Paternidad de Dios.
TEMA No. 1.
INTRODUCCIÓN.
Conocí al Señor hace más de 17 años, y a pesar de que el momento en que le entregué mi vida fue una experiencia maravillosa, poco a poco mi vida, durante los siguientes 8 años como creyente fue “secándose” y convirtiéndose en un activismo rutinario y comencé a experimentar la angustia de ver mi relación con Dios atravesar por la etapa de la pérdida del primer amor de que habla el libro de Apocalipsis, Cap. 2, versículo 4, y temía parar como la iglesia de Laodicea, que no era ni fría ni caliente, y que por ello Dios me escupiera de su boca (Apo 3:15-16).
Durante ese tiempo sabía que tenía que existir algo vital que no estaba experimentando y que otros sí habían experimentado, cuyas historias estaban escritas en la Biblia: Pablo, Juan, Pedro, Isaías, David, etc. Y como ellos lo habían encontrado y tenido, yo también quería encontrarlo y tenerlo. No tenía ni la menor idea de donde buscarlo. Fue en ese tiempo que el Espíritu Santo comenzó a llamar mi atención en la constante referencia a Dios como Padre en el Nuevo Testamento, y paralelamente a ello comenzó a crecer en mí el deseo de querer experimentar a Dios como Padre de verdad, no como una forma de llamarlo, sino como una relación, viviéndolo y sintiéndolo como tal. Leía en la Biblia que Jesús lo había llamado “papi, papito” (Abba, Padre) y sabía que el mismo Espíritu estaba en mí de querer llamarlo “papito”, pero no podía. Sabía en mi mente que Dios era mi Padre, pero francamente no lo experimentaba ni lo sentía como tal. Había como un muro gigantesco que me impedía llegar a tener esa experiencia.
Busque tener esa relación íntima con Dios a través de la continua experiencia y ejercicio de las disciplinas de la vida cristiana como el ayuno, la oración, la asistencia a la iglesia, el servicio, el estudio de la Biblia, la lectura de libros cristianos, etc., pero el esfuerzo resultaba inútil. Recibía mucha información, pero era solo eso. La barrera seguía existiendo y la frustración que se derivaba de todos esos esfuerzos aparentemente inútiles hacía que mi vida como creyente se siguiera secando, al punto que llegue a ser como el hijo pródigo, de regreso en el mundo en una situación peor que la que había vivido antes de conocer a Cristo.
Fue estando en el hoyo de la desesperación, en el fondo de la desgracia humana, que Dios tomó mi vida y me hizo volver amorosamente a sus caminos y a su casa y comenzó a enseñarme paso a paso, en el proceso de la restauración de mi vida, lo que significa Su Paternidad y lo que es que El sea mi “Papito”, no solo en teoría y como información, sino en espíritu y en verdad, como una experiencia de vida diaria.
A través de este proceso hablé con muchas personas del tema, busqué libros, música, prédicas, catálogos de todos esos materiales y demás medios de información cristiana sobre el mismo tema, y no encontré mayor cosa al respecto de Dios como nuestro Padre. Quizá eso se deba a que como creyentes, la mayoría de nosotros no conocemos de verdad al Padre, o bien, si partimos del principio bíblico de que “de la abundancia del corazón habla la boca” (Luc 6:45, Mat 12:34), entonces tal carencia es posible que se deba a que no hemos llegado a lo que Pablo escribió en Efesios 3:17-19:
“...para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios.”
Estoy totalmente seguro por lo que dice la Palabra de Dios y por mis propias experiencias, que es de lo que vamos a estar compartiendo en este material, que no podremos experimentar la plenitud de Dios sin antes experimentar la plenitud de su paternidad. De hecho, la plenitud de Dios es su paternidad, la corona de la revelación de Dios a la cual está dedicado todo el Nuevo Testamento.
Si tú eres una de esas personas que como yo, tienes en tu corazón la convicción que hay mucho más de Dios, principalmente del Padre, y que no lo estás viviendo en tu vida; si no puedes llamarlo con confianza “Papito” y quieres hacerlo con libertad; si tu vida como creyente está resultando una pesada carga y no una aventura de amor y gozo, es el deseo de mi corazón que al compartir contigo estas notas que resumen mi búsqueda y mis experiencias con el Padre, el Espíritu Santo, como tu Maestro, las use para llevarte a una experiencia vívida de encuentro con tu Padre Amoroso, el “Más Que Suficiente” y Todopoderoso, que ha esperado por ti toda la eternidad para tener un encuentro cara a cara, frente a frente, no religioso, de hijo a Padre y poder celebrar tu filiación y Su Paternidad sin ninguna limitación. Que Dios cumpla el anhelo de tú corazón, y estoy seguro que lo cumplirá, porque es el anhelo de Su propio corazón.
INTRODUCCIÓN.
Conocí al Señor hace más de 17 años, y a pesar de que el momento en que le entregué mi vida fue una experiencia maravillosa, poco a poco mi vida, durante los siguientes 8 años como creyente fue “secándose” y convirtiéndose en un activismo rutinario y comencé a experimentar la angustia de ver mi relación con Dios atravesar por la etapa de la pérdida del primer amor de que habla el libro de Apocalipsis, Cap. 2, versículo 4, y temía parar como la iglesia de Laodicea, que no era ni fría ni caliente, y que por ello Dios me escupiera de su boca (Apo 3:15-16).
Durante ese tiempo sabía que tenía que existir algo vital que no estaba experimentando y que otros sí habían experimentado, cuyas historias estaban escritas en la Biblia: Pablo, Juan, Pedro, Isaías, David, etc. Y como ellos lo habían encontrado y tenido, yo también quería encontrarlo y tenerlo. No tenía ni la menor idea de donde buscarlo. Fue en ese tiempo que el Espíritu Santo comenzó a llamar mi atención en la constante referencia a Dios como Padre en el Nuevo Testamento, y paralelamente a ello comenzó a crecer en mí el deseo de querer experimentar a Dios como Padre de verdad, no como una forma de llamarlo, sino como una relación, viviéndolo y sintiéndolo como tal. Leía en la Biblia que Jesús lo había llamado “papi, papito” (Abba, Padre) y sabía que el mismo Espíritu estaba en mí de querer llamarlo “papito”, pero no podía. Sabía en mi mente que Dios era mi Padre, pero francamente no lo experimentaba ni lo sentía como tal. Había como un muro gigantesco que me impedía llegar a tener esa experiencia.
Busque tener esa relación íntima con Dios a través de la continua experiencia y ejercicio de las disciplinas de la vida cristiana como el ayuno, la oración, la asistencia a la iglesia, el servicio, el estudio de la Biblia, la lectura de libros cristianos, etc., pero el esfuerzo resultaba inútil. Recibía mucha información, pero era solo eso. La barrera seguía existiendo y la frustración que se derivaba de todos esos esfuerzos aparentemente inútiles hacía que mi vida como creyente se siguiera secando, al punto que llegue a ser como el hijo pródigo, de regreso en el mundo en una situación peor que la que había vivido antes de conocer a Cristo.
Fue estando en el hoyo de la desesperación, en el fondo de la desgracia humana, que Dios tomó mi vida y me hizo volver amorosamente a sus caminos y a su casa y comenzó a enseñarme paso a paso, en el proceso de la restauración de mi vida, lo que significa Su Paternidad y lo que es que El sea mi “Papito”, no solo en teoría y como información, sino en espíritu y en verdad, como una experiencia de vida diaria.
A través de este proceso hablé con muchas personas del tema, busqué libros, música, prédicas, catálogos de todos esos materiales y demás medios de información cristiana sobre el mismo tema, y no encontré mayor cosa al respecto de Dios como nuestro Padre. Quizá eso se deba a que como creyentes, la mayoría de nosotros no conocemos de verdad al Padre, o bien, si partimos del principio bíblico de que “de la abundancia del corazón habla la boca” (Luc 6:45, Mat 12:34), entonces tal carencia es posible que se deba a que no hemos llegado a lo que Pablo escribió en Efesios 3:17-19:
“...para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios.”
Estoy totalmente seguro por lo que dice la Palabra de Dios y por mis propias experiencias, que es de lo que vamos a estar compartiendo en este material, que no podremos experimentar la plenitud de Dios sin antes experimentar la plenitud de su paternidad. De hecho, la plenitud de Dios es su paternidad, la corona de la revelación de Dios a la cual está dedicado todo el Nuevo Testamento.
Si tú eres una de esas personas que como yo, tienes en tu corazón la convicción que hay mucho más de Dios, principalmente del Padre, y que no lo estás viviendo en tu vida; si no puedes llamarlo con confianza “Papito” y quieres hacerlo con libertad; si tu vida como creyente está resultando una pesada carga y no una aventura de amor y gozo, es el deseo de mi corazón que al compartir contigo estas notas que resumen mi búsqueda y mis experiencias con el Padre, el Espíritu Santo, como tu Maestro, las use para llevarte a una experiencia vívida de encuentro con tu Padre Amoroso, el “Más Que Suficiente” y Todopoderoso, que ha esperado por ti toda la eternidad para tener un encuentro cara a cara, frente a frente, no religioso, de hijo a Padre y poder celebrar tu filiación y Su Paternidad sin ninguna limitación. Que Dios cumpla el anhelo de tú corazón, y estoy seguro que lo cumplirá, porque es el anhelo de Su propio corazón.
02
Nov
2014