Espíritu Santo.
¿Cómo obra el Espíritu Santo en nosotros?
Introducción.
El Espíritu de Dios nos es dado por el Padre para cuatro cosas fundamentales: guiarnos a la salvación reconociendo el Señorío de Cristo (Rom 10:8-13, 1 Cor 12:3), santificarnos (Fil 1:6), guiarnos para desarrollar una buena mayordomía de todas las cosas que Dios nos ha dado (1 Ped 4:10-11), y capacitarnos para el servicio al que Dios nos llama (Efe 2.10, 1 Cor 12:4-11).
Para ello, el Espíritu Santo ha sido designado por el Padre para que sea nuestro:
• Consolador (Jn 15:26, Jn 16:7).
• Ayudador (Rom 8:26, Sal 30:10, Sal 33:20).
• Maestro (Jn 14:26, Jn 16:13-15).
• Parakleto (Jn 14:16).
• Guía (Rom 8:14, Jn 16:13).
• Santificador (Jn 16:8-11, 1 Ped 1:2, 2 Tes 2:13, Rom 8:13, Fil 1:6).
¿Cómo obra?
El Espíritu Santo es, como Su Nombre lo indica y por ser Dios, Espíritu (Jn 4:24). Ello significa que no le vemos, pero aunque no le vemos le podemos percibir (Jn 14:17) y además, podemos ver Su obrar absolutamente sobrenatural en nuestros corazones y en nuestras mentes (1 Cor 2:14, Jn 3:8), guiándonos, enseñándonos, fortaleciéndonos, convenciéndonos, sanándonos, restaurándonos, guiándonos, etc.
Aún cuando la experiencia del obrar del Espíritu Santo en nosotros no puede ser descrita con palabras humanas, naturales, cada uno de nosotros, los que tenemos el Espíritu Santo, sabemos que sabemos cuando es Él el que está obrando en nosotros y a través de nosotros:
• 1 Cor 2:9-16. “Antes bien, como está escrito: cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual. Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie. Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo.”
El Espíritu Santo, desde nuestro interior, obrando profunda e íntimamente, habla a nuestros corazones y a nuestra mente para transformar nuestra vida, de varias formas:
• Produciendo convicción de pecado, de justicia y de juicio (Jn 16:8-11).
• Produciendo convicción de que Jesús es nuestro Señor y Salvador (1 Cor 12.3).
• Regenerando nuestro espíritu (Jn 3:3, 2 Cor 5:17).
• Sanando, restaurando, libertando nuestro ser completo (Luc 4:18-19).
• Da testimonio a nuestro espíritu de que somos salvos e hijos de Dios (Rom 8:16-17).
• Nos enseña lo que Dios nos ha concedido (1 Cor 2:12).
• Cambio continuo de las actitudes y motivaciones que teníamos antes de conocer a Cristo por otras nuevas de acuerdo a la Palabra de Dios (Jn 3:5, Rom 12:2, Rom 8:13, Fil 1.6, Gal 5:19-23).
• Nos recuerda la Palabra de Dios y nos la enseña, aclara, ilumina nuestro entendimiento acerca de ella, para que la pongamos por obra (Jn 14:24-26, 2 Cor 4:4-6, 1 Cor 2:9-12).
• Cuando somos tomados por sorpresa y necesitamos dar testimonio de nuestra fe pone en nuestras bocas las palabras que hemos de decir (Num 23:12, Luc 12:11-12, Mar 13.11).
• Produce no solo el querer sino también el hacer por Su buena voluntad (Fil 2:13).
• Cuando estamos con otros cristianos, aunque hablemos diferentes idiomas y pertenezcamos a diferentes culturas, testifica a nuestro espíritu de la conexión espiritual que tenemos con ellos como miembros de la familia de Dios, un solo Señor, una misma fe, un mismo Espíritu (Efe 2:18-22, 1 Cor 12:13).
• Frente a las adversidades, nos imparte una actitud de confianza y de seguridad en nuestra fe y de que mayor es Él que está en nosotros que el que está y lo que está contra nosotros (1 Jn 4.4, Rom 8:31-39).
• Nos advierte de los obstáculos que podemos enfrentar en nuestro caminar, para que los esquivemos o estemos listos para enfrentarlos y superarlos (Jn 16:13, Hch 21:11).
• Detiene la maldad en nosotros (Rom 8:13).
• Nos capacita para el ministerio con dones (1 Cor 12:4-11).
Percepción gradual de la obra del Espíritu Santo.
El obrar del Espíritu Santo en nosotros lo vamos percibiendo de manera gradual, y de la misma manera, Él incrementa su acción en nosotros de manera gradual conforme lo vamos anhelando y deseando. Para que la obra del Espíritu Santo en nosotros se incremente, es necesario que voluntariamente decidamos morir a nosotros, a la carne, a hacer las cosas a nuestra manera en lugar de hacerlas a la manera de Dios, que es el mayor obstáculo para la operación del Espíritu Santo en nosotros, no porque Él no tenga el poder de eliminar todos esos obstáculos, sino porque Dios limitó Su acción en nosotros al acuerdo de nuestra voluntad. Dios nos dotó de voluntad para que decidiéramos, y el Espíritu Santo no va a violar esa voluntad, sino que va a obrar juntamente con ella para hacer Su obra en nosotros.
• Deut 30:19-20. “A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia; amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a él; porque él es vida para ti, y prolongación de tus días; a fin de que habites sobre la tierra que juró Jehová a tus padres, Abraham, Isaac y Jacob, que les había de dar.
Por ello, nosotros necesitamos realmente anhelar Su obra en nosotros de la misma manera como Él anhela obrar en nosotros:
• Sant 4:4-8. “¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios. ¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente? Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones.”
• Luc 11:13. “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?”
Desde el momento en que nosotros reconocemos el Señorío de Cristo, el Espíritu Santo en Su totalidad, en Su plenitud, viene a morar con nosotros porque El Señor nos da el Espíritu sin medida (Jn 3:34). Sin embargo, en nuestra relación con el Espíritu Santo pasa igual que en toda relación: conforme pasamos tiempo juntos la relación va evolucionando. Tomemos como ejemplo la relación de esposos: cuando nos casamos lo hacemos con la persona total, pero en la medida en la que pasamos el tiempo juntos, nos relacionamos, abrimos nuestros corazones y ponemos cuidado en la relación, vamos a ir conociendo más y más de nuestra pareja y vamos a ir transitando por nuevas etapas de la relación, de más en más. Igual sucede con el Espíritu Santo: en la medida en la que más relacionamos con Él, en la que más le ponemos cuidado, en la que más atendemos sus Palabras, etc., en esa medida vamos a ir conociéndole más, anhelando más de Él y estando más conscientes de Su obra en nosotros y experimentando nuevos y más profundos niveles de relación.
Cuando anhelamos al Espíritu Santo como Él nos anhela (y Él comienza anhelándonos a nosotros), vamos a pasar, por lo menos, por cuatro etapas en nuestra relación con Él:
• La primera es cuando el Espíritu Santo viene a morar en nosotros, primero, trayendo convicción de pecado y arrepentimiento para entrar en la salvación por Cristo Jesús (1 Cor 12.3, Jn 16:8-11), regenerándonos (2 Cor 5:17) con una nueva naturaleza (la naturaleza divina) para que seamos atraídos hacia Él (lo espiritual busca lo espiritual de la misma manera que lo carnal busca lo carnal, Rom 8:5-9).
• La segunda, cuando el Espíritu Santo viene sobre nosotros en el bautismo del Espíritu Santo (Mat 3:11, Luc 3:16, Hch 1:8). A este respecto, necesitamos reconocer que no es lo mismo que el Espíritu Santo esté en nosotros, a que el Espíritu Santo esté sobre nosotros.
• La tercera es la llenura del Espíritu Santo. Esta es un anhelo constante de más y más del Espíritu Santo, una santa inconformidad con lo que ya tenemos de Él y anhelar más y más de Él (Efe 5:15-20, con énfasis en 5:18).
• La cuarta es la plenitud del Espíritu Santo, que implica el ya no vivir nosotros, sino que Cristo, por Su Espíritu Santo, viva en nosotros, estar plenamente rendidos, dirigidos, poseídos por Él (Efe 1:17-23, Col 1:26-27, Gal 2.20).
Llenos del Espíritu Santo (Efe 5:15-18).
La Palabra en Efe 5:18 nos da una instrucción bien precisa, y además de ello, tremendamente necesaria (aunque muchas veces la pasamos de largo): “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu,”. Como podemos ver claramente en este pasaje, la llenura del Espíritu Santo es contrastada, para efectos prácticos, con la embriaguez. De ello podemos derivar enseñanzas prácticas que nos ayudan a ser llenos del Espíritu Santo:
• Primero. Una persona, para embriagarse no toma una sola vez y permanece embriagada, sino que cada vez que desea embriagarse toma nuevamente. Lo que la Palabra nos está indicando, entonces, es que estar llenos del Espíritu Santo no es asunto de una sola vez, sino que requiere que constantemente “tomemos” de Él, le busquemos, para mantenernos llenos, y ello es así no por el Espíritu Santo que pudiera disminuir en nosotros porque Él nos ha sido dado sin medida, Jn 3:34, sino que es por nosotros, que tendemos a “desconectarnos” de Él, a centrar nuestra atención en otras cosas en lugar de en Él y necesitamos re-tomar la relación para mantenernos “embriagados” de Él. No se trata de una vez en la vida ni de una vez por año, es constantemente, a cada momento. El quiere que tengamos conciencia de la dependencia de Él a cada momento.
• Segundo. La persona que se embriaga es la que busca el licor. De la misma manera, la iniciativa para ser llenos del Espíritu Santo debe partir de nosotros. Si nosotros no queremos, no anhelamos, no buscamos, más de Él, nada va a suceder. La iniciativa parte de nosotros y el Espíritu Santo responde a ello, no porque sea un caballero, sino porque Dios no nos va a imponer algo que dejo a nuestra decisión (Deut 30:19-20).
• Tercero. Aún cuando la persona es la que decide tomar para embriagarse, en realidad el grado de embriaguez no depende de la persona que toma sino del licor que ingiere y de como este interactúa en su organismo con las condiciones de la persona (estados emocionales, estados físicos, etc.). De la misma manera, la búsqueda de la llenura del Espíritu Santo es nuestra decisión, pero la forma que va a adoptar esa llenura en cada momento específico no depende de nosotros sino de las condiciones que experimentamos, y que el Espíritu Santo conoce y llena de acuerdo a nuestras necesidades, no de acuerdo a nuestros gustos.
➢ Sal 42:7-8. Un abismo (vacío en nuestro corazón) llama a otro a la voz de tus cascadas (el Espíritu Santo); todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí (Su llenura). Pero de día mandará Jehová su misericordia, y de noche su cántico estará conmigo, y mi oración al Dios de mi vida (Él determina lo que necesitamos y lo trae a nosotros).”
• Cuarto. Es un proceso de aprendizaje. De la misma manera que una persona, aún cuando se embriaga desde la primera vez que toma, el mantenerse embriagado al principio constituye un esfuerzo consciente hasta que se vuelve “automático” enlazando una embriaguez tras otra. Así la experiencia de la llenura del Espíritu Santo sucede gradualmente. Al principio es una experiencia que buscamos conscientemente, una tras otra vez, hasta que posteriormente, sin darnos cuenta, el buscar la llenura se convierte en una parte constante de nuestra conciencia y de nuestra vida. Al principio empezamos de forma deliberada, lenta y cuidadosa.
Por lo tanto, la iniciativa debe surgir de nosotros y mantenerse de nuestra parte. Es un mandamiento, no una sugerencia. Es una búsqueda voluntaria, no una imposición. Es una necesidad, no un “adorno”.
Al Espíritu Santo lo necesitamos todo el tiempo para capacitarnos con discernimiento para entender las circunstancias que nos toca vivir y lo que hay que hacer para superarlas (1 Cro 12:32), para vivir en obediencia a la Palabra de Dios (Mat 6:33, Deut 28:1-14), para percibir el mal y mantenernos alejados de él porque nuestro corazón es engañoso (Jer 17:9), para mantenernos fuertes cuando viene la tentación (Rom 8.13, Sant 1:12-15), para guardar nuestra boca de hablar cosas erradas, o hablar demasiado, o hablar sin pensar (Sant 1:19-21, Sant 3:8-10, Rom 8:13), para guardar nuestro ver, nuestras emociones, nuestra voluntad (Rom 8:5-9), para realizar nuestra mayordomía y servicio conforme a Su Voluntad (Mat 7:21-23), en fin, para ayudarnos a caminar con verdaderos creyentes, como verdaderos hijos e hijas de Dios (Rom 8:14) y para glorificarlo en todo lo que hacemos (Col 3:23-24, Mat 5:16, Hch 1:8).
¿Cómo mantenernos llenos del Espíritu Santo?
La vida cotidiana está llena de situaciones que implican retos, decisiones, obstáculos, dificultades, etc. Esas situaciones, si no somos cuidadosos en la forma de enfrentarlas, tienden a generar en nosotros ansiedad, frustración, confusión, desesperación, etc., sentimientos que nos apartan de la comunión con el Espíritu Santo. Por ello, una cuestión importante es que en todo momento, en lugar de “dejarnos ir” frente a ellas, tomemos un momento, nos hagamos un momento a un lado para permitirnos “conectarnos” con el Espíritu Santo y buscar su dirección para seguir el camino y su poder para fortalecernos.
Por ello la Palabra nos enseña (Efe 5:15-17):
• Que andemos con diligencia (atención), no como necios (con nuestras propias fuerzas, ideas, etc.), sino como sabios (buscando la dirección del Espíritu Santo).
• Que no seamos insensatos (siguiendo nuestra propia voluntad) sino entendidos de cual sea la Voluntad de Dios (que nos enseña el Espíritu Santo), que además es buena, agradable y perfecta (Rom 12:2), lo que implica renovar nuestro entendimiento, no pensar de la forma que piensa el mundo (la carne) sino de la forma que nos enseña la Palabra de Dios (el Espíritu), (Rom 8:5-9, Rom 8:12-14).
• Y ello es en todo tiempo porque los días son malos.
Notemos que estas instrucciones:
• No son una sugerencia sino una instrucción, una orden. Por lo tanto, no hacerlo es desobediencia a Dios, y como tal es una forma de pecado (en esencia el pecado es desobedecer la voluntad de Dios y hacer nuestra voluntad).
• Al reconocer lo anterior, necesitamos arrepentirnos y pedirle perdón a Dios por todas las veces que hemos ignorado Su Voluntad y Su Presencia por medio del Espíritu Santo en nosotros para guiarnos, y nos hemos entregado a la guianza de la carne en lugar de a la del Espíritu. El arrepentimiento implica la disposición a dejarnos conducir por el Espíritu Santo de aquí en adelante (a cambiar la correlación de la carne al Espíritu).
• Esta instrucción es para todos los creyentes, no para algunos, no para un grupo privilegiado. Si somos creyentes, todos podemos (y deberíamos) ser llenos constantemente del Espíritu Santo.
Resultados de ser llenos del Espíritu (Efe 5:19-21).
Los resultados de ser llenos del Espíritu Santo, además de todos los resultados de andar en el Espíritu que nos enseñan (Jn 14;16-18, Jn 14:24-27, Jn 16:7-15, Rom 8:1-39, etc.), serían
• En primer lugar, la manifestación más constante del fruto del Espíritu en nuestra vida (Gal 5:22-23): amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, humildad, dominio propio.
• En segundo lugar, una disposición a ser útiles a otras personas (darles ánimo), y a ser receptivos de lo que otros tienen para nosotros de parte de Dios (recibir ánimo).
• En tercer lugar, nuestras palabras van a ser palabras de edificación, consolación, exhortación, en fin, de bendición para otros.
• En cuarto lugar, nuestros corazones van a estar llenos de agradecimiento, alabanza y adoración a Dios, nuestro Padre, al Señor Jesucristo, nuestro Señor y Salvador, y al Espíritu Santo, nuestro Paracleto (Consolador, Compañero, Guía, Maestro, Intercesor, etc.).
Introducción.
El Espíritu de Dios nos es dado por el Padre para cuatro cosas fundamentales: guiarnos a la salvación reconociendo el Señorío de Cristo (Rom 10:8-13, 1 Cor 12:3), santificarnos (Fil 1:6), guiarnos para desarrollar una buena mayordomía de todas las cosas que Dios nos ha dado (1 Ped 4:10-11), y capacitarnos para el servicio al que Dios nos llama (Efe 2.10, 1 Cor 12:4-11).
Para ello, el Espíritu Santo ha sido designado por el Padre para que sea nuestro:
• Consolador (Jn 15:26, Jn 16:7).
• Ayudador (Rom 8:26, Sal 30:10, Sal 33:20).
• Maestro (Jn 14:26, Jn 16:13-15).
• Parakleto (Jn 14:16).
• Guía (Rom 8:14, Jn 16:13).
• Santificador (Jn 16:8-11, 1 Ped 1:2, 2 Tes 2:13, Rom 8:13, Fil 1:6).
¿Cómo obra?
El Espíritu Santo es, como Su Nombre lo indica y por ser Dios, Espíritu (Jn 4:24). Ello significa que no le vemos, pero aunque no le vemos le podemos percibir (Jn 14:17) y además, podemos ver Su obrar absolutamente sobrenatural en nuestros corazones y en nuestras mentes (1 Cor 2:14, Jn 3:8), guiándonos, enseñándonos, fortaleciéndonos, convenciéndonos, sanándonos, restaurándonos, guiándonos, etc.
Aún cuando la experiencia del obrar del Espíritu Santo en nosotros no puede ser descrita con palabras humanas, naturales, cada uno de nosotros, los que tenemos el Espíritu Santo, sabemos que sabemos cuando es Él el que está obrando en nosotros y a través de nosotros:
• 1 Cor 2:9-16. “Antes bien, como está escrito: cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual. Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie. Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo.”
El Espíritu Santo, desde nuestro interior, obrando profunda e íntimamente, habla a nuestros corazones y a nuestra mente para transformar nuestra vida, de varias formas:
• Produciendo convicción de pecado, de justicia y de juicio (Jn 16:8-11).
• Produciendo convicción de que Jesús es nuestro Señor y Salvador (1 Cor 12.3).
• Regenerando nuestro espíritu (Jn 3:3, 2 Cor 5:17).
• Sanando, restaurando, libertando nuestro ser completo (Luc 4:18-19).
• Da testimonio a nuestro espíritu de que somos salvos e hijos de Dios (Rom 8:16-17).
• Nos enseña lo que Dios nos ha concedido (1 Cor 2:12).
• Cambio continuo de las actitudes y motivaciones que teníamos antes de conocer a Cristo por otras nuevas de acuerdo a la Palabra de Dios (Jn 3:5, Rom 12:2, Rom 8:13, Fil 1.6, Gal 5:19-23).
• Nos recuerda la Palabra de Dios y nos la enseña, aclara, ilumina nuestro entendimiento acerca de ella, para que la pongamos por obra (Jn 14:24-26, 2 Cor 4:4-6, 1 Cor 2:9-12).
• Cuando somos tomados por sorpresa y necesitamos dar testimonio de nuestra fe pone en nuestras bocas las palabras que hemos de decir (Num 23:12, Luc 12:11-12, Mar 13.11).
• Produce no solo el querer sino también el hacer por Su buena voluntad (Fil 2:13).
• Cuando estamos con otros cristianos, aunque hablemos diferentes idiomas y pertenezcamos a diferentes culturas, testifica a nuestro espíritu de la conexión espiritual que tenemos con ellos como miembros de la familia de Dios, un solo Señor, una misma fe, un mismo Espíritu (Efe 2:18-22, 1 Cor 12:13).
• Frente a las adversidades, nos imparte una actitud de confianza y de seguridad en nuestra fe y de que mayor es Él que está en nosotros que el que está y lo que está contra nosotros (1 Jn 4.4, Rom 8:31-39).
• Nos advierte de los obstáculos que podemos enfrentar en nuestro caminar, para que los esquivemos o estemos listos para enfrentarlos y superarlos (Jn 16:13, Hch 21:11).
• Detiene la maldad en nosotros (Rom 8:13).
• Nos capacita para el ministerio con dones (1 Cor 12:4-11).
Percepción gradual de la obra del Espíritu Santo.
El obrar del Espíritu Santo en nosotros lo vamos percibiendo de manera gradual, y de la misma manera, Él incrementa su acción en nosotros de manera gradual conforme lo vamos anhelando y deseando. Para que la obra del Espíritu Santo en nosotros se incremente, es necesario que voluntariamente decidamos morir a nosotros, a la carne, a hacer las cosas a nuestra manera en lugar de hacerlas a la manera de Dios, que es el mayor obstáculo para la operación del Espíritu Santo en nosotros, no porque Él no tenga el poder de eliminar todos esos obstáculos, sino porque Dios limitó Su acción en nosotros al acuerdo de nuestra voluntad. Dios nos dotó de voluntad para que decidiéramos, y el Espíritu Santo no va a violar esa voluntad, sino que va a obrar juntamente con ella para hacer Su obra en nosotros.
• Deut 30:19-20. “A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia; amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a él; porque él es vida para ti, y prolongación de tus días; a fin de que habites sobre la tierra que juró Jehová a tus padres, Abraham, Isaac y Jacob, que les había de dar.
Por ello, nosotros necesitamos realmente anhelar Su obra en nosotros de la misma manera como Él anhela obrar en nosotros:
• Sant 4:4-8. “¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios. ¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente? Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones.”
• Luc 11:13. “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?”
Desde el momento en que nosotros reconocemos el Señorío de Cristo, el Espíritu Santo en Su totalidad, en Su plenitud, viene a morar con nosotros porque El Señor nos da el Espíritu sin medida (Jn 3:34). Sin embargo, en nuestra relación con el Espíritu Santo pasa igual que en toda relación: conforme pasamos tiempo juntos la relación va evolucionando. Tomemos como ejemplo la relación de esposos: cuando nos casamos lo hacemos con la persona total, pero en la medida en la que pasamos el tiempo juntos, nos relacionamos, abrimos nuestros corazones y ponemos cuidado en la relación, vamos a ir conociendo más y más de nuestra pareja y vamos a ir transitando por nuevas etapas de la relación, de más en más. Igual sucede con el Espíritu Santo: en la medida en la que más relacionamos con Él, en la que más le ponemos cuidado, en la que más atendemos sus Palabras, etc., en esa medida vamos a ir conociéndole más, anhelando más de Él y estando más conscientes de Su obra en nosotros y experimentando nuevos y más profundos niveles de relación.
Cuando anhelamos al Espíritu Santo como Él nos anhela (y Él comienza anhelándonos a nosotros), vamos a pasar, por lo menos, por cuatro etapas en nuestra relación con Él:
• La primera es cuando el Espíritu Santo viene a morar en nosotros, primero, trayendo convicción de pecado y arrepentimiento para entrar en la salvación por Cristo Jesús (1 Cor 12.3, Jn 16:8-11), regenerándonos (2 Cor 5:17) con una nueva naturaleza (la naturaleza divina) para que seamos atraídos hacia Él (lo espiritual busca lo espiritual de la misma manera que lo carnal busca lo carnal, Rom 8:5-9).
• La segunda, cuando el Espíritu Santo viene sobre nosotros en el bautismo del Espíritu Santo (Mat 3:11, Luc 3:16, Hch 1:8). A este respecto, necesitamos reconocer que no es lo mismo que el Espíritu Santo esté en nosotros, a que el Espíritu Santo esté sobre nosotros.
• La tercera es la llenura del Espíritu Santo. Esta es un anhelo constante de más y más del Espíritu Santo, una santa inconformidad con lo que ya tenemos de Él y anhelar más y más de Él (Efe 5:15-20, con énfasis en 5:18).
• La cuarta es la plenitud del Espíritu Santo, que implica el ya no vivir nosotros, sino que Cristo, por Su Espíritu Santo, viva en nosotros, estar plenamente rendidos, dirigidos, poseídos por Él (Efe 1:17-23, Col 1:26-27, Gal 2.20).
Llenos del Espíritu Santo (Efe 5:15-18).
La Palabra en Efe 5:18 nos da una instrucción bien precisa, y además de ello, tremendamente necesaria (aunque muchas veces la pasamos de largo): “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu,”. Como podemos ver claramente en este pasaje, la llenura del Espíritu Santo es contrastada, para efectos prácticos, con la embriaguez. De ello podemos derivar enseñanzas prácticas que nos ayudan a ser llenos del Espíritu Santo:
• Primero. Una persona, para embriagarse no toma una sola vez y permanece embriagada, sino que cada vez que desea embriagarse toma nuevamente. Lo que la Palabra nos está indicando, entonces, es que estar llenos del Espíritu Santo no es asunto de una sola vez, sino que requiere que constantemente “tomemos” de Él, le busquemos, para mantenernos llenos, y ello es así no por el Espíritu Santo que pudiera disminuir en nosotros porque Él nos ha sido dado sin medida, Jn 3:34, sino que es por nosotros, que tendemos a “desconectarnos” de Él, a centrar nuestra atención en otras cosas en lugar de en Él y necesitamos re-tomar la relación para mantenernos “embriagados” de Él. No se trata de una vez en la vida ni de una vez por año, es constantemente, a cada momento. El quiere que tengamos conciencia de la dependencia de Él a cada momento.
• Segundo. La persona que se embriaga es la que busca el licor. De la misma manera, la iniciativa para ser llenos del Espíritu Santo debe partir de nosotros. Si nosotros no queremos, no anhelamos, no buscamos, más de Él, nada va a suceder. La iniciativa parte de nosotros y el Espíritu Santo responde a ello, no porque sea un caballero, sino porque Dios no nos va a imponer algo que dejo a nuestra decisión (Deut 30:19-20).
• Tercero. Aún cuando la persona es la que decide tomar para embriagarse, en realidad el grado de embriaguez no depende de la persona que toma sino del licor que ingiere y de como este interactúa en su organismo con las condiciones de la persona (estados emocionales, estados físicos, etc.). De la misma manera, la búsqueda de la llenura del Espíritu Santo es nuestra decisión, pero la forma que va a adoptar esa llenura en cada momento específico no depende de nosotros sino de las condiciones que experimentamos, y que el Espíritu Santo conoce y llena de acuerdo a nuestras necesidades, no de acuerdo a nuestros gustos.
➢ Sal 42:7-8. Un abismo (vacío en nuestro corazón) llama a otro a la voz de tus cascadas (el Espíritu Santo); todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí (Su llenura). Pero de día mandará Jehová su misericordia, y de noche su cántico estará conmigo, y mi oración al Dios de mi vida (Él determina lo que necesitamos y lo trae a nosotros).”
• Cuarto. Es un proceso de aprendizaje. De la misma manera que una persona, aún cuando se embriaga desde la primera vez que toma, el mantenerse embriagado al principio constituye un esfuerzo consciente hasta que se vuelve “automático” enlazando una embriaguez tras otra. Así la experiencia de la llenura del Espíritu Santo sucede gradualmente. Al principio es una experiencia que buscamos conscientemente, una tras otra vez, hasta que posteriormente, sin darnos cuenta, el buscar la llenura se convierte en una parte constante de nuestra conciencia y de nuestra vida. Al principio empezamos de forma deliberada, lenta y cuidadosa.
Por lo tanto, la iniciativa debe surgir de nosotros y mantenerse de nuestra parte. Es un mandamiento, no una sugerencia. Es una búsqueda voluntaria, no una imposición. Es una necesidad, no un “adorno”.
Al Espíritu Santo lo necesitamos todo el tiempo para capacitarnos con discernimiento para entender las circunstancias que nos toca vivir y lo que hay que hacer para superarlas (1 Cro 12:32), para vivir en obediencia a la Palabra de Dios (Mat 6:33, Deut 28:1-14), para percibir el mal y mantenernos alejados de él porque nuestro corazón es engañoso (Jer 17:9), para mantenernos fuertes cuando viene la tentación (Rom 8.13, Sant 1:12-15), para guardar nuestra boca de hablar cosas erradas, o hablar demasiado, o hablar sin pensar (Sant 1:19-21, Sant 3:8-10, Rom 8:13), para guardar nuestro ver, nuestras emociones, nuestra voluntad (Rom 8:5-9), para realizar nuestra mayordomía y servicio conforme a Su Voluntad (Mat 7:21-23), en fin, para ayudarnos a caminar con verdaderos creyentes, como verdaderos hijos e hijas de Dios (Rom 8:14) y para glorificarlo en todo lo que hacemos (Col 3:23-24, Mat 5:16, Hch 1:8).
¿Cómo mantenernos llenos del Espíritu Santo?
La vida cotidiana está llena de situaciones que implican retos, decisiones, obstáculos, dificultades, etc. Esas situaciones, si no somos cuidadosos en la forma de enfrentarlas, tienden a generar en nosotros ansiedad, frustración, confusión, desesperación, etc., sentimientos que nos apartan de la comunión con el Espíritu Santo. Por ello, una cuestión importante es que en todo momento, en lugar de “dejarnos ir” frente a ellas, tomemos un momento, nos hagamos un momento a un lado para permitirnos “conectarnos” con el Espíritu Santo y buscar su dirección para seguir el camino y su poder para fortalecernos.
Por ello la Palabra nos enseña (Efe 5:15-17):
• Que andemos con diligencia (atención), no como necios (con nuestras propias fuerzas, ideas, etc.), sino como sabios (buscando la dirección del Espíritu Santo).
• Que no seamos insensatos (siguiendo nuestra propia voluntad) sino entendidos de cual sea la Voluntad de Dios (que nos enseña el Espíritu Santo), que además es buena, agradable y perfecta (Rom 12:2), lo que implica renovar nuestro entendimiento, no pensar de la forma que piensa el mundo (la carne) sino de la forma que nos enseña la Palabra de Dios (el Espíritu), (Rom 8:5-9, Rom 8:12-14).
• Y ello es en todo tiempo porque los días son malos.
Notemos que estas instrucciones:
• No son una sugerencia sino una instrucción, una orden. Por lo tanto, no hacerlo es desobediencia a Dios, y como tal es una forma de pecado (en esencia el pecado es desobedecer la voluntad de Dios y hacer nuestra voluntad).
• Al reconocer lo anterior, necesitamos arrepentirnos y pedirle perdón a Dios por todas las veces que hemos ignorado Su Voluntad y Su Presencia por medio del Espíritu Santo en nosotros para guiarnos, y nos hemos entregado a la guianza de la carne en lugar de a la del Espíritu. El arrepentimiento implica la disposición a dejarnos conducir por el Espíritu Santo de aquí en adelante (a cambiar la correlación de la carne al Espíritu).
• Esta instrucción es para todos los creyentes, no para algunos, no para un grupo privilegiado. Si somos creyentes, todos podemos (y deberíamos) ser llenos constantemente del Espíritu Santo.
Resultados de ser llenos del Espíritu (Efe 5:19-21).
Los resultados de ser llenos del Espíritu Santo, además de todos los resultados de andar en el Espíritu que nos enseñan (Jn 14;16-18, Jn 14:24-27, Jn 16:7-15, Rom 8:1-39, etc.), serían
• En primer lugar, la manifestación más constante del fruto del Espíritu en nuestra vida (Gal 5:22-23): amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, humildad, dominio propio.
• En segundo lugar, una disposición a ser útiles a otras personas (darles ánimo), y a ser receptivos de lo que otros tienen para nosotros de parte de Dios (recibir ánimo).
• En tercer lugar, nuestras palabras van a ser palabras de edificación, consolación, exhortación, en fin, de bendición para otros.
• En cuarto lugar, nuestros corazones van a estar llenos de agradecimiento, alabanza y adoración a Dios, nuestro Padre, al Señor Jesucristo, nuestro Señor y Salvador, y al Espíritu Santo, nuestro Paracleto (Consolador, Compañero, Guía, Maestro, Intercesor, etc.).
23
Feb
2014