Estudio Bíblico

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Módulo 204. Cosmovisión Bíblica.



LAS DICOTOMÍAS ENTRE LA COSMOVISIÓN OCCIDENTAL Y LA COSMOVISIÓN BÍBLICA.



Por lo general, cuando venimos a Cristo traemos una cosmovisión del tipo occidental, en la que la razón y el ser humano, respectivamente, son el centro del conocimiento y la vida. Ello implica estar en tinieblas en cuanto a la perspectiva del Creador, Dador y Diseñador de la vida (la luz). Por lo tanto, nuestra necesidad más apremiante, después de creer en Cristo como Señor y Salvador es la renovación del espíritu de nuestra mente (Efe 4:22-24), de la cosmovisión que dirigió nuestras vidas hasta ese momento, de la forma de pensamiento profundamente arraigada en nuestro corazón (Prov 23:7) que determinó nuestra pasada manera de vivir, para abrazar la nueva forma de vivir que Dios diseñó para nosotros. De no hacerlo, vamos a vivir dentro de las dicotomías que anotamos en el final del tema anterior, y ellas van a constituirse, en el menor de los casos, en un obstáculo para vivir bajo la voluntad de Dios (Rom 12:2), e incluso, en el peor de los casos, impedirnos entrar en el Reino de los Cielos (Mat 7:21).

Por ello, es sumamente importante que las conozcamos en algún nivel de detalle para poderlas enfrentar cada vez que traten de emerger para impedirnos asumir la cosmovisión bíblica, de Dios y vivir bajo la voluntad de El (Deut 30:19-20, 3 Jn 2, Sal 1.1-3, Jos 1:8).



La separación entre el mundo espiritual y el mundo natural.

La forma de pensamiento derivada de la cosmovisión occidental afirma que la vida espiritual es privada, interior, en tanto que la vida natural y social es pública, externa, no existiendo entre ambas una relación, sino más bien una separación (contrario a lo que enseña la Biblia en Heb 11:3, Mat 16:18-20, Gen 1:1, Mat 28.18, Col 1.18-20, Efe 1:9-10, etc.).

Esta forma de pensamiento es conveniente para el mundo porque al separar a Dios de la mayor parte de las áreas de la vida, las personas tienen “libertad” (en realidad libertinaje) para hacer lo que les produzca placer, lo que codicien, lo que les convenga, etc. (egoísmo).

En el cristiano, esta forma de pensamiento determina dos tipos de valores, principios y prácticas que aplica en su vida: una en la vida espiritual, religiosa, y otra en la vida cotidiana fuera de la Iglesia, provocando con ello una des-integración, una di-visión de su ser, que le puede impedir habitar bajo la sombra del Altísimo (Sal 15).

La separación entre el mundo espiritual y el mundo natural es una ficción. A la luz de la Biblia, Dios, en el mismo proceso creador, creó los cielos y la tierra, lo espiritual y lo natural (Gen 1:1), y entre ambos hay una relación estrecha, de tal manera que lo natural influye lo espiritual y lo espiritual influye lo natural, permanentemente (Heb 11:3, Mat 16:18-20). Por lo tanto, los mismos valores, principios y prácticas que aplicamos en la vida espiritual (eclesiástica) tendrían que manifestarse en la vida social, natural, laboral.



La separación entre la fe, la revelación y las creencias, y la razón, la observación y el conocimiento.

Según la forma de pensamiento (cosmovisión) occidental, el ámbito de la fe, la revelación y las creencias es solamente en cuanto a lo espiritual, en tanto que en lo natural priva el campo de la razón, el interés, lo “lógico”. La consecuencia de ello es que si se trata de aplicar los principios y valores bíblicos a lo natural se es fanático, fundamentalista, irracional, sectario, locura, etc. (1 Cor 2:14).

Sin embargo, Dios, tal como nos lo enseña en la Biblia, no las separa, más bien las une en una sinergia que las potencializa unas con otras, aumentando su eficacia y eficiencia, al servicio de la calidad de vida de las personas y del cumplimiento de Su propósito para ellas y para toda la creación. La Palabra nos enseña en Isa 11:2 (y también en Exo 31:3, Exo 35:31, Ecle 2:6) que el Espíritu de Dios es Espíritu de sabiduría y de inteligencia, Espíritu de consejo y de poder, Espíritu de conocimiento y de temor de Jehová

La realidad es que la fe se basa, fundamentalmente, en la razón derivada de la experiencia vivencial del conocimiento de Dios (1 Cor 1:18-24) y en el conocimiento de Su Palabra (Rom 10:17). Es igualmente resultado de la razón, observación y conocimiento (como el conocimiento natural) y de su interpretación a la luz de la Palabra de Dios, y de la revelación, un nivel de conocimiento por encima de los tres mencionados (Isa 55:7-9, Deut 29:29).

Dios nos pide una fe obediente, no ciega, informada por la Palabra de Dios, de tal manera que para la fe, es básico el conocimiento, y el conocimiento de la Palabra (Rom 10:17, Mat 13:19-23). Dios no es un Dios que bendiga la ignorancia, más bien la reprende y hace ver las consecuencias de ella (Ose 4:6, Mat 22:29, Mar 12:24) para incitar a los creyentes a conocer, no solo las Escrituras (Jn 5:39, Jn 8:32), sino a la luz de éstas, todo lo que sucede en el mundo a su alrededor (1 Cro 12:32). En conclusión, nuestra fe, la fe madura, es una fe informada, una fe razonada, una fe entendida. Lo que menos tiene es de ciega, y mucho menos, tonta, y tampoco está separada de la razón, la observación y el conocimiento..


La separación de la religión y la ciencia.

La cosmovisión occidental argumenta que la religión provee las explicaciones del mundo espiritual pero no las del mundo real cuyas explicaciones las provee la ciencia. De esa manera se establecen barreras infranqueables e irreconciliables de los cristianos hacia la ciencia, y de los científicos hacia la fe y el cristianismo.

Sin embargo, la ciencia, en su origen y desarrollo es el resultado de la actividad creativa del ser humano que deriva de la imagen y semejanza de Dios, y su objeto es el estudio, clasificación y utilidad de la Creación de Dios, y ello no puede suceder eficientemente sin recurrir al Creador de esa creación para conocerla mejor. No tomar en cuenta a Dios en lo científico es equivalente a comprar y comenzar a utilizar un aparato que no sabemos para que y como funciona y comenzarlo a usar según nuestro criterio y no según el criterio de aquel que lo fabricó para un uso definido.

La ciencia es un producto de la Creación de Dios. Gen 2:8-9 nos enseña que Dios plantó el huerto del Edén donde colocó a Adán y en ese huerto existía el árbol de la ciencia del bien y del mal que Dios había creado. Por otro lado, una de las atribuciones del Espíritu Santo es, precisamente, guiar al ser humano hacia el encuentro de los principios de la ciencia mediante algunas de sus características: Espíritu de inteligencia, Espíritu de conocimiento, Espíritu de Ciencia (Exo 31:3, Exo 35:31, 2 Cro 1:11-12).

Desde la perspectiva cristiana y bíblica, la ciencia y la religión verdaderas no deberían ser contrarias, sino más bien, complementarias en el sentido de que la ciencia debería buscar y fundamentar sus conocimientos a la luz de la Palabra de Dios, debería corroborar los hechos manifestados en la Biblia (de hecho, aunque no quiera, lo hace, autenticando lo que quiere negar) en lugar de luchar enconadamente en contra de ella, lucha por cierto inútil y peligrosa (Rom 1:18-31). La perspectiva bíblica es que ciencia (sabiduría) y religión deberían ir de la mano todo el tiempo, apoyándose mutuamente.



La separación de la Iglesia (Dios) y el Estado.

Las diferentes formas que asume la cosmovisión occidental, y debido a todas las separaciones que hemos relacionado anteriormente, tiene como resultado natural, la separación entre la iglesia y el mundo social, que en realidad, y en última instancia, se refiere a que Dios (sus principios, valores y prácticas derivadas de ellos) debe estar fuera de la vida social (política, educación, negocios, arte, etc.). Se relega a la iglesia exclusivamente al mundo espiritual (salvación) y el estado y las organizaciones sociales se responsabilizan por lo que sucede en la vida diaria. Por el lado de la iglesia, se circunscribe la tarea redentora de Cristo solo al ámbito de lo espiritual, personal y privado.

Como consecuencia de esta forma de pensamiento cristiano occidentalizado, el mundo queda, aparentemente, abandonado, en el mejor de los casos, a la influencia del humanismo sin Cristo, y en el peor, bajo la influencia del poder del diablo (satanización de lo “secular”), reduciendo, con demasiada frecuencia, la obra transformadora de Dios a realidades espirituales y dejamos que la ciencia y la tecnología se ocupen de los asuntos terrenales.

La Iglesia re-interpreta el discipulado, eliminando su esencia (la transformación personal para la transformación familiar, laboral, y en última instancia, social, Mat 28:18-20) y sustituyéndola por conocimiento bíblico celestial o místico (la vida eterna futura), activismo eclesiástico (servicio), prosperidad y éxito terrenales, etc.

La transformación social, que debería ser una tarea esencial de la Iglesia (2 Cro 7:14), si es asumida de alguna manera por la sociedad, no se realiza bajo la orientación de los principios de la ética de Dios (judeo-cristiana) orientados a la justicia, la verdad, la paz (Sal 85:10-11, Sal 89:14) y la verdad, al amor (1 Cor 13:1-3), al servicio (Mar 10:42-45), al bienestar integral de las personas (espíritu, alma y cuerpo, 1 Tes 5:23), sino bajo principios puramente humanos (la ética situacional, la coyuntura, el oportunismo) estimulados por la división, el resentimiento y la lucha de clases. La iglesia queda limitada a la enseñanza teórica y aplicaciones inmediatas del amor a Dios y el amor al prójimo, en tanto que la acción social (la restauración de las relaciones económicas, sociales y políticas entre las personas), que debería ser una forma práctica de extensión de este mandato, se le asigna al estado y a las organizaciones sociales y de desarrollo para que la realicen con criterios racionalistas-humanistas, de ética situacional, del imperio de lo humano (egoísmo), y que a la larga, o fortalecen la injusticia, la opresión, la explotación, la brecha entre ricos y pobres, la inmoralidad (corrupción, demagogia, engaño, clientelismo, soborno, cohecho, impunidad) o generan nuevas formas de esas mismas cosas, como lo demuestra la experiencia práctica: en lugar de disminuir la pobreza, la violencia, el hambre, la enfermedad, la ignorancia, aún aumentado, a pesar de la multitud de esfuerzos humanos que en estos últimos 100 años se han realizado para disminuirlas. De hecho, al sacar a Dios de la vida social, esta no mejoró en nada sino empeoró como lo demuestran las estadísticas del siglo pasado y actual (Rom 1:18-31), aunque ello no sea reconocido de esa manera por todos aquellos que tienen una fobia irracional a todo lo que sea Dios, porque no quieren dejar de andar en sus tinieblas de vida (Jn 3:19-20).

A pesar de que la voluntad de Dios es que los creyentes se involucren activamente en la manifestación del Reino de Dios en la tierra (Mat 6:10) y en la transformación de sus sociedades (Mat 5:13-16, Mat 13.33, Mat 28:19-20), por efectos de las formas de pensamiento occidentales, los creyentes, con escasas excepciones, no se involucran en este trabajo y lo dejan totalmente en manos del gobierno y de las organizaciones sociales.

El pensamiento bíblico, la cosmovisión de Dios acerca de todas las cuestiones del mundo social y natural, indican todo lo contrario (Rom 11:36, Col 1:15-20, Jn 3:16, Efe 1:9-10) a las formas de pensamiento occidental: todas las cosas (espirituales, sociales, naturales) son de Dios, por Dios y para Dios y Su propósito es que estén bajo el Señorío de Cristo, para lo cual envió a Su Hijo al mundo para pagar, con Su vida y Su Sangre, la reconciliación de todas las cosas (espirituales, sociales y naturales) con El a partir de la reconciliación de los seres humanos, quienes serán Sus delegados para la reconciliación del resto de la creación (Rom 8:19-21, 2 Cor 5:18). La labor de los creyentes no se circunscribe solo al ámbito de lo eclesiástico sino que tiene lugar en cualquier lugar en que se encuentre operando, como un elemento de transformación (Mat 5:13-16, Mat 13.33) para traer todas las cosas bajo el señorío de Cristo (Col 1:20) reconciliándolas con El como ministros de la reconciliación (2 Cor 5:18-20) y construyendo, con la ayuda de Dios por medio del Espíritu Santo, el Reino de Dios en la tierra para que Su Reino venga y se cumpla Su voluntad tanto en el cielo como en la tierra (Mat 6:10).



La separación del trabajo espiritual y el trabajo secular.

Como consecuencia de la forma de pensamiento occidental, el trabajo se separa en dos tipos: el espiritual, eclesiástico que se “sacraliza”, y el trabajo “secular”, en el mundo social y natural, que se “carnaliza” o “sataniza”, siendo para los cristianos, de alta estima el primero, y de baja estima el segundo, aún cuando la mayor parte de los cristianos desarrolla sus labores en este segundo tipo de trabajo, por lo que, en una gran cantidad de casos, viven con una dicotomía en su corazón: por un lado saben que necesitan trabajar en lo “secular” y esforzarse para mantener la estabilidad de sus trabajos de la que depende la calidad de vida material que puedan proveer para sus familias pero por el otro lado, por sus deseos de agradar y servir a Dios plenamente, viven con un constante rechazo a estos trabajos deseando ser “absorbidos” por el trabajo espiritual eclesiástico.

Otra consideración que deriva de este pensamiento es la que se refiere al ministerio: solo son ministeriales las tareas que se hacen dentro del ámbito de lo eclesiástico y no lo son las que se hacen en el ámbito “secular” y por lo tanto, estas últimas no es indispensable realizarlas bajo los mismos principios, valores y prácticas de las tareas eclesiásticas (un doble juego de principios para vivir la vida; des-integración, di-visión).

Todo ello es una total, completa y absoluta contradicción con el pensamiento de Dios expresado en la Biblia.
 El hombre fue creado por Dios a Su imagen y semejanza (Gen 1:26-27) para trabajar (Gen 2.15, Gen 1:28) en el ámbito de lo social y natural, y ello no cambió a pesar de la caída (Gen 9:1-20).
 El primer ministerio al cual Dios llama al ser humano es al trabajo de la tierra. Cuando Dios llama al ser humano a trabajar en Su Creación, lo llama a trabajar en ella como un ministerio, es decir, como un servicio a Dios y a Su pueblo (Gen 2:15, Gen 1:28).
 El trabajo eclesiástico, en el principio, siempre estuvo asociado con el trabajo en el mundo natural y social (Gen 4:1-.4, Gen 8:20 más Gen 9:20; Gen 12:8, Gen 13.1-4, Gen 14:18), por cuanto, el trabajo eclesiástico no aparece como algo distinto al trabajo en el mundo natural y social, sino hasta que el pueblo de Israel es librado de la esclavitud en Egipto, en el período de los cuarenta años que estuvo en el desierto, y su posterior introducción a la tierra prometida (Exo 29). Cuando se da esta separación no se da porque un trabajo es “carnal” y el otro “sacro”, sino simplemente por la especialización de trabajo derivada del crecimiento de la población.
 Jesús, siendo el Hijo de Dios hecho hombre, no nace en una familia sacerdotal, ni en la tribu sacerdotal, que desde la perspectiva del pensamiento occidental es donde debía haber nacido por cuanto venía a hacer un trabajo espiritual, sino nace en una familia de carpinteros (Mat 13:55), y hace trabajo de carpintero (Mar 6:3), con lo cual eleva el trabajo “secular”, que por efectos de la religiosidad y el legalismo en que había caído el judaísmo en su tiempo, había sido degradado a una categoría inferior.
 En la misma dirección apunta el Espíritu Santo cuando guía a Pablo a escribir que él trabaja haciendo tiendas de campaña con su mano, para sostenerse, y al mismo tiempo predicaba el Evangelio, y lo hace sin menospreciar una actividad respecto a la otra (Hch 18:2-4).
 La Palabra de Dios en Apo 1:5-6 nos enseña que todo creyente en Cristo, ha sido hecho (no va a ser hecho), un rey y sacerdote para Dios, lo que implica una persona que trabaja en el mundo social y natural al igual que una persona que labora en el mundo eclesiástico o espiritual, y en ambos casos, el trabajo es para Dios. Los creyentes, por tanto ostentamos esa doble categoría, independientemente del campo de actividad humana donde desarrollemos la mayor parte de nuestra actividad laboral en una fehaciente muestra que para Dios no existe separación entre lo “secular” y lo “sacralizado”.
 Dios, en Col 3:22-24, nos llama a glorificar su Nombre a través de nuestra trabajo, independientemente de donde lo realicemos, re-elevando el trabajo “secular”, que por efectos del legalismo farisaico había sido degradado a una categoría inferior, a un trabajo como para Dios y no para los hombres.



La separación de la vida privada (valores) y la vida pública (hechos).

Según la forma de pensamiento occidental, los valores son un asunto privado de elección personal que no tiene relevancia en el ámbito público (política, economía, arte, ciencia, educación, tecnología, cultura, etc.) donde reinan los hechos, no los valores. Esta afirmación es una contradicción en sí misma, porque al afirmarlo se esgrime como propio un valor (anti-valor desde la perspectiva de los valores del cristianismo): la carencia de valores.

Nos guste o no, nada en la vida es neutral: todo tiene un carácter moral explícito o implícito (Mat 12.30, Luc 11:23, Deut 30:19-20, Mat 7:13-14, Apo 3:15-16). Aún la falta de valores morales determina un carácter moral. La falta de valores positivos, permanentes, de total aceptación en la sociedad, deriva, tarde o temprano, primero en una ética situacional, en la que es la situación y las conveniencias de cada persona lo que determina si una cosa es buena o no en un momento determinado, pero más adelante, en las mismas condiciones pero bajo otras conveniencias, lo que antes era positivo, se torna en negativo. Y una situación de este tipo, tarde o temprano va a terminar en la inmoralidad, como lo demuestran los últimos cuarenta años de la historia humana (1968 en adelante) cuando, segmentos cada vez más crecientes de la humanidad comenzaron a renunciar a los valores cristianos en el mundo occidental, y se disparó un alarmante y siempre en ascenso incremento en una serie de situaciones que denotan el carácter moral de nuestras sociedades: aborto, homosexualidad, abuso, violaciones, adulterio y fornicación, madres solteras, corrupción, soborno, etc., (Rom 1:18-31).

La situación ha llegado a tales extremos que, en los últimos años, ante el creciente reconocimiento del tremendo error que implica la falta de consideración de valores morales firmes dentro de los ámbitos de la actividad humana, se ha empezado a retomar de alguna manera el tema de la ética en los diversos campos de la actividad humana, por ejemplo, el aparecimiento de la Bioética, que es una rama de la ciencia que está tratando de proponer límites morales a la actividad científica (lo que es posible o no hacer dentro del campo de la ciencia); el movimiento de la responsabilidad empresarial en el campo de los negocios; el movimiento de la transparencia en el campo gubernamental; el movimiento de los derechos humanos en el campo social, etc.

En la enseñanza bíblica, ni los valores pueden estar separados de los hechos ni los hechos de los valores (Prov 23:7, Prov 4:23). En la práctica, los valores son los que le dan contenido a los hechos y nos permiten una respuesta coherente ante ellos, y los hechos van a someterse a los principios cuando éstos entren en acción.

Los valores y/o principios de Dios son las leyes que gobiernan la vida y que permanecen constantes a pesar de los cambios, y sirven para proteger a las personas y las cosas de las circunstancias y fueron diseñados para simplificar la vida (Deut 30:19-20, Deut 28:1-14). Ignorarlos significa dejar sin protección a las personas y las cosas, y ello genera abusos y complicaciones en nuestras relaciones con las demás personas y con las cosas y el ambiente (Deut 28:15-68)



Las consecuencias en el cristianismo de la forma de pensamiento occidental.

La disgregación o desintegración en el testimonio de vida de las personas: se comportan de una manera en la iglesia y de otra en los demás ámbitos de la vida. Los valores que rigen la vida eclesiástico no son los mismos que rigen la vida en el ámbito de lo “secular” (trabajo, relaciones sociales, etc.). Cumplen los preceptos bíblicos en las actividades eclesiásticas, pero sus vidas laborales y en el ámbito social las viven bajo otros valores. Como resultado de ello, sus testimonios de vida no manifiestan “integridad” sino “disgregación”, y ello tiene efectos importantes en su calidad de vida (que va a depender de la obediencia en todo lugar y tiempo, Deut 28:1-14, Sal 1:2-3) y en su relación con Dios, ya que solo los íntegros moraran delante de su presencia (Sal 15.1). Amplios sectores del cristianismo manifiestan una separación y diferenciación entre lo que hacen en la vida cotidiana y la vida espiritual, cuyas consecuencias se pueden reducir a una sola frase: un divorcio entre fe y vida.

Como lo “secular” y público es independiente de lo “eclesiástico”, privado y espiritual, se limita el alcance del pecado y del evangelio a lo individual, sin comprender el alcance y las implicaciones del pecado en el mundo de la economía, la política, el arte, la cultura, la educación, etc., rechazando la labor redentora y salvífica de Dios que se extiende hacia todo lo que es y existe y que está esperando ser redimido de la corrupción a la que fue sometido por el pecado (Rom 8.19-21), quedando intactos y reproduciéndose, los patrones pecaminosos y las estructuras injustas, que son el resultado de su “institucionalización”, en todos los ámbitos de la vida social.

Para la labor espiritual se recurre a la iglesia y a la Biblia, pero para las labores “seculares”, en general, se recurre a los principios del mundo, que sitúan la causa de todas las cosas exclusivamente en el mundo material, lo que de hecho genera una pérdida de credibilidad en la Palabra de Dios como norma infalible y autoritativa de vida, lo que se evidencia en ciertas denominaciones que se llaman a sí mismas cristianas, pero que admiten la teoría de la evolución; toleran, aceptan y justifican el estilo de vida gay, asumen posiciones políticamente contrarias a los principios de la Palabra de Dios, califican pasajes de la Biblia como la Creación, el nacimiento virginal de Jesús, los milagros y, en general, lo sobrenatural, como mitos que no deben ser tomados literalmente, etc.

Hay una muy baja participación (y muchas veces, menospreciada y estigmatizada), casi nula, e irrelevante, de los cristianos en la transformación social o para trabajar por la justicia.

Todo ello da como resultado un cristianismo escapista, esquizofrénico (divorciado de la realidad), evasionista que se abstrae de las realidades del mundo terrenal, al igual que el sacerdote y el levita de la parábola del buen samaritano (Luc 10:25-37), que viendo al hombre medio muerto a la orilla del camino, en una muestra de desamor, pasan de largo bajo el pretexto de sus muchas ocupaciones “espirituales” olvidándonos de las enseñanzas de la Biblia respecto a la necesidad del involucramiento de los cristianos en todos los campos de la vida social para la transformación y el discipulado de nuestras naciones (Est 4:13-14 y 8:6, Jer 15.19, Rom 8:19-21, Mat 13:33, Mat 5:13-16).



Conclusión.

Todo ello nos señala hacia la urgente y prioritaria necesidad de arrepentirnos (2 Cro 7:14) porque hemos sido negligentes en cuanto a renovar el espíritu de nuestro pensamiento (Rom 12:2, Efe 4:22-24) para tener una acción cristiana bíblica de acuerdo con la voluntad de Dios, y reconocer nuestra necesidad de aplicarnos al entendimiento de la Cosmovisión de Dios, incorporarla como único punto de partida para nuestro pensamiento en todas las áreas de la vida, y comprometer todos nuestros esfuerzos para redefinir nuestra teología completa a la luz de esa cosmovisión, ayudando a nuestros hermanos en la fe que estén a nuestro alcance, a conocer, entender y aplicar esa cosmovisión a sus propias vidas y a sus actividades.

El hecho de ser creyentes no implica que automáticamente tengamos una cosmovisión cristiana de la vida (Rom 12:2, Efe 4:22-24). Para que nuestro cristianismo sea eficiente y efectivo en un mundo caído, y para alinearnos a lo que Dios está haciendo en él, necesitamos ajustar nuestra cosmovisión (como vemos el mundo) a la perspectiva de Dios (desarrollar una cosmovisión auténticamente cristiana, solo La Biblia sin contaminación del pensamiento del mundo).

Para ello, en principio, necesitamos romper con el paradigma de que existen un mundo secular y un mundo eclesiástico o espiritual sin conexión alguna, y retomar la perspectiva bíblica de la unidad de lo espiritual y lo natural (Heb 11:3), y el Señorío y Soberanía de Dios sobre todo lo que es y existe (Jn 3:16, Rom 8:19-21, Efe 1:9-10, Col 1:15-20, Rom 11:36).

No podemos ni debemos limitar la acción de Dios y de nuestro cristianismo a lo individual, privado, personal y familiar (Est 4:10-14). Necesitamos extender la acción de Dios y la nuestra como cristianos hacia los campos de negocio, trabajo, social, político, educacional, científico, cultural, gobierno, desarrollo, económico, financiero, etc. El gobierno de Dios se extiende tanto a lo espiritual como a lo material y lo natural (Sal 24:1).
La labor redentora de Cristo es necesaria dondequiera que haya penetrado el pecado (Luc 19.10, Mat 28:18-20). En consecuencia, necesitamos redefinir nuestra comprensión de la salvación para que sea más inclusiva e integral (Jn 3:16-18) sin que pierda su significado en cuanto a la restauración de nuestra relación con Dios.


31 Ene 2012