Entendiendo la Gracia.
ENTENDIENDO LA GRACIA.
1 Ped 1:1-6.
“Pedro, apóstol de Jesucristo, a los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo: Gracia y paz os sean multiplicadas. Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero. En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas,”
La importancia de la Primera Epístola de Pedro.
Está contenida en 1 Ped 5:12: “Amonestando y testificando que esta es la verdadera gracia de Dios en la cual estamos”. Un primer objetivo de esta epístola es ubicarnos en la verdadera gracia de Dios, no en la que nosotros quisiéramos que fuera, sino que en la que verdaderamente es. Este es un objetivo importante, porque en ese tiempo, al igual que hoy, dentro de la Iglesia de Cristo habían dos corrientes: una que rebajaba la gracia y pretendía convertir a la iglesia en legalista, y otra que magnificaba la gracia por encima de lo que la Biblia enseñaba y llevaba al libertinaje, al abuso de la gracia.
Esa misma situación se vive hoy: una corriente dentro de la Iglesia que superpone nuestras obras (la oración, la lectura de la Biblia, el servicio, la perfección de vida, las disciplinas espirituales, etc.) a la gracia. Esta corriente (legalismo) enseña que es haciendo estas cosas que mantenemos nuestra salvación, lo que implica que el sacrificio de Cristo en la Cruz y el derramamiento de Su Sangre preciosa no fueron suficientes para obtener para nosotros la salvación, sino que necesitamos hacer obras para mantenerla. Entonces, a Dios le corresponde, según esta corriente, darnos la salvación, pero a nosotros, por nuestras obras, mantenerla. Si no la mantenemos, entonces la podemos perder, lo que implica, en última instancia, que nosotros debemos ganamos la salvación.
De esta corriente dice Pablo a los gálatas (Gal 3:1-3): “1¡Oh gálatas insensatos! ¿quién os fascinó para no obedecer a la verdad, a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado? Esto sólo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe? ¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne?
Otra importancia grande de esta epístola está incluida en los pasajes de 1 Ped 1:6-9, 1 Ped 2:20-25, 1 Ped 3:13-18, 1 Ped 4:12-19, 1 Ped 5:8-10: la preparación y la actitud que necesitamos desarrollar para sobrepasar todas las dificultades, problemas, circunstancias contrarias, tentaciones, tribulación, etc., que nos van a suceder, eventualmente, por causa de haber creído en el Señor Jesucristo. Esta enseñanza apunta a corregir los errores de la otra corriente que magnifica la gracia y cuya consecuencia, en última instancia, es un libertinaje en el sentido de una vida sin rendición real al Señorío de Cristo y sin resistencia al pecado (“donde sobreabundó el pecado, sobreabundó la gracia, entonces, sigamos pecando para que la gracia abunde”, Rom 5:20-6:2) o el pretender usar a Dios para nuestros propósitos en lugar de que nosotros vivamos para el cumplimiento de Sus propósitos (Mat 6:33, Hag 1:2-10: poner nuestras prioridades e intereses por encima de las prioridades de Dios).
Esta epístola también corrige la enseñanza de otra corriente dentro del cristianismo que enseña que una vez que nosotros somos cristianos, todos los problemas de la vida se terminan, que el cristianismo es como vivir en un mundo ideal, sin problemas, y que si tenemos problemas y enfrentamos circunstancias difíciles, ellas son consecuencia de que los hermanos o hermanas están en pecado o mal delante de Dios, todo lo cual pretende negar la evidencia bíblica de que los discípulos de Cristo, aún siendo buenos discípulos, en el mundo, sufrirán aflicción (Pedro, Pablo, y todo el resto de discípulos de Cristo, excepto Juan, murieron martirizados por el Evangelio).
En conclusión, tal como lo afirmamos al principio, está epístola nos pone en la perspectiva correcta para entender la Gracia en todas sus dimensiones.
Elegidos según la presciencia de Dios Padre (1 Ped 1:2).
La presciencia de Dios es la característica de Su sabiduría por medio de la cual el conoce todo lo que va a suceder, antes de que suceda.
En términos prácticos, y en lo que concierne a nosotros, ello implica que Dios conocía y conoce todos los detalles de nuestras vidas (buenos y malos) aún antes de que nosotros los vivamos, antes de que naciéramos, y de hecho, antes de la fundación del mundo (Efe 1:4: nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo).
Es decir, que Dios conocía desde antes de crearnos, nuestros pecados de antes y después de nuestra salvación, y no solo los conocía, sino que los cargó sobre Cristo a fin de que la paga que les correspondía que era la muerte (Rom 6:23) fuera saldada de una vez y para siempre (Isa 53:5-6: El fue herido por nuestras rebeliones y molido por nuestros pecados y Jehová cargó en El el pecado de todos nosotros; Col 2:13-14: Cristo nos dio vida juntamente con Él, perdonándonos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros y que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz).
El otro aspecto maravilloso de este pasaje no solo es que Dios ya conocía toda nuestra vida llena de pecados, fallas, insuficiencias, debilidades, etc., sino que a pesar de ello, El nos eligió a cada uno. Y esa palabra “elección”, implica una decisión absolutamente consciente, una decisión con pleno conocimiento. Por ello la Palabra nos dice que El escogió a lo vil del mundo, lo menospreciado, la débil, lo necio, lo que no era (1 Cor 1:26-29) para que nadie se jacte en Su presencia.
Y esa elección es consciente también del hecho de que a pesar de que vamos a ser salvos, eventualmente vamos a pecar, fallar, fracasar, etc. (Fil 1:6: el que comenzó la buena obra en ustedes, la perfeccionará HASTA el día de Jesucristo, lo cual supone que todo el tiempo que vivamos en la vida terrenal, vamos a ser, en alguna medida, imperfectos).
A algunos les cuesta aceptar esta parte de la enseñanza bíblica, porque asumen que, habiendo sido firme la elección de Dios por nosotros, a pesar de nuestros pecados futuros, entonces, si la elección ya está firme y no depende de nada que hagamos, y nada puede cambiar esa elección en el futuro, entonces podemos desviarnos a vivir una vida licenciosa, de pecado, sin consecuencias. Sin negar que ello podría ser así, tampoco podemos negar el hecho de que quién habiendo sido elegido por Dios para esta salvación tan grande, y decide descuidarla, va a sufrir consecuencias terribles que van a hacer insoportable, no agradable, su vida separada de Dios. En primer lugar, cuando venimos a ser salvos hemos recibido una nueva naturaleza, la naturaleza de Dios (1 Ped 1:23, 2 Ped 1:4), que es una naturaleza santa, por lo tanto, si la persona llega a vivir en el pecado, por el hecho de la naturaleza santa que habita en Él, el pecado le va a ser insoportable. Por otro lado, además de la nueva naturaleza, en el momento de la salvación los elegidos recibimos de Dios el Espíritu Santo, que es Quién nos convence de pecado. Por lo tanto, cuando un salvo peca, el Espíritu Santo se contrista (Efe 4.30) y ese contristar no significa apagar, apachurrar, arrinconar, etc., al Espíritu Santo; significa enojarlo, molestarlo, impacientarlo, ponerlo en pie de lucha, porque El es santo y no tiene nada que ver con el pecado; y el Espíritu Santo va a manifestar Su molestia en nosotros, hasta que nos arrepintamos del pecado, y en el proceso, de no haber arrepentimiento, el estado de la persona va a tender a ser peor que el que tenía antes de conocer a Cristo (Mat 12:45, Luc 11:26) y ello no va a terminar hasta que esa persona se vuelva a Cristo nuevamente, en arrepentimiento, confesión y abandono del pecado (Sal 32:1-5). Y obviamente, el pecado tendrá sus consecuencias en esta vida (lo que sembramos, cosecharemos) y en la vida eterna (recompensas, tesoros y galardones no hechos, perdidos, que implicaran pérdida de privilegios y lugares en la eternidad, 1 Cor 3:11-15).
1 Ped 1:1-6.
“Pedro, apóstol de Jesucristo, a los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo: Gracia y paz os sean multiplicadas. Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero. En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas,”
La importancia de la Primera Epístola de Pedro.
Está contenida en 1 Ped 5:12: “Amonestando y testificando que esta es la verdadera gracia de Dios en la cual estamos”. Un primer objetivo de esta epístola es ubicarnos en la verdadera gracia de Dios, no en la que nosotros quisiéramos que fuera, sino que en la que verdaderamente es. Este es un objetivo importante, porque en ese tiempo, al igual que hoy, dentro de la Iglesia de Cristo habían dos corrientes: una que rebajaba la gracia y pretendía convertir a la iglesia en legalista, y otra que magnificaba la gracia por encima de lo que la Biblia enseñaba y llevaba al libertinaje, al abuso de la gracia.
Esa misma situación se vive hoy: una corriente dentro de la Iglesia que superpone nuestras obras (la oración, la lectura de la Biblia, el servicio, la perfección de vida, las disciplinas espirituales, etc.) a la gracia. Esta corriente (legalismo) enseña que es haciendo estas cosas que mantenemos nuestra salvación, lo que implica que el sacrificio de Cristo en la Cruz y el derramamiento de Su Sangre preciosa no fueron suficientes para obtener para nosotros la salvación, sino que necesitamos hacer obras para mantenerla. Entonces, a Dios le corresponde, según esta corriente, darnos la salvación, pero a nosotros, por nuestras obras, mantenerla. Si no la mantenemos, entonces la podemos perder, lo que implica, en última instancia, que nosotros debemos ganamos la salvación.
De esta corriente dice Pablo a los gálatas (Gal 3:1-3): “1¡Oh gálatas insensatos! ¿quién os fascinó para no obedecer a la verdad, a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado? Esto sólo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe? ¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne?
Otra importancia grande de esta epístola está incluida en los pasajes de 1 Ped 1:6-9, 1 Ped 2:20-25, 1 Ped 3:13-18, 1 Ped 4:12-19, 1 Ped 5:8-10: la preparación y la actitud que necesitamos desarrollar para sobrepasar todas las dificultades, problemas, circunstancias contrarias, tentaciones, tribulación, etc., que nos van a suceder, eventualmente, por causa de haber creído en el Señor Jesucristo. Esta enseñanza apunta a corregir los errores de la otra corriente que magnifica la gracia y cuya consecuencia, en última instancia, es un libertinaje en el sentido de una vida sin rendición real al Señorío de Cristo y sin resistencia al pecado (“donde sobreabundó el pecado, sobreabundó la gracia, entonces, sigamos pecando para que la gracia abunde”, Rom 5:20-6:2) o el pretender usar a Dios para nuestros propósitos en lugar de que nosotros vivamos para el cumplimiento de Sus propósitos (Mat 6:33, Hag 1:2-10: poner nuestras prioridades e intereses por encima de las prioridades de Dios).
Esta epístola también corrige la enseñanza de otra corriente dentro del cristianismo que enseña que una vez que nosotros somos cristianos, todos los problemas de la vida se terminan, que el cristianismo es como vivir en un mundo ideal, sin problemas, y que si tenemos problemas y enfrentamos circunstancias difíciles, ellas son consecuencia de que los hermanos o hermanas están en pecado o mal delante de Dios, todo lo cual pretende negar la evidencia bíblica de que los discípulos de Cristo, aún siendo buenos discípulos, en el mundo, sufrirán aflicción (Pedro, Pablo, y todo el resto de discípulos de Cristo, excepto Juan, murieron martirizados por el Evangelio).
En conclusión, tal como lo afirmamos al principio, está epístola nos pone en la perspectiva correcta para entender la Gracia en todas sus dimensiones.
Elegidos según la presciencia de Dios Padre (1 Ped 1:2).
La presciencia de Dios es la característica de Su sabiduría por medio de la cual el conoce todo lo que va a suceder, antes de que suceda.
En términos prácticos, y en lo que concierne a nosotros, ello implica que Dios conocía y conoce todos los detalles de nuestras vidas (buenos y malos) aún antes de que nosotros los vivamos, antes de que naciéramos, y de hecho, antes de la fundación del mundo (Efe 1:4: nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo).
Es decir, que Dios conocía desde antes de crearnos, nuestros pecados de antes y después de nuestra salvación, y no solo los conocía, sino que los cargó sobre Cristo a fin de que la paga que les correspondía que era la muerte (Rom 6:23) fuera saldada de una vez y para siempre (Isa 53:5-6: El fue herido por nuestras rebeliones y molido por nuestros pecados y Jehová cargó en El el pecado de todos nosotros; Col 2:13-14: Cristo nos dio vida juntamente con Él, perdonándonos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros y que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz).
El otro aspecto maravilloso de este pasaje no solo es que Dios ya conocía toda nuestra vida llena de pecados, fallas, insuficiencias, debilidades, etc., sino que a pesar de ello, El nos eligió a cada uno. Y esa palabra “elección”, implica una decisión absolutamente consciente, una decisión con pleno conocimiento. Por ello la Palabra nos dice que El escogió a lo vil del mundo, lo menospreciado, la débil, lo necio, lo que no era (1 Cor 1:26-29) para que nadie se jacte en Su presencia.
Y esa elección es consciente también del hecho de que a pesar de que vamos a ser salvos, eventualmente vamos a pecar, fallar, fracasar, etc. (Fil 1:6: el que comenzó la buena obra en ustedes, la perfeccionará HASTA el día de Jesucristo, lo cual supone que todo el tiempo que vivamos en la vida terrenal, vamos a ser, en alguna medida, imperfectos).
A algunos les cuesta aceptar esta parte de la enseñanza bíblica, porque asumen que, habiendo sido firme la elección de Dios por nosotros, a pesar de nuestros pecados futuros, entonces, si la elección ya está firme y no depende de nada que hagamos, y nada puede cambiar esa elección en el futuro, entonces podemos desviarnos a vivir una vida licenciosa, de pecado, sin consecuencias. Sin negar que ello podría ser así, tampoco podemos negar el hecho de que quién habiendo sido elegido por Dios para esta salvación tan grande, y decide descuidarla, va a sufrir consecuencias terribles que van a hacer insoportable, no agradable, su vida separada de Dios. En primer lugar, cuando venimos a ser salvos hemos recibido una nueva naturaleza, la naturaleza de Dios (1 Ped 1:23, 2 Ped 1:4), que es una naturaleza santa, por lo tanto, si la persona llega a vivir en el pecado, por el hecho de la naturaleza santa que habita en Él, el pecado le va a ser insoportable. Por otro lado, además de la nueva naturaleza, en el momento de la salvación los elegidos recibimos de Dios el Espíritu Santo, que es Quién nos convence de pecado. Por lo tanto, cuando un salvo peca, el Espíritu Santo se contrista (Efe 4.30) y ese contristar no significa apagar, apachurrar, arrinconar, etc., al Espíritu Santo; significa enojarlo, molestarlo, impacientarlo, ponerlo en pie de lucha, porque El es santo y no tiene nada que ver con el pecado; y el Espíritu Santo va a manifestar Su molestia en nosotros, hasta que nos arrepintamos del pecado, y en el proceso, de no haber arrepentimiento, el estado de la persona va a tender a ser peor que el que tenía antes de conocer a Cristo (Mat 12:45, Luc 11:26) y ello no va a terminar hasta que esa persona se vuelva a Cristo nuevamente, en arrepentimiento, confesión y abandono del pecado (Sal 32:1-5). Y obviamente, el pecado tendrá sus consecuencias en esta vida (lo que sembramos, cosecharemos) y en la vida eterna (recompensas, tesoros y galardones no hechos, perdidos, que implicaran pérdida de privilegios y lugares en la eternidad, 1 Cor 3:11-15).
21
Oct
2013