Módulo 109. Propósito, destino y visión.
TEMA No. 3.
LOS PROPÓSITOS GENERALES DE DIOS. DESCRIPCIÓN.
Introducción.
Prov 29:18: sin visión no vamos a vivir la vida abundante (Jn 10:10) que Dios tiene para nosotros.
Para vivir la vida abundante, entonces, necesitamos encontrar la visión específica de Dios para cada uno de nosotros (Jer 29.11).
Esa visión se forma de dos cosas: los propósitos generales de Dios y el propósito específico (el donde, cuando y como) para cada uno.
Los propósitos generales de Dios.
Están constituidos por tres grupos de experiencias de vida:
• Experimentar el amor de Dios.
• Amar a Dios con todas nuestras fuerzas.
• Amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
Experimentando el amor de Dios.
1 Jn 4:19. Antes de poder amar a Dios y al prójimo, necesitamos experimentar el amor. Y el amor no es un sentimiento ni una decisión, sino una persona. Dios. Por ello para experimentar el amor de Dios necesitamos dos cosas.
PROPÓSITO 1. Ser SALVO (Jn 1:12). Sin ser salvos no podemos ni siquiera pensar en la posibilidad, aunque sea mínima, de poder cumplir con ninguno de los propósitos de Dios. Ello es así porque si no somos salvos, si no hemos nacido de nuevo, vivimos en la vieja naturaleza, la carne, que por definición, es contraria a Dios, contraria a sus propósitos, egoísta, es decir, enfocado solo en el cumplimiento de sus propios propósitos, no de los de Dios. Ser salvo implica establecer una relación viva, dinámica, con Dios a través de nuestro Señor Jesucristo (Rom 10:8-10) y de la guianza del Espíritu Santo (Rom 8:14). Es el reconocimiento de que el Señor Jesucristo es nuestro Señor (el que manda en nuestras vidas) y nuestro Salvador (el que pagó el precio de nuestros pecados con Su muerte y Su Sangre en la Cruz).
Ser salvos implica también el nacer de nuevo, es decir, recibir una nueva naturaleza (2 Cor 5:17, 1 Ped 1:23) conforme a la naturaleza de Dios (1 Ped 1:4), que nos capacita para cumplir con los propósitos de El. Antes de ser salvos los propósitos de Dios pueden ser buenas intenciones, pero con la naturaleza divina, después de la salvación, esos propósitos ya no son solo intenciones sino que pueden convertirse en acciones, y más allá de ello, en una forma de vida, que es en última instancia, el propósito de Dios detrás de todos ellos.
Pero la salvación solo es la puerta (Jn 10:7) que nos lleva a la plena experiencia del amor del Padre. Aparte de ella necesitamos caminar en el amor de Dios cada día para llegar al Padre (Jn 14:6) por medio de Jesucristo.
PROPÓSITO 2. DESARROLLAR NUESTRA RELACIÓN CON EL PADRE (Efe 1:17-19) como hijos (Jn 1:12). En varios pasajes de las Escrituras se nos habla de la importancia y necesidad del crecimiento en la relación con nuestro Padre (Efe 1:17-19, Efe 3:18-19, Gal 4:1-2, 1 Cor 3:1-3, Efe 4:15-16). Esa relación no es algo que solo tenemos, sino algo que desarrollamos cada día. Dios nos crea, no para que seamos sus siervos (El no nos necesita para hacer cosas), sino para que seamos sus hijos e hijas (Jn 1:12), para amarnos. Somos el objeto de su amor, porque El es amor (1 Jn 4:8) y el amor que no se da, se muere. Y además, el amor solo se da entre iguales (por eso nos hizo a Su imagen y semejanza). Lam 3:22-23 nos enseña que las misericordias de Dios (manifestaciones de Su amor), son nuevas cada mañana. Lo que implica que cada día va a renovar su misericordia pasada para con nosotros, pero también que hoy vamos a reconocer nuevas formas de su misericordia en el pasado, y adicionalmente, también hoy vamos a conocer formas de la misericordia de Dios que no había experimentado antes.
El desarrollar nuestra relación con el Padre no es una obligación ni un deber, es una necesidad y una respuesta de amor hacia El. La Palabra nos enseña que el Espíritu que El ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente (Sant 4:5), y también en el Libro de Cantares (Cant 2:14) el Novio (Dios) le dice a la Novia (nosotros): “muéstrame tu rostro, hazme oír tu voz”, lo que evidencia un anhelo del corazón de Dios por tener una creciente relación con nosotros. De hecho, el Libro de Cantares, entre otras cosas, nos enseña que nuestra relación con El es un proceso, no es algo que ya está en su estado perfecto, sino que se desarrolla a través de por lo menos cuatro etapas (Jn 3:30, Mat 16:24, Mar 8:34, Luc 9:23):
En la primera, la novia se refiere a ella y a su amado como: “mi amado es mío” (Cant 1:13-14). Es la etapa de los bebés, en la que nosotros somos el centro de todo: dame, hazme, ponme, quítame, tráeme, (me, me, me,), etc. Dios más que Dios, es proveedor, dador, bendecidor, pero todo en función de nosotros mismos.
En la segunda, la novia se refiere a ellos como “mi amado es mío y yo soy de mi amado” (Cant 2.16). Es la etapa de la niñez en la que nosotros, si bien seguimos siendo el centro, comenzamos a crecer en la consideración de la importancia de Dios. Nos damos cuenta de que Dios es importante, aunque nosotros seguimos ocupando el centro de la atención.
En la tercera, la novia se refiere a ellos como “yo soy de mi amado y mi amado es mío” (Cant 6:3). Es la etapa de la adolescencia, cuando comenzamos a notar que Dios es mucho más relevante que nosotros, y que Dios no vive para nosotros sino que nosotros vivimos para El, aunque todavía hay bastante “yo” en la relación.
En la cuarta, la novia se refiere a ellos como “yo soy de mi amado” (Cant 7.10). Esta es la etapa de la madurez, cuando nosotros ya no importamos; importa solamente El. El se convierte en el centro de todo, en el todo de nuestra vida. Nosotros somos y existimos en función de El (Hch 17:28) y no al revés. Que todo lo que somos, tenemos y podemos es solamente por El (Jn 15:5), y que vivimos para El no para nosotros (Gal 2:20).
Desgraciadamente, en el Cuerpo de Cristo, un montón de personas (legalistas y religiosos), día a día, viven poniéndole barreras y trabas al amor incondicional de Dios (el cumplimiento de normas y el cumplimiento de ritos previo a experimentar Su Amor). En ello hay un error fundamental. Las personas pretenden ser cambiadas en su corazón por sus propias fuerzas antes de experimentar Su amor. Pero el método de Dios es amarnos, transformar nuestro corazón y finalmente transformar nuestras acciones (pecados). Pero como no lo entienden, todo el tiempo están en una lucha que va de derrota en derrota, de temor en temor, tratando de cambiar lo que no pueden cambiar, y privándose de lo único que si los puede cambiar: el Amor de Dios (1 Jn 4:17-18, 1 Ped 4:8).
Ellos ponen la obediencia como requisito para el amor, la aceptación y la bendición de Dios. Pero la obediencia no es algo que podamos conseguir en la carne, por nuestras propias fuerzas (la carne es rebelde por su propia naturaleza –la naturaleza caída--). La obediencia solo la puedo alcanzar por el amor. Lo que implica que no es primero la obediencia y después el amor, sino al contrario, primero el amor y después la obediencia. Por ello 1 Ped 1:13-18 nos enseña que como hijos –experimentados en una relación de amor con el Padre- seamos obedientes para llegar a ser santos como El es santo.
Amando a Dios.
Como ya lo vimos en el capítulo anterior, ello sucede de cuatro formas.
PROPÓSITO 3. La ADORACIÓN.
La adoración es un estilo de vida de dedicación absoluta a Dios, que implica la obediencia a Su Palabra y a Su dirección por medio de Su Espíritu Santo, no solo un tiempo de cantos y reconocimiento a Dios, sino una vida total vivida bajo Su Voluntad, haciendo todas las cosas que hacemos para agradarle a El, para Su Gloria. No es cuestión de dedicarle un tiempo al Señor. Es que el sea el Todo de nuestra vida todo el tiempo, en todo lugar, en toda actividad, en toda circunstancia. Que todo lo que hagamos sea para agradar a Dios (Col 3:22-24)(Jn 4:23). Dios no quiere ser solo el primer lugar en mi vida, sino todo en ella.
Si Dios es el primer lugar ello implica que hay algo que es segundo, otro que es tercero, otro cuarto, etc., y todo el tiempo van a tratar de competir en nosotros, aliándose con la carne, para quitar a Dios del primer lugar. Era lo que le sucedía a los Israelitas. Dios era el primer lugar en su vida, pero de pronto, las otras cosas que habían dejado como secundarias, comenzaban a competir con Dios y ellos se extraviaban (la comida, el agua, la seguridad, la comodidad, etc.). Es lo mismo que nos enseña Jesús en la Parábola de la Gran Cena, en Luc 14:15-24: unos pusieron en segundo plano al Señor por los negocios, las propiedades y la familia.
Necesitamos entender que si Dios es Dios, El es la plenitud que todo lo llena en todo (Efe 1:23), y por ende, necesitamos que sea el todo de nuestras vidas. Si Dios no es el todo en nosotros, no es plenamente Dios para nosotros. Es posible que tengamos entonces otras cosas que compiten con Dios -otros dioses o ídolos-- (lo que equivale a idolatría, Jer 17.5-9).
La adoración no es un momento, es la vida entera, un estilo de vida centrado en Dios, en Su Palabra, en Su dirección, para Su gloria, haciendo todo para agradarle a El, no por obligación sino por la inmensidad del amor que El nos ha manifestado. La adoración no es instantánea, sino resultado de un proceso de crecimiento y de madurez que va de la salvación al amor del Padre (Jn 14:6). Por ello Jesús nos enseña que el Padre está buscando adoradores en Espíritu y en Verdad (integrales, totales) (Jn 4:23, Rom 12:1-2).
PROPÓSITO 4. COMUNIÓN FAMILIAR. Pertenecer plenamente a la familia de Dios. No solo ser su hijo o hija nominal, sino activa, participativamente. Cuando el Señor nos salva, inmediatamente nos integra a Su Cuerpo, para que seamos un miembro de El. En el cuerpo humano, todos los miembros trabajan activamente, ejercen una función, e igualmente en el cuerpo de Cristo (1 Cor 12). No hay miembro sin función, no hay miembro sin participación activa, no hay miembro sin desarrollar una actividad. No se trata solo de ir a los servicios o cultos, se trata de estar involucrado activamente en la vida y actividad de la Iglesia, no solo local, sino universal, independientemente de nuestras diferencias.
Somos hermanos y nos integramos y participamos activamente unos con otros, no porque seamos iguales y pensemos igual, sino porque somos hijos de un mismo Padre. Un montón de personas en la Iglesia Cristiana no aceptan ni aman a otros porque no son iguales a ellos (en sus normas, en sus ritos). Se nos olvida que en la carne, los hermanos no pensamos igual, no nos vestimos igual, no hacemos lo mismo, etc., pero ello no implica que no seamos hermanos. Somos hermanos porque somos hijos de un mismo padre. Igual es en la Iglesia. No somos hermanos porque seamos iguales sino porque somos hijos de Dios. Lo curioso de ello es que muchas de esas personas rechazan a sus hermanos en Cristo obviando el hecho fundamental de que ellos son amados por Dios, lo que implica que se ponen más exigentes que Dios para amar a sus hermanos.
Integrarnos a la familia de Dios, pertenecer plenamente a la familia de Dios, también implica una relación de dar y recibir con nuestros hermanos. Cada miembro del cuerpo humano tiene una función específica, y recibe una habilidad especial para ejercer esa función. Con esa función se beneficia todo el cuerpo. Sin el ejercicio de esa función (enfermedad) todo el cuerpo sufre. Igual es en el Cuerpo de Cristo. Cada uno de los miembros hemos sido dotados de por lo menos un don –en la práctica en realidad es más bien una combinación de varios-- (1 Cor 12:7, 1 Cor 12:11, 1 Cor 12:18) para ejercer una función específica. Si no cumplimos con esa función (si algún miembro sufre) todos somos afectados (todos los miembros sufren (1 Cor 12:26). Todos los miembros nos necesitamos unos a otros, no habiendo ninguno más valioso que los otros, solo diferencias de responsabilidad (1 Cor 12:15-18, 1 Cor 12:21). En consecuencia, integrarnos al Cuerpo de Cristo, a la familia de Dios, implica estar ejerciendo una función de servicio que beneficie a todos los demás miembros del Cuerpo. Al ejercer esa función dentro de la Iglesia nos estamos entrenando no solo para cumplir también el propósito de Servicio, sino además ello está formando Fruto de carácter en nosotros.
Por lo tanto, integrarnos a la familia de Dios plenamente no es una obligación sino una necesidad, además de que la participación en ella trae a nuestras vidas bendición y vida eterna (Sal 133:1-3). Por ello, el Apóstol Pablo en Heb 10:25 nos exhorta a que no nos dejemos de congregar, como algunos tienen por costumbre.
PROPÓSITO 5. FRUTO. Formar nuestro carácter de acuerdo al carácter de Cristo (Rom 8.28-29, Gal 5:22-23) que es el mismo carácter del Padre. Que El crezca en nosotros y nosotros mengüemos (Jn 3:30). Que nuestra forma de pensar y vivir sea transformada del modo del mundo al modo de Dios (Rom 12:2, Efe 4:22-23). Que el fruto del Espíritu se manifieste plena y permanentemente en todos los instantes de nuestra vida (Gal 5:22-23). El ser amados por El y amarle, además de que Su carácter sea formado en nosotros, nos va a llevar a la obediencia a Su Palabra (Jn 14:21, Jn 14:23) y a la santidad sin la cual nadie verá al Señor (Heb 12:14, 1 Ped 1:13-18).
Y ese carácter lo forma Dios en nosotros a través de todas las circunstancias de nuestra vida, sean positivas, negativas o neutrales (Rom 8:28-29). Es más, como Dios quiere formar cada una de las partes del fruto del Espíritu en nosotros (amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio, Gal 5:22-23), el va a permitir situaciones en nuestra vida que no den como resultado natural alguna de esas características, para que necesitemos echar mano de la guianza, la dirección, la sabiduría y el poder de Su Espíritu, para que se manifiesten esas características en medio de la situación. Ello quiere decir que si necesitamos desarrollar amor, El va a permitir que a nuestro lado hayan personas difíciles de amar, para que echemos mano de Su amor para amarlas; si necesitamos desarrollar gozo, va a permitir situaciones que no nos lo produzcan, para que hechemos mano de Su gozo para pasar en medio de la situación; si necesitamos desarrollar paciencia, va a permitir situaciones en nuestra vida que nos produzcan impaciencia, para que echemos mano de Su paciencia y así poder superar esa situación, y así sucesivamente.
En la vida del creyente, el carácter es más importante que los dones como lo evidencia el caso de Judas. El, al igual que todos los demás discípulos cuando fueron enviados por Jesùs a las ovejas perdidas de Israel, recibió dones (Mat 10:5-8) además de la asignación de la tesorerìa de Jesùs (Jn 12:6, Jn 13:29), pero las fallas de su carácter lo convirtieron en el “hijo de perdición” (Jn 17:12). El caràcter es tambièn màs importante que las bendiciones materiales como lo demuestra el caso de Lot, quién por ir detràs de las riquezas, puso sus tiendas rumbo a Sodoma y Gomorra y perdiò todo cuando estas ciudades fueron destruìdas, incluìda su esposa; y tambièn sus hijas fueron afectadas por el pecado de esas ciudades aunque tuvieron riquezas. El caràcter es tambièn màs importante que el èxito como lo demuestra el Libro de Eclesiastès en cuanto a Salomòn. Tenìa todas las riquezas, todo el èxito del mundo, todos los placeres, todas las cosas a su disposiciòn, pero su vida era “vanidad de vanidades”, hasta que finalmente reconoce que el todo del ser humano es temer a Dios y guardar sus mandamientos (Ecle 12.13).
Los dones, las habilidades, las capacidades, las riquezas, el èxito, no abren las puertas del Reino de los Cielos, solo el hacer la voluntad de Dios (Mat 7:21), y ello equivale a manifestar el caràcter de Cristo (Rom 8:29) que equivale al fruto del Espìritu (Gal 5:22-23).
PROPÓSITO 6. MAYORDOMÍA. Que seamos buenos administradores (mayordomos) de todo lo que Dios nos ha dado (1 Ped 4:10-11, Gen 2:15), cuidándolo, desarrollándolo y usándolo conforme a sus propósitos (que lo disfrutemos -1 Tim 6:17- y para que bendigamos a otros –Rom 12:1-3, 2 Cor 9:10-11, 2 Cor 8:13-15).
De acuerdo a los dones que Dios nos ha dado, necesitamos ministrarlos a los demás (bendecir sus vidas con lo que Dios nos ha dado), como buenos administradores de Su multiforme gracia. Dios nos da todas las cosas para que las administremos de acuerdo a sus principios, para que las disfrutemos y para que con ellas bendigamos a otras personas. La mayordomía no implica solo el dinero, como es el enfoque tradicional actual en relación con la mayordomía, sino que implica todas las cosas que Dios nos ha dado porque nada nos es dado que no nos sea dado del cielo (Jn 3:27): nuestra relación con El, nuestro ser (espíritu, alma y cuerpo) el matrimonio y la familia, las relaciones con las demás personas, el trabajo, el tiempo, los dones y el ministerio, el medio ambiente, etc., para que la abundancia nuestra supla la escasez de otros, y viceversa (2 Cor 8 y 9, Gen 12:1-3).
De acuerdo a lo que nos enseña la Palabra, Dios espera de nosotros que seamos fieles en esa administración (1 Cor 4:2) porque en el final de los tiempos, cuando nos presentemos delante de El, necesitaremos dar cuentas de todos los talentos (dones, regalos) que El nos dio (Parábola de los Talentos, Mat 25:14-30) y de cómo los usamos para Su Gloria (Col 3:22-24), porque de ello van a depender nuestras recompensas en la vida eterna (1 Cor 3:9-15). ¿Cómo podemos desarrollar una buena mayordomía de todas esas cosas? Conociendo los principios que enseña la Palabra de Dios al respecto del desarrollo y/o uso de esas cosas y manteniendo la comunión con el Espìritu Santo para que nos guiè en ello.
Amando al prójimo.
Ello tambièn se manifiesta de por lo menos cuatro formas.
PROPÓSITO 7. EVANGELISMO. Amamos al prójimo cuando le evangelizamos El evangelismo no es una opción para nosotros, es una asignación que nos ha sido dada a todos sin excepción (Mar 16:15-18), que está incluida en la Gran Comisión (Mat 28.18-20). Evangelizar es presentarle a las personas la oportunidad de reconocer a Jesús como el Señor de sus vidas (Rom 10:8-10), que incluye el reconocerle como Su Salvador.
En 2 Cor 5:17-18 la Palabra nos enseña que si somos salvos, si verdaderamente estamos en Cristo habiendo entregado nuestras vidas a Su Señorìo, no solo somos nuevas criaturas habiendo pasado todas las cosas viejas y habiendo sido hechas todas nuevas, sino que además, hemos recibido el ministerio de la reconciliación, en primer lugar, de las personas con Dios, es decir, el ministerio de compartirles y testificarles de Cristo para que la venda que los tiene cegados en su entendimiento sea quitada (2 Cor 4:4) y puedan aceptar en sus vidas el sacrificio de Cristo en la Cruz por sus pecados y Su Señorío (Rom 10:8-10).
Esa no es solamente una opciòn que tenemos todos los y las creyentes, es un mandamiento (Mar 16:15-18) cuyo cumplimiento no surge de la obligaciòn sino del amor que Dios nos ha manifestado (2 Cor 5:14) y que por la gracia recibida de El, queremos compartir y hacer participes a los demàs (lo que de gracia hemos recibido, necesitamos darlo tambièn de gracia, Mat 10:8), ademàs de que queremos cumplir el deseo del corazòn del Padre que quiere que todas las personas sean salvas y vengan al conocimiento de la verdad (1 Tim 2:1-4).
PROPÓSITO 8. DISCIPULADO. Amamos al prójimo cuando le discipulamos (Mat 28.18-20, 2 Tim 2:2) es decir, le ayudamos, dando de gracia lo que de gracia hemos recibido, a desarrollar una relación dinámica, como hijo obediente, con el Padre (1 Ped 1.13-18), enseñándoles a guardar todo lo que El nos ha mandado.
El propósito derivado del Evangelismo, y complementario con este, es el Discipulado (Mat 28:18-20). Es decir, el desarrollo y crecimiento de la persona en la vida en Cristo enseñàndole a guardar todo lo que Dios nos ha mandado y que alcance cada uno y todos los propòsitos de Dios para su vida. Como resultado de ello, la persona va a renovar su entendimiento (Rom 12:2, Efe 3:22-24), para que alcance mayores niveles de conocimiento del amor de Dios que excede a todo conocimiento (Efe 3:14-21) y mayores niveles de madurez y perfeccionamiento en Cristo (Fil 1:6), que a su vez lo van a conducir a mayores niveles de obediencia, santidad (1 Ped 1:13-18), bendiciòn y plenitud en Cristo (3 Jn 2, Jn 10:10).
En la vida del creyente, el evangelismo es la puerta (Jn 10:7, Jn 10:9) y el discipulado es el camino (Jn 14.6). Por el evangelismo nacemos de nuevo y vemos el Reino (Jn 3:3) pero por el discipulado nacemos del agua y del espìritu y entramos en el Reino de Dios (Jn 3:5).
PROPÓSITO 9. SERVIR (Mar 10:42-45). Amamos al prójimo también, cuando le servimos con nuestras habilidades, capacidades y dones, ayudándolo a suplir sus necesidades –materiales, emocionales y/o espirituales- de alguna manera concreta. La Palabra es clara en el sentido de que servir a los demás necesita ser parte de nuestro estilo de vida (Mar 10.42-45).
No es una opción, es parte del estilo de vida del creyente en Cristo. Es complementario a desarrollar el carácter de Cristo en nosotros (Fil 2:1-8). Además es parte de la necesidad de la nueva naturaleza que hemos recibido en la salvación. Así como para el pecador lo natural es pecar, para el hijo de Dios lo natural es servir. Es una necesidad de nuestra nueva naturaleza que a su vez la desarrolla. Por lo tanto, màs allà de un mandato, una obligaciòn o de la tarea que debemos realizar es una necesidad para alcanzar la madurez, y por ende, la plenitud de vida, en Cristo. Sin servicio no hay crecimiento.
Por otro lado, la motivaciòn para servir no puede ser otra que la de parecernos a Aquel que dio la vida por nosotros, la de parecernos a nuestro Padre. La Palabra nos enseña que Jesùs vino a manifestar al Padre, y toda la vida de Jesùs fuè un servicio a nosotros. Jesùs, “siendo en forma de Dios, no estimò el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojò a sì mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres” (Fil 2:6-7). Si El, siendo el Hijo de Dios, se despojò a sì mismo para servirnos, nosotros, por amor, necesitamos tambièn despojarnos de nosotros mismos para servir a los demàs (Fil 2:3-4). El motivo del servicio, y no solo la tarea en sì misma, son importantes para Dios, tal como nos lo comprueba y enseña Mat 7:21-23, que se refiere a personas que si bien servìan en la obra de Dios, cumplìan asignaciones en la obra, fueron desechados porque no lo hicieron por el motivo correcto. Al servir perseguìan motivos personales, egoìstas, en lugar de servir por amor. La paràbola del Buen Samaritano (Luc 10:25-37) nos da un buen ejemplo y enseñanza acerca del servicio que le agrada a Dios. El servicio agradable a Dios siempre tiene en mente bendecir a las personas, por sobre la tarea a realizar. Las personas son el fin, la tarea, el servicio, es el medio.
PROPÓSITO 10. Transformación. Amamos al prójimo, y también a Dios, cuando nos involucramos en la transformación de nuestro entorno (actividades, relaciones con las personas y relaciones con las cosas que nos rodean), para traerlas bajo el Señorío de Cristo (2 Cor 5:17-21, Rom 8:19-21, Col 1:18-20), es decir, bajo los principios de la Palabra de Dios para ellas, que significa que buscamos en todas nuestras actividades y relaciones, el Reino de Dios y Su justicia (Mat 6:33), que el Reino de Dios sea establecido plenamente en la tierra y Su voluntad sea hecha en la tierra, en todas las cosas, como es hecha en el cielo (Mat 6:10).
Este propósito constituye la segunda parte de lo que nos enseña la Palabra en 2 Cor 5:17-20, respecto del ministerio de la reconciliación. Luc 19:10 nos enseña que Jesús vino a rescatar todo lo que se había perdido, y lo que se perdió en la caída no fue solamente la relación con Dios, sino también la relación con las personas y con las cosas (la creación de Dios). Parte de la reconciliación es reconciliar todo con Cristo (Rom 8:19-21, Col 1.18-20), es decir, que nuestra relación con ellas y entre ellas sea una relación fundamentada en los principios de la Palabra de Dios (el Reino de Dios y Su Justicia, Mat 6:33). Ello significa que nuestras actividades y relaciones se enmarquen dentro de lo que dice la Palabra de Dios, lo que implica que el cristianismo que profesamos no solo debe invadir nuestra vida privada, sino nuestra vida completa en todos sus ámbitos, actividades y relaciones. Mat 13.33 nos enseña que el Reino de Dios es como una mujer que tomó tres medidas de levadura, las metió adentro de la mesa y leudó toda la masa, lo que implica que la iglesia (la mujer) prepara tres medidas de levadura (los creyentes) que los introduce en la masa (el mundo) para transformarlo (leudó la masa). Dios no solo quiere salvar personas, quiere transformar el mundo (venga Tú Reino, hágase Tu voluntad en la tierra como en el cielo, Mat 6:10). Por eso también nos enseña que somos la luz del mundo y la sal de la tierra (la luz y la sal transforman lo que tocan) (Mat 5.13-16). Los creyentes verdaderos en Cristo somos los agentes de Dios de la transformación del mundo, en el establecimiento de relaciones justas (conforme a los principios de la Palabra de Dios) entre las personas y entre las personas y las cosas, para el cumplimiento del mandato que Dios le dio a Adán como representante de toda la humanidad, mandado que nunca fue invalidado (a pesar de la caída): de cuidar y labrar la creación (Gen 2:15), y de fructificar, multiplicar, llenar, sojuzgar y señorear sobre la creación (Gen 1:28).
LOS PROPÓSITOS GENERALES DE DIOS. DESCRIPCIÓN.
Introducción.
Prov 29:18: sin visión no vamos a vivir la vida abundante (Jn 10:10) que Dios tiene para nosotros.
Para vivir la vida abundante, entonces, necesitamos encontrar la visión específica de Dios para cada uno de nosotros (Jer 29.11).
Esa visión se forma de dos cosas: los propósitos generales de Dios y el propósito específico (el donde, cuando y como) para cada uno.
Los propósitos generales de Dios.
Están constituidos por tres grupos de experiencias de vida:
• Experimentar el amor de Dios.
• Amar a Dios con todas nuestras fuerzas.
• Amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
Experimentando el amor de Dios.
1 Jn 4:19. Antes de poder amar a Dios y al prójimo, necesitamos experimentar el amor. Y el amor no es un sentimiento ni una decisión, sino una persona. Dios. Por ello para experimentar el amor de Dios necesitamos dos cosas.
PROPÓSITO 1. Ser SALVO (Jn 1:12). Sin ser salvos no podemos ni siquiera pensar en la posibilidad, aunque sea mínima, de poder cumplir con ninguno de los propósitos de Dios. Ello es así porque si no somos salvos, si no hemos nacido de nuevo, vivimos en la vieja naturaleza, la carne, que por definición, es contraria a Dios, contraria a sus propósitos, egoísta, es decir, enfocado solo en el cumplimiento de sus propios propósitos, no de los de Dios. Ser salvo implica establecer una relación viva, dinámica, con Dios a través de nuestro Señor Jesucristo (Rom 10:8-10) y de la guianza del Espíritu Santo (Rom 8:14). Es el reconocimiento de que el Señor Jesucristo es nuestro Señor (el que manda en nuestras vidas) y nuestro Salvador (el que pagó el precio de nuestros pecados con Su muerte y Su Sangre en la Cruz).
Ser salvos implica también el nacer de nuevo, es decir, recibir una nueva naturaleza (2 Cor 5:17, 1 Ped 1:23) conforme a la naturaleza de Dios (1 Ped 1:4), que nos capacita para cumplir con los propósitos de El. Antes de ser salvos los propósitos de Dios pueden ser buenas intenciones, pero con la naturaleza divina, después de la salvación, esos propósitos ya no son solo intenciones sino que pueden convertirse en acciones, y más allá de ello, en una forma de vida, que es en última instancia, el propósito de Dios detrás de todos ellos.
Pero la salvación solo es la puerta (Jn 10:7) que nos lleva a la plena experiencia del amor del Padre. Aparte de ella necesitamos caminar en el amor de Dios cada día para llegar al Padre (Jn 14:6) por medio de Jesucristo.
PROPÓSITO 2. DESARROLLAR NUESTRA RELACIÓN CON EL PADRE (Efe 1:17-19) como hijos (Jn 1:12). En varios pasajes de las Escrituras se nos habla de la importancia y necesidad del crecimiento en la relación con nuestro Padre (Efe 1:17-19, Efe 3:18-19, Gal 4:1-2, 1 Cor 3:1-3, Efe 4:15-16). Esa relación no es algo que solo tenemos, sino algo que desarrollamos cada día. Dios nos crea, no para que seamos sus siervos (El no nos necesita para hacer cosas), sino para que seamos sus hijos e hijas (Jn 1:12), para amarnos. Somos el objeto de su amor, porque El es amor (1 Jn 4:8) y el amor que no se da, se muere. Y además, el amor solo se da entre iguales (por eso nos hizo a Su imagen y semejanza). Lam 3:22-23 nos enseña que las misericordias de Dios (manifestaciones de Su amor), son nuevas cada mañana. Lo que implica que cada día va a renovar su misericordia pasada para con nosotros, pero también que hoy vamos a reconocer nuevas formas de su misericordia en el pasado, y adicionalmente, también hoy vamos a conocer formas de la misericordia de Dios que no había experimentado antes.
El desarrollar nuestra relación con el Padre no es una obligación ni un deber, es una necesidad y una respuesta de amor hacia El. La Palabra nos enseña que el Espíritu que El ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente (Sant 4:5), y también en el Libro de Cantares (Cant 2:14) el Novio (Dios) le dice a la Novia (nosotros): “muéstrame tu rostro, hazme oír tu voz”, lo que evidencia un anhelo del corazón de Dios por tener una creciente relación con nosotros. De hecho, el Libro de Cantares, entre otras cosas, nos enseña que nuestra relación con El es un proceso, no es algo que ya está en su estado perfecto, sino que se desarrolla a través de por lo menos cuatro etapas (Jn 3:30, Mat 16:24, Mar 8:34, Luc 9:23):
En la primera, la novia se refiere a ella y a su amado como: “mi amado es mío” (Cant 1:13-14). Es la etapa de los bebés, en la que nosotros somos el centro de todo: dame, hazme, ponme, quítame, tráeme, (me, me, me,), etc. Dios más que Dios, es proveedor, dador, bendecidor, pero todo en función de nosotros mismos.
En la segunda, la novia se refiere a ellos como “mi amado es mío y yo soy de mi amado” (Cant 2.16). Es la etapa de la niñez en la que nosotros, si bien seguimos siendo el centro, comenzamos a crecer en la consideración de la importancia de Dios. Nos damos cuenta de que Dios es importante, aunque nosotros seguimos ocupando el centro de la atención.
En la tercera, la novia se refiere a ellos como “yo soy de mi amado y mi amado es mío” (Cant 6:3). Es la etapa de la adolescencia, cuando comenzamos a notar que Dios es mucho más relevante que nosotros, y que Dios no vive para nosotros sino que nosotros vivimos para El, aunque todavía hay bastante “yo” en la relación.
En la cuarta, la novia se refiere a ellos como “yo soy de mi amado” (Cant 7.10). Esta es la etapa de la madurez, cuando nosotros ya no importamos; importa solamente El. El se convierte en el centro de todo, en el todo de nuestra vida. Nosotros somos y existimos en función de El (Hch 17:28) y no al revés. Que todo lo que somos, tenemos y podemos es solamente por El (Jn 15:5), y que vivimos para El no para nosotros (Gal 2:20).
Desgraciadamente, en el Cuerpo de Cristo, un montón de personas (legalistas y religiosos), día a día, viven poniéndole barreras y trabas al amor incondicional de Dios (el cumplimiento de normas y el cumplimiento de ritos previo a experimentar Su Amor). En ello hay un error fundamental. Las personas pretenden ser cambiadas en su corazón por sus propias fuerzas antes de experimentar Su amor. Pero el método de Dios es amarnos, transformar nuestro corazón y finalmente transformar nuestras acciones (pecados). Pero como no lo entienden, todo el tiempo están en una lucha que va de derrota en derrota, de temor en temor, tratando de cambiar lo que no pueden cambiar, y privándose de lo único que si los puede cambiar: el Amor de Dios (1 Jn 4:17-18, 1 Ped 4:8).
Ellos ponen la obediencia como requisito para el amor, la aceptación y la bendición de Dios. Pero la obediencia no es algo que podamos conseguir en la carne, por nuestras propias fuerzas (la carne es rebelde por su propia naturaleza –la naturaleza caída--). La obediencia solo la puedo alcanzar por el amor. Lo que implica que no es primero la obediencia y después el amor, sino al contrario, primero el amor y después la obediencia. Por ello 1 Ped 1:13-18 nos enseña que como hijos –experimentados en una relación de amor con el Padre- seamos obedientes para llegar a ser santos como El es santo.
Amando a Dios.
Como ya lo vimos en el capítulo anterior, ello sucede de cuatro formas.
PROPÓSITO 3. La ADORACIÓN.
La adoración es un estilo de vida de dedicación absoluta a Dios, que implica la obediencia a Su Palabra y a Su dirección por medio de Su Espíritu Santo, no solo un tiempo de cantos y reconocimiento a Dios, sino una vida total vivida bajo Su Voluntad, haciendo todas las cosas que hacemos para agradarle a El, para Su Gloria. No es cuestión de dedicarle un tiempo al Señor. Es que el sea el Todo de nuestra vida todo el tiempo, en todo lugar, en toda actividad, en toda circunstancia. Que todo lo que hagamos sea para agradar a Dios (Col 3:22-24)(Jn 4:23). Dios no quiere ser solo el primer lugar en mi vida, sino todo en ella.
Si Dios es el primer lugar ello implica que hay algo que es segundo, otro que es tercero, otro cuarto, etc., y todo el tiempo van a tratar de competir en nosotros, aliándose con la carne, para quitar a Dios del primer lugar. Era lo que le sucedía a los Israelitas. Dios era el primer lugar en su vida, pero de pronto, las otras cosas que habían dejado como secundarias, comenzaban a competir con Dios y ellos se extraviaban (la comida, el agua, la seguridad, la comodidad, etc.). Es lo mismo que nos enseña Jesús en la Parábola de la Gran Cena, en Luc 14:15-24: unos pusieron en segundo plano al Señor por los negocios, las propiedades y la familia.
Necesitamos entender que si Dios es Dios, El es la plenitud que todo lo llena en todo (Efe 1:23), y por ende, necesitamos que sea el todo de nuestras vidas. Si Dios no es el todo en nosotros, no es plenamente Dios para nosotros. Es posible que tengamos entonces otras cosas que compiten con Dios -otros dioses o ídolos-- (lo que equivale a idolatría, Jer 17.5-9).
La adoración no es un momento, es la vida entera, un estilo de vida centrado en Dios, en Su Palabra, en Su dirección, para Su gloria, haciendo todo para agradarle a El, no por obligación sino por la inmensidad del amor que El nos ha manifestado. La adoración no es instantánea, sino resultado de un proceso de crecimiento y de madurez que va de la salvación al amor del Padre (Jn 14:6). Por ello Jesús nos enseña que el Padre está buscando adoradores en Espíritu y en Verdad (integrales, totales) (Jn 4:23, Rom 12:1-2).
PROPÓSITO 4. COMUNIÓN FAMILIAR. Pertenecer plenamente a la familia de Dios. No solo ser su hijo o hija nominal, sino activa, participativamente. Cuando el Señor nos salva, inmediatamente nos integra a Su Cuerpo, para que seamos un miembro de El. En el cuerpo humano, todos los miembros trabajan activamente, ejercen una función, e igualmente en el cuerpo de Cristo (1 Cor 12). No hay miembro sin función, no hay miembro sin participación activa, no hay miembro sin desarrollar una actividad. No se trata solo de ir a los servicios o cultos, se trata de estar involucrado activamente en la vida y actividad de la Iglesia, no solo local, sino universal, independientemente de nuestras diferencias.
Somos hermanos y nos integramos y participamos activamente unos con otros, no porque seamos iguales y pensemos igual, sino porque somos hijos de un mismo Padre. Un montón de personas en la Iglesia Cristiana no aceptan ni aman a otros porque no son iguales a ellos (en sus normas, en sus ritos). Se nos olvida que en la carne, los hermanos no pensamos igual, no nos vestimos igual, no hacemos lo mismo, etc., pero ello no implica que no seamos hermanos. Somos hermanos porque somos hijos de un mismo padre. Igual es en la Iglesia. No somos hermanos porque seamos iguales sino porque somos hijos de Dios. Lo curioso de ello es que muchas de esas personas rechazan a sus hermanos en Cristo obviando el hecho fundamental de que ellos son amados por Dios, lo que implica que se ponen más exigentes que Dios para amar a sus hermanos.
Integrarnos a la familia de Dios, pertenecer plenamente a la familia de Dios, también implica una relación de dar y recibir con nuestros hermanos. Cada miembro del cuerpo humano tiene una función específica, y recibe una habilidad especial para ejercer esa función. Con esa función se beneficia todo el cuerpo. Sin el ejercicio de esa función (enfermedad) todo el cuerpo sufre. Igual es en el Cuerpo de Cristo. Cada uno de los miembros hemos sido dotados de por lo menos un don –en la práctica en realidad es más bien una combinación de varios-- (1 Cor 12:7, 1 Cor 12:11, 1 Cor 12:18) para ejercer una función específica. Si no cumplimos con esa función (si algún miembro sufre) todos somos afectados (todos los miembros sufren (1 Cor 12:26). Todos los miembros nos necesitamos unos a otros, no habiendo ninguno más valioso que los otros, solo diferencias de responsabilidad (1 Cor 12:15-18, 1 Cor 12:21). En consecuencia, integrarnos al Cuerpo de Cristo, a la familia de Dios, implica estar ejerciendo una función de servicio que beneficie a todos los demás miembros del Cuerpo. Al ejercer esa función dentro de la Iglesia nos estamos entrenando no solo para cumplir también el propósito de Servicio, sino además ello está formando Fruto de carácter en nosotros.
Por lo tanto, integrarnos a la familia de Dios plenamente no es una obligación sino una necesidad, además de que la participación en ella trae a nuestras vidas bendición y vida eterna (Sal 133:1-3). Por ello, el Apóstol Pablo en Heb 10:25 nos exhorta a que no nos dejemos de congregar, como algunos tienen por costumbre.
PROPÓSITO 5. FRUTO. Formar nuestro carácter de acuerdo al carácter de Cristo (Rom 8.28-29, Gal 5:22-23) que es el mismo carácter del Padre. Que El crezca en nosotros y nosotros mengüemos (Jn 3:30). Que nuestra forma de pensar y vivir sea transformada del modo del mundo al modo de Dios (Rom 12:2, Efe 4:22-23). Que el fruto del Espíritu se manifieste plena y permanentemente en todos los instantes de nuestra vida (Gal 5:22-23). El ser amados por El y amarle, además de que Su carácter sea formado en nosotros, nos va a llevar a la obediencia a Su Palabra (Jn 14:21, Jn 14:23) y a la santidad sin la cual nadie verá al Señor (Heb 12:14, 1 Ped 1:13-18).
Y ese carácter lo forma Dios en nosotros a través de todas las circunstancias de nuestra vida, sean positivas, negativas o neutrales (Rom 8:28-29). Es más, como Dios quiere formar cada una de las partes del fruto del Espíritu en nosotros (amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio, Gal 5:22-23), el va a permitir situaciones en nuestra vida que no den como resultado natural alguna de esas características, para que necesitemos echar mano de la guianza, la dirección, la sabiduría y el poder de Su Espíritu, para que se manifiesten esas características en medio de la situación. Ello quiere decir que si necesitamos desarrollar amor, El va a permitir que a nuestro lado hayan personas difíciles de amar, para que echemos mano de Su amor para amarlas; si necesitamos desarrollar gozo, va a permitir situaciones que no nos lo produzcan, para que hechemos mano de Su gozo para pasar en medio de la situación; si necesitamos desarrollar paciencia, va a permitir situaciones en nuestra vida que nos produzcan impaciencia, para que echemos mano de Su paciencia y así poder superar esa situación, y así sucesivamente.
En la vida del creyente, el carácter es más importante que los dones como lo evidencia el caso de Judas. El, al igual que todos los demás discípulos cuando fueron enviados por Jesùs a las ovejas perdidas de Israel, recibió dones (Mat 10:5-8) además de la asignación de la tesorerìa de Jesùs (Jn 12:6, Jn 13:29), pero las fallas de su carácter lo convirtieron en el “hijo de perdición” (Jn 17:12). El caràcter es tambièn màs importante que las bendiciones materiales como lo demuestra el caso de Lot, quién por ir detràs de las riquezas, puso sus tiendas rumbo a Sodoma y Gomorra y perdiò todo cuando estas ciudades fueron destruìdas, incluìda su esposa; y tambièn sus hijas fueron afectadas por el pecado de esas ciudades aunque tuvieron riquezas. El caràcter es tambièn màs importante que el èxito como lo demuestra el Libro de Eclesiastès en cuanto a Salomòn. Tenìa todas las riquezas, todo el èxito del mundo, todos los placeres, todas las cosas a su disposiciòn, pero su vida era “vanidad de vanidades”, hasta que finalmente reconoce que el todo del ser humano es temer a Dios y guardar sus mandamientos (Ecle 12.13).
Los dones, las habilidades, las capacidades, las riquezas, el èxito, no abren las puertas del Reino de los Cielos, solo el hacer la voluntad de Dios (Mat 7:21), y ello equivale a manifestar el caràcter de Cristo (Rom 8:29) que equivale al fruto del Espìritu (Gal 5:22-23).
PROPÓSITO 6. MAYORDOMÍA. Que seamos buenos administradores (mayordomos) de todo lo que Dios nos ha dado (1 Ped 4:10-11, Gen 2:15), cuidándolo, desarrollándolo y usándolo conforme a sus propósitos (que lo disfrutemos -1 Tim 6:17- y para que bendigamos a otros –Rom 12:1-3, 2 Cor 9:10-11, 2 Cor 8:13-15).
De acuerdo a los dones que Dios nos ha dado, necesitamos ministrarlos a los demás (bendecir sus vidas con lo que Dios nos ha dado), como buenos administradores de Su multiforme gracia. Dios nos da todas las cosas para que las administremos de acuerdo a sus principios, para que las disfrutemos y para que con ellas bendigamos a otras personas. La mayordomía no implica solo el dinero, como es el enfoque tradicional actual en relación con la mayordomía, sino que implica todas las cosas que Dios nos ha dado porque nada nos es dado que no nos sea dado del cielo (Jn 3:27): nuestra relación con El, nuestro ser (espíritu, alma y cuerpo) el matrimonio y la familia, las relaciones con las demás personas, el trabajo, el tiempo, los dones y el ministerio, el medio ambiente, etc., para que la abundancia nuestra supla la escasez de otros, y viceversa (2 Cor 8 y 9, Gen 12:1-3).
De acuerdo a lo que nos enseña la Palabra, Dios espera de nosotros que seamos fieles en esa administración (1 Cor 4:2) porque en el final de los tiempos, cuando nos presentemos delante de El, necesitaremos dar cuentas de todos los talentos (dones, regalos) que El nos dio (Parábola de los Talentos, Mat 25:14-30) y de cómo los usamos para Su Gloria (Col 3:22-24), porque de ello van a depender nuestras recompensas en la vida eterna (1 Cor 3:9-15). ¿Cómo podemos desarrollar una buena mayordomía de todas esas cosas? Conociendo los principios que enseña la Palabra de Dios al respecto del desarrollo y/o uso de esas cosas y manteniendo la comunión con el Espìritu Santo para que nos guiè en ello.
Amando al prójimo.
Ello tambièn se manifiesta de por lo menos cuatro formas.
PROPÓSITO 7. EVANGELISMO. Amamos al prójimo cuando le evangelizamos El evangelismo no es una opción para nosotros, es una asignación que nos ha sido dada a todos sin excepción (Mar 16:15-18), que está incluida en la Gran Comisión (Mat 28.18-20). Evangelizar es presentarle a las personas la oportunidad de reconocer a Jesús como el Señor de sus vidas (Rom 10:8-10), que incluye el reconocerle como Su Salvador.
En 2 Cor 5:17-18 la Palabra nos enseña que si somos salvos, si verdaderamente estamos en Cristo habiendo entregado nuestras vidas a Su Señorìo, no solo somos nuevas criaturas habiendo pasado todas las cosas viejas y habiendo sido hechas todas nuevas, sino que además, hemos recibido el ministerio de la reconciliación, en primer lugar, de las personas con Dios, es decir, el ministerio de compartirles y testificarles de Cristo para que la venda que los tiene cegados en su entendimiento sea quitada (2 Cor 4:4) y puedan aceptar en sus vidas el sacrificio de Cristo en la Cruz por sus pecados y Su Señorío (Rom 10:8-10).
Esa no es solamente una opciòn que tenemos todos los y las creyentes, es un mandamiento (Mar 16:15-18) cuyo cumplimiento no surge de la obligaciòn sino del amor que Dios nos ha manifestado (2 Cor 5:14) y que por la gracia recibida de El, queremos compartir y hacer participes a los demàs (lo que de gracia hemos recibido, necesitamos darlo tambièn de gracia, Mat 10:8), ademàs de que queremos cumplir el deseo del corazòn del Padre que quiere que todas las personas sean salvas y vengan al conocimiento de la verdad (1 Tim 2:1-4).
PROPÓSITO 8. DISCIPULADO. Amamos al prójimo cuando le discipulamos (Mat 28.18-20, 2 Tim 2:2) es decir, le ayudamos, dando de gracia lo que de gracia hemos recibido, a desarrollar una relación dinámica, como hijo obediente, con el Padre (1 Ped 1.13-18), enseñándoles a guardar todo lo que El nos ha mandado.
El propósito derivado del Evangelismo, y complementario con este, es el Discipulado (Mat 28:18-20). Es decir, el desarrollo y crecimiento de la persona en la vida en Cristo enseñàndole a guardar todo lo que Dios nos ha mandado y que alcance cada uno y todos los propòsitos de Dios para su vida. Como resultado de ello, la persona va a renovar su entendimiento (Rom 12:2, Efe 3:22-24), para que alcance mayores niveles de conocimiento del amor de Dios que excede a todo conocimiento (Efe 3:14-21) y mayores niveles de madurez y perfeccionamiento en Cristo (Fil 1:6), que a su vez lo van a conducir a mayores niveles de obediencia, santidad (1 Ped 1:13-18), bendiciòn y plenitud en Cristo (3 Jn 2, Jn 10:10).
En la vida del creyente, el evangelismo es la puerta (Jn 10:7, Jn 10:9) y el discipulado es el camino (Jn 14.6). Por el evangelismo nacemos de nuevo y vemos el Reino (Jn 3:3) pero por el discipulado nacemos del agua y del espìritu y entramos en el Reino de Dios (Jn 3:5).
PROPÓSITO 9. SERVIR (Mar 10:42-45). Amamos al prójimo también, cuando le servimos con nuestras habilidades, capacidades y dones, ayudándolo a suplir sus necesidades –materiales, emocionales y/o espirituales- de alguna manera concreta. La Palabra es clara en el sentido de que servir a los demás necesita ser parte de nuestro estilo de vida (Mar 10.42-45).
No es una opción, es parte del estilo de vida del creyente en Cristo. Es complementario a desarrollar el carácter de Cristo en nosotros (Fil 2:1-8). Además es parte de la necesidad de la nueva naturaleza que hemos recibido en la salvación. Así como para el pecador lo natural es pecar, para el hijo de Dios lo natural es servir. Es una necesidad de nuestra nueva naturaleza que a su vez la desarrolla. Por lo tanto, màs allà de un mandato, una obligaciòn o de la tarea que debemos realizar es una necesidad para alcanzar la madurez, y por ende, la plenitud de vida, en Cristo. Sin servicio no hay crecimiento.
Por otro lado, la motivaciòn para servir no puede ser otra que la de parecernos a Aquel que dio la vida por nosotros, la de parecernos a nuestro Padre. La Palabra nos enseña que Jesùs vino a manifestar al Padre, y toda la vida de Jesùs fuè un servicio a nosotros. Jesùs, “siendo en forma de Dios, no estimò el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojò a sì mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres” (Fil 2:6-7). Si El, siendo el Hijo de Dios, se despojò a sì mismo para servirnos, nosotros, por amor, necesitamos tambièn despojarnos de nosotros mismos para servir a los demàs (Fil 2:3-4). El motivo del servicio, y no solo la tarea en sì misma, son importantes para Dios, tal como nos lo comprueba y enseña Mat 7:21-23, que se refiere a personas que si bien servìan en la obra de Dios, cumplìan asignaciones en la obra, fueron desechados porque no lo hicieron por el motivo correcto. Al servir perseguìan motivos personales, egoìstas, en lugar de servir por amor. La paràbola del Buen Samaritano (Luc 10:25-37) nos da un buen ejemplo y enseñanza acerca del servicio que le agrada a Dios. El servicio agradable a Dios siempre tiene en mente bendecir a las personas, por sobre la tarea a realizar. Las personas son el fin, la tarea, el servicio, es el medio.
PROPÓSITO 10. Transformación. Amamos al prójimo, y también a Dios, cuando nos involucramos en la transformación de nuestro entorno (actividades, relaciones con las personas y relaciones con las cosas que nos rodean), para traerlas bajo el Señorío de Cristo (2 Cor 5:17-21, Rom 8:19-21, Col 1:18-20), es decir, bajo los principios de la Palabra de Dios para ellas, que significa que buscamos en todas nuestras actividades y relaciones, el Reino de Dios y Su justicia (Mat 6:33), que el Reino de Dios sea establecido plenamente en la tierra y Su voluntad sea hecha en la tierra, en todas las cosas, como es hecha en el cielo (Mat 6:10).
Este propósito constituye la segunda parte de lo que nos enseña la Palabra en 2 Cor 5:17-20, respecto del ministerio de la reconciliación. Luc 19:10 nos enseña que Jesús vino a rescatar todo lo que se había perdido, y lo que se perdió en la caída no fue solamente la relación con Dios, sino también la relación con las personas y con las cosas (la creación de Dios). Parte de la reconciliación es reconciliar todo con Cristo (Rom 8:19-21, Col 1.18-20), es decir, que nuestra relación con ellas y entre ellas sea una relación fundamentada en los principios de la Palabra de Dios (el Reino de Dios y Su Justicia, Mat 6:33). Ello significa que nuestras actividades y relaciones se enmarquen dentro de lo que dice la Palabra de Dios, lo que implica que el cristianismo que profesamos no solo debe invadir nuestra vida privada, sino nuestra vida completa en todos sus ámbitos, actividades y relaciones. Mat 13.33 nos enseña que el Reino de Dios es como una mujer que tomó tres medidas de levadura, las metió adentro de la mesa y leudó toda la masa, lo que implica que la iglesia (la mujer) prepara tres medidas de levadura (los creyentes) que los introduce en la masa (el mundo) para transformarlo (leudó la masa). Dios no solo quiere salvar personas, quiere transformar el mundo (venga Tú Reino, hágase Tu voluntad en la tierra como en el cielo, Mat 6:10). Por eso también nos enseña que somos la luz del mundo y la sal de la tierra (la luz y la sal transforman lo que tocan) (Mat 5.13-16). Los creyentes verdaderos en Cristo somos los agentes de Dios de la transformación del mundo, en el establecimiento de relaciones justas (conforme a los principios de la Palabra de Dios) entre las personas y entre las personas y las cosas, para el cumplimiento del mandato que Dios le dio a Adán como representante de toda la humanidad, mandado que nunca fue invalidado (a pesar de la caída): de cuidar y labrar la creación (Gen 2:15), y de fructificar, multiplicar, llenar, sojuzgar y señorear sobre la creación (Gen 1:28).
21
Jul
2012