La vida de fe (1).
INTRODUCCIÓN.
Es el motor de nuestra vida cristiana: el justo vivirá por la fe (Rom 1:17).
Es estar convencido de que el Dios de la Biblia es quién dice ser y de que todo lo que El dice en Su Palabra es verdad y, como consecuencia, vivir de acuerdo con ello (Heb 11.1).
Como vemos, en la definición anterior, la fe está totalmente basada en la Palabra de Dios (Rom 10.17) sin importar las circunstancias que nos rodean.
La fe no es solo cuestión de hablar sino también de ponerla en acción: la fe sin obras es muerta (Sant 2.14-26).
* La confesión de fe es el cuerpo de nuestra fe (Rom 10:8-10).
* Pero el espíritu de la fe es la acción.
* Cuando le decimos a Dios: “confío en ti y te lo voy a demostrar”, eso es fe.
* Si decimos: “confío en ti” pero actuamos contrario a lo que decimos, no es fe.
MAR 11:22: TENED FE EN DIOS.
El objeto de nuestra fe es Dios (Hch 3:16, Heb 11:27, Rom 4:17).
Lo importante de la fe es en quién está depositada: si está depositada en el Señor Jesucristo, le diremos al monte (circunstancias, problemas, etc., que se oponen a nuestro caminar en el Señor) que se mueva y se moverá.
Es el poder de Jesús operando a través de nuestra confianza en El.
HEB 11:1: FE.
La certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve.
Heb 11:3: fe en el Dios de la Palabra.
Estar convencidos de que lo que Dios dice es verdad y vivir y actuar de acuerdo con ello sin importar las circunstancias que nos rodean.
LA FE Y LA DUDA.
Heb 11:6: sin fe es imposible agradar a Dios.
Sin fe lo que tenemos es duda. La duda es la enemiga de la fe.
La duda resulta de poner nuestros ojos en lo que vemos en lugar de ponerlos en el Señor.
La duda es la indeterminación del ánimo entre dos juicios o decisiones: produce temor, inseguridad, doble de ánimo, y todo ello, no recibe cosa alguna del Señor (Sant 1:6-8).
2 Cor 4:18. La solución a la duda: no mirando las cosas que se ven (temporales, momentáneas, por una época), sino mirando las cosas que no se ven (eternas, permanentes, inconmovibles.
LA FE: HABLA, CONFIESA (2 Cor 4:13).
Llama las cosas que no son como si fueran, las llama como Dios las llama (Rom 4:17).
Es el canal por el cual se realiza la transferencia de lo invisible a lo visible, de las promesas a las realidades, del cielo a la tierra (Heb 11:3, Mat 6:10).
DOS “BLANCOS” DE LA FE.
Fe en la promesas de Dios (una fe incipiente, inmadura, demandante, ensimismada, en las añadiduras, en lo temporal).
La fe en las promesas de Dios es lo bueno de Dios, pero la fe en el Dios de las promesas es lo mejor.
El objeto de nuestra fe: Jesús (Heb 12:2), el autor y consumador de la fe.
ROM 10:17.
La fe viene por el oír y el oír la Palabra de Dios: la fuente de la fe.
La ruta por la que crece la fe es oír, y oír, y oír, y oír: escuchar, leer, pensar, hablar, confesar, repetir, meditar, reflexionar.
La fe madura es el resultado de la repetición contínua de la Palabra de Dios hasta que ella, sin ningún lugar a dudas, es creída, y no solo creída, sino vivida permanentemente por cada uno de nosotros.
OIR CON NUESTROS OIDOS FISICOS.
Rom 10:14: ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?
El proceso: predicar, oír, creer.
La recomendación de Jesús: el que tiene oídos para oír que oiga, escuche atentamente (Mat 11:15, 13:9, 13:43, Mar 4:9, Luc 8:8, 14:35).
LEER Y PENSAR.
Es una forma de oír, internamente.
Lo que leemos y lo que pensamos, nuestra mente lo capta como si fueran palabras que escuchamos y lo procesa.
De la misma manera que la recomendación de Jesús de que el que tenga oídos para oír, que oiga, se aplica al oído físico, también se aplica a la lectura de la Palabra: leerla con atención, con dedicación, con concentración.
Lo que pensamos necesitamos cuidarlo también: conforme pensamos así vamos a proceder (vivir, actuar, ser, Prov 23:7).
Nuestros pensamientos determinan nuestras acciones.
Nuestras acciones como creyentes deben estar determinadas por la Palabra.
Por lo tanto, deberíamos pensar de contínuo en la Palabra: la vamos a aplicar, la vamos a vivir.
Fil 4:8: pensar lo verdadero, lo puro, lo honesto, lo bueno, lo justo, lo digno de alabanza, en otras palabras, la Palabra de Dios.
HABLAR, CONFESAR, REPETIR (1 Ped 4:11).
Nuestras palabras a la vez que las pronunciamos las escuchamos: el oír físico produce fe.
Algo bueno es determinarnos a que diariamente nos memoricemos un versículo, y lo repitamos durante todo el día, de tal manera que ese versículo quede grabado en nuestra mente, y en nuestro corazón haga crecer la fe.
MEDITAR Y REFLEXIONAR.
Son actividades del pensamiento, y como tales, resuenan en nuestra mente como las palabras escuchadas de otros.
Meditar y reflexionar es pensar constantemente en la Palabra y en sus implicaciones en mi vida.
Determinar en que me instruye, en que me confronta, en que me enseña, que acciones y cambios demanda de mí.
Sal 1.1-3: Él que medita en la Palabra de día y de noche y tiene en ella su delicia, tendrá vida permanente (la Palabra vivifica) y todo lo que haga prosperará (le saldrá bien).
Es el motor de nuestra vida cristiana: el justo vivirá por la fe (Rom 1:17).
Es estar convencido de que el Dios de la Biblia es quién dice ser y de que todo lo que El dice en Su Palabra es verdad y, como consecuencia, vivir de acuerdo con ello (Heb 11.1).
Como vemos, en la definición anterior, la fe está totalmente basada en la Palabra de Dios (Rom 10.17) sin importar las circunstancias que nos rodean.
La fe no es solo cuestión de hablar sino también de ponerla en acción: la fe sin obras es muerta (Sant 2.14-26).
* La confesión de fe es el cuerpo de nuestra fe (Rom 10:8-10).
* Pero el espíritu de la fe es la acción.
* Cuando le decimos a Dios: “confío en ti y te lo voy a demostrar”, eso es fe.
* Si decimos: “confío en ti” pero actuamos contrario a lo que decimos, no es fe.
MAR 11:22: TENED FE EN DIOS.
El objeto de nuestra fe es Dios (Hch 3:16, Heb 11:27, Rom 4:17).
Lo importante de la fe es en quién está depositada: si está depositada en el Señor Jesucristo, le diremos al monte (circunstancias, problemas, etc., que se oponen a nuestro caminar en el Señor) que se mueva y se moverá.
Es el poder de Jesús operando a través de nuestra confianza en El.
HEB 11:1: FE.
La certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve.
Heb 11:3: fe en el Dios de la Palabra.
Estar convencidos de que lo que Dios dice es verdad y vivir y actuar de acuerdo con ello sin importar las circunstancias que nos rodean.
LA FE Y LA DUDA.
Heb 11:6: sin fe es imposible agradar a Dios.
Sin fe lo que tenemos es duda. La duda es la enemiga de la fe.
La duda resulta de poner nuestros ojos en lo que vemos en lugar de ponerlos en el Señor.
La duda es la indeterminación del ánimo entre dos juicios o decisiones: produce temor, inseguridad, doble de ánimo, y todo ello, no recibe cosa alguna del Señor (Sant 1:6-8).
2 Cor 4:18. La solución a la duda: no mirando las cosas que se ven (temporales, momentáneas, por una época), sino mirando las cosas que no se ven (eternas, permanentes, inconmovibles.
LA FE: HABLA, CONFIESA (2 Cor 4:13).
Llama las cosas que no son como si fueran, las llama como Dios las llama (Rom 4:17).
Es el canal por el cual se realiza la transferencia de lo invisible a lo visible, de las promesas a las realidades, del cielo a la tierra (Heb 11:3, Mat 6:10).
DOS “BLANCOS” DE LA FE.
Fe en la promesas de Dios (una fe incipiente, inmadura, demandante, ensimismada, en las añadiduras, en lo temporal).
La fe en las promesas de Dios es lo bueno de Dios, pero la fe en el Dios de las promesas es lo mejor.
El objeto de nuestra fe: Jesús (Heb 12:2), el autor y consumador de la fe.
ROM 10:17.
La fe viene por el oír y el oír la Palabra de Dios: la fuente de la fe.
La ruta por la que crece la fe es oír, y oír, y oír, y oír: escuchar, leer, pensar, hablar, confesar, repetir, meditar, reflexionar.
La fe madura es el resultado de la repetición contínua de la Palabra de Dios hasta que ella, sin ningún lugar a dudas, es creída, y no solo creída, sino vivida permanentemente por cada uno de nosotros.
OIR CON NUESTROS OIDOS FISICOS.
Rom 10:14: ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?
El proceso: predicar, oír, creer.
La recomendación de Jesús: el que tiene oídos para oír que oiga, escuche atentamente (Mat 11:15, 13:9, 13:43, Mar 4:9, Luc 8:8, 14:35).
LEER Y PENSAR.
Es una forma de oír, internamente.
Lo que leemos y lo que pensamos, nuestra mente lo capta como si fueran palabras que escuchamos y lo procesa.
De la misma manera que la recomendación de Jesús de que el que tenga oídos para oír, que oiga, se aplica al oído físico, también se aplica a la lectura de la Palabra: leerla con atención, con dedicación, con concentración.
Lo que pensamos necesitamos cuidarlo también: conforme pensamos así vamos a proceder (vivir, actuar, ser, Prov 23:7).
Nuestros pensamientos determinan nuestras acciones.
Nuestras acciones como creyentes deben estar determinadas por la Palabra.
Por lo tanto, deberíamos pensar de contínuo en la Palabra: la vamos a aplicar, la vamos a vivir.
Fil 4:8: pensar lo verdadero, lo puro, lo honesto, lo bueno, lo justo, lo digno de alabanza, en otras palabras, la Palabra de Dios.
HABLAR, CONFESAR, REPETIR (1 Ped 4:11).
Nuestras palabras a la vez que las pronunciamos las escuchamos: el oír físico produce fe.
Algo bueno es determinarnos a que diariamente nos memoricemos un versículo, y lo repitamos durante todo el día, de tal manera que ese versículo quede grabado en nuestra mente, y en nuestro corazón haga crecer la fe.
MEDITAR Y REFLEXIONAR.
Son actividades del pensamiento, y como tales, resuenan en nuestra mente como las palabras escuchadas de otros.
Meditar y reflexionar es pensar constantemente en la Palabra y en sus implicaciones en mi vida.
Determinar en que me instruye, en que me confronta, en que me enseña, que acciones y cambios demanda de mí.
Sal 1.1-3: Él que medita en la Palabra de día y de noche y tiene en ella su delicia, tendrá vida permanente (la Palabra vivifica) y todo lo que haga prosperará (le saldrá bien).
16
Jun
2008