El proceso hacia la madurez del creyente desde la perspectiva del Salmo 23.
Introducción.
El propósito de Dios para la vida de sus hijos no trata solo de ser salvo y miembro de una iglesia, sino trata de un proceso, hacia la madurez, hacia la plenitud en Cristo cuyo precio El ya pagó en la Cruz. Es el camino hacia la madurez el que va a permitir que vivamos en la vida abundante (Jn 10:10), en la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta (Rom 12:2), en la prosperidad integral de Dios, espíritu, alma y cuerpo (3 Jn 2, 1 Tes 5:23), en la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo (Efe 1:23). Y el Salmo 23 nos habla de un ciclo que se repite constantemente en la vida del creyente que nos va llevando gradualmente hacia la madurez que Dios espera que alcancemos como hijos suyos para vivir disfrutando de la herencia completa que El ha dispuesto para nosotros (Gal 4:1-7, Efe 1:3).
Madurez.
En lo natural significa adquirir pleno desarrollo físico e intelectual, buen juicio, prudencia, sensatez. Por extensión, en lo espiritual significa adquirir el pleno desarrollo espiritual, intelectual y emocional, y físico (1 Tes 5:23), de acuerdo al propósito de Dios “a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina,… sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo,” (Efe 4:13-15, Rom 8:28-29), que tiene sus facultades perceptivas, espirituales y mentales, desarrolladas para discernir el bien del mal, lo correcto de lo incorrecto (2 Tim 2:15, Heb 5:11-14) y que no se guía por la sabiduría humana sino por el espíritu de Dios (1 Cor 2:6-16, Rom 8:14). La madurez cristiana se alcanza por el conocimiento, entendimiento y práctica de la Palabra de Dios y por enfrentar y salir avante, de acuerdo a los principios de la Palabra y bajo la dirección del Espíritu Santo, de las pruebas, problemas y circunstancias cotidianas de la vida (Luc 6:46-49, Mat 7:24-27, Sant 1:2-4).
En consecuencia, para alcanzar la plenitud de Dios en nuestras vida, el cumplimiento de Su propósito para nosotros (Efe 2:10) y la herencia que El nos ha determinado (Efe 1:3, 3 Jn 2, Mat 6:33), necesitamos crecer constantemente en el conocimiento y obediencia a la Palabra de Dios y en la comunión y dirección del Espíritu Santo. Sin esos dos ingredientes nos vamos a quedar cortos en todos los aspectos que conforman la voluntad de Dios para nosotros.
Es evidente, a lo largo de toda la Biblia y además por nuestra experiencia práctica, que los creyentes pasamos por varias etapas de crecimiento, que unos dicen que son 3, otros 5, otros 7 y otros hasta 31 etapas o re-nacimientos. Sean las que sean, y como sean, lo que si es cierto es que es un proceso que necesitamos emprender y comprender si queremos alcanzar en esta vida y en la vida eterna, el mayor grado de plenitud posible en Cristo, que implica también el mayor grado de bendiciones, herencia y recompensas que Dios tiene para nosotros. Es a ello a lo que se refiere la Biblia cuando nos enseña que el pueblo que conoce a su Dios se esforzará y actuará (Dan 11:32), e igualmente en las instrucciones que Dios le da a Josué para que se esfuerce y sea valiente (Jos 1:8), que Pablo le da a Timoteo para que se esfuerce en la gracia (2 Tim 2:1) y a lo que Jesús se refiere cuando dice que el Reino de los Cielos solo los valientes, los esforzados, lo arrebatan (Mat 11.12).
El Salmo 23 refleja ese ciclo continuo de etapas que nos llevan a la madurez creciente.
La primera etapa: crecimiento en el conocimiento, fe, confianza y dependencia de Dios (Sal 23:1-3).
El Sal 23 comienza con una oración que es poderosa: “Jehová es mi Pastor, nada me faltará”.
El significado de esta oración es profundo y para entenderlo necesitamos recordar que este salmo fue escrito por David, que antes de ser el rey y el salmista que todos conocemos, fue un pastor de ovejas por mucho tiempo, de tal manera que fue escrito por alguien que entendía perfectamente el significado no solo de ser pastor sino de ser oveja.
La oveja, por sus características físicas (visión corta, olfato no muy desarrollado, carencia de armas defensivas, lentitud, poca flexibilidad, fragilidad, etc.), es un animal que necesita ser totalmente dependiente del pastor para sobrevivir. Es el pastor el que localiza los pastos y el agua que requiere la oveja, el que la defiende de los depredadores, el que la aparta del peligro, el que la limpia de todas las hojas, ramas, espinas, basura, etc., que va recogiendo en su caminar, el que sana sus heridas, etc. De tal manera que la oveja necesita y requiere confiar completamente en aquel que es su pastor, necesita conocerlo.
Ello llevado a nuestra vivencia personal implica la necesidad imprescindible de que conozcamos a Dios en el mayor grado de plenitud que sea posible, que confiemos y dependamos absolutamente de El, que renunciemos a depender de nuestros recursos, de otras personas, de las circunstancias y/o de las cosas (Jer 17:5-8) y que renunciemos a la manipulación y a la pretensión de tener el control de las circunstancias y las personas que nos rodean.
Como resultado de esa dependencia y confianza absoluta, nada nos faltará. El se encargará de guiarnos a la provisión de todas nuestras necesidades, al descanso, reposo y paz, que requiere nuestra alma, al confort y/o bienestar integral de todo nuestro ser y nos guiará en todos nuestros caminos de tal manera que no nos perdamos de alcanzar las bendiciones que El ha determinado para nuestra vida y que sabe que son las que necesitamos (Jer 29:11, Prov 4:18, Efe 2:10).
Solo cuando El es mi Pastor (cuando estoy confiando y dependiendo absolutamente de El) nada me faltará. Antes de ello, si bien, por amor de Su Nombre y por el amor que El me tiene, me bendecirá y guiará de alguna manera, no podré alcanzar el mayor grado de plenitud y bendición porque constantemente me estaré desviando del camino, buscando por mis propios medios lo que yo creo que es mejor para mí. Y es entonces, cuando por Amor a Su Nombre también y por amor a mí, El permite que entre en valles de sombra de muerte (problemas, crisis, pruebas, fracasos, etc.), para que considere mis caminos y me vuelva a El y a sus caminos de todo corazón (Sal 119:59).
La segunda etapa: la destrucción de fortalezas que hemos levantado en el corazón que encubren la iniquidad (Sal 23:4)
Jer 17:9 nos enseña que el corazón humano, aún el de los creyentes que han nacido de nuevo, es un corazón en el cual mora la iniquidad (Rom 7:7-25). Esa iniquidad está refundida y agazapada en nuestros corazones protegida por “fortalezas” que son el resultado de las mentiras que hemos creído acerca de Dios, nosotros mismos, los demás y las cosas a nuestro alrededor, que nos llevan a tomar decisiones que nos apartan de Dios, de Su propósito, de Sus bendiciones y de Su plenitud para nosotros. Por ende, esas fortalezas no están fuera de nosotros sino en nosotros y son ellas y la iniquidad que protegen lo que constituyen las sombras de muerte y/o valles de sombra de muerte que necesitamos pasar para descubrirlas (Jn 8:32-33). Toman la forma de “nuestras” ideas, planes, agendas, intereses, etc., egoístas, con las que pretendemos manipular a Dios, a nosotros mismos, a otras personas y las circunstancias para salirnos con nuestra gana.
Por ello Pablo, guiado por el Espíritu Santo, nos enseña que parte de nuestro quehacer como creyentes es el destruir esas fortalezas y llevar todo pensamiento cautivo a la obediencia a Cristo (2 Cor 10:4-6) para lo cual hemos sido dotados por nuestro Padre de armas espirituales (Efe 6:10-18).
Esas mentiras, argumentos y fortalezas, que muchas veces las “espiritualizamos” convirtiéndolas en fortalezas “cristianizadas” (cambia la forma pero no la esencia cuando nos convertimos, por ejemplo la codicia disfrazada de prosperidad bíblica, el chisme disfrazado de acuerdo para la oración, la crítica disfrazada de “en el amor del Seño”, etc.), salen a luz cuando nos enfrentamos a circunstancias problemáticas de la vida porque ellas no solo son la causa de que nos encontremos en esas circunstancias, sino que además, en las decisiones que pretendemos tomar para superarlas, salen a la luz por cuanto por lo general son soluciones que son contrarias a la Palabra de Dios. Las situaciones problemáticas que enfrentamos por lo general, aunque no nos guste reconocerlo y tratemos de evadir las responsabilidad como lo hizo Adán cuando pecó y trató de culpar a Dios y a Eva de su situación, sacan a luz aquellas áreas de nuestra vida en las cuales El todavía no es nuestro Pastor porque no confiamos ni dependemos absolutamente de El, en las que dependemos de nuestros recursos, otras personas, cosas y circunstancias antes que de Dios (idolatría) y de las cuales El nos quiere liberar para que rompamos toda barrera y/o limitación y/u obstáculo que nos esté impidiendo a vivir en la plenitud de Su bendición para nosotros.
En este proceso de esclarecimiento de la verdad de nuestro corazón que sucede cuando atravesamos esos valles de sombra de muerte no estamos solos. Nuestro Padre y Pastor va con nosotros, dándonos dirección, luz, sostén, ánimo, fortaleza (su vara y su cayado) y aliento (de hecho El va delante de nosotros despejándonos el camino y enseñándonos más de Su Poder, Sabiduría, Gracia, Misericordia y Amor por nosotros). Su objetivo final es llevarnos a esos lugares de reposo, de descanso, de confort, que mencionamos en el apartado anterior.
Tercera etapa: la victoria sobre los enemigos escondidos en esas fortalezas (Sal 23:5).
Los caminos de sombra de muerte no son permanentes (1 Ped 1:6-9). Duran en tanto cumplen su función formativa que nuestro Amoroso Padre les ha asignado (Rom 8:28-29) y de que crezcamos en fe y confianza, todo con Su ayuda, sin dejarnos ni desampararnos ni un solo momento (Jn 16:33, Rom 8:37). Una vez cumplen esa función de formarnos, fortalecernos, establecernos y afirmarnos en El (1 Ped 5:10) el Señor no solo nos conduce a los lugares de reposo y descanso donde nuestra alma estará confortable, sino que antes de entrar en ellos El nos prepara un banquete de victoria en el cual nuestros enemigos son exhibidos y avergonzados, además de que El nos unge con una porción adicional de unción a la que ya teníamos y nos llena con una mayor dosis de Su Espíritu Santo que toma posesión de áreas de nuestra vida en las cuales el enemigo tenía una fortaleza, pero que ahora, una vez derrotado debe entregar esa fortaleza en manos del Espíritu Santo para que nos levante en victoria.
Cuarta etapa: el resultado final (Sal 23:6).
Con absoluta certeza veremos, viviremos, experimentaremos el bien y la misericordia de Dios en una nueva dimensión (agradecimiento) y como resultado de ello nuestra permanencia en la casa del Señor (intimidad) será mayor que antes de pasar por esos valles de sombra de muerte.
El nos atrae hacia sí con los lazos de amor que son el resultado de acompañarnos en los tiempos difíciles, de experimentar Su fortaleza y Su victoria en nosotros frente a nuestros enemigos, de experimentar nuevas y mayores dimensiones de Su amor para con nosotros (Ose 11:4).
Todo ello nos lleva a una nueva dimensión también de adoración hacia El (Jn 4:23) y a disfrutar de los lugares de reposo y de descanso, y de los tiempos de confort de nuestra alma siendo guíados por El por sendas de justicia, hasta el tiempo en que sea necesario volver a pasar por algún valle de sombras que nuestro Padre amoroso sabe que necesitamos enfrentar para que Su luz las ilumine para alcanzar un nuevo escalón en el cumplimiento de Sus propósitos de bien y de bendición para nuestras vidas (Prov 4:18, Jer 29.11, Jn 10.10).
Conclusión.
Podemos enfrentar los problemas y las circunstancias difíciles de la vida con la plena confianza de que de ellas saldremos más que vencedores (Rom 8:37) y a un mayor grado de plenitud en nuestro Padre (Efe 1:23) y que son parte del diseño amoroso y perfecto de Dios para nuestras vidas, para llevarnos al final de nosotros mismos y a la plenitud en El (Rom 8:28-29), además de que no las estamos enfrentando solos nunca. El está con nosotros, animándonos, fortaleciéndonos, afirmándonos, guiándonos, no permitiendo que seamos tentados más allá de lo que podamos resistir (1 Cor 10:13), consolándonos (Jn 16:7), intercediendo por nosotros (Rom 8:34).
El propósito de Dios para la vida de sus hijos no trata solo de ser salvo y miembro de una iglesia, sino trata de un proceso, hacia la madurez, hacia la plenitud en Cristo cuyo precio El ya pagó en la Cruz. Es el camino hacia la madurez el que va a permitir que vivamos en la vida abundante (Jn 10:10), en la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta (Rom 12:2), en la prosperidad integral de Dios, espíritu, alma y cuerpo (3 Jn 2, 1 Tes 5:23), en la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo (Efe 1:23). Y el Salmo 23 nos habla de un ciclo que se repite constantemente en la vida del creyente que nos va llevando gradualmente hacia la madurez que Dios espera que alcancemos como hijos suyos para vivir disfrutando de la herencia completa que El ha dispuesto para nosotros (Gal 4:1-7, Efe 1:3).
Madurez.
En lo natural significa adquirir pleno desarrollo físico e intelectual, buen juicio, prudencia, sensatez. Por extensión, en lo espiritual significa adquirir el pleno desarrollo espiritual, intelectual y emocional, y físico (1 Tes 5:23), de acuerdo al propósito de Dios “a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina,… sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo,” (Efe 4:13-15, Rom 8:28-29), que tiene sus facultades perceptivas, espirituales y mentales, desarrolladas para discernir el bien del mal, lo correcto de lo incorrecto (2 Tim 2:15, Heb 5:11-14) y que no se guía por la sabiduría humana sino por el espíritu de Dios (1 Cor 2:6-16, Rom 8:14). La madurez cristiana se alcanza por el conocimiento, entendimiento y práctica de la Palabra de Dios y por enfrentar y salir avante, de acuerdo a los principios de la Palabra y bajo la dirección del Espíritu Santo, de las pruebas, problemas y circunstancias cotidianas de la vida (Luc 6:46-49, Mat 7:24-27, Sant 1:2-4).
En consecuencia, para alcanzar la plenitud de Dios en nuestras vida, el cumplimiento de Su propósito para nosotros (Efe 2:10) y la herencia que El nos ha determinado (Efe 1:3, 3 Jn 2, Mat 6:33), necesitamos crecer constantemente en el conocimiento y obediencia a la Palabra de Dios y en la comunión y dirección del Espíritu Santo. Sin esos dos ingredientes nos vamos a quedar cortos en todos los aspectos que conforman la voluntad de Dios para nosotros.
Es evidente, a lo largo de toda la Biblia y además por nuestra experiencia práctica, que los creyentes pasamos por varias etapas de crecimiento, que unos dicen que son 3, otros 5, otros 7 y otros hasta 31 etapas o re-nacimientos. Sean las que sean, y como sean, lo que si es cierto es que es un proceso que necesitamos emprender y comprender si queremos alcanzar en esta vida y en la vida eterna, el mayor grado de plenitud posible en Cristo, que implica también el mayor grado de bendiciones, herencia y recompensas que Dios tiene para nosotros. Es a ello a lo que se refiere la Biblia cuando nos enseña que el pueblo que conoce a su Dios se esforzará y actuará (Dan 11:32), e igualmente en las instrucciones que Dios le da a Josué para que se esfuerce y sea valiente (Jos 1:8), que Pablo le da a Timoteo para que se esfuerce en la gracia (2 Tim 2:1) y a lo que Jesús se refiere cuando dice que el Reino de los Cielos solo los valientes, los esforzados, lo arrebatan (Mat 11.12).
El Salmo 23 refleja ese ciclo continuo de etapas que nos llevan a la madurez creciente.
La primera etapa: crecimiento en el conocimiento, fe, confianza y dependencia de Dios (Sal 23:1-3).
El Sal 23 comienza con una oración que es poderosa: “Jehová es mi Pastor, nada me faltará”.
El significado de esta oración es profundo y para entenderlo necesitamos recordar que este salmo fue escrito por David, que antes de ser el rey y el salmista que todos conocemos, fue un pastor de ovejas por mucho tiempo, de tal manera que fue escrito por alguien que entendía perfectamente el significado no solo de ser pastor sino de ser oveja.
La oveja, por sus características físicas (visión corta, olfato no muy desarrollado, carencia de armas defensivas, lentitud, poca flexibilidad, fragilidad, etc.), es un animal que necesita ser totalmente dependiente del pastor para sobrevivir. Es el pastor el que localiza los pastos y el agua que requiere la oveja, el que la defiende de los depredadores, el que la aparta del peligro, el que la limpia de todas las hojas, ramas, espinas, basura, etc., que va recogiendo en su caminar, el que sana sus heridas, etc. De tal manera que la oveja necesita y requiere confiar completamente en aquel que es su pastor, necesita conocerlo.
Ello llevado a nuestra vivencia personal implica la necesidad imprescindible de que conozcamos a Dios en el mayor grado de plenitud que sea posible, que confiemos y dependamos absolutamente de El, que renunciemos a depender de nuestros recursos, de otras personas, de las circunstancias y/o de las cosas (Jer 17:5-8) y que renunciemos a la manipulación y a la pretensión de tener el control de las circunstancias y las personas que nos rodean.
Como resultado de esa dependencia y confianza absoluta, nada nos faltará. El se encargará de guiarnos a la provisión de todas nuestras necesidades, al descanso, reposo y paz, que requiere nuestra alma, al confort y/o bienestar integral de todo nuestro ser y nos guiará en todos nuestros caminos de tal manera que no nos perdamos de alcanzar las bendiciones que El ha determinado para nuestra vida y que sabe que son las que necesitamos (Jer 29:11, Prov 4:18, Efe 2:10).
Solo cuando El es mi Pastor (cuando estoy confiando y dependiendo absolutamente de El) nada me faltará. Antes de ello, si bien, por amor de Su Nombre y por el amor que El me tiene, me bendecirá y guiará de alguna manera, no podré alcanzar el mayor grado de plenitud y bendición porque constantemente me estaré desviando del camino, buscando por mis propios medios lo que yo creo que es mejor para mí. Y es entonces, cuando por Amor a Su Nombre también y por amor a mí, El permite que entre en valles de sombra de muerte (problemas, crisis, pruebas, fracasos, etc.), para que considere mis caminos y me vuelva a El y a sus caminos de todo corazón (Sal 119:59).
La segunda etapa: la destrucción de fortalezas que hemos levantado en el corazón que encubren la iniquidad (Sal 23:4)
Jer 17:9 nos enseña que el corazón humano, aún el de los creyentes que han nacido de nuevo, es un corazón en el cual mora la iniquidad (Rom 7:7-25). Esa iniquidad está refundida y agazapada en nuestros corazones protegida por “fortalezas” que son el resultado de las mentiras que hemos creído acerca de Dios, nosotros mismos, los demás y las cosas a nuestro alrededor, que nos llevan a tomar decisiones que nos apartan de Dios, de Su propósito, de Sus bendiciones y de Su plenitud para nosotros. Por ende, esas fortalezas no están fuera de nosotros sino en nosotros y son ellas y la iniquidad que protegen lo que constituyen las sombras de muerte y/o valles de sombra de muerte que necesitamos pasar para descubrirlas (Jn 8:32-33). Toman la forma de “nuestras” ideas, planes, agendas, intereses, etc., egoístas, con las que pretendemos manipular a Dios, a nosotros mismos, a otras personas y las circunstancias para salirnos con nuestra gana.
Por ello Pablo, guiado por el Espíritu Santo, nos enseña que parte de nuestro quehacer como creyentes es el destruir esas fortalezas y llevar todo pensamiento cautivo a la obediencia a Cristo (2 Cor 10:4-6) para lo cual hemos sido dotados por nuestro Padre de armas espirituales (Efe 6:10-18).
Esas mentiras, argumentos y fortalezas, que muchas veces las “espiritualizamos” convirtiéndolas en fortalezas “cristianizadas” (cambia la forma pero no la esencia cuando nos convertimos, por ejemplo la codicia disfrazada de prosperidad bíblica, el chisme disfrazado de acuerdo para la oración, la crítica disfrazada de “en el amor del Seño”, etc.), salen a luz cuando nos enfrentamos a circunstancias problemáticas de la vida porque ellas no solo son la causa de que nos encontremos en esas circunstancias, sino que además, en las decisiones que pretendemos tomar para superarlas, salen a la luz por cuanto por lo general son soluciones que son contrarias a la Palabra de Dios. Las situaciones problemáticas que enfrentamos por lo general, aunque no nos guste reconocerlo y tratemos de evadir las responsabilidad como lo hizo Adán cuando pecó y trató de culpar a Dios y a Eva de su situación, sacan a luz aquellas áreas de nuestra vida en las cuales El todavía no es nuestro Pastor porque no confiamos ni dependemos absolutamente de El, en las que dependemos de nuestros recursos, otras personas, cosas y circunstancias antes que de Dios (idolatría) y de las cuales El nos quiere liberar para que rompamos toda barrera y/o limitación y/u obstáculo que nos esté impidiendo a vivir en la plenitud de Su bendición para nosotros.
En este proceso de esclarecimiento de la verdad de nuestro corazón que sucede cuando atravesamos esos valles de sombra de muerte no estamos solos. Nuestro Padre y Pastor va con nosotros, dándonos dirección, luz, sostén, ánimo, fortaleza (su vara y su cayado) y aliento (de hecho El va delante de nosotros despejándonos el camino y enseñándonos más de Su Poder, Sabiduría, Gracia, Misericordia y Amor por nosotros). Su objetivo final es llevarnos a esos lugares de reposo, de descanso, de confort, que mencionamos en el apartado anterior.
Tercera etapa: la victoria sobre los enemigos escondidos en esas fortalezas (Sal 23:5).
Los caminos de sombra de muerte no son permanentes (1 Ped 1:6-9). Duran en tanto cumplen su función formativa que nuestro Amoroso Padre les ha asignado (Rom 8:28-29) y de que crezcamos en fe y confianza, todo con Su ayuda, sin dejarnos ni desampararnos ni un solo momento (Jn 16:33, Rom 8:37). Una vez cumplen esa función de formarnos, fortalecernos, establecernos y afirmarnos en El (1 Ped 5:10) el Señor no solo nos conduce a los lugares de reposo y descanso donde nuestra alma estará confortable, sino que antes de entrar en ellos El nos prepara un banquete de victoria en el cual nuestros enemigos son exhibidos y avergonzados, además de que El nos unge con una porción adicional de unción a la que ya teníamos y nos llena con una mayor dosis de Su Espíritu Santo que toma posesión de áreas de nuestra vida en las cuales el enemigo tenía una fortaleza, pero que ahora, una vez derrotado debe entregar esa fortaleza en manos del Espíritu Santo para que nos levante en victoria.
Cuarta etapa: el resultado final (Sal 23:6).
Con absoluta certeza veremos, viviremos, experimentaremos el bien y la misericordia de Dios en una nueva dimensión (agradecimiento) y como resultado de ello nuestra permanencia en la casa del Señor (intimidad) será mayor que antes de pasar por esos valles de sombra de muerte.
El nos atrae hacia sí con los lazos de amor que son el resultado de acompañarnos en los tiempos difíciles, de experimentar Su fortaleza y Su victoria en nosotros frente a nuestros enemigos, de experimentar nuevas y mayores dimensiones de Su amor para con nosotros (Ose 11:4).
Todo ello nos lleva a una nueva dimensión también de adoración hacia El (Jn 4:23) y a disfrutar de los lugares de reposo y de descanso, y de los tiempos de confort de nuestra alma siendo guíados por El por sendas de justicia, hasta el tiempo en que sea necesario volver a pasar por algún valle de sombras que nuestro Padre amoroso sabe que necesitamos enfrentar para que Su luz las ilumine para alcanzar un nuevo escalón en el cumplimiento de Sus propósitos de bien y de bendición para nuestras vidas (Prov 4:18, Jer 29.11, Jn 10.10).
Conclusión.
Podemos enfrentar los problemas y las circunstancias difíciles de la vida con la plena confianza de que de ellas saldremos más que vencedores (Rom 8:37) y a un mayor grado de plenitud en nuestro Padre (Efe 1:23) y que son parte del diseño amoroso y perfecto de Dios para nuestras vidas, para llevarnos al final de nosotros mismos y a la plenitud en El (Rom 8:28-29), además de que no las estamos enfrentando solos nunca. El está con nosotros, animándonos, fortaleciéndonos, afirmándonos, guiándonos, no permitiendo que seamos tentados más allá de lo que podamos resistir (1 Cor 10:13), consolándonos (Jn 16:7), intercediendo por nosotros (Rom 8:34).
14
Dic
2011