Arraigados y cimentados en amor.
Efe 3:14-19. “Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios.”
El pasaje anterior nos enseña muchas cosas importantes acerca del fundamento de nuestras vidas como creyentes en Cristo.
Primero. Que necesitamos estar arraigados, cimentados, establecidos, enraizados, en el amor de Dios.
El verdadero fundamento de nuestra vida como creyentes necesita ser Dios, y como Dios es amor, el amor de Dios, no nuestro conocimiento de la Palabra, no nuestros “méritos espirituales” como la oración, el ayuno, el dar, el servicio, nuestro cumplimiento de la asistencia a la iglesia o de algunos de los mandamientos de la Palabra, no una vida impecable.
Todo ello, aunque necesario para nuestro perfeccionamiento como creyentes y para acercarnos al cumplimiento del supremo llamamiento de Dios en Cristo, para ser efectivo necesita ser el resultado del amor de Dios y por Dios (el amor de Cristo nos constriñe –2 Cor 5:14—y por la gracia de Dios somos lo que somos y hacemos lo que hacemos –1 Cor 15:10--) y de la nueva naturaleza que nos fue dada por Dios en nuestra conversión (2 Cor 5:17, 1 Ped 1:23, 2 Ped 1:3-4), no de un sistema de esfuerzo propio para “subir” dentro de una escala de valoración o de jerarquía de nuestra vida dentro del cristianismo y delante de Dios.
Cuando las cosas que hacemos por Dios o para Dios las hacemos por nosotros mismos, fundados en nuestras propias fuerzas o recursos, habilidades, capacidades, talentos, y aún dones (que de todos modos proceden de Dios, Jn 3:27) son nuestras propias justicias que delante del Señor son como trapo de inmundicia y no le son para nada agradables (Isa 64:6, Jer 17.5-6, Mat 7:21-23).
Y esa distinción no es un asunto de forma sino de fondos, de los verdaderos motivos de nuestro corazón, ya que podemos vivir nuestra vida cristiana y cumplir con muchas cosas de ella por nuestras fuerzas y no motivados por, ni totalmente dependientes de, el amor de Dios, tal como lo hicieron los gálatas, que por ello se hicieron merecedores de una fuerte llamada de atención de Pablo (Gal 3:1-3).
Hay muchos creyentes en el Cuerpo de Cristo que no dudan que Dios nos haya amado cuando éramos pecadores y que envió a Cristo para el perdón de nuestros pecados, pero una vez salvos piensan que el amor de Dios presente está condicionado por nuestro desenvolvimiento: cumplimiento de mandamientos, de orar, de dar, de servir, etc. Algunos llegan al punto de no sentirse dignos ni merecedores del amor y de la bendición de Dios. La Palabra dice que si siendo pecadores Dios nos amó y no escatimó ni a Su propio Hijo, como no nos dará con El todas las cosas (Rom 8:32). Dios no cambia: es el mismo ayer, hoy y por los siglos, y si El nos amó, El nos ama y nos amará a pesar de nosotros mismos, de nuestros errores, fallas, equivocaciones y aún pecados (Lam 3:22-23).
Nuestra vida cristiana no se fundamenta en el cumplimiento de preceptos y actividades sino por el amor que tenemos hacia el Señor. Oramos porque amamos a Dios y queremos tener comunión con El. No leemos la Biblia por obligación sino porque nos interesa conocer la carta del amor de Dios hacia nosotros. No servimos para ganar méritos, servimos porque amamos a Dios y estamos agradecidos con El por lo que El ha hecho por nosotros y queremos compartirlo de gracia así como lo hemos recibido de gracia de parte de El (Mat 10:8).
En cuanto al amor de Dios muchas veces lo confundimos con el amor humano que es condicional: si hacemos bien somos amados, si hacemos mal no somos amados. Sin embargo, el amor de Dios no es así: fuimos amados siendo malos y enemigos de Dios (Rom 5:10), a pesar de que hacíamos todo lo malo; con cuanto mayor razón somos amados siendo Sus hijos. Un amor así algunos pueden pensar que constituye un permiso para hacer lo malo sin límites. Sin embargo, cuando entendemos el amor de Dios y cuanto El nos ama, por el mismo amor que El nos tiene, lo amamos a El (1 Jn 4:19) y no deseamos hacer nada que le lastime o le desagrade, de tal manera que el amor nos liberta del pecado (conoceremos la Verdad, y la Verdad es Dios, y Dios es amor, y serémos verdaderamente libres, Jn 8:31-32).
Dios es amor, no tiene amor (1 Jn 4:8) y nos ama tanto que aún Su disciplina es por amor (Heb 12:6). El nos ama tanto que quiere que vivamos en permanente bendición, y por ello nos ha enseñado el camino en el cual necesitamos encarrilar nuestras vidas cuyos límites son sus mandamientos y sus principios. Cuando nos salimos de esos límites, nos salimos de la bendición de Dios, entonces Dios, en Su amor, permite que nos enfrentemos a problemas y situaciones negativas que nos lleven de regreso a Su buena voluntad, agradable y perfecta en donde tenemos vida y vida en abundancia (Rom 8:28-29, Jn 10:10, Rom 12:2) y en donde se encuentran todas las bendiciones con las que El ya nos bendijo (Efe 1:3).
Dios nos conoció desde antes de la fundación del mundo, nos predestinó, nos llamó, nos justificó y nos glorificó, lo que implica que ya está hecho, y lo único que necesitamos es caminar en eso que ya El hizo por amor a nosotros. ¿Y si no caminamos en ello? Dios se las va a ingeniar para que volvamos al camino y no se va a dar por vencido ni se va a cansar porque El ya lo decidió y lo hizo: su mano va a estar sobre nosotros hasta que regresemos a El (Sal 32:3-4, Sal 139:7-12, Rom 8:37-39).
Segundo. Necesitamos comprender la anchura, la longitud, la profundidad y la altura y conocer el amor de Dios que excede a todo conocimiento.
Si notamos, en este pasaje el Espíritu Santo menciona dimensiones del amor de Dios que nos hablan, no de algo lineal o plano que podamos tomar e incorporar a nosotros, sino de algo tipo “contenedor” dentro del cual estamos incorporados y necesitamos vivir. Y de hecho eso es lo que nos enseña la Palabra: que estamos en Cristo (Rom 12:5), que nuestra vida está escondida con Cristo en Dios (Col 3:3), que en El vivimos, somos y nos movemos (Hch 17:28), que con Cristo estamos crucificados (Rom 6:1-6) y sentados en lugares celestiales (Efe 2.6), etc.
Ello significa que el sustento, el clima, el ambiente, el motivo, la razón, la fuerza, el motor, y en fin, la razón de ser y hacer todo lo que haces es el amor de Dios dentro del cual vivimos hoy y viviremos el resto de nuestra vida terrenal y la totalidad de la vida eterna, y lo más maravilloso de ello es que nada ni nadie nos puede separar de El y de Su amor (Rom 8:37-39) y a donde quiera que yo vaya, aún huyendo de El, allí va a estar El (Sal 139:7-12).
Cuando Dios creó al ser humano lo hizo, no para que labrara la tierra y la cuidara, no para ser sus mayordomos de todo, aunque la creación incluye eso. Dios nos creó para amarnos porque El siendo Amor, necesita darse y darse a otros iguales a El (por eso nos hizo a su imagen y semejanza, Gen 1:26-27), y además el amor para ser verdaderamente amor requiere que sea libre, por eso nos dio libertad para escoger entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte, entre amarlo a El o no amarlo (Deut 30.19-20).
Dios ha hecho provisión para que nosotros podamos ir conociendo de Su amor más cada día: Lam 3:22-23 nos enseña que nunca han decaído sus misericordias para con nosotros, y que más bien, ellas son nuevas cada mañana, lo que implica que cada día, si estamos atentos a lo que sucede en nosotros y/o a nuestro alrededor, podremos descubrir nuevas facetas y algo más del amor de Dios para con nosotros. Este conocimiento y comprensión no terminará nunca, por lo menos en nuestra vida terrenal, por cuanto Dios es infinito, y siendo El amor (1 Jn 4:8), entonces el amor de El hacia nosotros es infinito también, ilimitado.
¿Cómo es que conocemos más del amor de Dios? Conociéndolo a El, buscándolo de día y de noche en la comunión con El por el Espíritu Santo que nos ha sido dado, y en Su Palabra, de la misma manera que cuando estamos enamorados humanamente buscamos a la persona de la que estamos enamorados para estar con ella y conocerla más. Necesitamos cambiar de actitud respecto a buscar a Dios. Muchos creen que le hacen un favor a Dios orando, asistiendo a la Iglesia, leyendo Su Palabra, sirviendo, dando, etc. En realidad ello no es así: el único beneficiado con ello somos nosotros. Dios sigue siendo Dios aún cuando nosotros no oremos, no vayamos a la Iglesia, no demos, no leamos Su Palabra, etc. Los que ganamos, somos transformados, somos bendecidos y recibimos vida con ello somos nosotros. Nos alineamos con Dios y Su Plan y al estar alineados con El y Su Plan somos bendecidos (Jer 29:11, Prov 4:18, Jn 15:5).
Tercero. El amor de Dios, nuestro Padre, hacia nosotros, excede todo conocimiento posible, por cuanto no solo es infinito, sino superior a cualquier clase de amor que nosotros podamos experimentar en el plano humano (Mat 7.11, Luc 11:13). Siempre el amor de Dios va a ser mayor que lo que yo pueda conocer de El, lo que no es motivo para no buscar crecer en ese conocimiento, porque la Palabra nos enseña de que cada día sus misericordias (su amor) son nuevas (Lam 3:23), vamos a experimentar y/o conocer una nueva dimensión o manifestación de Su amor para con nosotros a través de lo que vamos a vivir o experimentar ese día, o que vamos a abrir nuestros ojos a manifestaciones del amor de Dios que han estado allí siempre para con nosotros y no nos hemos dado cuenta o nunca hemos visto como manifestaciones de Su misericordia para con nosotros.
Cuarto. Estar verdaderamente arraigados en el amor de Dios (no solo de palabra, o en teoría) sino en Verdad, y tener un creciente conocimiento del amor de El hacia nosotros es necesario para que podamos vivir dentro de Su propósito, que es el que seamos llenos de toda Su plenitud: en carácter, en dones, en autoridad, en bendiciones (Mat 6:33, Rom 12:2).
Conclusiones.
Necesitamos arraigarnos, cimentarnos y fundamentarnos en el Amor de Dios. Para ello necesitamos vivir cada día con nuestros sentidos espirituales y naturales despiertos para descubrir nuevas facetas y experiencias que nos manifiestan Su amor y en comunión con El.
Cuando comenzamos a vivir bajo el entendimiento del amor de Dios y de su misericordia para con nosotros, todo lo que recibimos de las demás personas es ganancia, porque ya estaremos llenos del amor de Dios. De esa misma manera somos capaces de amar a otros sin esperar nada, porque ya hemos recibido todo lo que necesitamos de parte de Aquel que nos ama con amor eterno, infinito e incondicional. De tal manera que cuando verdaderamente entendemos el amor de Dios y vivimos bajo él, somos libres para amarlo a El y para amar a otros.
En el amor de Dios estamos completos, estamos llenos, somos libres, no experimentamos temor, culpa ni condenación, estamos seguros. Por ello necesitamos vivir cada día bajo Su amor y conociendo más de El.
El pasaje anterior nos enseña muchas cosas importantes acerca del fundamento de nuestras vidas como creyentes en Cristo.
Primero. Que necesitamos estar arraigados, cimentados, establecidos, enraizados, en el amor de Dios.
El verdadero fundamento de nuestra vida como creyentes necesita ser Dios, y como Dios es amor, el amor de Dios, no nuestro conocimiento de la Palabra, no nuestros “méritos espirituales” como la oración, el ayuno, el dar, el servicio, nuestro cumplimiento de la asistencia a la iglesia o de algunos de los mandamientos de la Palabra, no una vida impecable.
Todo ello, aunque necesario para nuestro perfeccionamiento como creyentes y para acercarnos al cumplimiento del supremo llamamiento de Dios en Cristo, para ser efectivo necesita ser el resultado del amor de Dios y por Dios (el amor de Cristo nos constriñe –2 Cor 5:14—y por la gracia de Dios somos lo que somos y hacemos lo que hacemos –1 Cor 15:10--) y de la nueva naturaleza que nos fue dada por Dios en nuestra conversión (2 Cor 5:17, 1 Ped 1:23, 2 Ped 1:3-4), no de un sistema de esfuerzo propio para “subir” dentro de una escala de valoración o de jerarquía de nuestra vida dentro del cristianismo y delante de Dios.
Cuando las cosas que hacemos por Dios o para Dios las hacemos por nosotros mismos, fundados en nuestras propias fuerzas o recursos, habilidades, capacidades, talentos, y aún dones (que de todos modos proceden de Dios, Jn 3:27) son nuestras propias justicias que delante del Señor son como trapo de inmundicia y no le son para nada agradables (Isa 64:6, Jer 17.5-6, Mat 7:21-23).
Y esa distinción no es un asunto de forma sino de fondos, de los verdaderos motivos de nuestro corazón, ya que podemos vivir nuestra vida cristiana y cumplir con muchas cosas de ella por nuestras fuerzas y no motivados por, ni totalmente dependientes de, el amor de Dios, tal como lo hicieron los gálatas, que por ello se hicieron merecedores de una fuerte llamada de atención de Pablo (Gal 3:1-3).
Hay muchos creyentes en el Cuerpo de Cristo que no dudan que Dios nos haya amado cuando éramos pecadores y que envió a Cristo para el perdón de nuestros pecados, pero una vez salvos piensan que el amor de Dios presente está condicionado por nuestro desenvolvimiento: cumplimiento de mandamientos, de orar, de dar, de servir, etc. Algunos llegan al punto de no sentirse dignos ni merecedores del amor y de la bendición de Dios. La Palabra dice que si siendo pecadores Dios nos amó y no escatimó ni a Su propio Hijo, como no nos dará con El todas las cosas (Rom 8:32). Dios no cambia: es el mismo ayer, hoy y por los siglos, y si El nos amó, El nos ama y nos amará a pesar de nosotros mismos, de nuestros errores, fallas, equivocaciones y aún pecados (Lam 3:22-23).
Nuestra vida cristiana no se fundamenta en el cumplimiento de preceptos y actividades sino por el amor que tenemos hacia el Señor. Oramos porque amamos a Dios y queremos tener comunión con El. No leemos la Biblia por obligación sino porque nos interesa conocer la carta del amor de Dios hacia nosotros. No servimos para ganar méritos, servimos porque amamos a Dios y estamos agradecidos con El por lo que El ha hecho por nosotros y queremos compartirlo de gracia así como lo hemos recibido de gracia de parte de El (Mat 10:8).
En cuanto al amor de Dios muchas veces lo confundimos con el amor humano que es condicional: si hacemos bien somos amados, si hacemos mal no somos amados. Sin embargo, el amor de Dios no es así: fuimos amados siendo malos y enemigos de Dios (Rom 5:10), a pesar de que hacíamos todo lo malo; con cuanto mayor razón somos amados siendo Sus hijos. Un amor así algunos pueden pensar que constituye un permiso para hacer lo malo sin límites. Sin embargo, cuando entendemos el amor de Dios y cuanto El nos ama, por el mismo amor que El nos tiene, lo amamos a El (1 Jn 4:19) y no deseamos hacer nada que le lastime o le desagrade, de tal manera que el amor nos liberta del pecado (conoceremos la Verdad, y la Verdad es Dios, y Dios es amor, y serémos verdaderamente libres, Jn 8:31-32).
Dios es amor, no tiene amor (1 Jn 4:8) y nos ama tanto que aún Su disciplina es por amor (Heb 12:6). El nos ama tanto que quiere que vivamos en permanente bendición, y por ello nos ha enseñado el camino en el cual necesitamos encarrilar nuestras vidas cuyos límites son sus mandamientos y sus principios. Cuando nos salimos de esos límites, nos salimos de la bendición de Dios, entonces Dios, en Su amor, permite que nos enfrentemos a problemas y situaciones negativas que nos lleven de regreso a Su buena voluntad, agradable y perfecta en donde tenemos vida y vida en abundancia (Rom 8:28-29, Jn 10:10, Rom 12:2) y en donde se encuentran todas las bendiciones con las que El ya nos bendijo (Efe 1:3).
Dios nos conoció desde antes de la fundación del mundo, nos predestinó, nos llamó, nos justificó y nos glorificó, lo que implica que ya está hecho, y lo único que necesitamos es caminar en eso que ya El hizo por amor a nosotros. ¿Y si no caminamos en ello? Dios se las va a ingeniar para que volvamos al camino y no se va a dar por vencido ni se va a cansar porque El ya lo decidió y lo hizo: su mano va a estar sobre nosotros hasta que regresemos a El (Sal 32:3-4, Sal 139:7-12, Rom 8:37-39).
Segundo. Necesitamos comprender la anchura, la longitud, la profundidad y la altura y conocer el amor de Dios que excede a todo conocimiento.
Si notamos, en este pasaje el Espíritu Santo menciona dimensiones del amor de Dios que nos hablan, no de algo lineal o plano que podamos tomar e incorporar a nosotros, sino de algo tipo “contenedor” dentro del cual estamos incorporados y necesitamos vivir. Y de hecho eso es lo que nos enseña la Palabra: que estamos en Cristo (Rom 12:5), que nuestra vida está escondida con Cristo en Dios (Col 3:3), que en El vivimos, somos y nos movemos (Hch 17:28), que con Cristo estamos crucificados (Rom 6:1-6) y sentados en lugares celestiales (Efe 2.6), etc.
Ello significa que el sustento, el clima, el ambiente, el motivo, la razón, la fuerza, el motor, y en fin, la razón de ser y hacer todo lo que haces es el amor de Dios dentro del cual vivimos hoy y viviremos el resto de nuestra vida terrenal y la totalidad de la vida eterna, y lo más maravilloso de ello es que nada ni nadie nos puede separar de El y de Su amor (Rom 8:37-39) y a donde quiera que yo vaya, aún huyendo de El, allí va a estar El (Sal 139:7-12).
Cuando Dios creó al ser humano lo hizo, no para que labrara la tierra y la cuidara, no para ser sus mayordomos de todo, aunque la creación incluye eso. Dios nos creó para amarnos porque El siendo Amor, necesita darse y darse a otros iguales a El (por eso nos hizo a su imagen y semejanza, Gen 1:26-27), y además el amor para ser verdaderamente amor requiere que sea libre, por eso nos dio libertad para escoger entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte, entre amarlo a El o no amarlo (Deut 30.19-20).
Dios ha hecho provisión para que nosotros podamos ir conociendo de Su amor más cada día: Lam 3:22-23 nos enseña que nunca han decaído sus misericordias para con nosotros, y que más bien, ellas son nuevas cada mañana, lo que implica que cada día, si estamos atentos a lo que sucede en nosotros y/o a nuestro alrededor, podremos descubrir nuevas facetas y algo más del amor de Dios para con nosotros. Este conocimiento y comprensión no terminará nunca, por lo menos en nuestra vida terrenal, por cuanto Dios es infinito, y siendo El amor (1 Jn 4:8), entonces el amor de El hacia nosotros es infinito también, ilimitado.
¿Cómo es que conocemos más del amor de Dios? Conociéndolo a El, buscándolo de día y de noche en la comunión con El por el Espíritu Santo que nos ha sido dado, y en Su Palabra, de la misma manera que cuando estamos enamorados humanamente buscamos a la persona de la que estamos enamorados para estar con ella y conocerla más. Necesitamos cambiar de actitud respecto a buscar a Dios. Muchos creen que le hacen un favor a Dios orando, asistiendo a la Iglesia, leyendo Su Palabra, sirviendo, dando, etc. En realidad ello no es así: el único beneficiado con ello somos nosotros. Dios sigue siendo Dios aún cuando nosotros no oremos, no vayamos a la Iglesia, no demos, no leamos Su Palabra, etc. Los que ganamos, somos transformados, somos bendecidos y recibimos vida con ello somos nosotros. Nos alineamos con Dios y Su Plan y al estar alineados con El y Su Plan somos bendecidos (Jer 29:11, Prov 4:18, Jn 15:5).
Tercero. El amor de Dios, nuestro Padre, hacia nosotros, excede todo conocimiento posible, por cuanto no solo es infinito, sino superior a cualquier clase de amor que nosotros podamos experimentar en el plano humano (Mat 7.11, Luc 11:13). Siempre el amor de Dios va a ser mayor que lo que yo pueda conocer de El, lo que no es motivo para no buscar crecer en ese conocimiento, porque la Palabra nos enseña de que cada día sus misericordias (su amor) son nuevas (Lam 3:23), vamos a experimentar y/o conocer una nueva dimensión o manifestación de Su amor para con nosotros a través de lo que vamos a vivir o experimentar ese día, o que vamos a abrir nuestros ojos a manifestaciones del amor de Dios que han estado allí siempre para con nosotros y no nos hemos dado cuenta o nunca hemos visto como manifestaciones de Su misericordia para con nosotros.
Cuarto. Estar verdaderamente arraigados en el amor de Dios (no solo de palabra, o en teoría) sino en Verdad, y tener un creciente conocimiento del amor de El hacia nosotros es necesario para que podamos vivir dentro de Su propósito, que es el que seamos llenos de toda Su plenitud: en carácter, en dones, en autoridad, en bendiciones (Mat 6:33, Rom 12:2).
Conclusiones.
Necesitamos arraigarnos, cimentarnos y fundamentarnos en el Amor de Dios. Para ello necesitamos vivir cada día con nuestros sentidos espirituales y naturales despiertos para descubrir nuevas facetas y experiencias que nos manifiestan Su amor y en comunión con El.
Cuando comenzamos a vivir bajo el entendimiento del amor de Dios y de su misericordia para con nosotros, todo lo que recibimos de las demás personas es ganancia, porque ya estaremos llenos del amor de Dios. De esa misma manera somos capaces de amar a otros sin esperar nada, porque ya hemos recibido todo lo que necesitamos de parte de Aquel que nos ama con amor eterno, infinito e incondicional. De tal manera que cuando verdaderamente entendemos el amor de Dios y vivimos bajo él, somos libres para amarlo a El y para amar a otros.
En el amor de Dios estamos completos, estamos llenos, somos libres, no experimentamos temor, culpa ni condenación, estamos seguros. Por ello necesitamos vivir cada día bajo Su amor y conociendo más de El.
02
Nov
2011