Descubriendo el rey y el llamado que hay en nosotros.
DESCUBRIENDO EL REY Y EL LLAMADO QUE HAY EN NOSOTROS.
(Notas tomadas de la prédica del Pastor Estuardo Guerra).
Introducción.
Efe 2.10 nos enseña que no solo somos hechura de Dios en Cristo Jesús sino que también El nos ha hecho para que cumplamos con un propósito específico en nuestras vidas. Ese propósito, en general, es el de ser reyes y sacerdotes para Dios (Apo 1:5-6), ejerciendo la autoridad espiritual (sacerdotes) y terrenal (reyes) que nos ha sido delegada por Cristo (Mat 28.18-20) para establecer Su Reino en la tierra (Col 1:15-20, Mat 6:9-10).
1 Sam 9 y 10.
En este pasaje la Biblia relata el llamado de Saúl y algunas de las cosas que rodearon su llamamiento y ungimiento de parte de Dios como rey de Israel, que está escrito para que nosotros aprendamos de su ejemplo para aplicar las lecciones de su vida a la nuestra, replicando sus aciertos y evitando sus errores. De su llamamiento y ungimiento podemos aprender las siguientes lecciones.
Dios nos conoce.
Así como el conocía perfectamente a Saúl, al punto que lo describe con detalle a Samuel, así Dios nos conoce a nosotros, nuestros aciertos y fortalezas y también nuestros desaciertos y debilidades. Así, con todo ello, nos llama. Su llamado no viene a nuestras vidas cuando ya somos perfectos (de hecho, mientras vivamos esta vida terrenal no vamos a llegar a la perfección total, aunque vamos ir creciendo diariamente hacia ella –Fil 1:6). El, juntamente con el llamado va a desarrollar en nuestras vidas un proceso de perfeccionamiento que va a requerir de nosotros un corazón obediente, dócil y enseñable para que El pueda moldearnos y formar en nosotros el carácter de Cristo y la actitud de servicio de Cristo (Efe 4.13).
Dios tiene un propósito para nosotros.
Ninguno de nosotros somos un accidente. Todos hemos nacido de acuerdo a un propósito específico que Dios tiene para cada uno (Efe 2:10), que está en línea con Su propósito para el mundo. El nos conoció y nos predestinó desde antes de la fundación del mundo (Efe 1:4, Rom 8:29), estuvo en el vientre de nuestra madre cuando fuimos concebidos y se estaban formando cada una de las cosas que íbamos a requerir para Su propósito (Sal 139:13-16), habiendo prefijado el tiempo y el lugar de nuestra morada (Hch 17:26) para que todo estuviera alineado al cumplimiento de ese propósito.
Dios se va a encargar de hacernos saber quienes somos para El y cuál es nuestro propósito.
Aún cuando no le conozcamos, Dios va a utilizar las circunstancias de nuestra vida para ir dirigiéndonos hacia el propósito que El tiene para nosotros, no como marionetas, sino como personas con voluntad (Deut 30.19-20) que podemos rebelarnos a ese propósito aunque su consecuencia será que nos irá mal. Y en la medida que vayamos desarrollando nuestra relación con El, cada día vamos a tener más claro ese propósito, por cuanto los hijos de Dios somos guiados por Su Espíritu (Rom 8.14).
Dios usa las circunstancias para llevarnos a encontrarnos y acercarnos a El.
En el caso de Saúl fueron las asnas (si no, ¿porqué se alejaron tanto del lugar donde las había dejado el papá de Saúl y porqué éste llegó justo a la ciudad donde estaba Samuel, al que previamente Dios le había revelado que Saúl llegaría hacia él?).
Dios tiene lo mejor reservado para nosotros aunque las circunstancias nos digan lo contrario (Rom 8:28-29). Necesitamos creerle siempre a Dios, que El tiene todo bajo control. Saúl no lo creía (1 Sam 9:21) y de hecho no lo creyó como atestiguan muchos de los hechos de su vida, lo cual fue la principal causa de su posterior fracaso como rey delante de Dios.
No estamos estrechos en Dios sino en nuestro corazón (2 Cor 6:12). Necesitamos ensanchar nuestro corazón (Isa 54:2-3) de tal manera que nos veamos como Dios nos ve. Samuel es un buen ejemplo de ello: él no oyó lo que Saúl decía de sí mismo sino lo que Dios había dicho (1 Sam 9:22-24).
Una vez que hemos oído de Dios Su propósito para nuestras vidas necesitamos:
Primero. Apropiarnos de la unción que El ha puesto en nosotros para el cumplimiento de Su propósito (1 Jn 2:20, 1 Jn 2:27).
Segundo. Rodearnos de personas de fe que oigan a Dios y hablen sus Palabras. Tener relación con las personas correctas (no con las incorrectas) que nos ayuden a transformarnos (Saúl oyó al pueblo y a su propio corazón, en lugar de oír a Samuel). Ello implica cerrar nuestros oídos naturales y espirituales a cualquiera de los lenguajes del diablo (duda, incredulidad, chisme, murmuración, crítica, culpa, condenación, menosprecio, burla, etc.) y abrirlos solo a lo que está de acuerdo con lo que Dios dice (Fil 4:9-10).
Tercero. Vencer el temor (1 Sam 10:21-23), cosa que Saúl dejó de hacer continuamente, como cuando le tocó enfrentar a los filisteos con Goliat al frente, o cuando sintió inseguridad con respecto a David).
Cuarto. Dejar atrás el pasado (1 Sam 11:5-7), lo que no fue invitado (las cosas viejas pasaron, todas son hechas nuevas -2 Cor 5:17- y sus misericordias son nuevas cada mañana –Lam 3:22-23-), todo aquello que nos esté impidiendo alcanzar el propósito de Dios.
Quinto. Comenzar a hacer –de acuerdo a lo que tengamos a mano hacer: preparación, planeación, organización y/o ejecución- lo que Dios nos ha llamado a hacer (Ecle 9:10).
(Notas tomadas de la prédica del Pastor Estuardo Guerra).
Introducción.
Efe 2.10 nos enseña que no solo somos hechura de Dios en Cristo Jesús sino que también El nos ha hecho para que cumplamos con un propósito específico en nuestras vidas. Ese propósito, en general, es el de ser reyes y sacerdotes para Dios (Apo 1:5-6), ejerciendo la autoridad espiritual (sacerdotes) y terrenal (reyes) que nos ha sido delegada por Cristo (Mat 28.18-20) para establecer Su Reino en la tierra (Col 1:15-20, Mat 6:9-10).
1 Sam 9 y 10.
En este pasaje la Biblia relata el llamado de Saúl y algunas de las cosas que rodearon su llamamiento y ungimiento de parte de Dios como rey de Israel, que está escrito para que nosotros aprendamos de su ejemplo para aplicar las lecciones de su vida a la nuestra, replicando sus aciertos y evitando sus errores. De su llamamiento y ungimiento podemos aprender las siguientes lecciones.
Dios nos conoce.
Así como el conocía perfectamente a Saúl, al punto que lo describe con detalle a Samuel, así Dios nos conoce a nosotros, nuestros aciertos y fortalezas y también nuestros desaciertos y debilidades. Así, con todo ello, nos llama. Su llamado no viene a nuestras vidas cuando ya somos perfectos (de hecho, mientras vivamos esta vida terrenal no vamos a llegar a la perfección total, aunque vamos ir creciendo diariamente hacia ella –Fil 1:6). El, juntamente con el llamado va a desarrollar en nuestras vidas un proceso de perfeccionamiento que va a requerir de nosotros un corazón obediente, dócil y enseñable para que El pueda moldearnos y formar en nosotros el carácter de Cristo y la actitud de servicio de Cristo (Efe 4.13).
Dios tiene un propósito para nosotros.
Ninguno de nosotros somos un accidente. Todos hemos nacido de acuerdo a un propósito específico que Dios tiene para cada uno (Efe 2:10), que está en línea con Su propósito para el mundo. El nos conoció y nos predestinó desde antes de la fundación del mundo (Efe 1:4, Rom 8:29), estuvo en el vientre de nuestra madre cuando fuimos concebidos y se estaban formando cada una de las cosas que íbamos a requerir para Su propósito (Sal 139:13-16), habiendo prefijado el tiempo y el lugar de nuestra morada (Hch 17:26) para que todo estuviera alineado al cumplimiento de ese propósito.
Dios se va a encargar de hacernos saber quienes somos para El y cuál es nuestro propósito.
Aún cuando no le conozcamos, Dios va a utilizar las circunstancias de nuestra vida para ir dirigiéndonos hacia el propósito que El tiene para nosotros, no como marionetas, sino como personas con voluntad (Deut 30.19-20) que podemos rebelarnos a ese propósito aunque su consecuencia será que nos irá mal. Y en la medida que vayamos desarrollando nuestra relación con El, cada día vamos a tener más claro ese propósito, por cuanto los hijos de Dios somos guiados por Su Espíritu (Rom 8.14).
Dios usa las circunstancias para llevarnos a encontrarnos y acercarnos a El.
En el caso de Saúl fueron las asnas (si no, ¿porqué se alejaron tanto del lugar donde las había dejado el papá de Saúl y porqué éste llegó justo a la ciudad donde estaba Samuel, al que previamente Dios le había revelado que Saúl llegaría hacia él?).
Dios tiene lo mejor reservado para nosotros aunque las circunstancias nos digan lo contrario (Rom 8:28-29). Necesitamos creerle siempre a Dios, que El tiene todo bajo control. Saúl no lo creía (1 Sam 9:21) y de hecho no lo creyó como atestiguan muchos de los hechos de su vida, lo cual fue la principal causa de su posterior fracaso como rey delante de Dios.
No estamos estrechos en Dios sino en nuestro corazón (2 Cor 6:12). Necesitamos ensanchar nuestro corazón (Isa 54:2-3) de tal manera que nos veamos como Dios nos ve. Samuel es un buen ejemplo de ello: él no oyó lo que Saúl decía de sí mismo sino lo que Dios había dicho (1 Sam 9:22-24).
Una vez que hemos oído de Dios Su propósito para nuestras vidas necesitamos:
Primero. Apropiarnos de la unción que El ha puesto en nosotros para el cumplimiento de Su propósito (1 Jn 2:20, 1 Jn 2:27).
Segundo. Rodearnos de personas de fe que oigan a Dios y hablen sus Palabras. Tener relación con las personas correctas (no con las incorrectas) que nos ayuden a transformarnos (Saúl oyó al pueblo y a su propio corazón, en lugar de oír a Samuel). Ello implica cerrar nuestros oídos naturales y espirituales a cualquiera de los lenguajes del diablo (duda, incredulidad, chisme, murmuración, crítica, culpa, condenación, menosprecio, burla, etc.) y abrirlos solo a lo que está de acuerdo con lo que Dios dice (Fil 4:9-10).
Tercero. Vencer el temor (1 Sam 10:21-23), cosa que Saúl dejó de hacer continuamente, como cuando le tocó enfrentar a los filisteos con Goliat al frente, o cuando sintió inseguridad con respecto a David).
Cuarto. Dejar atrás el pasado (1 Sam 11:5-7), lo que no fue invitado (las cosas viejas pasaron, todas son hechas nuevas -2 Cor 5:17- y sus misericordias son nuevas cada mañana –Lam 3:22-23-), todo aquello que nos esté impidiendo alcanzar el propósito de Dios.
Quinto. Comenzar a hacer –de acuerdo a lo que tengamos a mano hacer: preparación, planeación, organización y/o ejecución- lo que Dios nos ha llamado a hacer (Ecle 9:10).
20
Sep
2010