El amor del Padre (2a. parte). Creciendo en el conocimiento del Amor del Padre.
Introducción.
Mat 7:21, Rom 14:17: los que entran al Reino (justicia, paz, gozo, vida abundante y plena) son los que hacen la voluntad de Dios.
Los dos mandamientos más importantes de la ley.
“Entonces los fariseos, oyendo que había hecho callar a los saduceos, se juntaron a una. Y uno de ellos, intérprete de la ley, preguntó por tentarle, diciendo: Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Éste es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.” (Mat 22:34-40).
Amar al Señor con todo nuestro ser.
Amar al prójimo como a nosotros mismos.
La condición previa para cumplir con esos dos mandamientos.
“Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.” (1 Jn 4:19).
“Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor (cumplir los dos mandamientos más importantes de la ley), como también Cristo nos amó (primero experimentó el amor de Dios para con nosotros, y después podemos dar lo que de gracia hemos recibido, a Dios y al prójimo). y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante.” (Efe 5:1-2).
Después de ser salvos, para amar más a Dios y al prójimo, necesitamos crecer en el conocimiento del amor de Dios para con nosotros.
Jesús mismo nos enseño que no es lo mismo ser salvos que conocer el amor del Padre.
“Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos.” (Jn 10:9).
“Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.” (Jn 14:6).
La puerta es el lugar por donde entramos (la salvación).
El camino es la ruta (el discipulado).
Pero el destino es llegar a la intimidad con el Padre.
Jn 3:3-5 nos enseña que una cosa es nacer de nuevo y ver el Reino de Dios y otra es nacer del agua y del espíritu y entrar en el Reino de Dios.
Ver el Reino y entrar en el Reino no es lo mismo.
Por lo tanto, nacer de nuevo no es lo mismo que nacer del agua y del espíritu.
El nacer de nuevo es ser salvos.
El nacer del agua y del espíritu es la renovación de nuestro entendimiento (Rom 12:2, Efe 4:22-24).
Después de ser salvos, necesitamos aplicarnos a crecer en el conocimiento del amor del Padre.
“Por esta causa también yo, habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos (ya eran salvos), no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él (necesitaban, después de ser salvos, crecer en el conocimiento del Padre, de Su amor), alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.” (Efe 1:15-23).
Los efesios ya eran salvos (Pablo escribre: “habiendo oído de vuestra fe”). Ya creían en el Señor Jesucristo.
Pero aparte de ello necesitaban espíritu de sabiduría y revelación en el conocimiento de Dios, del Padre.
Hoy decimos de los que son salvos que ya conocen a Dios, pero no es lo mismo. Son dos cosas diferentes como lo son ver el Reino y entrar en el Reino, entrar por la puerta y caminar el camino, nacer de nuevo y nacer del agua y del espíritu.
“para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones (ser salvos, un evento). a fin de que, arraigados y cimentados en amor (ser discípulos, un proceso), seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. (Efe 3:17-19).
Para ser llenos de la plenitud de vida que Dios tiene para nosotros, la vida y vida en abundancia que Jesús compró para nosotros en la Cruz (Jn 10:10), necesitamos ser llenos de la plenitud de Dios, llenos del conocimiento del Amor del Padre.
Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad. (Lam 3:22-23).
Si sus misericordias son nuevas cada mañana significa:
Que la misericordia de los días anteriores para con nosotros se renovan cada día.
Que hoy vamos a conocer formas de las misericordias de Dios para con nosotros en el pasado que no habíamos visto.
Que hoy vamos a conocer formas nuevas de la misericordia de Dios que nunca habíamos experimentado.
Aún cuando nos apliquemos a conocer el amor del Padre todos los días de nuestra vida, siempre tendremos algo más que conocer de El, porque Su Amor para con nosotros es infinito.
¿Cómo reconocer el amor del Padre para con nosotros?.
PRIMERO. El reconocimiento de que conocerle a El y haber sido salvos y tener la vida y la esperanza que hoy tenemos es por Su elección no por nuestros méritos sino por purisísima gracia (Efe 2:8-9).
Fuimos escogidos por El desde antes de la fundación del mundo (Efe 1:4), sin que todavía existiéramos y por ende, sin que tuviéramos ningún mérito que nos hiciera dignos de la Salvación, y El nos predestinó para ser salvos (Rom 8:28.29).
Por otro lado, fuimos escogidos precisamente porque nuestras vidas iban a carecer totalmente de algún mérito delante de Dios (el que no está enfermo no tiene necesidad de médico, Mat 9:12).
Ni aún en el recibir a Cristo hay méritos de nuestra parte. Antes de ello estábamos cegados en los ojos de nuestro entendimiento para que no pudiéramos conocer el Evangelio (2 Cor 4:4). Dios en su misericordia, estando nosotros ciegos, envío al Espíritu Santo a nuestra vida para que tuviéramos convicción de pecado, de arrepentimiento y de juicio (Jn 16:8) y que pudiéramos ver Su Amor y recibir a Cristo, porque nadie puede llamar a Jesús Señor sino por el Espíritu Santo (1 Cor 12:3). Así que en nuestra salvación, Dios lo hizo todo por nosotros sin ningún mérito o participación de nuestra parte. Fuimos salvos por su purisísima gracia.
Cuando dimensionamos correctamente este hecho, entonces estamos preparados para crecer en la experiencia del amor de Dios: porque “al que mucho se le perdona mucho ama” (Luc 7:40-43).
La “buenitis”, por lo general, puede convertir a las personas en religiosos y legalistas, juzgadores de los demás (como no reconocen el amor de Dios por ellas, no son llenas de ese amor, y por lo tanto no pueden amar a los demás en plenitud, y por ende, no pueden perdonar los errores y/o pecados de los demás como Cristo los ha perdonado).
Efe 1:3-8.
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo (EL NOS BENDIJO).
Con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió (EL NOS ESCOGIÓ).
En él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él (EL NOS SANTIFICA, 1 Tes 5:23).
En amor habiéndonos predestinado (EL NOS PREDESTINÓ).
Para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo (EL NOS ADOPTO).
Según el puro afecto de su voluntad (POR SU AMOR, SIN NINGÚN MÉRITO DE NUESTRA PARTE).
Para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos (EL NOS HIZO ACEPTOS).
En el Amado, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar (EL LA HIZO SOBREABUNDAR) para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia,
No hay nada en nosotros por lo cual El nos amé, El nos ama por el puro afecto de su voluntad. El nos bendice por El, no por nuestros méritos ni por nuestro servicio. El nos bendice porque ya nos bendijo en los lugares celestiales. La verdadera motivación para servirle, caminar en santidad, crecer en la vida espiritual, etc., no es la búsqueda de Su Amor ni de Su aceptación ni de Su bendición, sino por amor. En tanto no comprendamos esto, en nosotros hay algo de legalismo y/o religiosidad (la búsqueda de hacer méritos delante de Dios).
SEGUNDO. No olvidarnos de donde El nos sacó. Que éramos lo vil, lo débil, lo menospreciado del mundo. (1 Cor 1:26-31).
De este pasaje podemos sacar una conclusión muy clara y evidente: si alguno está en Cristo no es porque fuera bueno, sino porque era lo vil, lo débil, lo menospreciado del mundo.
Y éramos tales no por lo que hiciéramos externamente, sino por lo que había en nuestro corazón: rebelión a Dios, menosprecio de Dios, desobediencia a Dios, quién es el Único que merece toda gloria, honra y alabanza, toda desobediencia, todo respeto.
Algunos, en el Cuerpo de Cristo padecen “buenitis” porque piensan que porque no cometieron “grandes pecados” en sus vidas, eran menos pecadores que otros, menos viles, menos débiles, menos menospreciados.
Sin embargo, en el fondo, todos fuimos iguales, independientemente de si cometimos grandes pecados o no: todos pecamos, todos fuimos rebeldes a Dios, menospreciadores de Dios (al no obedecerle le estábamos menospreciando), y por ende, enemigos de Dios.
Parábola del fariseo y el publicano (Luc 18:9-14). A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido.
Mientras más y mejor entendamos todo aquello que Dios nos perdonó, en esa misma medida va a crecer nuestro amor por El, porque al que mucho se le perdona, mucho ama (Luc 7:40-43).
TERCERO. No olvidarnos de ninguno de sus beneficios (Sal 103:1-2).
Nada tenemos que no nos haya sido dado del cielo (Jn 3:27) (Sal 139:13-16): la vida, la salvación, las personas que nos rodean, las cosas que tenemos, las circunstancias de nuestra vida.
Aunque tal vez todas esas cosas a nuestros ojos no son lo óptimo, no son peores de lo que hubieran podido ser.
Además necesitamos reconocer que no merecíamos nada de Dios por cuanto fuimos desobedientes, pecadores, menospreciadores y enemigos de El y lo único que realmente nos merecíamos era el infierno, y El, no solo nos sacó del camino al infierno en donde íbamos, sino que nos adoptó en Su familia, y nos bendijo con todas las bendiciones que ya tenemos (Efe 1.3), y que en el futuro, en la medida como prospere nuestra alma y busquemos Su Reino y Su Justicia, serán mayores (3 Jn 2, Mat 6:33).
Necesitamos desarrollar un corazón agradecido para con Dios, porque hay muchos hijos e hijas de Dios que no reconocen que lo que Dios les ha dado es más de lo que merecían, y viven quejándose de que otros tienen más que ellos o reciben más que ellos, sin darse cuenta de que ellos también han recibido más de lo que otros han recibido y/o tienen. Y la Palabra nos enseña que el Reino de los Cielos no es de los quejosos sino de los que son esforzados y valientes, que arrebatan el Reino, no de los que se quejan.
Aún cuando Dios no nos diera nada en esta vida, el solo hecho de habernos sacado por la eternidad del infierno y trasladado a Su Reino, como hijos e hijas suyas, adoptándonos en Su familia, y listos para vivir todos sus beneficios en la eternidad, es más que suficiente.
Hab 3:17-19: “Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación. Jehová el Señor es mi fortaleza, El cual hace mis pies como de ciervas, y en mis alturas me hace andar.”
CUARTO. Separados de El nada podemos hacer (Jn 15:5)(Efe 2:10).
Aún cuando podamos hacer muchas cosas por nuestra capacidad y habilidad, esas habilidades y capacidades nos fueron dadas por El desde el vientre de nuestra madre, y El también diseñó todas las circunstancias de nuestra vida para que las pudiéramos desarrollar (Sal 139:13-16).
Por lo tanto, aún ellas son el resultado de Su misericordia para con nosotros.
Todo lo que podemos hacer, todo lo que somos y todo lo que tenemos es por su misericordia, porque a El le plació darnos todo eso desde antes de la fundación del mundo (Efe 1:4) porque El no solo nos tenía planeados sino que planeó también nuestra vida..
El Apóstol Pablo, por el Espíritu Santo, reconoce este hecho fundamental cuando manifiesta en 1 Cor 15:19-10: “Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo.”
QUINTO. Nuestra imperfecta y aun pecaminosa situación actual (Jer 17:9). Nuestro corazón es engañoso y perverso.
Con solo examinar nuestro corazón encontramos una manifestación del maravilloso amor de Dios para con nosotros, porque a pesar de toda la perversidad que hay en él, que es lo que nosotros somos (Prov 23:7), aún así Dios nos ama. Un Dios santo amando a alguien que aún tiene un corazón perverso.
Ninguno de nosotros, por mucho tiempo que hayamos caminado en el Señor, hemos alcanzado ni la medida del varón perfecto ni la estatura de la plenitud de Cristo (Efe 4:13, Fil 1:6).
Aún somos imperfectos, nos equivocamos, cometemos errores y pecamos ya sea de pensamiento, de omisión o de comisión.
En el fondo de nuestro corazón aún hay iniquidad (enemiga de Dios), y a pesar de ello, el amor de Dios por nosotros no decae ni un solo momento (Rom 8:33-39).
Igualmente el Apóstol Pablo, por el Espíritu Santo, reconoce este otro hecho fundamental cuando escribe en Rom 7:21-8:1: “Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado. Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.”
SEXTO. La comunión con Dios por el Espíritu Santo y el anhelo de conocer al Padre, que nos va a enseñar Su corazón, la anchura, profundidad, largura y altura del amor de Dios que excede a todo conocimiento (infinito, Efe 3:18).
1 Cor 2:9-12. “Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido,”
Conclusión.
Seis cosas necesitamos para crecer en el conocimiento del Amor de Dios para con nosotros.
La necesidad de entender que nada había en nosotros para ser salvo. Que es por Su pura Gracia y por Su puro Amor que somos salvos.
No olvidarnos de donde nos sacó Dios, que éramos lo débil, lo vil y lo menospreciado del mundo.
No olvidarnos de ninguno de sus beneficios para con nosotros: Su presencia, la vida, las personas, las cosas que nos rodean a cada instante-..
El entendimiento de que todo lo que podemos hacer es por Su gracia. Que separados de El nada podemos.
Reconocer la perversidad y lo engañoso de nuestro corazón, y aún así, saber que Dios nos ama a pesar de ello.
La comunión constante con El.
Mat 7:21, Rom 14:17: los que entran al Reino (justicia, paz, gozo, vida abundante y plena) son los que hacen la voluntad de Dios.
Los dos mandamientos más importantes de la ley.
“Entonces los fariseos, oyendo que había hecho callar a los saduceos, se juntaron a una. Y uno de ellos, intérprete de la ley, preguntó por tentarle, diciendo: Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Éste es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.” (Mat 22:34-40).
Amar al Señor con todo nuestro ser.
Amar al prójimo como a nosotros mismos.
La condición previa para cumplir con esos dos mandamientos.
“Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.” (1 Jn 4:19).
“Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor (cumplir los dos mandamientos más importantes de la ley), como también Cristo nos amó (primero experimentó el amor de Dios para con nosotros, y después podemos dar lo que de gracia hemos recibido, a Dios y al prójimo). y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante.” (Efe 5:1-2).
Después de ser salvos, para amar más a Dios y al prójimo, necesitamos crecer en el conocimiento del amor de Dios para con nosotros.
Jesús mismo nos enseño que no es lo mismo ser salvos que conocer el amor del Padre.
“Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos.” (Jn 10:9).
“Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.” (Jn 14:6).
La puerta es el lugar por donde entramos (la salvación).
El camino es la ruta (el discipulado).
Pero el destino es llegar a la intimidad con el Padre.
Jn 3:3-5 nos enseña que una cosa es nacer de nuevo y ver el Reino de Dios y otra es nacer del agua y del espíritu y entrar en el Reino de Dios.
Ver el Reino y entrar en el Reino no es lo mismo.
Por lo tanto, nacer de nuevo no es lo mismo que nacer del agua y del espíritu.
El nacer de nuevo es ser salvos.
El nacer del agua y del espíritu es la renovación de nuestro entendimiento (Rom 12:2, Efe 4:22-24).
Después de ser salvos, necesitamos aplicarnos a crecer en el conocimiento del amor del Padre.
“Por esta causa también yo, habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos (ya eran salvos), no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él (necesitaban, después de ser salvos, crecer en el conocimiento del Padre, de Su amor), alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.” (Efe 1:15-23).
Los efesios ya eran salvos (Pablo escribre: “habiendo oído de vuestra fe”). Ya creían en el Señor Jesucristo.
Pero aparte de ello necesitaban espíritu de sabiduría y revelación en el conocimiento de Dios, del Padre.
Hoy decimos de los que son salvos que ya conocen a Dios, pero no es lo mismo. Son dos cosas diferentes como lo son ver el Reino y entrar en el Reino, entrar por la puerta y caminar el camino, nacer de nuevo y nacer del agua y del espíritu.
“para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones (ser salvos, un evento). a fin de que, arraigados y cimentados en amor (ser discípulos, un proceso), seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. (Efe 3:17-19).
Para ser llenos de la plenitud de vida que Dios tiene para nosotros, la vida y vida en abundancia que Jesús compró para nosotros en la Cruz (Jn 10:10), necesitamos ser llenos de la plenitud de Dios, llenos del conocimiento del Amor del Padre.
Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad. (Lam 3:22-23).
Si sus misericordias son nuevas cada mañana significa:
Que la misericordia de los días anteriores para con nosotros se renovan cada día.
Que hoy vamos a conocer formas de las misericordias de Dios para con nosotros en el pasado que no habíamos visto.
Que hoy vamos a conocer formas nuevas de la misericordia de Dios que nunca habíamos experimentado.
Aún cuando nos apliquemos a conocer el amor del Padre todos los días de nuestra vida, siempre tendremos algo más que conocer de El, porque Su Amor para con nosotros es infinito.
¿Cómo reconocer el amor del Padre para con nosotros?.
PRIMERO. El reconocimiento de que conocerle a El y haber sido salvos y tener la vida y la esperanza que hoy tenemos es por Su elección no por nuestros méritos sino por purisísima gracia (Efe 2:8-9).
Fuimos escogidos por El desde antes de la fundación del mundo (Efe 1:4), sin que todavía existiéramos y por ende, sin que tuviéramos ningún mérito que nos hiciera dignos de la Salvación, y El nos predestinó para ser salvos (Rom 8:28.29).
Por otro lado, fuimos escogidos precisamente porque nuestras vidas iban a carecer totalmente de algún mérito delante de Dios (el que no está enfermo no tiene necesidad de médico, Mat 9:12).
Ni aún en el recibir a Cristo hay méritos de nuestra parte. Antes de ello estábamos cegados en los ojos de nuestro entendimiento para que no pudiéramos conocer el Evangelio (2 Cor 4:4). Dios en su misericordia, estando nosotros ciegos, envío al Espíritu Santo a nuestra vida para que tuviéramos convicción de pecado, de arrepentimiento y de juicio (Jn 16:8) y que pudiéramos ver Su Amor y recibir a Cristo, porque nadie puede llamar a Jesús Señor sino por el Espíritu Santo (1 Cor 12:3). Así que en nuestra salvación, Dios lo hizo todo por nosotros sin ningún mérito o participación de nuestra parte. Fuimos salvos por su purisísima gracia.
Cuando dimensionamos correctamente este hecho, entonces estamos preparados para crecer en la experiencia del amor de Dios: porque “al que mucho se le perdona mucho ama” (Luc 7:40-43).
La “buenitis”, por lo general, puede convertir a las personas en religiosos y legalistas, juzgadores de los demás (como no reconocen el amor de Dios por ellas, no son llenas de ese amor, y por lo tanto no pueden amar a los demás en plenitud, y por ende, no pueden perdonar los errores y/o pecados de los demás como Cristo los ha perdonado).
Efe 1:3-8.
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo (EL NOS BENDIJO).
Con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió (EL NOS ESCOGIÓ).
En él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él (EL NOS SANTIFICA, 1 Tes 5:23).
En amor habiéndonos predestinado (EL NOS PREDESTINÓ).
Para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo (EL NOS ADOPTO).
Según el puro afecto de su voluntad (POR SU AMOR, SIN NINGÚN MÉRITO DE NUESTRA PARTE).
Para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos (EL NOS HIZO ACEPTOS).
En el Amado, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar (EL LA HIZO SOBREABUNDAR) para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia,
No hay nada en nosotros por lo cual El nos amé, El nos ama por el puro afecto de su voluntad. El nos bendice por El, no por nuestros méritos ni por nuestro servicio. El nos bendice porque ya nos bendijo en los lugares celestiales. La verdadera motivación para servirle, caminar en santidad, crecer en la vida espiritual, etc., no es la búsqueda de Su Amor ni de Su aceptación ni de Su bendición, sino por amor. En tanto no comprendamos esto, en nosotros hay algo de legalismo y/o religiosidad (la búsqueda de hacer méritos delante de Dios).
SEGUNDO. No olvidarnos de donde El nos sacó. Que éramos lo vil, lo débil, lo menospreciado del mundo. (1 Cor 1:26-31).
De este pasaje podemos sacar una conclusión muy clara y evidente: si alguno está en Cristo no es porque fuera bueno, sino porque era lo vil, lo débil, lo menospreciado del mundo.
Y éramos tales no por lo que hiciéramos externamente, sino por lo que había en nuestro corazón: rebelión a Dios, menosprecio de Dios, desobediencia a Dios, quién es el Único que merece toda gloria, honra y alabanza, toda desobediencia, todo respeto.
Algunos, en el Cuerpo de Cristo padecen “buenitis” porque piensan que porque no cometieron “grandes pecados” en sus vidas, eran menos pecadores que otros, menos viles, menos débiles, menos menospreciados.
Sin embargo, en el fondo, todos fuimos iguales, independientemente de si cometimos grandes pecados o no: todos pecamos, todos fuimos rebeldes a Dios, menospreciadores de Dios (al no obedecerle le estábamos menospreciando), y por ende, enemigos de Dios.
Parábola del fariseo y el publicano (Luc 18:9-14). A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido.
Mientras más y mejor entendamos todo aquello que Dios nos perdonó, en esa misma medida va a crecer nuestro amor por El, porque al que mucho se le perdona, mucho ama (Luc 7:40-43).
TERCERO. No olvidarnos de ninguno de sus beneficios (Sal 103:1-2).
Nada tenemos que no nos haya sido dado del cielo (Jn 3:27) (Sal 139:13-16): la vida, la salvación, las personas que nos rodean, las cosas que tenemos, las circunstancias de nuestra vida.
Aunque tal vez todas esas cosas a nuestros ojos no son lo óptimo, no son peores de lo que hubieran podido ser.
Además necesitamos reconocer que no merecíamos nada de Dios por cuanto fuimos desobedientes, pecadores, menospreciadores y enemigos de El y lo único que realmente nos merecíamos era el infierno, y El, no solo nos sacó del camino al infierno en donde íbamos, sino que nos adoptó en Su familia, y nos bendijo con todas las bendiciones que ya tenemos (Efe 1.3), y que en el futuro, en la medida como prospere nuestra alma y busquemos Su Reino y Su Justicia, serán mayores (3 Jn 2, Mat 6:33).
Necesitamos desarrollar un corazón agradecido para con Dios, porque hay muchos hijos e hijas de Dios que no reconocen que lo que Dios les ha dado es más de lo que merecían, y viven quejándose de que otros tienen más que ellos o reciben más que ellos, sin darse cuenta de que ellos también han recibido más de lo que otros han recibido y/o tienen. Y la Palabra nos enseña que el Reino de los Cielos no es de los quejosos sino de los que son esforzados y valientes, que arrebatan el Reino, no de los que se quejan.
Aún cuando Dios no nos diera nada en esta vida, el solo hecho de habernos sacado por la eternidad del infierno y trasladado a Su Reino, como hijos e hijas suyas, adoptándonos en Su familia, y listos para vivir todos sus beneficios en la eternidad, es más que suficiente.
Hab 3:17-19: “Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación. Jehová el Señor es mi fortaleza, El cual hace mis pies como de ciervas, y en mis alturas me hace andar.”
CUARTO. Separados de El nada podemos hacer (Jn 15:5)(Efe 2:10).
Aún cuando podamos hacer muchas cosas por nuestra capacidad y habilidad, esas habilidades y capacidades nos fueron dadas por El desde el vientre de nuestra madre, y El también diseñó todas las circunstancias de nuestra vida para que las pudiéramos desarrollar (Sal 139:13-16).
Por lo tanto, aún ellas son el resultado de Su misericordia para con nosotros.
Todo lo que podemos hacer, todo lo que somos y todo lo que tenemos es por su misericordia, porque a El le plació darnos todo eso desde antes de la fundación del mundo (Efe 1:4) porque El no solo nos tenía planeados sino que planeó también nuestra vida..
El Apóstol Pablo, por el Espíritu Santo, reconoce este hecho fundamental cuando manifiesta en 1 Cor 15:19-10: “Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo.”
QUINTO. Nuestra imperfecta y aun pecaminosa situación actual (Jer 17:9). Nuestro corazón es engañoso y perverso.
Con solo examinar nuestro corazón encontramos una manifestación del maravilloso amor de Dios para con nosotros, porque a pesar de toda la perversidad que hay en él, que es lo que nosotros somos (Prov 23:7), aún así Dios nos ama. Un Dios santo amando a alguien que aún tiene un corazón perverso.
Ninguno de nosotros, por mucho tiempo que hayamos caminado en el Señor, hemos alcanzado ni la medida del varón perfecto ni la estatura de la plenitud de Cristo (Efe 4:13, Fil 1:6).
Aún somos imperfectos, nos equivocamos, cometemos errores y pecamos ya sea de pensamiento, de omisión o de comisión.
En el fondo de nuestro corazón aún hay iniquidad (enemiga de Dios), y a pesar de ello, el amor de Dios por nosotros no decae ni un solo momento (Rom 8:33-39).
Igualmente el Apóstol Pablo, por el Espíritu Santo, reconoce este otro hecho fundamental cuando escribe en Rom 7:21-8:1: “Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado. Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.”
SEXTO. La comunión con Dios por el Espíritu Santo y el anhelo de conocer al Padre, que nos va a enseñar Su corazón, la anchura, profundidad, largura y altura del amor de Dios que excede a todo conocimiento (infinito, Efe 3:18).
1 Cor 2:9-12. “Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido,”
Conclusión.
Seis cosas necesitamos para crecer en el conocimiento del Amor de Dios para con nosotros.
La necesidad de entender que nada había en nosotros para ser salvo. Que es por Su pura Gracia y por Su puro Amor que somos salvos.
No olvidarnos de donde nos sacó Dios, que éramos lo débil, lo vil y lo menospreciado del mundo.
No olvidarnos de ninguno de sus beneficios para con nosotros: Su presencia, la vida, las personas, las cosas que nos rodean a cada instante-..
El entendimiento de que todo lo que podemos hacer es por Su gracia. Que separados de El nada podemos.
Reconocer la perversidad y lo engañoso de nuestro corazón, y aún así, saber que Dios nos ama a pesar de ello.
La comunión constante con El.
02
Jul
2012