La fe y la confesión de fe.
La fe y la confesión de fe (2 Cor 4:13).
La fe nos lleva a una nueva dimensión: la de hablar lo que no vemos para poder alcanzar lo que si vemos (Rom 4:17, Ezeq 37:1-10).
La fe confiesa, declara públicamente, pero no lo hace respecto a cualquier cosa sino a lo que dice la Palabra de Dios sobre la circunstancia o situación sobre la cual está operando.
Necesitamos confesar la Palabra, entre otras cosas, porque:
Dios respalda Su Palabra. El no es hombre para mentir ni hijo de hombre para arrepentirse, El lo ha dicho, El lo hará (Num 23:19).
Por la Palabra de Dios es que fueron hechas todas las cosas (Gen 1:3-31, Heb 11:3) y por la Palabra de Dios todas las cosas son sustentadas (Heb 1:3).
La Palabra de Dios es eterna, permanece para siempre (Sal 119:89, Isa 40:8, 1 Ped 1:23, 1 Ped 1:25).
La Palabra nunca regresa vacía, hace y prospera aquello para lo cual fue enviada (Isa 55:11).
La Palabra de Dios está llena de poder, envuelta en poder, de tal manera que cuando la hablamos lo que estamos haciendo es desatar el poder de la Palabra para que haga aquello para lo cual fue enviada (Ezeq 37:1-10, Isa 55:11).
La Palabra de Dios es viva y eficaz (Heb 4:12), que implica que trabaja eficazmente, con poder, hasta lo último, hasta lograr el resultado que ella establece.
Nuestra boca habla de lo que hay en nuestro corazón (Mar 12:34, Luc 6:45).
Si nuestro corazón está lleno de fe, nuestra boca hablará fe (lo contrario –frustración, duda, incredulidad, miedo, ira, etc.- también es cierto).
Podemos conocer a las personas por lo que hablan y saber que contiene su corazón por cómo se expresan.
Más aún, las personas cosecharán –comerán- del fruto de su boca (Prov 18:20-21), lo que en última instancia significa que recibirán vida –si hablan las Palabras de Dios- o destrucción –si hablan otras palabras; Prov 16:25-.
La fe implica una confesión (2 Cor 4:13): la confesión de fe que es la confesión de la Palabra de Dios (la fe va unida estrechamente a la Palabra de Dios –Rom 10:17-).
Esta confesión es una confesión creativa.
Dios, cuando habla, llama las cosas que no son como si fueran (Rom 4:17).
Como Dios no es hombre para mentir ni hijo de hombre para arrepentirse y lo que El dice lo hará (Num 23.19), cuando Dios pronuncia la Palabra, ella comienza a trabajar para crear lo que Dios dijo, porque
Efe 5:1: “sed imitadores de Dios como hijos amados”, lo que implica que necesitamos imitar a Dios y hablar como El habla.
Si el llama las cosas que no son como si fueran, nosotros también debemos hacerlo.
Cuando hablamos fe, la Palabra de Dios se establece sobre la tierra, no hay poder que pueda detenerla (Isa 55:11).
Somos colaboradores de Dios (1 Cor 3:9, 2 Cor 6:1), asociados con El, en la obra que El está haciendo en el mundo.
Por ello, cuando Dios quiere hacer algo en la tierra, muchas veces, toma la boca de alguno de sus hijos y habla la Palabra.
El no quiere que nosotros sigamos hablando negativamente, sino que hablemos lo que El quiere hablar para establecer Su Palabra en la tierra, en la situación por la que atravesamos, en nuestro hogar, en nuestra familia, en los demás, en nuestro trabajo, en nuestra iglesia, en nuestra nación.
Cuando Dios establece Su Palabra, todas las cosas cambian.
Por eso, el enemigo quiere cerrar nuestras bocas para que no declaremos la Palabra ni hablemos en fe.
Para caminar con Dios como Sus colaboradores, necesitamos estar de acuerdo con El (Amós 3:3), y en principio, ello significa que nuestras palabras necesitan reflejar Sus Palabras (Mat 18.19).
Necesitamos hablarle al problema o la circunstancia la Palabra de Dios, no hablar el problema.
Cuando hablamos el problema lo estamos incrementando (Prov 18:21), cuando hablamos la Palabra lo estamos transformando.
Cuando hablamos el problema estamos dándole vida a lo que quiere el diablo, no a lo que quiere Dios.
Ahora bien, de la abundancia del corazón habla la boca (Mat 12:34, Luc 6:45). Por lo tanto, para hablar la Palabra, necesitamos estar llenos de ella en nuestro corazón, si no, lo que vamos a hablar es de nuestro propio corazón, y recordemos que él es la más engañosa de las cosas (Jer 17:9).
La fe nos lleva a una nueva dimensión: la de hablar lo que no vemos para poder alcanzar lo que si vemos (Rom 4:17, Ezeq 37:1-10).
La fe confiesa, declara públicamente, pero no lo hace respecto a cualquier cosa sino a lo que dice la Palabra de Dios sobre la circunstancia o situación sobre la cual está operando.
Necesitamos confesar la Palabra, entre otras cosas, porque:
Dios respalda Su Palabra. El no es hombre para mentir ni hijo de hombre para arrepentirse, El lo ha dicho, El lo hará (Num 23:19).
Por la Palabra de Dios es que fueron hechas todas las cosas (Gen 1:3-31, Heb 11:3) y por la Palabra de Dios todas las cosas son sustentadas (Heb 1:3).
La Palabra de Dios es eterna, permanece para siempre (Sal 119:89, Isa 40:8, 1 Ped 1:23, 1 Ped 1:25).
La Palabra nunca regresa vacía, hace y prospera aquello para lo cual fue enviada (Isa 55:11).
La Palabra de Dios está llena de poder, envuelta en poder, de tal manera que cuando la hablamos lo que estamos haciendo es desatar el poder de la Palabra para que haga aquello para lo cual fue enviada (Ezeq 37:1-10, Isa 55:11).
La Palabra de Dios es viva y eficaz (Heb 4:12), que implica que trabaja eficazmente, con poder, hasta lo último, hasta lograr el resultado que ella establece.
Nuestra boca habla de lo que hay en nuestro corazón (Mar 12:34, Luc 6:45).
Si nuestro corazón está lleno de fe, nuestra boca hablará fe (lo contrario –frustración, duda, incredulidad, miedo, ira, etc.- también es cierto).
Podemos conocer a las personas por lo que hablan y saber que contiene su corazón por cómo se expresan.
Más aún, las personas cosecharán –comerán- del fruto de su boca (Prov 18:20-21), lo que en última instancia significa que recibirán vida –si hablan las Palabras de Dios- o destrucción –si hablan otras palabras; Prov 16:25-.
La fe implica una confesión (2 Cor 4:13): la confesión de fe que es la confesión de la Palabra de Dios (la fe va unida estrechamente a la Palabra de Dios –Rom 10:17-).
Esta confesión es una confesión creativa.
Dios, cuando habla, llama las cosas que no son como si fueran (Rom 4:17).
Como Dios no es hombre para mentir ni hijo de hombre para arrepentirse y lo que El dice lo hará (Num 23.19), cuando Dios pronuncia la Palabra, ella comienza a trabajar para crear lo que Dios dijo, porque
Efe 5:1: “sed imitadores de Dios como hijos amados”, lo que implica que necesitamos imitar a Dios y hablar como El habla.
Si el llama las cosas que no son como si fueran, nosotros también debemos hacerlo.
Cuando hablamos fe, la Palabra de Dios se establece sobre la tierra, no hay poder que pueda detenerla (Isa 55:11).
Somos colaboradores de Dios (1 Cor 3:9, 2 Cor 6:1), asociados con El, en la obra que El está haciendo en el mundo.
Por ello, cuando Dios quiere hacer algo en la tierra, muchas veces, toma la boca de alguno de sus hijos y habla la Palabra.
El no quiere que nosotros sigamos hablando negativamente, sino que hablemos lo que El quiere hablar para establecer Su Palabra en la tierra, en la situación por la que atravesamos, en nuestro hogar, en nuestra familia, en los demás, en nuestro trabajo, en nuestra iglesia, en nuestra nación.
Cuando Dios establece Su Palabra, todas las cosas cambian.
Por eso, el enemigo quiere cerrar nuestras bocas para que no declaremos la Palabra ni hablemos en fe.
Para caminar con Dios como Sus colaboradores, necesitamos estar de acuerdo con El (Amós 3:3), y en principio, ello significa que nuestras palabras necesitan reflejar Sus Palabras (Mat 18.19).
Necesitamos hablarle al problema o la circunstancia la Palabra de Dios, no hablar el problema.
Cuando hablamos el problema lo estamos incrementando (Prov 18:21), cuando hablamos la Palabra lo estamos transformando.
Cuando hablamos el problema estamos dándole vida a lo que quiere el diablo, no a lo que quiere Dios.
Ahora bien, de la abundancia del corazón habla la boca (Mat 12:34, Luc 6:45). Por lo tanto, para hablar la Palabra, necesitamos estar llenos de ella en nuestro corazón, si no, lo que vamos a hablar es de nuestro propio corazón, y recordemos que él es la más engañosa de las cosas (Jer 17:9).
13
Dic
2010