El Reino de Dios.
EL REINO DE DIOS.
Definición.
El Reino de Dios, es, en principio, una esfera espiritual en donde los creyentes necesitamos vivir.
Jn 18:37: El Reino de Dios no es de este mundo. El Reino de Dios, en su origen, esencia, fundamento, principios, objetivos, estrategias, métodos, valores y acciones, no es un reino como los de este mundo, es un reino superior (Jn 18:36). Pero es para que sea establecido en este mundo (Mat 6:10).
El Reino de Dios no es comida ni bebida sino justicia, paz y gozo en el Espíritu (Rom 14:17).
El Reino de Dios es hacer la voluntad de Dios (Mat 6:10), el cumplimiento de Su voluntad, aquí en la tierra como se hace en el cielo.
Por otro lado, el participar del Reino de Dios no es asunto de membresía sino de paternidad (Jn 1:12). Y de hijos maduros (Gal 4:1-2), es un reino de hijos-siervos rendidos al Señorío de Cristo (no solo de salvos) (Isa 41:9).
Todos los creyentes tenemos el mandamiento de parte de Jesús, de buscar el Reino de Dios y su justicia (Mat 6:33).
Mat 6.33 también implica que cuando estamos bajo la esfera, la autoridad, la voluntad de Dios (en el Reino de Dios), tendremos plenitud de vida.
El acceso al Reino de Dios.
El acceso al Reino de Dios (solo los creyentes, solo los hijos lo pueden tener, Jn 1:12) no es inmediato con la salvación, tal como nos lo enseña Jn 3:3-5.
Jn 3:3: es preciso nacer de nuevo para ver el Reino de Dios.
Jn 3:5: es preciso nacer del agua y del Espíritu para entrar al Reino de Dios.
Ver y entrar no es lo mismo. Ver es de lejos, entrar es de cerca.
Para ver el Reino de Dios la Palabra dice que necesitamos nacer de nuevo, lo que equivale a ser salvo (2 Cor 5:17).
Pero entrar en el Reino de Dios requiere nacer del agua y del Espíritu, lo que equivale a la santificación progresiva que el Espíritu Santo y la Palabra obran en la renovación de nuestra mente (Rom 12:2) para que la imagen de Cristo se vaya desarrollando en nosotros gradualmente (Rom 8:28-29). Implica morir a nosotros mismos y que El crezca en nosotros (Jn 3:30, Gal 2:20). Por lo tanto, equivale al proceso de discipulado. Es lo mismo que nos enseña 3 Jn 2: para alcanzar las añadiduras del Reino (la prosperidad en todas las cosas y salud) es necesario que prosperemos (renovemos) nuestra alma (pensamientos, sentimientos y voluntad).
Un Reino en cuatro aspectos (Heb 11:3).
Interno y externo.
Espiritual y natural.
Aspecto interno.
El aspecto interno se refiere al Señorío de Cristo en nuestros corazones (Rom 10:8-10). Comienza por establecerse en la vida personal de cada uno de nosotros mediante la salvación, a la que sigue una búsqueda de Su justicia (transformación del corazón) (Mat 6:33).
Implica una relación vital, permanente, constante, con el Padre (Mar 11:27-30), el pleno entendimiento y vivencia de la Paternidad de Dios, de Su amor como Padre para con nosotros (Efe 1:15-23).
Implica también la muerte del “yo” (Mat 16:24) y la renovación de nuestro entendimiento (Rom 12:2) para que Dios sea entronizado totalmente en nuestro corazón (2 Cor 10:4-6).
El establecimiento y desarrollo del Reino en nuestros corazones requiere, según Jn 3:3-5:
En primer lugar, que seamos salvos, es decir, nacer de nuevo. Creer que Jesús es el Señor y que necesitamos entregarle el trono de nuestro corazón para que ello sea una realidad en nuestras vidas (Rom 10:8-10).
En segundo lugar, involucrarnos en un proceso permanente de discipulado (nacer del agua y del Espíritu, Jn 3:5), que implica, según Rom 12:1-5:
Uno. Hacer morir las obras de la carne (presentarnos en sacrificio vivo), hacer morir lo terrenal, los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida (1 Jn 2:15-16) en nosotros.
Dos. Transformar nuestra manera de pensar.
Tres. No tener un más alto concepto de sí mismos (somos pecadores perdonados, no perfectos ni inmaculados, aún estamos en el proceso, Mat 5.48, 1 Ped 1:13-18, Fil 1:6, Jer 17:9, Rom 7:21-25).
Cuatro. Ser parte activa del Cuerpo (interdependencia con los demás miembros del Cuerpo) y buscar en todas las cosas la gloria de Dios (Col 3:22-24) no la exaltación de nuestra individualidad.
Aspecto espiritual.
Todo lo que sucede en la tierra, es reflejo de lo que sucede en el mundo espiritual. Por nuestra posición en Cristo, lo que atamos en la tierra es atado en el cielo y lo que desatamos en la tierra es desatado en el cielo (Mat 16:18-20).
Por lo tanto, lo que sucede en nuestros corazones no solo afecta nuestros corazones sino que afecta todo nuestro entorno (Prov 23:7), y por ende, el mundo espiritual.
Por ello la Palabra nos enseña que el Reino de los cielos, desde el tiempo de Juan el Bautista, sufre oposición y solo los valientes, esforzados, lo arrebatan (Mat 11:12).
Aspecto externo.
El Señorío de Cristo en nuestros corazones necesariamente se manifestará en una transformación de nuestras relaciones hacia el mundo exterior (Prov 23:7). Este es un aspecto que las Escrituras enfatizan o señalan de muchas maneras:
Los demás conocerán que somos sus discípulos en el amor que nos tendremos entre nosotros (Jn 13:35).
En que en todas las cosas que hagamos, el nombre del Señor sea glorificado (Col 3:22-24).
Somos sal y luz (Mat 5:13-16) cuando los demás ven nuestras buenas obras, porque la fe necesita manifestarse en las obras, en las acciones (Sant 2:14-26).
Aspecto natural.
Cuando somos transformados en nuestros corazones, necesariamente eso se va a evidenciar externamente (Prov 23:7) en la transformación progresiva de nuestras relaciones con los demás (Mat 22:37) y con las cosas (mayordomía, Mat 25.14-30). Y esa transformación, a la larga, sumando los efectos producidos por cada uno dentro de un ámbito geográfico, van a producir una transformación del mundo natural de la cual la abolición de la esclavitud, las escuelas, universidades, hospitales, hospicios, la humanización de las leyes, etc., son solo algunos ejemplos a lo largo de la historia.
Eso es precisamente lo que enseña la Palabra de Dios cuando dice:
Que los creyentes somos como levadura (Mat 13:33) que transforma el mundo.
Que fuimos trasladados de la potestad de las tinieblas al Reino de Su amado Hijo (Col 1:13) y nos hizo ministros de la reconciliación (2 Cor 5.17-18) para que Jesús sea Señor sobre todas las cosas (Col 1:15-20).
El cristianismo no es un asunto solo de fe sino de fe y obras. (Sant 2:14-26). La fe (interna) necesariamente se va a manifestar externamente (obras) y esas obras producen un profundo impacto en nuestro alrededor, lo transforman, para que el Reino de Dios se manifieste en la tierra como en el cielo, y la voluntad de Dios en todas las cosas sea manifestada (Mat 6:9-10) que es el deseo de Dios: que se haga Su voluntad en la tierra como en el cielo.
La voluntad de Dios no solo se refiere a nuestra relación con El y vida interior.
La voluntad de Dios también se refiere a asuntos de educación, trabajo, finanzas, negocios, gobierno, arte, comunicación, ciencia, tecnología, etc. La Biblia contiene instrucciones precisas de cómo necesitamos proceder en cuanto a esos asuntos.
La voluntad de Dios (el Reino de Dios) necesita manifestarse en todos esos campos a través de sus hijos y comenzar a ser redimidos del reino de las tinieblas aun en el entendimiento de que la plenitud del Reino no se manifestará sino hasta los Cielos Nuevos y la Tierra Nueva (ya pero todavía no).
A Jesús, según los del Sanedrín, no lo crucificaron por la vida interior que había en El, sino porque esa vida interior manifestada hacia fuera transformaba el “satus quo” (el mundo exterior), sus privilegios, su forma de vivir (Jn 11:45-53).
CONCLUSIÓN.
Buscar el Reino de Dios y su justicia (la manifestación de ese reino en nuestras relaciones interpersonales y actividades) no es una elección, es una necesidad y una responsabilidad de amor.
Necesitamos buscar el Reino de Dios y su justicia (Mat 6:33), en primer lugar, para que sea establecido en nuestro corazón (vida interior).
Pero necesariamente, si el Reino de Dios y su justicia está establecido en nuestros corazones, el Reino va a manifestarse en nuestra vida exterior (un estilo de vida diferente: el fruto del Espíritu, Gal 5:22-23) que va a comenzar a transformar el mundo exterior a nuestro alrededor (Rom 8:19-22) hasta la venida de Cristo (el Reino Milenial) y los Cielos Nuevos y la Tierra Nueva.
Necesitamos mantener el equilibrio entre vida interior y vida exterior. Sin balance entre ambas volvemos el cristianismo, en lugar de un estilo de vida, en algo contemplativo (énfasis solo sobre la vida interior) o en un activismo social (énfasis sobre la vida exterior).
Definición.
El Reino de Dios, es, en principio, una esfera espiritual en donde los creyentes necesitamos vivir.
Jn 18:37: El Reino de Dios no es de este mundo. El Reino de Dios, en su origen, esencia, fundamento, principios, objetivos, estrategias, métodos, valores y acciones, no es un reino como los de este mundo, es un reino superior (Jn 18:36). Pero es para que sea establecido en este mundo (Mat 6:10).
El Reino de Dios no es comida ni bebida sino justicia, paz y gozo en el Espíritu (Rom 14:17).
El Reino de Dios es hacer la voluntad de Dios (Mat 6:10), el cumplimiento de Su voluntad, aquí en la tierra como se hace en el cielo.
Por otro lado, el participar del Reino de Dios no es asunto de membresía sino de paternidad (Jn 1:12). Y de hijos maduros (Gal 4:1-2), es un reino de hijos-siervos rendidos al Señorío de Cristo (no solo de salvos) (Isa 41:9).
Todos los creyentes tenemos el mandamiento de parte de Jesús, de buscar el Reino de Dios y su justicia (Mat 6:33).
Mat 6.33 también implica que cuando estamos bajo la esfera, la autoridad, la voluntad de Dios (en el Reino de Dios), tendremos plenitud de vida.
El acceso al Reino de Dios.
El acceso al Reino de Dios (solo los creyentes, solo los hijos lo pueden tener, Jn 1:12) no es inmediato con la salvación, tal como nos lo enseña Jn 3:3-5.
Jn 3:3: es preciso nacer de nuevo para ver el Reino de Dios.
Jn 3:5: es preciso nacer del agua y del Espíritu para entrar al Reino de Dios.
Ver y entrar no es lo mismo. Ver es de lejos, entrar es de cerca.
Para ver el Reino de Dios la Palabra dice que necesitamos nacer de nuevo, lo que equivale a ser salvo (2 Cor 5:17).
Pero entrar en el Reino de Dios requiere nacer del agua y del Espíritu, lo que equivale a la santificación progresiva que el Espíritu Santo y la Palabra obran en la renovación de nuestra mente (Rom 12:2) para que la imagen de Cristo se vaya desarrollando en nosotros gradualmente (Rom 8:28-29). Implica morir a nosotros mismos y que El crezca en nosotros (Jn 3:30, Gal 2:20). Por lo tanto, equivale al proceso de discipulado. Es lo mismo que nos enseña 3 Jn 2: para alcanzar las añadiduras del Reino (la prosperidad en todas las cosas y salud) es necesario que prosperemos (renovemos) nuestra alma (pensamientos, sentimientos y voluntad).
Un Reino en cuatro aspectos (Heb 11:3).
Interno y externo.
Espiritual y natural.
Aspecto interno.
El aspecto interno se refiere al Señorío de Cristo en nuestros corazones (Rom 10:8-10). Comienza por establecerse en la vida personal de cada uno de nosotros mediante la salvación, a la que sigue una búsqueda de Su justicia (transformación del corazón) (Mat 6:33).
Implica una relación vital, permanente, constante, con el Padre (Mar 11:27-30), el pleno entendimiento y vivencia de la Paternidad de Dios, de Su amor como Padre para con nosotros (Efe 1:15-23).
Implica también la muerte del “yo” (Mat 16:24) y la renovación de nuestro entendimiento (Rom 12:2) para que Dios sea entronizado totalmente en nuestro corazón (2 Cor 10:4-6).
El establecimiento y desarrollo del Reino en nuestros corazones requiere, según Jn 3:3-5:
En primer lugar, que seamos salvos, es decir, nacer de nuevo. Creer que Jesús es el Señor y que necesitamos entregarle el trono de nuestro corazón para que ello sea una realidad en nuestras vidas (Rom 10:8-10).
En segundo lugar, involucrarnos en un proceso permanente de discipulado (nacer del agua y del Espíritu, Jn 3:5), que implica, según Rom 12:1-5:
Uno. Hacer morir las obras de la carne (presentarnos en sacrificio vivo), hacer morir lo terrenal, los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida (1 Jn 2:15-16) en nosotros.
Dos. Transformar nuestra manera de pensar.
Tres. No tener un más alto concepto de sí mismos (somos pecadores perdonados, no perfectos ni inmaculados, aún estamos en el proceso, Mat 5.48, 1 Ped 1:13-18, Fil 1:6, Jer 17:9, Rom 7:21-25).
Cuatro. Ser parte activa del Cuerpo (interdependencia con los demás miembros del Cuerpo) y buscar en todas las cosas la gloria de Dios (Col 3:22-24) no la exaltación de nuestra individualidad.
Aspecto espiritual.
Todo lo que sucede en la tierra, es reflejo de lo que sucede en el mundo espiritual. Por nuestra posición en Cristo, lo que atamos en la tierra es atado en el cielo y lo que desatamos en la tierra es desatado en el cielo (Mat 16:18-20).
Por lo tanto, lo que sucede en nuestros corazones no solo afecta nuestros corazones sino que afecta todo nuestro entorno (Prov 23:7), y por ende, el mundo espiritual.
Por ello la Palabra nos enseña que el Reino de los cielos, desde el tiempo de Juan el Bautista, sufre oposición y solo los valientes, esforzados, lo arrebatan (Mat 11:12).
Aspecto externo.
El Señorío de Cristo en nuestros corazones necesariamente se manifestará en una transformación de nuestras relaciones hacia el mundo exterior (Prov 23:7). Este es un aspecto que las Escrituras enfatizan o señalan de muchas maneras:
Los demás conocerán que somos sus discípulos en el amor que nos tendremos entre nosotros (Jn 13:35).
En que en todas las cosas que hagamos, el nombre del Señor sea glorificado (Col 3:22-24).
Somos sal y luz (Mat 5:13-16) cuando los demás ven nuestras buenas obras, porque la fe necesita manifestarse en las obras, en las acciones (Sant 2:14-26).
Aspecto natural.
Cuando somos transformados en nuestros corazones, necesariamente eso se va a evidenciar externamente (Prov 23:7) en la transformación progresiva de nuestras relaciones con los demás (Mat 22:37) y con las cosas (mayordomía, Mat 25.14-30). Y esa transformación, a la larga, sumando los efectos producidos por cada uno dentro de un ámbito geográfico, van a producir una transformación del mundo natural de la cual la abolición de la esclavitud, las escuelas, universidades, hospitales, hospicios, la humanización de las leyes, etc., son solo algunos ejemplos a lo largo de la historia.
Eso es precisamente lo que enseña la Palabra de Dios cuando dice:
Que los creyentes somos como levadura (Mat 13:33) que transforma el mundo.
Que fuimos trasladados de la potestad de las tinieblas al Reino de Su amado Hijo (Col 1:13) y nos hizo ministros de la reconciliación (2 Cor 5.17-18) para que Jesús sea Señor sobre todas las cosas (Col 1:15-20).
El cristianismo no es un asunto solo de fe sino de fe y obras. (Sant 2:14-26). La fe (interna) necesariamente se va a manifestar externamente (obras) y esas obras producen un profundo impacto en nuestro alrededor, lo transforman, para que el Reino de Dios se manifieste en la tierra como en el cielo, y la voluntad de Dios en todas las cosas sea manifestada (Mat 6:9-10) que es el deseo de Dios: que se haga Su voluntad en la tierra como en el cielo.
La voluntad de Dios no solo se refiere a nuestra relación con El y vida interior.
La voluntad de Dios también se refiere a asuntos de educación, trabajo, finanzas, negocios, gobierno, arte, comunicación, ciencia, tecnología, etc. La Biblia contiene instrucciones precisas de cómo necesitamos proceder en cuanto a esos asuntos.
La voluntad de Dios (el Reino de Dios) necesita manifestarse en todos esos campos a través de sus hijos y comenzar a ser redimidos del reino de las tinieblas aun en el entendimiento de que la plenitud del Reino no se manifestará sino hasta los Cielos Nuevos y la Tierra Nueva (ya pero todavía no).
A Jesús, según los del Sanedrín, no lo crucificaron por la vida interior que había en El, sino porque esa vida interior manifestada hacia fuera transformaba el “satus quo” (el mundo exterior), sus privilegios, su forma de vivir (Jn 11:45-53).
CONCLUSIÓN.
Buscar el Reino de Dios y su justicia (la manifestación de ese reino en nuestras relaciones interpersonales y actividades) no es una elección, es una necesidad y una responsabilidad de amor.
Necesitamos buscar el Reino de Dios y su justicia (Mat 6:33), en primer lugar, para que sea establecido en nuestro corazón (vida interior).
Pero necesariamente, si el Reino de Dios y su justicia está establecido en nuestros corazones, el Reino va a manifestarse en nuestra vida exterior (un estilo de vida diferente: el fruto del Espíritu, Gal 5:22-23) que va a comenzar a transformar el mundo exterior a nuestro alrededor (Rom 8:19-22) hasta la venida de Cristo (el Reino Milenial) y los Cielos Nuevos y la Tierra Nueva.
Necesitamos mantener el equilibrio entre vida interior y vida exterior. Sin balance entre ambas volvemos el cristianismo, en lugar de un estilo de vida, en algo contemplativo (énfasis solo sobre la vida interior) o en un activismo social (énfasis sobre la vida exterior).
30
Ago
2012