Creer, fe y amor.
El propósito de Dios para nosotros.
Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. (Mat 6:33).
Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. (Mat 11:12).
Para buscar y arrebatar el Reino de los Cielos, tenemos que tener claro tres conceptos que en la Biblia están íntimamente relacionados con esa búsqueda, y que el mundo ha tergiversado, y no solo los ha tergiversado, sino que los ha metido en nuestra mente tergiversados por lo que nos impiden alcanzar la plenitud de vida que Dios tiene diseñada para nosotros . Esos conceptos son los de creer, tener fe y amar.
Creer.
Cuando en la Palabra de Dios traducida a nuestro idioma se menciona la palabra “creer”, generalmente se refiere a un creer con fe (certeza, convicción), pero en el uso corriente que hacemos de esa palabra en el español, creer significa que tal vez sí, tal vez no, tener por probable o posible (que implica tal vez si, o tal vez no) algo que el entendimiento no alcanza a comprender o que no está comprobado o demostrado; pensar, juzgar, sospechar algo o tener una idea de ello, tener algo por probable.
Ese creer al que se refiere el significado usual de la palabra en nuestro idioma no nos sirve para vivir la vida cristiana y mucho menos vivir en la plenitud de la vida de Dios para nosotros. La Palabra, refiriéndose a ese creer dice claramente: “Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan. (Sant 2:19). Ese creer no es suficiente para ser salvo, porque la salvación depende de la obediencia (Señorío de Cristo) y para obedecer a Dios necesitamos más que creer, necesitamos tener fe. La obediencia que determina que el Señor sea el Señor de nuestras vidas es un resultado derivado de creer con fe, de la fe (Rom 10:8-10), no de un simple creer. Los demonios, como nos enseña la Palabra, creen, pero ese creer que ellos tienen no es suficiente para que obedezcan, y mucho menos para que sean salvos. Por lo tanto, queda demostrado bíblicamente que no importando lo que pensemos al respecto, el creer simple no alcanza para ser salvos. Necesitamos pasar a un nivel superior, que es el nivel de la fe.
Por ese engaño que el enemigo de nuestras almas nos ha “vendido” a través de un concepto engañoso presente en el idioma que utilizamos comúnmente, hay muchas personas engañadas en las iglesias cristianas que creen que porque asisten a una, y tienen una noción de Dios, más mental que en el corazón, ya son salvas. La Biblia nos enseña que ello no es así. La salvación no se da por ese creer, se da por la fe (Efe 2:8-10).
Tener fe.
Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos. (Heb 11:1-2).
Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan. (Heb 11:6).
La fe que salva, la fe que provee una vida abundante, es certeza, es convicción, no probabilidad, no posibilidad. Es convencimiento y determinación. Y por ese convencimiento, esa certeza, esa convicción, esa determinación, recibimos y vivimos dentro del Señorío de Cristo, que es la señal evidente de la salvación según lo que nos indica Rom 10:8-10.
La fe no solo es certeza y convicción sino que es confianza en Dios. Si bien es cierto que incluye la creencia, también es cierto que va más allá de ella, porque implica darse personalmente, entregarse, al objeto de nuestra fe. Implica una transformación, no solo un asentimiento mental. Y sin esa transformación, no podemos ver el Reino de Dios, mucho menos vivir en El (Jn 3:1-5).
Con respecto a la fe hay un engaño también que el mundo nos ha vendido: el de que creer en las promesas es una evidencia de fe, lo cual es una verdad a medias, y por lo tanto, una mentira. La Biblia no nos dice que tengamos fe en las promesas, nos enseña que tengamos fe en Dios (Mar 11:22) que es el dador de las promesas, pero que también no solo tiene promesas, sino tiene requerimientos, mandamientos, y que demanda obediencia a ellas, y un estilo de vida santo, obediente, 1 Ped 1:13-16. También la Palabra, en esta misma dirección, nos dice que creamos con fe en Jehová y estaremos seguros (2 Cro 20:20). Mi fe no es una fe auténtica si no hay un énfasis en la obediencia a Dios (Rom 10:8-10). Puedo creer en las promesas (de hecho, una gran mayoría de personas que asisten a las iglesias cree en ellas) pero si no tengo obediencia, de nada me sirve. Es una confesión positiva, que eventualmente puede tener resultados por el poder creativo que hay en nuestra boca como resultado de la imagen de Dios en nosotros (Prov 18:21) que no depende de si somos salvos o no, pero que puede no tener ningún efecto sobre mi salvación, y mucho menos sobre que alcance a vivir en la vida abundante que implica vivir en el Señor.
Un primer resultado de la fe, de una fe básica, es el nuevo nacimiento, que me permite ver el Reino de los Cielos, pero esa fe necesita pasar de ser básica a madura, desarrollarse mediante el conocimiento de la Palabra y la vivencia de ella en todas las áreas de nuestra vida y la experiencia de la comunión y guianza del Espíritu Santo (Jn 3:1-5), para que podamos entrar en el Reino de Dios y vivir en la justicia, paz y gozo –plenitud- del Reino (Rom 14:17). Y cuando ello sucede, entro en un siguiente “nivel” de la vida cristiana. El amor a Dios.
Amar.
El amar está relacionado con la fe, pero es un nivel superior en nuestra relación con el Señor: “Ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.” (1 Cor 13:13). La fe nos salva, pero el amor nos lleva más allá, a la plenitud de vida en Cristo: “Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy.” (1 Cor 13:2). Como vemos en este último versículo, no habla de salvación ni de tener resultados en la fe (de hecho se puede tener fe, ser salvo y tener resultados), sino habla de plenitud de vida, de ser.
De lo que esté versículo está hablando no es de salvación, sino de adoración. De plenitud de vida en Dios. “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.” (Jn 4:23-24). En este pasaje está hablando de un estilo de vida que exalte y glorifique el nombre del Señor, tal como lo enseña Col 3:22-24: que todo lo hagamos para el Señor. Y ello no solo implica fe, implica obediencia, pero por sobre todo, implica amor al Señor, un amor apasionado, con todas las fuerzas de nuestro ser.
Los beneficios de amar al Señor de esa manera también nos los muestran algunos pasajes de la Escritura.
“Conoce, pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones;” (Deut 7:9). “Jehová guarda a todos los que le aman” (Sal 145:20). Notemos que las promesas de esos pasajes no se refieren solamente a tener fe, sino que a amarle a El.
“Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman.” (Sant 1:12). Notemos que en este pasaje se menciona la corona de vida, no solo vida, sino corona de vida. La vida eterna es para los que tienen fe, pero la corona de vida es para los que le aman. Y además, de acuerdo a este pasaje y a la experiencia práctica de muchas personas, el amar a Dios, adicionalmente, es lo que nos permite tener victoria sobre la tentación y sobre la prueba, no solamente la fe. La fe, cuando la batalla es muy fuerte, puede flaquear, pero el amor nos mantiene firmes ante el fragor de la batalla y nos conduce a la victoria.
“¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo? El limpio de manos y puro de corazón; el que no ha elevado su alma a cosas vanas, ni jurado con engaño. Él recibirá bendición de Jehová, y justicia del Dios de salvación. Tal es la generación de los que le buscan, de los que buscan tu rostro, oh Dios de Jacob.. (Sal 24:3-6). La fe cree, pero el amor busca. La fe nos basta para ser salvos y entrar en la vida eterna (la Nueva Tierra y la Nueva Jerusalén) pero el amor nos lleva más allá, al Reino de los Cielos, al Monte de Jehová.
“Bienaventurados los que guardan sus testimonios, y con todo el corazón le buscan;” (Sal 119:2). “Buscad a Jehová y su poder; buscad su rostro continuamente.” (1 Cró 16:11). Los que guardan sus testimonios y buscan su poder son los que tienen fe, pero los que con todo el corazón le buscan (que no solo guardan su testimonio y buscan su poder sino que le buscan a El) son los que están apasionados por el amor hacia El.
Conclusión.
¿En cual de los tres grupos de personas queremos estar? Dios, nuestro Padre, el dador de toda buena dádiva y de todo don perfecto, quiere, anhela, desea con todo su corazón, no solo que tengamos fe, sino que le amemos con todas nuestras fuerzas, y para aquellos que le aman El tiene reservadas cosas que no hemos visto ni oído, ni nos hemos imaginado (1 Cor 2:9), secretos escondidos y tesoros muy guardados (Isa 45:3). Pero en última instancia, la decisión es nuestra: “A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia; amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a él; porque él es vida para ti, y prolongación de tus días; a fin de que habites sobre la tierra que juró Jehová a tus padres, Abraham, Isaac y Jacob, que les había de dar.” (Deut 30:19-20).
18
Ene
2012