3:6);
Le prohíba a una esposa a reprender con respeto y amor a su esposo cristiano como una hermana en el Señor (Efe 5:21; Col 3:16);
Que sea sabio que una esposa continúe reprendiendo a su esposo después que claramente la ha escuchado una vez (Gal 6.1, Mat 18:15-17).

La enseñanza de la Biblia con respecto a la sumisión de la esposa no se aplica a ninguna otra relación, además de la de con su esposo. Ello implica que no se aplica a la relación de las mujeres con los varones que enseñan en la Iglesia.



La labor de las esposas y madres.
La principal responsabilidad de una madre es cuidar de sus niños pequeños, y en ello debe invertir sus mejores esfuerzos, conocimientos, habilidades, capacidades, etc. (Ezeq 19.10, Tit 2:3-5). La responsabilidad de la esposa es administrar el hogar y convertirlo en un centro de ministerio (1 Tim 5:10, 14; Prov 31:10-31);
Los medios cristianos de comunicación no debiesen describir con romanticismo las carreras externas para las madres con niños pequeños de tal manera que cambien sus prioridades del cuidado de sus hijos al trabajo externo. Así mismo, la Iglesia debe elogiar a las esposas y madres piadosas que trabajan en el hogar como modelos de conducta exhortando a las demás mujeres a ponr y/o mantener sus prioridades en orden.
Las madres casadas con niños pequeños no deberían buscar roles como proveedoras económicas salvo casos de extrema necesidad, siempre que se hubieren agotado todos los otros medios disponibles.
Las esposas cristianas no deberían colocar la idea de auto-realización a través de las carreras profesionales que el mundo ofrece, antes del llamado de Dios (Mat 16:24-26, Mat 8:34-35, Luc 9:23-26) a ser ayudas idóneas de sus esposos administrando sus casas y cuidando de sus hijos.
El cumplimiento del rol materno y del trabajo en el hogar no significa de ninguna manera que las mujeres sean explotadas, como tampoco es cierto que solo las mujeres con trabajos externos a los de su hogar sean mujeres “trabajadoras” mientras que las que trabajan en su hogar sean “parásitos” sociales y económicos.



Inmoralidad sexual.
Los efectos de la caída de la humanidad en el pecado incluyen: una sexualidad impura y culpable (Gen 3:7, Rom 1:22-32), la dominación injusta en la relación marital (Gen 3:16, Miq 2:9, 1 Tim 2:12), y el aumento del dolor en el parto (Gen 3:16).
La Biblia condena el adulterio, la fornicación (Exo 22:16; Sal 50:16-18; Mal 3:5; 1 Cor 6:9; Heb 13:4), el incesto (Lev 18:6-18; 20:11-12, 17, 19-21; Deut 22:30; 27:20, 22-23; Ezeq 22:11; 1 Cor 5:1), la conducta homosexual (Lev 18:22-24; 20:13-16; Rom 1:24-32; 1 Cor 6:9-11; 1 Tim 1:8-11), la violación (Deut 22:25-27), la bestialidad (Exo 22:19; Lev 18:23; 20:15-16; Deut 27:21) y el abuso físico y emocional (Exo 21:24; Lev 19:18; 24:20; Deut 19:21; Miq 2:9; Mat 5:21, 27, 43; 22:39). La Biblia de ninguna manera acepta o es indiferente con respeto a estos y todos los demás pecados sexuales.



Divorcio.
Dios aborrece el divorcio y ningún ser humano puede “separar” lo que Dios ha “unido”. Por ello mismo, el divorcio no es parte del plan perfecto de Dios para la humanidad. El matrimonio si lo es (Gen 2:23-24, Mal 2:16; Luc 16:18, Mat 19:6-9; Rom 7:2-3).
Al casarse, un cristiano, por el amor que mora en él y que experimenta por la otra persona (1 Cor 13:4-8) acuerda asumir las imperfecciones del cónyuge; por tanto, esas imperfecciones no pueden ser interpretadas como razones para el divorcio. El matrimonio es de por vida y por ello nadie debería entrar en él a la ligera (Mat 19:9-10).
Dado que el nombre de Dios es invocado en una boda cristiana, tal matrimonio no puede ser quebrantado sin traer vergüenza al nombre de Dios (Mat 19:6; Exo 20:7; Mat 5:33-37) porque la intención de Dios para el matrimonio en la creación fue un hombre para una mujer hasta que la muerte los separara (Gen 2:23-24). La destrucción de las relaciones matrimoniales es una infracción del pacto que desagrada a Dios; y aunque la Escritura presenta bases para él, Dios todavía odia el divorcio (Mal 2:14-16).
El divorcio jamás fue, ni es, ni será una intención de Dios en la creación ni tampoco en la caída, ni puede ser un sustituto de los esfuerzos sostenidos, incluso de por vida, para resolver los conflictos maritales, para perdonarse unos a otros y para servirse mutuamente y proveer para las necesidades de unos y otros. No hay ninguna forma en que la terminación de un matrimonio en divorcio glorifique o agrade a Dios.
La Escritura reconoce una sola justificación para el divorcio (la fornicación y/o el adulterio de uno de los cónyuges, Mat 5:27-32, 19:9, Mar 10:1-12, Luc 16:18, definidos de manera precisa referidos al acto consumado de pecado sexual con otra persona fuera del matrimonio), y otra posible justificación (la deserción y/o el abandono de la relación matrimonial por el cónyuge no creyente, que puede entenderse como una forma de adulterio, 1 Cor 7:10-15, o el abandono de un cónyuge vivo en tal estado de pecado no arrepentido como para calificarle para ser visto como un no-creyente a los ojos del Señor y de la Iglesia), pero, a pesar de ello, el amor debería ser superior a ambas (Sant 5:20, 1 Ped 4:8). Los cónyuges no pueden divorciarse escrituralmente por ninguna otra razón más que aquellas declaradas por Dios.
Sin embargo, esas dos razones son más por vía de concesión por la dureza del corazón de los seres humanos que por la perfecta voluntad de Dios ya que Dios manda a todos los hombres y a todas las mujeres a arrepentirse de los pecados maritales, y a perdonar y reconciliarse con sus cónyuges sobre fundamentos escriturales (1 Cor 7:10-15; Mat 6:12; Efe 4:32; Col. 3:13). Dios, en ninguna parte de las Escrituras ordena el divorcio por alguna causa.
Aún cuando a los creyentes de ninguna manera les esté permitido entrar en relaciones polígamas (Mat 19:5; Mar 10:8; Efe 5:31; 1 Tim 3:2; Tito 1:6), los nuevos cristianos varones en sociedades polígamas no deben divorciarse de sus esposas (Exo. 21:10; Miq 2:9).
No hay ninguna base bíblica para el divorcio “sin culpa” y ni la sociedad ni la ley debieran sancionarlo basándose solamente en la demanda de divorcio (solo porque así lo requieran los cónyuges).
Cuando ocurre el divorcio debemos extender la compasión hacia el cónyuge injustamente divorciado si hay alguno (a), y nuestro perdón y el perdón de Dios donde sea apropiado (Mat 19:5-9; 1 Cor 7:10-13).
Puede ser que en un divorcio haya un cónyuge más inocente que otro, pero nunca dos. El perdón de Dios puede extenderse a cualquier pecado que hubiera sido la causal del divorcio, y al divorcio mismo (1 Jn 1:9), otorgado por Dios a aquellos que humildemente se arrepienten delante de Él y reciben a Jesucristo como Salvador y Señor (Isa 1:18). En algunos casos, aunque no siempre, el arrepentimiento puede requerir la reconciliación con un cónyuge injustamente divorciado u otra prueba tangible de un cambio de corazón (Mat 3:8, Luc 3:8). La Iglesia debe requerir pruebas de arrepentimiento antes de restaurar a la persona divorciada al pleno compañerismo y al servicio
Dios no requiere de la Iglesia restaurar al compañerismo, y menos al servicio, a aquellos que no muestren ninguna señal de arrepentimiento o disposición y esfuerzo para hacer restitución al cónyuge herido.



Nuevo matrimonio.
El nuevo matrimonio está permitido por Dios solamente para personas divorciadas por razones bíblicas (Mat 5:31-32, 19:9) y para cónyuges sobrevivientes de cónyuges que hayan muerto (Rom 7:2-3, 1 Cor 7.2-3, 1 Cor 7:39).
Solamente aquellos divorciados por esas razones bíblicas pueden aspirar a un nuevo matrimonio de manera legítima. Ninguna persona divorciada por cualquier razón diferente a esta debería ser considera como alguien que haya pasado por un divorcio bíblicamente sancionado.
Las personas divorciadas que se casen, y posteriormente se divorcien de su otro cónyuge, no deberían volver a casarse con sus cónyuges originales (Deut. 24:1-4; Jer. 3:1) a menos que hubieran cambiado radicalmente las condiciones que dieron origen al divorcio originalmente.



Conclusión.
En la base de la cosmovisión bíblica, y como resultado del acto creativo de Dios de Gen 1, están las características distintivas de los hombres y las mujeres que se complementan mutuamente en el matrimonio para multiplicar fuerzas y resultados (Ecle 4:9-12) como la base sobre la cual se establece y se consolida una familia, que es la base funcional de la sociedad y la iglesia.
La familia, por la función que le es asignada por Dios, es la unidad funcional y operacional de Dios para el establecimiento y difusión del Reino de Dios a las demás esferas de la sociedad.
El incumplimiento de los respectivos roles y responsabilidades distintivas del hombre y de la mujer en la primera pareja, determinó su caída, y con ello, el debilitamiento del matrimonio que tuvo como consecuencia la disfuncionalidad de la primera familia manifestada en la muerte de Abel a manos de Caín (Gen 4:1-8). Con semejantes disfuncionalidades por el abandono de los principios y valores de la Palabra para el matrimonio y la familia, obviamente el plan de Dios para el ser humano y el establecimiento y desarrollo del Reino de Dios en la tierra a través de ellos, sufrió una distorsión severa, que prácticamente lo podían hacer inviable.
Pero Dios en su misericordia envió a Cristo para rescatar todo lo que se había perdido (Luc 19:10), y dentro de ello, la posibilidad de poner nuevamente en orden los principios y valores del matrimonio, para fortalecer las familias, rehabilitándolas para llevar a cabo el propósito de Dios.
La cosmovisión bíblica y sus implicaciones demandan la recuperación de la importancia del matrimonio y de los roles distintivos que Dios establece para el hombre y la mujer dentro de él, de frente a las tareas particulares y responsabilidades que la familia tiene en cuanto al discipulado y el establecimiento del Reino de Dios hoy en las naciones.




BIBLIOGRAFÍA.

La Cosmovisión Cristiana de la Familia.
www.contra-mundum.org.

Respecto al Matrimonio, El Divorcio y el Nuevo Matrimonio.
www.contra-mundum.org.

Las Características Bíblicas Distintivas Entre Hombres y Mujeres.
www.contra-mundum.org.





27 Jun 2009
Referencia: Tema No. 33.