La fe.
(Notas derivadas de la lectura del libro “Fe Explosiva” del Dr. Edwin Santiago).
“Existen dos cosas poderosas que el diablo no puede robarnos y que nos hacen herederos de las riquezas celestiales: la fe y el Nombre de Jesús. Cada vez que se pronuncia el nombre de Jesús ocurre una explosión sobrenatural en el mundo espiritual que detonará con el agregado de la fe. Tener fe en el Nombre de Jesús implica una combinación explosiva capaz de traspasar los límites que impiden transformar las riquezas celestiales y las realidades terrenales” (Tomado de la contraportada del libro).
La importancia de la fe.
Por la gracia, que recibimos por medio de la fe, somos salvos (Efe 2:8-10, Rom 5:1, Rom 10:8-10).
El justo vivirá por la fe (Hab 2:4, Rom 1:17, Gal 2:20, Gal 3:11, Heb 10:38).
Mat 9:29: conforme a nuestra fe nos es hecho, vivimos y recibimos aquello en lo que creemos.
Luc 22:31-32, Hch 14:22, 2 Tes 1:4: es la que nos hace permanecer firmes en medio de las circunstancias y la tribulación, y finalmente alcanzar el Reino de Dios y vivir en El eternamente.
Rom 14:23: todo lo que no proviene de fe es pecado (lo que no hacemos para la gloria de Dios, Col 3:22-24, Gal 2:20).
Gal 3:1-5, Gal 3.14: recibimos el Espíritu por la fe.
Efe 6:16: es el escudo que nos permite apagar los dardos de fuego del maligno (los engaños, sus maquinaciones para robar, matar, destruir, Jn 10:10).
Heb 4:2: facilita que la Palabra que oímos nos aproveche.
Heb 6:12: por la fe y la paciencia heredamos las promesas.
Heb 10:39, 1 Ped 1:9: preserva nuestra alma para salvación eterna.
Heb 11:6: Sin fe es imposible agradar a Dios y recibir sus bendiciones.
1 Jn 5:4: nos da la victoria que vence al mundo.
Definición.
Heb 6:1: es uno de los fundamentos de la doctrina del cristianismo.
La fe se basa en la confianza en Dios y en actuar de acuerdo a esa confianza.
Es, simplemente, estar convencido de que Dios es Quién dice ser, y de que lo que Dios dice es verdad, y actuar de acuerdo con ello (Heb 6:1, Heb 11:27).
Está basada en Dios y en lo que dice la Palabra de Dios (Rom 10.17), sin importar las circunstancias que nos rodean.
El tamaño de la fe no es importante aún si fuera del tamaño de un grano de mostaza (mínima).
Lo importante es e quién está depositada.
La fe tiene dos partes: la esperanza de las promesas (Heb 11:1) y el compromiso con las demandas (mandamientos) y el propósito de Dios para nosotros (Mar 11:22, 1 Ped 1:21).
Tres aspectos importantes de la fe.
La fe está fundamentada en la Palabra de Dios (Rom 10.17), y fundamentalmente en tres aspectos importantes de ella:
La credibilidad del que habla la Palabra (Num 23:19, 2 Cor 1:20).
El poder y la autoridad que respaldan la Palabra (Gen 1:3ss, Luc 5:5, Luc 7:6-10, Mat 8:5-10).
La perpetuidad de la Palabra (Mar 13:31, 1 Ped 1:23-25, 2 Cor 4:17-18).
El enfoque de la fe (Heb 11:1).
La fe no se enfoca en las circunstancias ni en la adversidad, sino en Dios y en las promesas.
Espera de Dios lo que va más allá de las expectativas humanas.
Los frutos de la fe.
Adora (Heb 11:6, Jn 4:23).
Reconoce que Dios es la fuente de todo poder.
Se postra, se humilla para honrar, reverencia, venerar a Dios.
La adoración con fe atrae la presencia de Dios y donde está la presencia de Dios suceden milagros (es Dios quién produce los milagros, no nuestra fe).
Nadie puede acercarse a El si no tiene fe, y si la tiene, El es galardonador de los que le buscan con fe.
Confía.
No se angustia ni se afana a pesar de las circunstancias, porque ve por encima de ellas, hacia Aquel que tiene todo el poder para cambiarlas a nuestro favor.
No teme (Mar 5:35-36)
No pone su mirada en lo terrenal, en lo natural, sino en Dios y en Su amor y poder.
El perfecto amor hecha fuera el temor (que lleva en sí mismo, castigo) (1 Jn 4:18).
La fe y el temor se excluyen mutuamente, no pueden convivir juntos: si tengo fe, la fe echa fuera el temor; si tengo temor, la fe se diluye, se degrada, desaparece-
Confiesa (Rom 4:17, 2 Cor 4:13).
Confiesa a Dios, Sus atributos, Sus promesas, el resultado.
Dios opera en donde dos o más están de acuerdo (Amós 3:3, Mat 18:20), y el acuerdo más inmediato y claro es alrededor de Su Palabra.
Por tanto, cuando confesamos la Palabra nos ponemos de acuerdo con Dios.
Se protege, se aisla.
Hay mucha gente a nuestro alrededor que no cree lo sobrenatural, no le cree a Dios, sino solo cree lo que sus ojos ven, y hablan lo que ven (incredulidad, duda, negativismo, etc.).
El hablar negativo se puede contagiar; por ello, necesitamos apartarnos de ellos.
Produce milagros, sanidades, etc.
Un milagro es un acto sobrenatural de Dios que rompe el orden de lo común y corriente.
Dios es la fuente que produce milagros.
Dios ha puesto a nuestra disposición el poder que opera milagros.
Ese poder se moviliza por medio de la fe (Mar 16:15-18).
No es nuestra mano la que tiene el poder, no es el toque el que hace el milagro.
Es Dios que está en nosotros quién desata el milagro en la vida de la otra persona, a través de la fe que hay en nosotros.
Ve la gloria de Dios (Jn 11:40).
La gloria de Dios: la magnificencia, la excelencia, la absoluta perfección de la deidad.
El cuerpo, el alma y el espíritu de la fe.
Heb 11:1: la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.
Rom 10:17: la fe viene por el oír la Palabra de Dios.
2 Cor 4:13 (creí por lo cual hablé) la fe, al creer, habla, confiesa, da vida a lo que cree (Prov 18:21).
Sant 2:14-26: la fe sin obras es muerta.
En consecuencia, podemos decir, haciendo un paralelo con 1 Tes 5:23, que:
La Palabra de Dios es el espíritu de la fe.
La confesión es el alma de la fe.
Las obras son el cuerpo de la fe.
La fe, la bendición y la obediencia.
Mar 11:22: la fe tiene dos partes: la esperanza de las promesas (Heb 11:1) y el compromiso con las demandas (mandamientos) y el propósito de Dios para nosotros (Luc 6:46).
Somos bendecidos por la fe de acuerdo a Sus promesas y a nuestra obediencia.
Efe 1:3: Dios ya nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo.
Gal 3:13-14: Jesús nos redimió de la maldición de la ley para que nos alcanzara la bendición de Abraham.
Gal 3:13-14: fuimos eximidos de la maldición de la ley, pero no de la bendición de la ley que viene por la obediencia (Deut 28.1-14).
Gal 3:14: la fe es la suma de creer las promesas y la obediencia, y es por la que recibimos la promesa.
El acompañante y el resultado de la fe: el carácter, el fruto del Espíritu (2 Ped 1:3-8, Gal 5:22-23).
Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad ya nos han sido dadas en Cristo.
Por ellas tenemos preciosas y grandísimas promesas para llegar a ser participantes de la naturaleza divina.
Para ello, necesitamos ser diligentes para añadir a nuestra fe:
Virtud (excelencia moral, valor intrínseco, hombría, bondad cualquier cualidad que le gana a la persona la estimación pública, discriminación práctica entre el bien y el mal).
Conocimiento (de Dios, religioso, moral, familiaridad con toda la verdad y voluntad de Dios).
Dominio propio (moderación hacia las cosas mundanas, dominio de los deseos y pasiones).
Paciencia (constancia, perseverancia, resistencia, aguante, alegre sometimiento a la voluntad de Dios).
Piedad (temor de Dios)
Afecto fraternal (benignidad, hacer bien, amor al prójimo, servicio, estimar a los demás como superiores a nosotros mismos, ver por lo de los demás al igual que por lo nuestro).
Amor (obediencia a Dios; bondad, gracia, favor, misericordia hacia los demás).
El enemigo directo de la fe: la duda (Mat 14:28-31).
Es la indeterminación de ánimo entre dos juicios o decisiones.
Produce temor, sabotea la oración y es pecado (Rom 14:23).
Convierte a la persona en inconstante delante de Dios, que unos días le cree a Dios y otros no porque está considerando más importante las cosas que ve y siente que la Palabra de El.
El que duda es como la ola del mar que es arrastrada por el viento: un día está abajo, otro día está arriba (Sant 1:6-8).
La fe y la paciencia (Heb 10:35-39).
Solamente obtienen el galardón en Cristo (cualquier que sea: una bendición, el cumplimiento de una promesa, etc.), quienes esperan con paciencia el fruto de la fe y el trabajo.
La paciencia y la fe se entrelazan para conquistar aquello que Dios nos ha llamado a conquistar (la libertad, la promesa, la bendición, la santidad, la obediencia, etc.).
Paciencia no es resignación pasiva, sino una fuerza, un poder, una virtud, que nos mantiene constantes, invariables, en medio de cualquier circunstancia, la oposición, la adversidad, etc.
Proviene de Dios, es una virtud que nace de El, es uno de los frutos del Espíritu (Gal 5:22-23, Rom 15:5), que se desarrolla a través de las pruebas, las circunstancias, los problemas, la oposición, la adversidad, etc. (San 1:2-3, Rom 5:3).
Es una fuerza que debe ser ejercitada, de lo contrario, al igual que un músculo sin ejercicio, no servirá de nada.
Cuatro factores que nos ayudan a desarrollar la paciencia: el diablo, el mundo, la carne y el tiempo.
El diablo desarrolla nuestra paciencia porque tratará constantemente de robarnos, arruinarnos y destruirnos, mediante la duda y la incredulidad, a fin de que no recibamos aquello que viene a través de la fe.
El mundo desarrolla nuestra paciencia porque ofrece resistencia puesto que no le cree a Dios y funciona de forma contraria a El. Cuando decidimos expresar nuestra fe, lo primero que nos dirán es que estamos locos y no nos entenderán.
La carne desarrolla nuestra paciencia porque lucha constantemente contra el espíritu.
El tiempo nos ayuda a desarrolla la paciencia por cuanto que todo lo que la fe produce primero es una semilla que para dar el resultado final requiere de tiempo. No es instantánea sino el resultado de un proceso que lleva tiempo.
La mejor manera de proteger la paciencia (y la fe) es cerrando la boca.
Cada queja debilita a ambas.
La fe y la confesión de fe (2 Cor 4:13).
La fe nos lleva a una nueva dimensión: la de hablar lo que no vemos para poder alcanzar lo que si vemos (Rom 4:17, Ezeq 37:1-10).
La fe confiesa, declara públicamente, pero no lo hace respecto a cualquier cosa sino a lo que dice la Palabra de Dios sobre la circunstancia o situación sobre la cual está operando.
Necesitamos confesar la Palabra porque:
Dios respalda Su Palabra. El no es hombre para mentir ni hijo de hombre para arrepentirse, El lo ha dicho, El lo hará (Num 23:19).
Por la Palabra de Dios es que fueron hechas todas las cosas (Gen 1:3-31, Heb 11:3) y por la Palabra de Dios todas las cosas son sustentadas (Heb 1:3).
La Palabra de Dios es eterna, permanece para siempre (Sal 119:89, Isa 40:8, 1 Ped 1:23, 1 Ped 1:25).
La Palabra nunca regresa vacía, hace y prospera aquello para lo cual fue enviada (Isa 55:11).
La Palabra de Dios está llena de poder, envuelta en poder, de tal manera que cuando la hablamos lo que estamos haciendo es desatar el poder de la Palabra para que haga aquello para lo cual fue enviada (Ezeq 37:1-10, Isa 55:11).
La Palabra de Dios es viva y eficaz (Heb 4:12), que implica que trabaja eficazmente, con poder, hasta lo último, hasta lograr el resultado que ella establece.
Nuestra boca habla de lo que hay en nuestro corazón (Mar 12:34, Luc 6:45).
Si nuestro corazón está lleno de fe, nuestra boca hablará fe (lo contrario –frustración, duda, incredulidad, miedo, ira, etc.- también es cierto).
Podemos conocer a las personas por lo que hablan y saber que contiene su corazón por cómo se expresan.
Más aún, las personas cosecharán –comerán- del fruto de su boca (Prov 18:20-21), lo que en última instancia significa que recibirán vida –si hablan las Palabras de Dios- o destrucción –si hablan otras palabras; Prov 16:25-.
La fe implica una confesión (2 Cor 4:13): la confesión de fe que es la confesión de la Palabra de Dios (la fe va unida estrechamente a la Palabra de Dios –Rom 10:17-).
Esta confesión es una confesión creativa.
Dios, cuando habla, llama las cosas que no son como si fueran (Rom 4:17).
Como Dios no es hombre para mentir ni hijo de hombre para arrepentirse y lo que El dice lo hará (Num 23.19), cuando Dios pronuncia la Palabra, ella comienza a trabajar para crear lo que Dios dijo, porque
Efe 5:1: “sed imitadores de Dios como hijos amados”, lo que implica que necesitamos imitar a Dios y hablar como El habla.
Si el llama las cosas que no son como si fueran, nosotros también debemos hacerlo.
Cuando hablamos fe, la Palabra de Dios se establece sobre la tierra, no hay poder que pueda detenerla (Isa 55:11).
Somos colaboradores de Dios (1 Cor 3:9, 2 Cor 6:1), asociados con El, en la obra que El está haciendo en el mundo.
Por ello, cuando Dios quiere hacer algo en la tierra, muchas veces, toma la boca de alguno de sus hijos y habla la Palabra.
El no quiere que nosotros sigamos hablando negativamente, sino que hablemos lo que El quiere hablar para establecer Su Palabra en la tierra, en la situación por la que atravesamos, en nuestro hogar, en nuestra familia, en los demás, en nuestro trabajo, en nuestra iglesia, en nuestra nación.
Cuando Dios establece Su Palabra, todas las cosas cambian.
Por eso, el enemigo quiere cerrar nuestras bocas para que no declaremos la Palabra ni hablemos en fe.
Para caminar con Dios como Sus colaboradores, necesitamos estar de acuerdo con El (Amós 3:3), y en principio, ello significa que nuestras palabras necesitan reflejar Sus Palabras (Mat 18.19).
Necesitamos hablarle al problema o la circunstancia la Palabra de Dios, no hablar el problema.
Cuando hablamos el problema lo estamos incrementando (Prov 18:21), cuando hablamos la Palabra lo estamos transformando.
Cuando hablamos el problema estamos dándole vida a lo que quiere el diablo, no a lo que quiere Dios.
Ahora bien, de la abundancia del corazón habla la boca (Mat 12:34, Luc 6:45). Por lo tanto, para hablar la Palabra, necesitamos estar llenos de ella en nuestro corazón, si no, lo que vamos a hablar es de nuestro propio corazón, y recordemos que él es la más engañosa de las cosas (Jer 17:9).
La fe y el Nombre de Jesús.
Una de las armas más poderosas que tenemos los cristianos es la autoridad en el Nombre de Jesús.
No hay otro nombre mayor que el nombre de Jesús (Fil 2:9-11). El poder y la autoridad de Su Nombre fue ganada por El tras vencer a satanás en la Cruz. Por eso ese nombre tiene autoridad.
A El le fue dada toda la autoridad en el cielo y en la tierra –Mat 28:18--, y la autoridad de Su Nombre El nos la dio a nosotros (Mat 28.19-20).
Jesús vino a deshacer las obras del diablo.
Jesús también vino a libertar, sanar, sacar a los presos de la cárcel (Luc 4:18-19).
El Nombre de Jesús se asocia con Ungido (Cristo), y ese título hace referencia a la unción sobrenatural que estuvo sobre El, que lo investía de todo el poder y la autoridad del cielo para pudrir, romper, todo yugo (Isa 10:27), y es la misma unción que permanece sobre nosotros (1 Jn 2:20).
Cuando Su Nombre se menciona, funciona como llave para abrir las puertas de las prisiones (El es nuestro Libertador).
Todo lo que pidamos en Su Nombre de acuerdo a la Palabra, El lo hará (Jn 14:13-14, Jn 15:16, Jn 16:23-27).
Por lo tanto:
No hay manera que el enemigo pueda mantener ataduras externas o internas sobre nuestras vidas (a menos que nosotros lo estemos permitiendo).
Cuando la unción se derrama, esas ataduras se rompen y las limitaciones se van, porque el Nombre de Jesús es Nombre sobre todo nombre.
Cuando se declara Su Nombre en la tierra, los poderes de las tinieblas tienen que arrodillarse ante El, porque ese Nombre es Nombre sobre todo nombre.
Tampoco podemos hacer ninguna obra de parte de Dios fuera de ese Nombre. La Palabra nos enseña claramente que donde están dos o tres congregados en Su Nombre, allí estará El (Mat 18:20).
Para que el Nombre de Jesús active todo el poder que representa, tiene que ir asociado con la fe (Hch 3:16, Mar 16:17-18).
El Nombre sin la fe, no puede operar (se convierte en un nombre cualquiera).
La fe y su desarrollo.
Jesús es la fuente de la fe (Rom 12:3), es el autor y consumador de la fe (Heb 12:2), es el que produce la fe y quién la perfecciona (Fil 1:6).
El nos da a todos una misma medida de fe (Rom 12:3, 2 Ped 1.1)
Sin embargo, es nuestra responsabilidad fortalecer y desarrollar esa fe, fortaleciéndola mediante:
La lectura y escucha de la Palabra de Dios (Rom 10.17),
Orando en el Espíritu Santo (Jud 1:20)
Y la práctica (Gal 5:6, Sant 2.17-26).
Las puertas espirituales.
Las puertas son importantes en el mundo espiritual (Isa 45:1-3, Sal 24:7-10, Mat 16:18-19, Apo 3:7).
A todo lo espiritual (bendición o maldición) hay puertas espirituales que nos llevan a ellas y que impiden la entrada o la salida a ellas.
De hecho, Jesús, dijo de sí mismo “Yo soy la puerta” (Jn 10:7-9).
Jesús nos ha dado autoridad para salir y cerrar las puertas del Hades (maldición), y entrar por la puerta que El es para vivir en la bendición (Mat 16:18-20).
Como creyentes, hijos e hijas de Dios, no podemos estar limitados por puestas que no nos permitan avanzar hacia el cumplimiento del propósito de Dios para nosotros (que en nosotros se desarrolle y manifieste la plenitud de Cristo –Rom 8:29-, que vivamos una vida abundante en todos los aspectos –Jn 10.10-, que cumplamos aquello específico para lo cual fuimos creados por El –Efe 2:10, Jer 29.11-, que en todas las cosas seamos más que vencedores –Rom 8:37-, etc).
Para caminar en el plan de Dios para nosotros necesitamos salir y cerrar las puertas de maldición que el diablo se ha encargado de abrir, como resultado de nuestros pecados anteriores y presentes, y donde nos ha tenido metidos para evitar que ese plan se manifieste plenamente en nosotros.
En esa tarea, como en todas a las que el Señor nos manda, El va con nosotros y hace la parte más importante, pero ello no implica que nosotros no tengamos algo que hacer.
El va delante de nosotros (Isa 45:2, Sal 24:7-10), pero para que El las quebrante y las destruya, para que esas puertas se abran, nosotros debemos querer ir.
No necesitamos tratar de forzar las puertas, pero si ir hacia ellas y querer salir de allí.
Hay puertas que aún están cerradas porque el Señor está esperando que nosotros primero cerremos algunas puertas que están abiertas en nuestro corazón, y que son puertas de la carne, el mundo y/o el diablo.
Si tratamos de hacerlo por nuestro propio esfuerzo, sin someternos a Su poder y a Su fuerza, fracasaremos lamentablemente.
Por sí mismos nunca hubiéramos podido salir del pecado; necesitamos a Cristo para ello.
De la misma manera lo necesitamos ahora (someteos a Dios, resistid al diablo y huirá de vosotros –Sant 4:7-).
La llave que abre todas las puertas es la “llave de David” (Apo 3:7). Jesús está en posesión de esa llave, pero esa llave también nos la ha dado a nosotros (Mat 16:17-19).
Las características de esa llave son:
Lo que abre nadie lo puede cerrar y lo que cierra nadie lo puede abrir (Apo 3:7).
Todo lo que atemos (cerremos) en la tierra será atado (cerrado) en el cielo y todo lo que desatemos (abramos) en la tierra será desatado (abierto) en el cielo (Mat 16:19).
Cuál es esa llave:
La revelación acerca de quién es el hijo del Dios viviente (Mat 16:17-18).
Esa revelación implica no solo la revelación de Salvador y Señor, sino la de Rey de reyes, Señor de señores, el Todopoderoso.
En otras palabras, la revelación de Su autoridad, poder, señorío, aunada a la revelación de que todo ello nos lo ha dado a nosotros (Mat 28:18-20, Efe 1:15-23).
En consecuencia, no tenemos cualquier llave, tenemos la llave maestra que abre y/o cierra todas las puertas.
Las puertas que necesitan cerrarse en nuestro corazón (Prov 4:23).
La puerta de los deseos pecaminosos (Rom 6:23, Sant 1:12-17).
La puerta de la amargura y el resentimiento (Heb 12:14-15).
La puerta de la ira, del enojo y de las malas actitudes (Sant 1:20, Prov 11:4).
La puerta de los deseos personales egoístas (Hag 1.4-9, Fil 2:3-4, Gen 12:1-3, Gen 13:10-11).
La puerta de nuestros pensamientos (Prov 23:7, Fil 4:8, Rom 12:2, 3 Jn 2).
La puerta de nuestra boca (Prov 18:21, Sant 3:1-12).
La puerta de la ansiedad (Fil 4:6, Mat 6:25-34, Luc 12:22-31).
La puerta de la incredulidad (Heb 3:12-19, Sant 1:6-8).
El único que puede impedir que las puertas que deben ser cerradas sean cerradas y las que deban ser abiertas lo sean, somos nosotros mismos.
Necesitamos cerrar todas las puertas que están determinando una vida que no le agrada a Dios, y que más aún, la están destruyendo, y se abrirán, por la fe, las puertas de la bendición que el Señor nos entregará.
Un ejemplo de fe: Rahab (Jos 2:1-7).
Está en la galería de los hombres y mujeres de fe (Heb 11.31)
A ella nadie, nunca, le había predicado de Dios, solamente había oído algo, pero ese algo que había oído fue suficiente para que ella tuviera fe y desarrollara una confianza absoluta en El (Jos 2:9, Jos 2:11) –aunque en ese momento era una prostituta-.
Y no solo creyó (los demonios también creen y tiemblan –Sant 2.19-). Ella le puso acción a su fe.
Protegió a los espías de Josué (que eran enviados de Dios) (Jos 2:6).
Creyó en la provisión de Dios para con los israelitas (Jos 2:9).
Creyó en la liberación que Dios haría (Jos 2:12-13).
Las lecciones de Rahab para nosotros.
No necesitamos ver para creer, a pesar de lo cual Dios nos dejó Su Palabra que es un registro (no exhaustivo) de Su amor por nosotros y de Su poder a favor de nosotros, para que confiemos en El.
Que cuando El dice que hará, lo hará (Num 23.19).
En consecuencia, necesitamos creerlo, darlo por hecho, y en consecuencia, darle gracias.
Que cuando Su pueblo está atrapado, más aún en el caso de Sus hijos e hijas, El siempre tiene una salida (1 Cor 10:13), nunca nos abandona (Jer 30:11, Jer 46:28, Heb 13:5).
Que El nuestro socorro (Sal 121).
Que El nos dará la victoria, no importa lo duro de la batalla, ni lo intenso, ni el tiempo que dure (Rom 8:37, Ecle 3:11, Sal 27.3).
“Existen dos cosas poderosas que el diablo no puede robarnos y que nos hacen herederos de las riquezas celestiales: la fe y el Nombre de Jesús. Cada vez que se pronuncia el nombre de Jesús ocurre una explosión sobrenatural en el mundo espiritual que detonará con el agregado de la fe. Tener fe en el Nombre de Jesús implica una combinación explosiva capaz de traspasar los límites que impiden transformar las riquezas celestiales y las realidades terrenales” (Tomado de la contraportada del libro).
La importancia de la fe.
Por la gracia, que recibimos por medio de la fe, somos salvos (Efe 2:8-10, Rom 5:1, Rom 10:8-10).
El justo vivirá por la fe (Hab 2:4, Rom 1:17, Gal 2:20, Gal 3:11, Heb 10:38).
Mat 9:29: conforme a nuestra fe nos es hecho, vivimos y recibimos aquello en lo que creemos.
Luc 22:31-32, Hch 14:22, 2 Tes 1:4: es la que nos hace permanecer firmes en medio de las circunstancias y la tribulación, y finalmente alcanzar el Reino de Dios y vivir en El eternamente.
Rom 14:23: todo lo que no proviene de fe es pecado (lo que no hacemos para la gloria de Dios, Col 3:22-24, Gal 2:20).
Gal 3:1-5, Gal 3.14: recibimos el Espíritu por la fe.
Efe 6:16: es el escudo que nos permite apagar los dardos de fuego del maligno (los engaños, sus maquinaciones para robar, matar, destruir, Jn 10:10).
Heb 4:2: facilita que la Palabra que oímos nos aproveche.
Heb 6:12: por la fe y la paciencia heredamos las promesas.
Heb 10:39, 1 Ped 1:9: preserva nuestra alma para salvación eterna.
Heb 11:6: Sin fe es imposible agradar a Dios y recibir sus bendiciones.
1 Jn 5:4: nos da la victoria que vence al mundo.
Definición.
Heb 6:1: es uno de los fundamentos de la doctrina del cristianismo.
La fe se basa en la confianza en Dios y en actuar de acuerdo a esa confianza.
Es, simplemente, estar convencido de que Dios es Quién dice ser, y de que lo que Dios dice es verdad, y actuar de acuerdo con ello (Heb 6:1, Heb 11:27).
Está basada en Dios y en lo que dice la Palabra de Dios (Rom 10.17), sin importar las circunstancias que nos rodean.
El tamaño de la fe no es importante aún si fuera del tamaño de un grano de mostaza (mínima).
Lo importante es e quién está depositada.
La fe tiene dos partes: la esperanza de las promesas (Heb 11:1) y el compromiso con las demandas (mandamientos) y el propósito de Dios para nosotros (Mar 11:22, 1 Ped 1:21).
Tres aspectos importantes de la fe.
La fe está fundamentada en la Palabra de Dios (Rom 10.17), y fundamentalmente en tres aspectos importantes de ella:
La credibilidad del que habla la Palabra (Num 23:19, 2 Cor 1:20).
El poder y la autoridad que respaldan la Palabra (Gen 1:3ss, Luc 5:5, Luc 7:6-10, Mat 8:5-10).
La perpetuidad de la Palabra (Mar 13:31, 1 Ped 1:23-25, 2 Cor 4:17-18).
El enfoque de la fe (Heb 11:1).
La fe no se enfoca en las circunstancias ni en la adversidad, sino en Dios y en las promesas.
Espera de Dios lo que va más allá de las expectativas humanas.
Los frutos de la fe.
Adora (Heb 11:6, Jn 4:23).
Reconoce que Dios es la fuente de todo poder.
Se postra, se humilla para honrar, reverencia, venerar a Dios.
La adoración con fe atrae la presencia de Dios y donde está la presencia de Dios suceden milagros (es Dios quién produce los milagros, no nuestra fe).
Nadie puede acercarse a El si no tiene fe, y si la tiene, El es galardonador de los que le buscan con fe.
Confía.
No se angustia ni se afana a pesar de las circunstancias, porque ve por encima de ellas, hacia Aquel que tiene todo el poder para cambiarlas a nuestro favor.
No teme (Mar 5:35-36)
No pone su mirada en lo terrenal, en lo natural, sino en Dios y en Su amor y poder.
El perfecto amor hecha fuera el temor (que lleva en sí mismo, castigo) (1 Jn 4:18).
La fe y el temor se excluyen mutuamente, no pueden convivir juntos: si tengo fe, la fe echa fuera el temor; si tengo temor, la fe se diluye, se degrada, desaparece-
Confiesa (Rom 4:17, 2 Cor 4:13).
Confiesa a Dios, Sus atributos, Sus promesas, el resultado.
Dios opera en donde dos o más están de acuerdo (Amós 3:3, Mat 18:20), y el acuerdo más inmediato y claro es alrededor de Su Palabra.
Por tanto, cuando confesamos la Palabra nos ponemos de acuerdo con Dios.
Se protege, se aisla.
Hay mucha gente a nuestro alrededor que no cree lo sobrenatural, no le cree a Dios, sino solo cree lo que sus ojos ven, y hablan lo que ven (incredulidad, duda, negativismo, etc.).
El hablar negativo se puede contagiar; por ello, necesitamos apartarnos de ellos.
Produce milagros, sanidades, etc.
Un milagro es un acto sobrenatural de Dios que rompe el orden de lo común y corriente.
Dios es la fuente que produce milagros.
Dios ha puesto a nuestra disposición el poder que opera milagros.
Ese poder se moviliza por medio de la fe (Mar 16:15-18).
No es nuestra mano la que tiene el poder, no es el toque el que hace el milagro.
Es Dios que está en nosotros quién desata el milagro en la vida de la otra persona, a través de la fe que hay en nosotros.
Ve la gloria de Dios (Jn 11:40).
La gloria de Dios: la magnificencia, la excelencia, la absoluta perfección de la deidad.
El cuerpo, el alma y el espíritu de la fe.
Heb 11:1: la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.
Rom 10:17: la fe viene por el oír la Palabra de Dios.
2 Cor 4:13 (creí por lo cual hablé) la fe, al creer, habla, confiesa, da vida a lo que cree (Prov 18:21).
Sant 2:14-26: la fe sin obras es muerta.
En consecuencia, podemos decir, haciendo un paralelo con 1 Tes 5:23, que:
La Palabra de Dios es el espíritu de la fe.
La confesión es el alma de la fe.
Las obras son el cuerpo de la fe.
La fe, la bendición y la obediencia.
Mar 11:22: la fe tiene dos partes: la esperanza de las promesas (Heb 11:1) y el compromiso con las demandas (mandamientos) y el propósito de Dios para nosotros (Luc 6:46).
Somos bendecidos por la fe de acuerdo a Sus promesas y a nuestra obediencia.
Efe 1:3: Dios ya nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo.
Gal 3:13-14: Jesús nos redimió de la maldición de la ley para que nos alcanzara la bendición de Abraham.
Gal 3:13-14: fuimos eximidos de la maldición de la ley, pero no de la bendición de la ley que viene por la obediencia (Deut 28.1-14).
Gal 3:14: la fe es la suma de creer las promesas y la obediencia, y es por la que recibimos la promesa.
El acompañante y el resultado de la fe: el carácter, el fruto del Espíritu (2 Ped 1:3-8, Gal 5:22-23).
Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad ya nos han sido dadas en Cristo.
Por ellas tenemos preciosas y grandísimas promesas para llegar a ser participantes de la naturaleza divina.
Para ello, necesitamos ser diligentes para añadir a nuestra fe:
Virtud (excelencia moral, valor intrínseco, hombría, bondad cualquier cualidad que le gana a la persona la estimación pública, discriminación práctica entre el bien y el mal).
Conocimiento (de Dios, religioso, moral, familiaridad con toda la verdad y voluntad de Dios).
Dominio propio (moderación hacia las cosas mundanas, dominio de los deseos y pasiones).
Paciencia (constancia, perseverancia, resistencia, aguante, alegre sometimiento a la voluntad de Dios).
Piedad (temor de Dios)
Afecto fraternal (benignidad, hacer bien, amor al prójimo, servicio, estimar a los demás como superiores a nosotros mismos, ver por lo de los demás al igual que por lo nuestro).
Amor (obediencia a Dios; bondad, gracia, favor, misericordia hacia los demás).
El enemigo directo de la fe: la duda (Mat 14:28-31).
Es la indeterminación de ánimo entre dos juicios o decisiones.
Produce temor, sabotea la oración y es pecado (Rom 14:23).
Convierte a la persona en inconstante delante de Dios, que unos días le cree a Dios y otros no porque está considerando más importante las cosas que ve y siente que la Palabra de El.
El que duda es como la ola del mar que es arrastrada por el viento: un día está abajo, otro día está arriba (Sant 1:6-8).
La fe y la paciencia (Heb 10:35-39).
Solamente obtienen el galardón en Cristo (cualquier que sea: una bendición, el cumplimiento de una promesa, etc.), quienes esperan con paciencia el fruto de la fe y el trabajo.
La paciencia y la fe se entrelazan para conquistar aquello que Dios nos ha llamado a conquistar (la libertad, la promesa, la bendición, la santidad, la obediencia, etc.).
Paciencia no es resignación pasiva, sino una fuerza, un poder, una virtud, que nos mantiene constantes, invariables, en medio de cualquier circunstancia, la oposición, la adversidad, etc.
Proviene de Dios, es una virtud que nace de El, es uno de los frutos del Espíritu (Gal 5:22-23, Rom 15:5), que se desarrolla a través de las pruebas, las circunstancias, los problemas, la oposición, la adversidad, etc. (San 1:2-3, Rom 5:3).
Es una fuerza que debe ser ejercitada, de lo contrario, al igual que un músculo sin ejercicio, no servirá de nada.
Cuatro factores que nos ayudan a desarrollar la paciencia: el diablo, el mundo, la carne y el tiempo.
El diablo desarrolla nuestra paciencia porque tratará constantemente de robarnos, arruinarnos y destruirnos, mediante la duda y la incredulidad, a fin de que no recibamos aquello que viene a través de la fe.
El mundo desarrolla nuestra paciencia porque ofrece resistencia puesto que no le cree a Dios y funciona de forma contraria a El. Cuando decidimos expresar nuestra fe, lo primero que nos dirán es que estamos locos y no nos entenderán.
La carne desarrolla nuestra paciencia porque lucha constantemente contra el espíritu.
El tiempo nos ayuda a desarrolla la paciencia por cuanto que todo lo que la fe produce primero es una semilla que para dar el resultado final requiere de tiempo. No es instantánea sino el resultado de un proceso que lleva tiempo.
La mejor manera de proteger la paciencia (y la fe) es cerrando la boca.
Cada queja debilita a ambas.
La fe y la confesión de fe (2 Cor 4:13).
La fe nos lleva a una nueva dimensión: la de hablar lo que no vemos para poder alcanzar lo que si vemos (Rom 4:17, Ezeq 37:1-10).
La fe confiesa, declara públicamente, pero no lo hace respecto a cualquier cosa sino a lo que dice la Palabra de Dios sobre la circunstancia o situación sobre la cual está operando.
Necesitamos confesar la Palabra porque:
Dios respalda Su Palabra. El no es hombre para mentir ni hijo de hombre para arrepentirse, El lo ha dicho, El lo hará (Num 23:19).
Por la Palabra de Dios es que fueron hechas todas las cosas (Gen 1:3-31, Heb 11:3) y por la Palabra de Dios todas las cosas son sustentadas (Heb 1:3).
La Palabra de Dios es eterna, permanece para siempre (Sal 119:89, Isa 40:8, 1 Ped 1:23, 1 Ped 1:25).
La Palabra nunca regresa vacía, hace y prospera aquello para lo cual fue enviada (Isa 55:11).
La Palabra de Dios está llena de poder, envuelta en poder, de tal manera que cuando la hablamos lo que estamos haciendo es desatar el poder de la Palabra para que haga aquello para lo cual fue enviada (Ezeq 37:1-10, Isa 55:11).
La Palabra de Dios es viva y eficaz (Heb 4:12), que implica que trabaja eficazmente, con poder, hasta lo último, hasta lograr el resultado que ella establece.
Nuestra boca habla de lo que hay en nuestro corazón (Mar 12:34, Luc 6:45).
Si nuestro corazón está lleno de fe, nuestra boca hablará fe (lo contrario –frustración, duda, incredulidad, miedo, ira, etc.- también es cierto).
Podemos conocer a las personas por lo que hablan y saber que contiene su corazón por cómo se expresan.
Más aún, las personas cosecharán –comerán- del fruto de su boca (Prov 18:20-21), lo que en última instancia significa que recibirán vida –si hablan las Palabras de Dios- o destrucción –si hablan otras palabras; Prov 16:25-.
La fe implica una confesión (2 Cor 4:13): la confesión de fe que es la confesión de la Palabra de Dios (la fe va unida estrechamente a la Palabra de Dios –Rom 10:17-).
Esta confesión es una confesión creativa.
Dios, cuando habla, llama las cosas que no son como si fueran (Rom 4:17).
Como Dios no es hombre para mentir ni hijo de hombre para arrepentirse y lo que El dice lo hará (Num 23.19), cuando Dios pronuncia la Palabra, ella comienza a trabajar para crear lo que Dios dijo, porque
Efe 5:1: “sed imitadores de Dios como hijos amados”, lo que implica que necesitamos imitar a Dios y hablar como El habla.
Si el llama las cosas que no son como si fueran, nosotros también debemos hacerlo.
Cuando hablamos fe, la Palabra de Dios se establece sobre la tierra, no hay poder que pueda detenerla (Isa 55:11).
Somos colaboradores de Dios (1 Cor 3:9, 2 Cor 6:1), asociados con El, en la obra que El está haciendo en el mundo.
Por ello, cuando Dios quiere hacer algo en la tierra, muchas veces, toma la boca de alguno de sus hijos y habla la Palabra.
El no quiere que nosotros sigamos hablando negativamente, sino que hablemos lo que El quiere hablar para establecer Su Palabra en la tierra, en la situación por la que atravesamos, en nuestro hogar, en nuestra familia, en los demás, en nuestro trabajo, en nuestra iglesia, en nuestra nación.
Cuando Dios establece Su Palabra, todas las cosas cambian.
Por eso, el enemigo quiere cerrar nuestras bocas para que no declaremos la Palabra ni hablemos en fe.
Para caminar con Dios como Sus colaboradores, necesitamos estar de acuerdo con El (Amós 3:3), y en principio, ello significa que nuestras palabras necesitan reflejar Sus Palabras (Mat 18.19).
Necesitamos hablarle al problema o la circunstancia la Palabra de Dios, no hablar el problema.
Cuando hablamos el problema lo estamos incrementando (Prov 18:21), cuando hablamos la Palabra lo estamos transformando.
Cuando hablamos el problema estamos dándole vida a lo que quiere el diablo, no a lo que quiere Dios.
Ahora bien, de la abundancia del corazón habla la boca (Mat 12:34, Luc 6:45). Por lo tanto, para hablar la Palabra, necesitamos estar llenos de ella en nuestro corazón, si no, lo que vamos a hablar es de nuestro propio corazón, y recordemos que él es la más engañosa de las cosas (Jer 17:9).
La fe y el Nombre de Jesús.
Una de las armas más poderosas que tenemos los cristianos es la autoridad en el Nombre de Jesús.
No hay otro nombre mayor que el nombre de Jesús (Fil 2:9-11). El poder y la autoridad de Su Nombre fue ganada por El tras vencer a satanás en la Cruz. Por eso ese nombre tiene autoridad.
A El le fue dada toda la autoridad en el cielo y en la tierra –Mat 28:18--, y la autoridad de Su Nombre El nos la dio a nosotros (Mat 28.19-20).
Jesús vino a deshacer las obras del diablo.
Jesús también vino a libertar, sanar, sacar a los presos de la cárcel (Luc 4:18-19).
El Nombre de Jesús se asocia con Ungido (Cristo), y ese título hace referencia a la unción sobrenatural que estuvo sobre El, que lo investía de todo el poder y la autoridad del cielo para pudrir, romper, todo yugo (Isa 10:27), y es la misma unción que permanece sobre nosotros (1 Jn 2:20).
Cuando Su Nombre se menciona, funciona como llave para abrir las puertas de las prisiones (El es nuestro Libertador).
Todo lo que pidamos en Su Nombre de acuerdo a la Palabra, El lo hará (Jn 14:13-14, Jn 15:16, Jn 16:23-27).
Por lo tanto:
No hay manera que el enemigo pueda mantener ataduras externas o internas sobre nuestras vidas (a menos que nosotros lo estemos permitiendo).
Cuando la unción se derrama, esas ataduras se rompen y las limitaciones se van, porque el Nombre de Jesús es Nombre sobre todo nombre.
Cuando se declara Su Nombre en la tierra, los poderes de las tinieblas tienen que arrodillarse ante El, porque ese Nombre es Nombre sobre todo nombre.
Tampoco podemos hacer ninguna obra de parte de Dios fuera de ese Nombre. La Palabra nos enseña claramente que donde están dos o tres congregados en Su Nombre, allí estará El (Mat 18:20).
Para que el Nombre de Jesús active todo el poder que representa, tiene que ir asociado con la fe (Hch 3:16, Mar 16:17-18).
El Nombre sin la fe, no puede operar (se convierte en un nombre cualquiera).
La fe y su desarrollo.
Jesús es la fuente de la fe (Rom 12:3), es el autor y consumador de la fe (Heb 12:2), es el que produce la fe y quién la perfecciona (Fil 1:6).
El nos da a todos una misma medida de fe (Rom 12:3, 2 Ped 1.1)
Sin embargo, es nuestra responsabilidad fortalecer y desarrollar esa fe, fortaleciéndola mediante:
La lectura y escucha de la Palabra de Dios (Rom 10.17),
Orando en el Espíritu Santo (Jud 1:20)
Y la práctica (Gal 5:6, Sant 2.17-26).
Las puertas espirituales.
Las puertas son importantes en el mundo espiritual (Isa 45:1-3, Sal 24:7-10, Mat 16:18-19, Apo 3:7).
A todo lo espiritual (bendición o maldición) hay puertas espirituales que nos llevan a ellas y que impiden la entrada o la salida a ellas.
De hecho, Jesús, dijo de sí mismo “Yo soy la puerta” (Jn 10:7-9).
Jesús nos ha dado autoridad para salir y cerrar las puertas del Hades (maldición), y entrar por la puerta que El es para vivir en la bendición (Mat 16:18-20).
Como creyentes, hijos e hijas de Dios, no podemos estar limitados por puestas que no nos permitan avanzar hacia el cumplimiento del propósito de Dios para nosotros (que en nosotros se desarrolle y manifieste la plenitud de Cristo –Rom 8:29-, que vivamos una vida abundante en todos los aspectos –Jn 10.10-, que cumplamos aquello específico para lo cual fuimos creados por El –Efe 2:10, Jer 29.11-, que en todas las cosas seamos más que vencedores –Rom 8:37-, etc).
Para caminar en el plan de Dios para nosotros necesitamos salir y cerrar las puertas de maldición que el diablo se ha encargado de abrir, como resultado de nuestros pecados anteriores y presentes, y donde nos ha tenido metidos para evitar que ese plan se manifieste plenamente en nosotros.
En esa tarea, como en todas a las que el Señor nos manda, El va con nosotros y hace la parte más importante, pero ello no implica que nosotros no tengamos algo que hacer.
El va delante de nosotros (Isa 45:2, Sal 24:7-10), pero para que El las quebrante y las destruya, para que esas puertas se abran, nosotros debemos querer ir.
No necesitamos tratar de forzar las puertas, pero si ir hacia ellas y querer salir de allí.
Hay puertas que aún están cerradas porque el Señor está esperando que nosotros primero cerremos algunas puertas que están abiertas en nuestro corazón, y que son puertas de la carne, el mundo y/o el diablo.
Si tratamos de hacerlo por nuestro propio esfuerzo, sin someternos a Su poder y a Su fuerza, fracasaremos lamentablemente.
Por sí mismos nunca hubiéramos podido salir del pecado; necesitamos a Cristo para ello.
De la misma manera lo necesitamos ahora (someteos a Dios, resistid al diablo y huirá de vosotros –Sant 4:7-).
La llave que abre todas las puertas es la “llave de David” (Apo 3:7). Jesús está en posesión de esa llave, pero esa llave también nos la ha dado a nosotros (Mat 16:17-19).
Las características de esa llave son:
Lo que abre nadie lo puede cerrar y lo que cierra nadie lo puede abrir (Apo 3:7).
Todo lo que atemos (cerremos) en la tierra será atado (cerrado) en el cielo y todo lo que desatemos (abramos) en la tierra será desatado (abierto) en el cielo (Mat 16:19).
Cuál es esa llave:
La revelación acerca de quién es el hijo del Dios viviente (Mat 16:17-18).
Esa revelación implica no solo la revelación de Salvador y Señor, sino la de Rey de reyes, Señor de señores, el Todopoderoso.
En otras palabras, la revelación de Su autoridad, poder, señorío, aunada a la revelación de que todo ello nos lo ha dado a nosotros (Mat 28:18-20, Efe 1:15-23).
En consecuencia, no tenemos cualquier llave, tenemos la llave maestra que abre y/o cierra todas las puertas.
Las puertas que necesitan cerrarse en nuestro corazón (Prov 4:23).
La puerta de los deseos pecaminosos (Rom 6:23, Sant 1:12-17).
La puerta de la amargura y el resentimiento (Heb 12:14-15).
La puerta de la ira, del enojo y de las malas actitudes (Sant 1:20, Prov 11:4).
La puerta de los deseos personales egoístas (Hag 1.4-9, Fil 2:3-4, Gen 12:1-3, Gen 13:10-11).
La puerta de nuestros pensamientos (Prov 23:7, Fil 4:8, Rom 12:2, 3 Jn 2).
La puerta de nuestra boca (Prov 18:21, Sant 3:1-12).
La puerta de la ansiedad (Fil 4:6, Mat 6:25-34, Luc 12:22-31).
La puerta de la incredulidad (Heb 3:12-19, Sant 1:6-8).
El único que puede impedir que las puertas que deben ser cerradas sean cerradas y las que deban ser abiertas lo sean, somos nosotros mismos.
Necesitamos cerrar todas las puertas que están determinando una vida que no le agrada a Dios, y que más aún, la están destruyendo, y se abrirán, por la fe, las puertas de la bendición que el Señor nos entregará.
Un ejemplo de fe: Rahab (Jos 2:1-7).
Está en la galería de los hombres y mujeres de fe (Heb 11.31)
A ella nadie, nunca, le había predicado de Dios, solamente había oído algo, pero ese algo que había oído fue suficiente para que ella tuviera fe y desarrollara una confianza absoluta en El (Jos 2:9, Jos 2:11) –aunque en ese momento era una prostituta-.
Y no solo creyó (los demonios también creen y tiemblan –Sant 2.19-). Ella le puso acción a su fe.
Protegió a los espías de Josué (que eran enviados de Dios) (Jos 2:6).
Creyó en la provisión de Dios para con los israelitas (Jos 2:9).
Creyó en la liberación que Dios haría (Jos 2:12-13).
Las lecciones de Rahab para nosotros.
No necesitamos ver para creer, a pesar de lo cual Dios nos dejó Su Palabra que es un registro (no exhaustivo) de Su amor por nosotros y de Su poder a favor de nosotros, para que confiemos en El.
Que cuando El dice que hará, lo hará (Num 23.19).
En consecuencia, necesitamos creerlo, darlo por hecho, y en consecuencia, darle gracias.
Que cuando Su pueblo está atrapado, más aún en el caso de Sus hijos e hijas, El siempre tiene una salida (1 Cor 10:13), nunca nos abandona (Jer 30:11, Jer 46:28, Heb 13:5).
Que El nuestro socorro (Sal 121).
Que El nos dará la victoria, no importa lo duro de la batalla, ni lo intenso, ni el tiempo que dure (Rom 8:37, Ecle 3:11, Sal 27.3).
28
Abr
2011