Estudio Bíblico

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La forma verdadera de celebrare la Navidad.



LA FORMA VERDADERA DE CELEBRAR LA NAVIDAD.


Introducción.

En el tiempo reciente, y aún hoy, en el Cuerpo de Cristo se produce una gran controversia si es válido o no celebrar la navidad. Al respecto se han mencionado muchos argumentos y no es el objetivo de este estudio probar o no la validez de celebrar la navidad. Para ello, asumimos, tal como sucede en la realidad cotidiana, que la navidad se celebra, y que por lo tanto, de lo que se trata, no es de abstraernos de esa celebración, sino en todo caso, encauzarla de tal manera que adquiera su verdadero significado.

En consecuencia, lo primero que necesitamos establecer es que la razón de la festividad no es la fiesta en sí misma, ni los regalos, ni Santa Claus (un usurpador de una fiesta que no es la suya), sino Jesús. Lo que celebramos en Su nacimiento como hombre, como Salvador, como Mesías. En consecuencia, El es el verdadero motivo de la celebración. Y para celebrarlo a El, necesitaríamos celebrarlo de acuerdo a la medida de su gusto, no del nuestro. Al final, como agasajado, se trata de darle gusto a El, no a nosotros.



Las formas de la celebración.

Cuando el nacimiento de Jesús fue anunciado a los pastores que estaban alrededor de Belén, ellos fueron a conocerle, y después de conocerle, glorificaron y alabaron a Dios por todas las cosas que habían oído y visto (Luc 2:20), además de que dieron a conocer todo lo que se les había dicho acerca de Jesús, y todos los que oyeron, se maravillaron de lo que ello decían (Luc 2.17-18). De ello podemos deducir dos formas de celebración del nacimiento de Jesús que le agradan a El.

Si entendemos, primariamente, que la forma más simple de la Navidad es cuando Jesús nace en nuestro corazón, entonces la mejor manera de celebrarlo es permitiendo que efectivamente Jesús nazca (si aún no le hemos recibido, Rom 10:8-10) o se desarrolle (si ya le hemos recibido, Jn 3:30) en nuestro corazón, y llevando a otros al conocimiento de El como Señor y Salvador. Antes de pensar en darle a alguien un regalo natural, necesitaríamos encontrar la forma de darle el regalo espiritual más importante de su vida: el conocimiento de Cristo Jesús como su Señor y Salvador testificando acerca de El como lo hicieron los pastores. Y esta época es propicia para ello por cuanto las personas están más sensibles emocionalmente a lo espiritual, y partiendo de la celebración, tenemos muchas formas de poderles compartir de Jesucristo y de sus regalos para nosotros en navidad: salvación, nuevo nacimiento, sanidad, bendición, restauración, libertad, santificación, llenura del Espíritu Santo, etc.

También ellos glorificaron y alabaron a Dios. Por tanto, otra manera adecuada de celebrarlo es también con alabanzas al Señor por Su misericordia y gracia de constituirnos un Señor y Salvador para que podamos tener vida eterna juntamente con El. Hay una infinidad de motivos para darle gracias al Señor, no olvidando ninguno de sus beneficios para con nosotros (Sal 103:1-5), aún cuando alguien no le hubiera recibido como Señor y Salvador (el don de la vida, la familia y personas que le rodean, la maravilla del funcionamiento de su cuerpo, la capacidad de ver, oír, gustar, tocar, hablar, oír; el sol, la lluvia, el aire, etc.), y más aún cuando ya le recibieron como Señor y Salvador (perdón de pecados, adopción de hijos, vida eterna, nuevo nacimiento, etc.).

Cuando el nacimiento de Jesús fue anunciado a los pastores que estaban alrededor de Belén, en primer lugar les apareció una multitud de las huestes celestiales que alaban a Dios y decían “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres” (Luc 1:13-14). Este pasaje nos enseña que una forma de glorificar a Dios es propiciando la paz en la tierra, la buena voluntad para con los hombres. Además de compartirles la oportunidad que tienen de estar en paz con Dios mediante la entrega de sus vidas a Aquel que se despojó de Su gloria como Hijo de Dios, y se hizo hombre como nosotros para salvarnos, necesitamos también propiciar, mediante la obediencia a la Palabra de Dios en toda su extensión, las buenas relaciones entre nosotros y los demás, mediante el cumplimiento de un mandamiento tan sencillo como la regla de oro (Mat 7.12): no hacerles a los demás lo que no quisiéramos que nos hicieran a nosotros, y hacer a los demás como quisiéramos que hicieran con nosotros: perdonando, apreciando, comprendiendo, animando, amando, respetando, valorando a los demás. Pero no solo un día o un mes en el año, sino como un compromiso para todos los días del año. Ese es un regalo que seguramente a Jesús, que es el Príncipe de Paz, le agradaría recibir de nosotros.

Posteriormente (muchos días después según la interpolación de los siguientes pasajes de las Escrituras: Mat 1.18-25, Luc 2:1-40, Mat 2:1-23), cuando los magos llegaron delante del niño y María, se postraron, le adoraron, y le ofrecieron como regalos, oro, incienso y mirra. De ello deducimos otras formas de celebrar adecuadamente, conforme al gusto del Señor, su nacimiento.

Los magos se postraron, esto significa que reconocieron el Señorío, la Realeza de Cristo, y con ello, se sometieron a El para obedecerle y servirle. Igual necesitamos hacer nosotros. Necesitamos reconocer que Jesús no solo es nuestro Salvador, Sanador, Proveedor, sino por sobre todas las cosas, es nuestro Señor y que nuestras vidas deben ser rendidas cada día en mayor grado (Prov 4.18, Fil 1:6, 1 Ped 1:13-16) a El como el que manda, dirige, ordena nuestros pasos, etc., y nosotros como los que obedecen con un corazón agradecido, no por obligación, sino por agradecimiento y conveniencia (Mat 6:33).

También le adoraron, y la adoración, significa una vida totalmente rendida a Dios, haciendo las cosas como para El, y de acuerdo a como El quiere, no para nuestra conveniencia, ni para nuestro agrado o de los demás (Col 3:22-.24). Pero este también es un compromiso de todos los días, no solo eventual, de un día o de un mes.

Le dieron como presente oro, y el oro en la Biblia es signo de realeza, por lo tanto, con este regalo estaban reconociendo la realeza (“Rey de los Judíos”, Mat 2:2) de Cristo, y por lo tanto, reafirmando el significado de haberse postrado delante de El: que El es el Señor, y que merece toda obediencia en nuestras vidas.

También le dieron como presente, incienso, y el incienso en la Biblia es equivalente a las oraciones de los santos (Apo 5:8). Por lo tanto, este regalo significa oración, y oración significa comunión, intimidad. Por lo tanto, un regalo que Dios está esperando de nosotros siempre, no solo en navidad, es que entremos en una relación de comunión e intimidad con El, y ello implica constancia, perseverancia, continuamente. Y ello es precisamente lo que Dios nos enseña en Su Palabra respecto a la oración: que oremos sin cesar (1 Tes 5:17), que nuestra oración es su gozo (Prov 15:8), y que El nos anhela celosamente (Sant 4:5), que El desea entrar en esa comunión con nosotros (Cant 2:14).

Finalmente, le presentaron mirra, que es la base del aceite de la unción, y la unción significa servicio (Luc 4:18-19) en la obra de restauración de Dios en el mundo. Y eso es precisamente lo que Dios quiere de nosotros, que seamos sus colaboradores en la obra de reconciliación y redención de todas las cosas con El (2 Cor 5:18-20, Col 1:15-19, Mat 28:18-20).



Conclusión.
La forma adecuada de celebración de la Navidad, que le agrade a Dios y a Jesús implica que asumamos como un estilo de vida permanente, como un compromiso diario con El, no de un día o un mes, sino de todo el año, y todos los años, lo siguiente:
Que les testifiquemos de Cristo a los no creyentes para que lo reciban en su corazón como Señor y Salvador (Rom 10:8-10).
Que cada día muramos a nosotros mismos para que Cristo crezca en nosotros (Mat 16:24, Mar 8:34, Luc 9:23, Jn 3:30), y en consecuencia, que cada día crezcamos en obediencia, reconociendo su Señorío, y en santidad (1 Ped 1:13-16).
Que nuestras vidas, todos los días, sean agradables delante de El en todo lo que hagamos (Col 3:22-24), de tal manera que todas las personas vean nuestras buenas obras y reconozcan que El en nosotros es el que las produce, y por lo tanto, nuestras vidas pongan Su Nombre en alto.
Que mantengamos una comunión constante, íntima, con El todo los días, no solo en función de pedir y recibir, sino en conocerle cada vez más a El y que le sirvamos como luz y sal, como sus agentes de cambio, extendiendo Su reino en este mundo (Mat 5:13-16, Mat 13:33).


22 Dic 2009
Referencia: Navidad.