El amor del Padre (1a. parte).
EL AMOR DEL PADRE.
(1 Jn 4:7-11).
Vrs. 7-8.
“Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor.”
Para amar necesitamos estar en Dios. En la carne no podemos amar porque la carne es egoísta en tanto que el amor es dador.
Por ello el mundo, al referirse al amor, habla de algo ideal o de algo carnal (sexo) o una transacción (doy para que me den, no doy porque no me dan), porque el mundo no conoce a Dios.
La carne, por su misma naturaleza, no puede amar: es egoísta, egocéntrica.
El amor es una persona: Dios. Mientras no conozco a Dios (el Amor) no puedo amar.
Solo los que han nacido de nuevo y conocen a Dios pueden amar verdaderamente. No es suficiente nacer de nuevo, es necesario ir más allá y conocer a Dios (anhelarlo a El, a conocer de El, a conocer más de Su amor).
Lam 3:22-23 nos enseña que cada día sus misericordias son nuevas, eso implica, por lo menos, tres cosas:
Que la misericordia (el amor de Dios) que tuvo en el pasado para con nosotros se renueva cada día.
Que hoy vamos a conocer formas de la misericordia de Dios en el pasado que no habíamos visto.
Que hoy vamos a conocer nuevas formas de la misericordia de Dios que nunca había experimentado.
Las personas con “buenitis” (legalismo o religiosidad) no han llegado a conocer a Dios verdaderamente, por una de dos situaciones.
O porque o no han entendido que eran lo vil, lo menospreciado, lo necio, lo débil, del mundo (1 Cor 1:26-29), y por lo tanto, no han experimentado la inmensidad de la misericordia de Dios para con ellos. Por eso son tan críticos y condenadores para con los demás. Rom 5:20-21: donde sobreabundó el pecado, sobreabundó la gracia, el amor. Luc 7:40-43: al que mucho se le perdona, mucho ama. Cuanto más vemos la maldad de nuestro corazón (Jer 17:9) más amamos a Dios. Cuando menos la vemos, menos intensidad vamos a experimentar en el amor de El y hacia El.
O porque como no son lo suficientemente buenos o cumplidores de las normas o reglas que se han autoimpuestos, le ponen barreras a experimentar el amor de Dios (no soy lo suficientemente bueno, no me lo merezco, no soy lo suficientemente espiritual para merecer su amor, no hago todo lo bien que debería hacer, etc.).
La Palabra nos enseña que necesitamos no solo ser salvos (Jesús, la puerta, Jn 10:7, Jn 10:9). Necesitamos conocer a Dios (Jesús no es solo la puerta, es el camino para llevarnos a conocer al Padre, Jn 14:6). Necesitamos más que ser salvos. Necesitamos conocer al Padre (Efe 1:17-23, Efe 3:14-21).
Solo al conocer a Dios (no superficialmente, sino profundamente, íntimamente) voy a conocer la inmensidad del amor de El.
Vrs. 9-10.
“En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.”
En el amor hay dos tiempos. El tiempo pasado, cuando experimentamos Su amor en la Salvación (Jn 3:16). Y el tiempo presente, hoy. Dios no solo nos amó. También nos ama hoy. Necesitamos, entonces, encontrar las formas en que Dios nos ama hoy: sanidad, provisión, libertad, santidad, provisión, sus regalos diarios para con nosotros, etc.
Jesús oraba constantemente al Padre, no porque tuviera pecado, fuera imperfecto, le faltara unción o poder. El oraba constantemente porque habiéndose despojado de Su gloria y habiendo venido al mundo, necesitaba tener intimidad y comunión con el Padre para renovar cada día la experiencia del amor del Padre.
El amor es adictivo. Dios, que nos ama, nos anhela celosamente (Sant 4:5, Cant 2:14). Si verdaderamente lo hemos conocido entonces lo vamos a anhelar, vamos a anhelar tener la comunión constante con El.
Cuando fuimos salvos, conocimos el amor de Dios para con nosotros, como pecadores. Pero hoy, necesitamos conocer el amor que Dios nos tiene como hijos (no como siervos, no como ministros, no como amigos, como hijos) y ello implica la necesidad de tener intimidad y comunión constante con El así como El la desea tener con nosotros. El amor de Dios en la Salvación, si bien es la máxima manifestación del amor de Dios para con nosotros, es solo el principio del conocimiento del amor de Dios para con nosotros. Necesitamos crecer en el conocimiento de El cada día (Lam 3:22-23, Efe 3:18, Efe 1:15-19).
El amor se inicia en Dios, no en nosotros. El toma la iniciativa, nosotros solo respondemos a esa iniciativa amorosa de el.
No solo se trata de ser hijo, se trata de tener comunión con El, de vivir como hijos.
Vrs. 11.
“Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros.”
Los primeros dos mandamientos de la ley de Dios: amar a Dios y amar al prójimo, requieren de una condición previa. Primero somos amados, y después amamos. Primero necesitamos experimentar el amor de Dios, dejarnos amar por El, y después podemos amarle a El y a otros, porque no podemos dar lo que no tenemos. Damos, de gracia, lo que de gracia hemos recibido (Mat 10:8).
Cuando verdaderamente hemos experimentado el amor de Dios para con nosotros, no solo en la salvación, sino en la vida cotidiana, el amor de hijos, entonces la oración, la lectura de la Palabra, el dar, etc., cambian de obligación a necesidad. La oración se convierte en el tiempo de compartir con Aquel de quién estamos enamorados, en una cita de enamorados. La lectura de la Palabra se convierte en la lectura de la carta de amor de nuestro enamorado, en la que renglón tras renglón, capítulo tras capítulo y libro tras libro, encontramos las múltiples formas en que El manifiesta Su amor para con cada uno de nosotros, y el dar se convierte en un regalo de amor que le damos a nuestro Enamorado, que antes nos dio todo lo que tenemos, somos y podemos.
El conocimiento del amor de Dios también nos cambia la perspectiva de la obediencia y la santidad. Ya no se convierten en una obligación, sino en un tributo de amor a Aquel que nos ama tan grandemente que no queremos ofenderlo en lo más mínimo, que no queremos lastimar Su corazón tan amoroso hacia nosotros.
La Palabra de Dios es maravillosa, riquísima, una delicia incomparable. Pero no voy a experimentar nada de ello hasta que no entiendo y conozco verdaderamente el amor de Dios, que es su sustento, su fundamento. Sin el conocimiento del amor de Dios para con nosotros, la Palabra va a ser mayormente información y letra, en lugar de vida, que es lo que Dios espera que ella produzca en nosotros.
Necesitamos conocer a Dios más allá de sus manos (pedir), necesitamos conocerle a El, conocer Su corazón, y ello solo lo vamos a alcanzar mediante la comunión con El por el Espíritu Santo, que entre otras cosas, para ello nos fue dado. Para mostrarnos el corazón de El, para que le conozcamos, para que nos enamoremos, para que le anhelemos, para que lo busquemos de todo nuestro corazón (1 Cor 2:9-12).
(1 Jn 4:7-11).
Vrs. 7-8.
“Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor.”
Para amar necesitamos estar en Dios. En la carne no podemos amar porque la carne es egoísta en tanto que el amor es dador.
Por ello el mundo, al referirse al amor, habla de algo ideal o de algo carnal (sexo) o una transacción (doy para que me den, no doy porque no me dan), porque el mundo no conoce a Dios.
La carne, por su misma naturaleza, no puede amar: es egoísta, egocéntrica.
El amor es una persona: Dios. Mientras no conozco a Dios (el Amor) no puedo amar.
Solo los que han nacido de nuevo y conocen a Dios pueden amar verdaderamente. No es suficiente nacer de nuevo, es necesario ir más allá y conocer a Dios (anhelarlo a El, a conocer de El, a conocer más de Su amor).
Lam 3:22-23 nos enseña que cada día sus misericordias son nuevas, eso implica, por lo menos, tres cosas:
Que la misericordia (el amor de Dios) que tuvo en el pasado para con nosotros se renueva cada día.
Que hoy vamos a conocer formas de la misericordia de Dios en el pasado que no habíamos visto.
Que hoy vamos a conocer nuevas formas de la misericordia de Dios que nunca había experimentado.
Las personas con “buenitis” (legalismo o religiosidad) no han llegado a conocer a Dios verdaderamente, por una de dos situaciones.
O porque o no han entendido que eran lo vil, lo menospreciado, lo necio, lo débil, del mundo (1 Cor 1:26-29), y por lo tanto, no han experimentado la inmensidad de la misericordia de Dios para con ellos. Por eso son tan críticos y condenadores para con los demás. Rom 5:20-21: donde sobreabundó el pecado, sobreabundó la gracia, el amor. Luc 7:40-43: al que mucho se le perdona, mucho ama. Cuanto más vemos la maldad de nuestro corazón (Jer 17:9) más amamos a Dios. Cuando menos la vemos, menos intensidad vamos a experimentar en el amor de El y hacia El.
O porque como no son lo suficientemente buenos o cumplidores de las normas o reglas que se han autoimpuestos, le ponen barreras a experimentar el amor de Dios (no soy lo suficientemente bueno, no me lo merezco, no soy lo suficientemente espiritual para merecer su amor, no hago todo lo bien que debería hacer, etc.).
La Palabra nos enseña que necesitamos no solo ser salvos (Jesús, la puerta, Jn 10:7, Jn 10:9). Necesitamos conocer a Dios (Jesús no es solo la puerta, es el camino para llevarnos a conocer al Padre, Jn 14:6). Necesitamos más que ser salvos. Necesitamos conocer al Padre (Efe 1:17-23, Efe 3:14-21).
Solo al conocer a Dios (no superficialmente, sino profundamente, íntimamente) voy a conocer la inmensidad del amor de El.
Vrs. 9-10.
“En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.”
En el amor hay dos tiempos. El tiempo pasado, cuando experimentamos Su amor en la Salvación (Jn 3:16). Y el tiempo presente, hoy. Dios no solo nos amó. También nos ama hoy. Necesitamos, entonces, encontrar las formas en que Dios nos ama hoy: sanidad, provisión, libertad, santidad, provisión, sus regalos diarios para con nosotros, etc.
Jesús oraba constantemente al Padre, no porque tuviera pecado, fuera imperfecto, le faltara unción o poder. El oraba constantemente porque habiéndose despojado de Su gloria y habiendo venido al mundo, necesitaba tener intimidad y comunión con el Padre para renovar cada día la experiencia del amor del Padre.
El amor es adictivo. Dios, que nos ama, nos anhela celosamente (Sant 4:5, Cant 2:14). Si verdaderamente lo hemos conocido entonces lo vamos a anhelar, vamos a anhelar tener la comunión constante con El.
Cuando fuimos salvos, conocimos el amor de Dios para con nosotros, como pecadores. Pero hoy, necesitamos conocer el amor que Dios nos tiene como hijos (no como siervos, no como ministros, no como amigos, como hijos) y ello implica la necesidad de tener intimidad y comunión constante con El así como El la desea tener con nosotros. El amor de Dios en la Salvación, si bien es la máxima manifestación del amor de Dios para con nosotros, es solo el principio del conocimiento del amor de Dios para con nosotros. Necesitamos crecer en el conocimiento de El cada día (Lam 3:22-23, Efe 3:18, Efe 1:15-19).
El amor se inicia en Dios, no en nosotros. El toma la iniciativa, nosotros solo respondemos a esa iniciativa amorosa de el.
No solo se trata de ser hijo, se trata de tener comunión con El, de vivir como hijos.
Vrs. 11.
“Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros.”
Los primeros dos mandamientos de la ley de Dios: amar a Dios y amar al prójimo, requieren de una condición previa. Primero somos amados, y después amamos. Primero necesitamos experimentar el amor de Dios, dejarnos amar por El, y después podemos amarle a El y a otros, porque no podemos dar lo que no tenemos. Damos, de gracia, lo que de gracia hemos recibido (Mat 10:8).
Cuando verdaderamente hemos experimentado el amor de Dios para con nosotros, no solo en la salvación, sino en la vida cotidiana, el amor de hijos, entonces la oración, la lectura de la Palabra, el dar, etc., cambian de obligación a necesidad. La oración se convierte en el tiempo de compartir con Aquel de quién estamos enamorados, en una cita de enamorados. La lectura de la Palabra se convierte en la lectura de la carta de amor de nuestro enamorado, en la que renglón tras renglón, capítulo tras capítulo y libro tras libro, encontramos las múltiples formas en que El manifiesta Su amor para con cada uno de nosotros, y el dar se convierte en un regalo de amor que le damos a nuestro Enamorado, que antes nos dio todo lo que tenemos, somos y podemos.
El conocimiento del amor de Dios también nos cambia la perspectiva de la obediencia y la santidad. Ya no se convierten en una obligación, sino en un tributo de amor a Aquel que nos ama tan grandemente que no queremos ofenderlo en lo más mínimo, que no queremos lastimar Su corazón tan amoroso hacia nosotros.
La Palabra de Dios es maravillosa, riquísima, una delicia incomparable. Pero no voy a experimentar nada de ello hasta que no entiendo y conozco verdaderamente el amor de Dios, que es su sustento, su fundamento. Sin el conocimiento del amor de Dios para con nosotros, la Palabra va a ser mayormente información y letra, en lugar de vida, que es lo que Dios espera que ella produzca en nosotros.
Necesitamos conocer a Dios más allá de sus manos (pedir), necesitamos conocerle a El, conocer Su corazón, y ello solo lo vamos a alcanzar mediante la comunión con El por el Espíritu Santo, que entre otras cosas, para ello nos fue dado. Para mostrarnos el corazón de El, para que le conozcamos, para que nos enamoremos, para que le anhelemos, para que lo busquemos de todo nuestro corazón (1 Cor 2:9-12).
27
Jun
2012