Intercesión profética.
JESUS Y EL ESPÍRITU SANTO: LOS INTERCESORES POR EXCELENCIA.
Rom 8:34. “¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.”
Heb 7:25. “por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos.”
Rom 8:26-27. “ Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos.”
Cuando intercedemos no es por nuestra propia habilidad o un mérito:
Reflejo de la imagen de Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo) en nosotros.
Nuestros mejores maestros en la intercesión: Jesús y el Espíritu Santo.
La intercesión necesita, para ser efectiva, ser hecha conforme a la voluntad de Dios.
LA NECESIDAD DE LOS INTERCESORES.
Eze 22:30. Y busqué entre ellos hombre que hiciese vallado y que se pusiese en la brecha delante de mí, a favor de la tierra, para que yo no la destruyese; y no lo hallé.
Est 4:8. Le dio también la copia del decreto que había sido dado en Susa para que fuesen destruidos, a fin de que la mostrase a Ester y se lo declarase, y le encargara que fuese ante el rey a suplicarle y a interceder delante de él por su pueblo.
Cuando intercedemos nos ponemos en la brecha delante de Dios a favor de una persona, familia, iglesia, comunidad y/o nación:
En primer lugar, para que el juicio de Dios no se manifieste contra ellos.
En segundo lugar, para que se arrepientan de sus malos caminos.
En tercer lugar, para que se haga la voluntad de Dios en ellos.
PRINCIPIOS AL RESPECTO DE LA INTERCESIÓN (Oración en favor de otros, Neh 1:4-11).
Dios no nos llama a solucionar en la intercesión los problemas que nos afectan directamente (eso es en la oración), sino que la intercesión es el llamado a buscar delante del Señor la solución de los problemas que no nos afectan directamente pero que afectan a otras personas (amor a Dios y al prójimo).
En la intercesión, que es lo que nos motiva:
¿El interés de Dios por Su obra, Su pueblo, Su creación, o nuestro propio interés?
¿La gloria de Dios o nuestra propia gloria?
¿La obligación o la pasión?
La intercesión efectiva es centrarnos en el interés de Dios, Su gloria y Su pasión por las personas.
Para la intercesión efectiva, el primer paso es hacernos parte del problema, sentirlo en carne propia, (Neh 1:4).
Para ser efectivos en la oración por otros y en la intercesión, no se trata solamente de hacer una oración. Se trata de sentir como propia la necesidad del otro, de una compasión apasionada por la persona en necesidad (1 Cor 12:26, 1 Cor 13:1-3). Y todos esos sentimientos, que derivaban de un problema que rebasaba su capacidad humana, solo podían hallar consuelo y respuesta en la oración ardiente y prolongada para que Dios favoreciera la solución del problema de la ciudad.
El sentirnos parte del problema, del dolor y/o la incomodidad del problema nos va a llevar a la pasión para su solución, y a invertir nuestro tiempo, no importa cuanto sea, hasta ver los resultados.
Nuestra medida del tiempo no necesariamente coincide con la medida del tiempo de Dios (Isa 55:7-9).
Cuando hacemos las cosas en el tiempo y bajo la dirección de Dios, siempre la solución va a ser efectiva; El hace todas las cosas hermosas en Su tiempo (Ecle 3.11).
La intercesión comienza como intereses, preocupaciones y hasta cierto punto, malestares porque las cosas no son como podrían y deberían ser.
Es una pasión por el cambio que comienza en nuestro interior.
Un intercesor tiene que ser motivado por la compasión. No podemos ser efectivos en el ministerio si no hacemos nuestra la necesidad.
El principio de la intercesión es una necesidad percibida de cambio de las cosas tal como están y son, hacia lo que podrían y deberían ser según Dios. Surge de una necesidad cuya solución se vuelve una pasión que nos consume por dentro (Mat 9:35-38).
La motivación de la intercesión, por lo general, se forma en el corazón de los que no están satisfechos con el estado de las cosas.
Con el tiempo, esas insatisfacciones maduran hasta convertirse en una clara imagen de lo que podría ser.
Exigen cambios, implican movimientos y riesgos, y que nuestro corazón se mueva fuera de las fronteras artificiales que impone el mundo tal como es.
Por ello, lo que puede y debe ser, no puede ser hasta que Dios esté listo para que sea. Así que muchas veces, por no decir siempre, hay que esperar.
No solo necesitamos sentirnos parte del problema sino también sentirnos responsables de las causas que originaron el problema (Neh 1:6-7).
El pecado (la desobediencia a Dios) que está causando el problema.
La intercesión efectiva requiere de personas dispuestas a asumir la responsabilidad de ser parte activa de la solución, que no esperen que otros lo hagan por ellos (Neh 1:11).
Cuando Dios impacta nuestro corazón con un problema y/o una necesidad, no nos está impactando para que solo conozcamos el problema, o lo manifestemos.
Muy posiblemente nos está llamando para ser parte de la solución. Necesitamos estar dispuestos no solo a interceder sino a actuar (la fe sin obras es muerta, (Sant 2:14-26).
La solución por la que intercedamos no necesariamente va a ser la que nos queda más cómoda.
La intercesión efectiva por la solución de los problemas de las personas requiere que se pongan sus diversas partes involucradas en la situación o el problema en la perspectiva correcta (Neh 1:3-4).
Primero, Dios.
Segundo, las personas.
Tercero, las cosas.
Necesitamos centrarnos en Dios (Su propósito), luego en las personas y usar las cosas, y no al revés, como generalmente hace el mundo: centrarse en las cosas y usar a las personas.
Los cristianos estamos llamados, en primer lugar, a considerar a Dios y servirle, y en segundo lugar, a servir a las personas, no servirnos de ellas o servir a las cosas.
Después de ello, la solución de los problemas comienza con las personas, no por las cosas.
Una vez reconocido un problema, necesitamos ir a la fuente de la sabiduría en busca de la dirección adecuada para la solución. Nehemías buscó la dirección adecuada para la solución en el lugar correcto, en Dios (Sal 127:1, Neh 1:4-11).
El activismo, la impulsividad, el urgentismo, por lo general, no van a aportan una solución efectiva (Sal 127.2).
La reacción de Nehemías al saber el problema de la ciudad de Jerusalén y comprender todas sus implicaciones, no fue la de tomar acción inmediata por su propia cuenta.
Fue llevar el problema delante de Dios para buscar en El la solución al mismo.
Antes de recurrir a sus propias fuerzas, a su propia sabiduría o a cualquier otro recurso disponible para enfrentar la obra de la reconstrucción, recurrió a Dios primeramente.
Siempre necesitamos que Dios sea nuestra primera fuente de recursos y dirección, no la última (Jer 17:5-8).
La oración y la intercesión profética.
Se refiere a confesar y declarar la voluntad y el deseo de Dios manifestados en Su Palabra para una persona, una familia, Su pueblo, una nación y todas las demás cosas (orar e interceder con la Palabra) (Neh 1:4-11).
Ello implica la necesidad que conozcamos la Palabra de Dios para saber la voluntad explícita de Dios para esa persona.
También implica la necesidad de que tengamos el oído afinado para recibir la dirección del Espíritu Santo (intimidad con Dios).
Decreto profético.
Es diferente a la confesión o deseo de que suceda algo.
Es una orden que se manifiesta de acuerdo con la Palabra de Dios, la dirección del Espíritu Santo y conforme a las circunstancias por las cuales se está orando.
El decreto se origina en el rhema de la autoridad que tenemos como reyes y sacerdotes hechos por Jesús para Dios (Jer 1.10) y tiene por objeto destruír las obras del diablo, y establecer la voluntad de Dios respecto a aquello sobre lo cual se está decretando (Ezeq 37.1-10).
Los actos proféticos.
Son representaciones visuales de la palabra profética que se está impartiendo que pueden adoptar la forma de parábolas, alegorías y/o actos dramatizados (Isa 5:1–7; 2 Sam 12:1–7; Ezeq 16 y 23).
Aún cuando son ayudas visuales didácticas, su eficacia es que agregan potencia al impacto de la palabra (no solo se oye, sino que se ve representada).
Hay un buen ejemplo de esto en la entrevista que se verificó entre el rey Joás y el profeta Eliseo, ya moribundo (2 Rey 13:14-19).
El profeta introdujo al rey en la esfera de las acciones simbólicas, pasando luego a averiguar hasta qué punto la fe del rey podía aprovechar la promesa señalada.
El rey hirió la tierra tres veces, limitando en esa medida la acción eficaz de la palabra de Dios, que se cumplirá hasta ese punto, sin volver a Dios vacía.
Hay una relación exacta entre el símbolo y la palabra y un enlace de ambos en relación con el desarrollo de los acontecimientos proféticos.
Otros ejemplos: cuando Isaías caminó desnudo y descalzo (Isa 20), y Jeremías desmenuzó el vaso del alfarero (Jer. 19). De igual forma Ahías rompió su capa nueva en doce pedazos, entregando diez a Jeroboam (1 Rey 11.29-39), y Ezequiel puso sitio a una ciudad modelo (Ezeq 4.1–3).
El acto profético tiene su origen en Dios, con efectos sobre los hombres; por su medio se declara la Palabra de El. La iniciativa le corresponde únicamente a El.
Rom 8:34. “¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.”
Heb 7:25. “por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos.”
Rom 8:26-27. “ Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos.”
Cuando intercedemos no es por nuestra propia habilidad o un mérito:
Reflejo de la imagen de Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo) en nosotros.
Nuestros mejores maestros en la intercesión: Jesús y el Espíritu Santo.
La intercesión necesita, para ser efectiva, ser hecha conforme a la voluntad de Dios.
LA NECESIDAD DE LOS INTERCESORES.
Eze 22:30. Y busqué entre ellos hombre que hiciese vallado y que se pusiese en la brecha delante de mí, a favor de la tierra, para que yo no la destruyese; y no lo hallé.
Est 4:8. Le dio también la copia del decreto que había sido dado en Susa para que fuesen destruidos, a fin de que la mostrase a Ester y se lo declarase, y le encargara que fuese ante el rey a suplicarle y a interceder delante de él por su pueblo.
Cuando intercedemos nos ponemos en la brecha delante de Dios a favor de una persona, familia, iglesia, comunidad y/o nación:
En primer lugar, para que el juicio de Dios no se manifieste contra ellos.
En segundo lugar, para que se arrepientan de sus malos caminos.
En tercer lugar, para que se haga la voluntad de Dios en ellos.
PRINCIPIOS AL RESPECTO DE LA INTERCESIÓN (Oración en favor de otros, Neh 1:4-11).
Dios no nos llama a solucionar en la intercesión los problemas que nos afectan directamente (eso es en la oración), sino que la intercesión es el llamado a buscar delante del Señor la solución de los problemas que no nos afectan directamente pero que afectan a otras personas (amor a Dios y al prójimo).
En la intercesión, que es lo que nos motiva:
¿El interés de Dios por Su obra, Su pueblo, Su creación, o nuestro propio interés?
¿La gloria de Dios o nuestra propia gloria?
¿La obligación o la pasión?
La intercesión efectiva es centrarnos en el interés de Dios, Su gloria y Su pasión por las personas.
Para la intercesión efectiva, el primer paso es hacernos parte del problema, sentirlo en carne propia, (Neh 1:4).
Para ser efectivos en la oración por otros y en la intercesión, no se trata solamente de hacer una oración. Se trata de sentir como propia la necesidad del otro, de una compasión apasionada por la persona en necesidad (1 Cor 12:26, 1 Cor 13:1-3). Y todos esos sentimientos, que derivaban de un problema que rebasaba su capacidad humana, solo podían hallar consuelo y respuesta en la oración ardiente y prolongada para que Dios favoreciera la solución del problema de la ciudad.
El sentirnos parte del problema, del dolor y/o la incomodidad del problema nos va a llevar a la pasión para su solución, y a invertir nuestro tiempo, no importa cuanto sea, hasta ver los resultados.
Nuestra medida del tiempo no necesariamente coincide con la medida del tiempo de Dios (Isa 55:7-9).
Cuando hacemos las cosas en el tiempo y bajo la dirección de Dios, siempre la solución va a ser efectiva; El hace todas las cosas hermosas en Su tiempo (Ecle 3.11).
La intercesión comienza como intereses, preocupaciones y hasta cierto punto, malestares porque las cosas no son como podrían y deberían ser.
Es una pasión por el cambio que comienza en nuestro interior.
Un intercesor tiene que ser motivado por la compasión. No podemos ser efectivos en el ministerio si no hacemos nuestra la necesidad.
El principio de la intercesión es una necesidad percibida de cambio de las cosas tal como están y son, hacia lo que podrían y deberían ser según Dios. Surge de una necesidad cuya solución se vuelve una pasión que nos consume por dentro (Mat 9:35-38).
La motivación de la intercesión, por lo general, se forma en el corazón de los que no están satisfechos con el estado de las cosas.
Con el tiempo, esas insatisfacciones maduran hasta convertirse en una clara imagen de lo que podría ser.
Exigen cambios, implican movimientos y riesgos, y que nuestro corazón se mueva fuera de las fronteras artificiales que impone el mundo tal como es.
Por ello, lo que puede y debe ser, no puede ser hasta que Dios esté listo para que sea. Así que muchas veces, por no decir siempre, hay que esperar.
No solo necesitamos sentirnos parte del problema sino también sentirnos responsables de las causas que originaron el problema (Neh 1:6-7).
El pecado (la desobediencia a Dios) que está causando el problema.
La intercesión efectiva requiere de personas dispuestas a asumir la responsabilidad de ser parte activa de la solución, que no esperen que otros lo hagan por ellos (Neh 1:11).
Cuando Dios impacta nuestro corazón con un problema y/o una necesidad, no nos está impactando para que solo conozcamos el problema, o lo manifestemos.
Muy posiblemente nos está llamando para ser parte de la solución. Necesitamos estar dispuestos no solo a interceder sino a actuar (la fe sin obras es muerta, (Sant 2:14-26).
La solución por la que intercedamos no necesariamente va a ser la que nos queda más cómoda.
La intercesión efectiva por la solución de los problemas de las personas requiere que se pongan sus diversas partes involucradas en la situación o el problema en la perspectiva correcta (Neh 1:3-4).
Primero, Dios.
Segundo, las personas.
Tercero, las cosas.
Necesitamos centrarnos en Dios (Su propósito), luego en las personas y usar las cosas, y no al revés, como generalmente hace el mundo: centrarse en las cosas y usar a las personas.
Los cristianos estamos llamados, en primer lugar, a considerar a Dios y servirle, y en segundo lugar, a servir a las personas, no servirnos de ellas o servir a las cosas.
Después de ello, la solución de los problemas comienza con las personas, no por las cosas.
Una vez reconocido un problema, necesitamos ir a la fuente de la sabiduría en busca de la dirección adecuada para la solución. Nehemías buscó la dirección adecuada para la solución en el lugar correcto, en Dios (Sal 127:1, Neh 1:4-11).
El activismo, la impulsividad, el urgentismo, por lo general, no van a aportan una solución efectiva (Sal 127.2).
La reacción de Nehemías al saber el problema de la ciudad de Jerusalén y comprender todas sus implicaciones, no fue la de tomar acción inmediata por su propia cuenta.
Fue llevar el problema delante de Dios para buscar en El la solución al mismo.
Antes de recurrir a sus propias fuerzas, a su propia sabiduría o a cualquier otro recurso disponible para enfrentar la obra de la reconstrucción, recurrió a Dios primeramente.
Siempre necesitamos que Dios sea nuestra primera fuente de recursos y dirección, no la última (Jer 17:5-8).
La oración y la intercesión profética.
Se refiere a confesar y declarar la voluntad y el deseo de Dios manifestados en Su Palabra para una persona, una familia, Su pueblo, una nación y todas las demás cosas (orar e interceder con la Palabra) (Neh 1:4-11).
Ello implica la necesidad que conozcamos la Palabra de Dios para saber la voluntad explícita de Dios para esa persona.
También implica la necesidad de que tengamos el oído afinado para recibir la dirección del Espíritu Santo (intimidad con Dios).
Decreto profético.
Es diferente a la confesión o deseo de que suceda algo.
Es una orden que se manifiesta de acuerdo con la Palabra de Dios, la dirección del Espíritu Santo y conforme a las circunstancias por las cuales se está orando.
El decreto se origina en el rhema de la autoridad que tenemos como reyes y sacerdotes hechos por Jesús para Dios (Jer 1.10) y tiene por objeto destruír las obras del diablo, y establecer la voluntad de Dios respecto a aquello sobre lo cual se está decretando (Ezeq 37.1-10).
Los actos proféticos.
Son representaciones visuales de la palabra profética que se está impartiendo que pueden adoptar la forma de parábolas, alegorías y/o actos dramatizados (Isa 5:1–7; 2 Sam 12:1–7; Ezeq 16 y 23).
Aún cuando son ayudas visuales didácticas, su eficacia es que agregan potencia al impacto de la palabra (no solo se oye, sino que se ve representada).
Hay un buen ejemplo de esto en la entrevista que se verificó entre el rey Joás y el profeta Eliseo, ya moribundo (2 Rey 13:14-19).
El profeta introdujo al rey en la esfera de las acciones simbólicas, pasando luego a averiguar hasta qué punto la fe del rey podía aprovechar la promesa señalada.
El rey hirió la tierra tres veces, limitando en esa medida la acción eficaz de la palabra de Dios, que se cumplirá hasta ese punto, sin volver a Dios vacía.
Hay una relación exacta entre el símbolo y la palabra y un enlace de ambos en relación con el desarrollo de los acontecimientos proféticos.
Otros ejemplos: cuando Isaías caminó desnudo y descalzo (Isa 20), y Jeremías desmenuzó el vaso del alfarero (Jer. 19). De igual forma Ahías rompió su capa nueva en doce pedazos, entregando diez a Jeroboam (1 Rey 11.29-39), y Ezequiel puso sitio a una ciudad modelo (Ezeq 4.1–3).
El acto profético tiene su origen en Dios, con efectos sobre los hombres; por su medio se declara la Palabra de El. La iniciativa le corresponde únicamente a El.
12
Sep
2011