Paternidad de Dios.
El amor es benigno.
La palabra benigno significa afable, moderado, templado. Así es el corazón y el carácter de mi Papito Dios.
Sabemos por Su Palabra y por nuestra experiencia diaria que El tiene todo bajo control todo el tiempo. No hay nada, absolutamente nada, nunca, que pueda suceder que lo tome por sorpresa. Pero suponiendo que pudiera ser que alguna vez las cosas no resultarán como El quisiera, o se salieran de control, ¿usted cree que El, mi Padre Todopoderoso, se jalaría desesperadamente sus cabellos o andaría cabizbajo de arriba hacia abajo o de un lado hacia otro, o se angustiaría, o convocaría a una reunión de emergencia en el cielo para analizar la situación y tomar acciones emergentes, o montaría en cólera golpeando la mesa, o la pared, o procedería iracundamente a castigar al culpable, etc.?. Esas actitudes son típicamente humanas. Dios no es así. Algunas veces, en nuestra experiencia familiar o en las relaciones con otros adultos significativos en nuestra vida, experimentamos lo que sucedía cuando un adulto perdía el control de las situaciones, o perdía el control porque no lograba ponernos a nosotros bajo su control. Pero insisto, esa es una situación y vivencia típicamente humana. Ello no sucede con Dios en su relación con nosotros sus hijos. Si no hacemos lo que El quisiera, El no va a perder el control y nos va a desechar, agredir de alguna forma, descargar su frustración o enojo sobre nosotros.
Cualquier cosa que nos pasa a nosotros sus hijos, causado por nosotros mismos o por otras personas o situaciones, Dios la observa y la soluciona inmediatamente en nuestro favor, o la permite, manteniéndola bajo control y bajo su vigilante mirada, sabiendo que la misma va a producir frutos necesarios en nuestra vida. Es una actitud equivalente a la que nosotros tomamos, si no perdemos el control, cuando permitimos que nuestros hijos enfrenten situaciones desagradables o dolorosas o asuman algún riesgo en situaciones que, si bien es cierto nosotros podríamos resolverles y evitarles el dolor, si lo hacemos lo que estamos evitando, a la larga, es que ellos adquieran madurez y experiencia tan necesarias para el futuro de sus vida.
La única diferencia entre nuestro Padre Dios y un padre terrenal en esas circunstancias, es que El nunca, por ninguna circunstancia y ante ninguna cosa, pierde el control El control que El ejerce sobre esas situaciones es mucho más efectivo y completo que el que un padre terrenal pueda tener sobre las circunstancias de sus hijos, y en consecuencia, nada puede cobrar proporciones alarmantes ni desmesuradas en contra nuestra.
Esta característica del amor y por ende, del carácter de nuestro Padre, implica que El siempre manifiesta un carácter afable, moderado, templado, que ve las cosas en perspectiva y que nada ni nadie lo perturba haciéndole perder la calma.
Puedo tener la plena seguridad de que Dios, mi Padre, no va a hacer nunca, ni podría hacer nada que me dañe, porque El es bueno, y más que bueno, buenísimo. Nosotros pudimos haber experimentado de nuestros padres terrenales algunas actuaciones que nos dañaron emocional o físicamente, pero eso con nuestro Padre Dios nunca va a suceder, no va a ser posible, porque iría totalmente en contra de Su naturaleza, de quién El es, en contra de su esencia.
El no es humano, es sobre-humano, y ante las circunstancias, sus reacciones no son humanas, sino sobre-humanas. Las reacciones humanas son de dos tipos: algunas de ellas (las buenas) son simplemente reflejos imperfectos, copias borrosas, de las reacciones de Dios, en tanto que las malas, son los resultados de la deformación que el pecado trajo sobre nosotros, y por ende, no podemos atribuirle a Dios esas reacciones porque El es Santo, tres veces Santo, miles y millones de veces Santo, perfectamente Santo, y no hay ninguna reacción negativa en El.
“Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar. Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”. (Isa 55:7-9).
“Tu boca metías en mal, y tu lengua componía engaño. Tomabas asiento, y hablabas contra tu hermano; contra el hijo de tu madre ponías infamia. Estas cosas hiciste, y yo he callado; pensabas que de cierto sería yo como tú; pero te reprenderé, y las pondré delante de tus ojos.”(Sal 50:19-21).
Las circunstancias negativas que pueda estar experimentando en mi vida diaria son el resultado de mi siembra o del pecado mío o de alguien más, que Dios va a usar como instrumentos para llevarme a alcanzar Su voluntad para mi vida, que es buena, agradable y perfecta (Rom 12:2), y que en esencia es que el carácter de Cristo sea formado en mí (Rom 8:29). Nunca pueden ser el resultado de que Dios me quiera hacer un daño o de un castigo de El sobre mí. Nuestros padres terrenales podrían habernos castigado pero no nuestro Padre Celestial. El nos disciplina. En este punto, y para aclarar lo más que pueda esta faceta del carácter de mi Amante Papito, es importante que tomemos un tiempo para dejar establecida la diferencia entre castigo y disciplina:
• El castigo, según el diccionario, es una herida que se provoca con rigor en la persona que comete una falta o delito con el objeto de que escarmiente. Por el hecho de ser una herida, significa que el que castiga busca aquel “lugar” de la persona donde duela, para darle precisamente en esa área, el escarmiento que según él requiere. Es decir, el objetivo primario del castigo es causar un dolor, un escarmiento, no una corrección ni un arrepentimiento.
• En tanto que la disciplina, según el diccionario, es la determinación de reglas de enseñanza puestas por un maestro a sus discípulos para mantener el orden y la subordinación entre los miembros de un cuerpo. Es equivalente a instruir y/o enseñar. Contrario al castigo, en la disciplina el objetivo básico es instruir y enseñar no causar dolor.
Cuando El, como Padre amoroso y responsable me disciplina: El está buscando mi bienestar no mi dolor, aún cuando a veces el proceso pueda resultar algo emocionalmente doloroso, pero este dolor no es el centro del proceso, solo un resultado casual que deviene de tener que morir a mi mismo, a mi voluntad y sujetarme a la voluntad perfecta de El.
• Es Su benignidad la que me guía al arrepentimiento, no su castigo. Es la convicción producida por el Espíritu Santo en mi corazón de la bondad de Jesús que pagó por mis pecados muriendo en la Cruz, la que me lleva a recibirlo como Señor y Salvador, no el castigo por mis pecados.
• Contrario a nuestro Padre Dios, el diablo si castiga porque la paga del pecado es muerte (“Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”. –Rom 6:23-). El vino para robar, matar, destruír (Jn 10:10), es decir, a causar dolor y sufrimiento, en tanto que nuestro Padre nos envió a Jesús para que tuviéramos vida y vida en abundancia (Jn 10:10).
• La disciplina no busca el castigo sino el arrepentimiento, porque el arrepentimiento me aparta del pecado, y, por lo tanto, al apartarme del pecado me aparta de recibir la paga o la cosecha del pecado que es la muerte, y me evita el separarme de Dios que es la fuente de mi vida.
El amor no tiene envidia.
Según el diccionario, envidia es el pesar o disgusto que causa el bien ajeno. El carácter de Dios es desear para sus hijos todo lo bueno. De hecho, el deseo del corazón de Dios es el bienestar de todas sus criaturas. Así creó el mundo, y finalmente, cuando se produzca la restauración de todas las cosas, así va a ser. El no envidia mi bienestar, ni se agrada de que yo esté mal aunque ello sea el resultado o consecuencia de mis propias acciones. Más bien, no solo es su propósito mi bienestar sino que El tiene planes para que yo alcance ese bienestar:
“Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?” (Mat 7:11).
Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis.” (Jer 29:11).
En la Nueva Versión Internacional este mismo pasaje es traducido de la siguiente manera:
“Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes –afirma el Señor-, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza.”
Dios no es un Padre que se alegre del mal que les acontece a sus hijos, aún cuando en nuestra experiencia, algunas veces los padres terrenales o los adultos que deberían mostrarnos el amor del Padre expresen frases como “me alegro que te pase por necio”; “te lo dije”, etc. Más bien, El, como un Padre perfecto y amoroso, se goza con los que se gozan y se duele con los que se duelen; El sufre cuando sufro, llora cuando lloro, se duele con mi dolor, y también se goza cuando me gozo. Mi bienestar es su meta. De hecho El dice en su Palabra:
“Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado; sino que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche. Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará.” (Sal 1:1-3).
“Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma.” (3 Jn 2).
Mi Padre es la persona más interesada en mi éxito, aunque su concepto de éxito no sea igual que el del mundo (que en alguna medida pueda estar influyendo en mi concepto) ni se mida con las mismas cosas que yo lo mediría. El no mide el éxito de sus hijos en función de la popularidad, los puestos o posiciones que alcancen, los bienes que posean, el mucho conocimiento, la imagen, etc., que son los conceptos que el mundo utiliza para medir el éxito hoy en día.
“No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.” (Mat 6:19-21).
La forma como Dios mide el éxito de sus hijos, más interesado en el bienestar interno que en el material, del cual este último es una añadidura, es en función de que tanto me parezco a El y en función del fruto del Espíritu que es manifestado en mi vida diaria y en todos los ámbitos de mi actividad: amor, gozo, paz, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza (Gal 6:22-23).
El amor no es jactancioso, no se envanece.
La jactancia es una alabanza presuntuosa y desordenada que hace una persona de sí misma. La persona jactanciosa es una persona que hace alarde de sus méritos o de los que se atribuye.
Dios tiene más que suficientes méritos como para hacer alarde de ellos, y en cuyo caso no sería alarde sino verdad; sin embargo, El, en lugar de ello, se hizo como yo en la persona de Jesucristo, y se despojó de sí mismo, y se hizo siervo para que yo pudiera tener libre acceso a Su trono, en mi condición de hijo. En lugar de jactarse, se humilló; en lugar de encumbrarse como Dios se “bajó” hacia nosotros; en lugar de “ponerse los moños” y “hacerse el difícil” para que llegara a El por causa de mi pecado, trajo el cielo, el reino a mi para facilitarme el acceso a El.
De la misma manera que Dios me ama sin jactancia, la jactancia no tiene cabida en mi amor hacia el Padre ni hacia las demás personas. Si verdaderamente mi deseo es amarlo a El por sobre todas las cosas y con todas mis fuerzas, la meta de mi vida, en consecuencia, va a ser la de parecerme lo más posible a El, así como un hijo terrenal que ama y admira a su padre biológico quiere parecerse lo más posible a El. Ello implica que:
• El envanecerme porque ahora soy creyente e hijo de Dios y menospreciar a los demás que no le conocen, no es una actitud de amor, sino carnal, así como también lo es la indiferencia a su situación sin Dios (indiferencia al evangelismo, segregarnos de ellos, atrincherándonos en nuestras congregaciones convirtiéndolas en un club social, usar la Palabra de Dios para condenarlos en lugar de mostrarles el Camino, etc.) o no amarlos lo suficiente como para dedicar mi vida a lo que Dios la dedica: lograr su salvación.
• El hacerme el difícil, el “super-espiritual” , encumbrarme, ponerme “los moños” o cosas semejantes no tiene cabida en mi vida. El segregar a mis hermanos los creyentes en “maduros” y “bebes”, o en cualquier otra forma, es una forma de jactancia que no va de la mano con el carácter de mi Padre. Más bien, la actitud que va de acuerdo con Su carácter es la de: “nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús,” (Filip 2:3-5).
Servir, caminar en humildad, no buscar privilegios, ni reconocimientos, no ser prepotente, ni vanidoso, no andar buscando reconocimiento a mi espiritualidad, hacerme el menor, esas son evidencias de que verdaderamente conozco a mi Padre Dios y las formas de demostrar mi amor hacia El y hacia los demás.
Otra forma de demostrar mi amor hacia las demás personas, principalmente hacia mis hermanos en la familia eterna de mi Padre es la tolerancia, no al pecado sino que tolerancia a sus equivocaciones, tolerancia a sus “defectos”, tolerancia a sus características personales, tolerancia a sus diferencias respecto a mi, tolerancia a sus diferencias de pensamiento, emociones, sentimientos, etc., así como El manifiesta tolerancia con todas esas cosas en mí. Soy hijo de Dios al igual que mis demás hermanos también lo son, no porque seamos perfectos ni por la unidad de doctrina de las cosas de las cuales El no hizo una doctrina en Su Palabra o por la uniformidad en nuestras características, sino porque fuimos comprados y adoptados por un mismo Padre y somos hermanos de un mismo Hermano que pagó el mismo precio por cada uno en la Cruz del Calvario. Al igual que en una familia terrenal no todos los hermanos pensamos lo mismo respecto a las mismas cosas, en la familia de mi Padre no todos vamos a pensar lo mismo aquí en la Tierra en todos los aspectos. El llamado a la unidad es para que lo concretemos aquí y ahora, porque evidentemente no todos vamos a pensar lo mismo de todo. El llamado a la unidad es porque vamos a tener nuestras diferencias, y no por la total eliminación de esas diferencias que vamos a construir la unidad sino en pasar sobre ellas por el vínculo que nos une a todos en una sola familia.
La palabra benigno significa afable, moderado, templado. Así es el corazón y el carácter de mi Papito Dios.
Sabemos por Su Palabra y por nuestra experiencia diaria que El tiene todo bajo control todo el tiempo. No hay nada, absolutamente nada, nunca, que pueda suceder que lo tome por sorpresa. Pero suponiendo que pudiera ser que alguna vez las cosas no resultarán como El quisiera, o se salieran de control, ¿usted cree que El, mi Padre Todopoderoso, se jalaría desesperadamente sus cabellos o andaría cabizbajo de arriba hacia abajo o de un lado hacia otro, o se angustiaría, o convocaría a una reunión de emergencia en el cielo para analizar la situación y tomar acciones emergentes, o montaría en cólera golpeando la mesa, o la pared, o procedería iracundamente a castigar al culpable, etc.?. Esas actitudes son típicamente humanas. Dios no es así. Algunas veces, en nuestra experiencia familiar o en las relaciones con otros adultos significativos en nuestra vida, experimentamos lo que sucedía cuando un adulto perdía el control de las situaciones, o perdía el control porque no lograba ponernos a nosotros bajo su control. Pero insisto, esa es una situación y vivencia típicamente humana. Ello no sucede con Dios en su relación con nosotros sus hijos. Si no hacemos lo que El quisiera, El no va a perder el control y nos va a desechar, agredir de alguna forma, descargar su frustración o enojo sobre nosotros.
Cualquier cosa que nos pasa a nosotros sus hijos, causado por nosotros mismos o por otras personas o situaciones, Dios la observa y la soluciona inmediatamente en nuestro favor, o la permite, manteniéndola bajo control y bajo su vigilante mirada, sabiendo que la misma va a producir frutos necesarios en nuestra vida. Es una actitud equivalente a la que nosotros tomamos, si no perdemos el control, cuando permitimos que nuestros hijos enfrenten situaciones desagradables o dolorosas o asuman algún riesgo en situaciones que, si bien es cierto nosotros podríamos resolverles y evitarles el dolor, si lo hacemos lo que estamos evitando, a la larga, es que ellos adquieran madurez y experiencia tan necesarias para el futuro de sus vida.
La única diferencia entre nuestro Padre Dios y un padre terrenal en esas circunstancias, es que El nunca, por ninguna circunstancia y ante ninguna cosa, pierde el control El control que El ejerce sobre esas situaciones es mucho más efectivo y completo que el que un padre terrenal pueda tener sobre las circunstancias de sus hijos, y en consecuencia, nada puede cobrar proporciones alarmantes ni desmesuradas en contra nuestra.
Esta característica del amor y por ende, del carácter de nuestro Padre, implica que El siempre manifiesta un carácter afable, moderado, templado, que ve las cosas en perspectiva y que nada ni nadie lo perturba haciéndole perder la calma.
Puedo tener la plena seguridad de que Dios, mi Padre, no va a hacer nunca, ni podría hacer nada que me dañe, porque El es bueno, y más que bueno, buenísimo. Nosotros pudimos haber experimentado de nuestros padres terrenales algunas actuaciones que nos dañaron emocional o físicamente, pero eso con nuestro Padre Dios nunca va a suceder, no va a ser posible, porque iría totalmente en contra de Su naturaleza, de quién El es, en contra de su esencia.
El no es humano, es sobre-humano, y ante las circunstancias, sus reacciones no son humanas, sino sobre-humanas. Las reacciones humanas son de dos tipos: algunas de ellas (las buenas) son simplemente reflejos imperfectos, copias borrosas, de las reacciones de Dios, en tanto que las malas, son los resultados de la deformación que el pecado trajo sobre nosotros, y por ende, no podemos atribuirle a Dios esas reacciones porque El es Santo, tres veces Santo, miles y millones de veces Santo, perfectamente Santo, y no hay ninguna reacción negativa en El.
“Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar. Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”. (Isa 55:7-9).
“Tu boca metías en mal, y tu lengua componía engaño. Tomabas asiento, y hablabas contra tu hermano; contra el hijo de tu madre ponías infamia. Estas cosas hiciste, y yo he callado; pensabas que de cierto sería yo como tú; pero te reprenderé, y las pondré delante de tus ojos.”(Sal 50:19-21).
Las circunstancias negativas que pueda estar experimentando en mi vida diaria son el resultado de mi siembra o del pecado mío o de alguien más, que Dios va a usar como instrumentos para llevarme a alcanzar Su voluntad para mi vida, que es buena, agradable y perfecta (Rom 12:2), y que en esencia es que el carácter de Cristo sea formado en mí (Rom 8:29). Nunca pueden ser el resultado de que Dios me quiera hacer un daño o de un castigo de El sobre mí. Nuestros padres terrenales podrían habernos castigado pero no nuestro Padre Celestial. El nos disciplina. En este punto, y para aclarar lo más que pueda esta faceta del carácter de mi Amante Papito, es importante que tomemos un tiempo para dejar establecida la diferencia entre castigo y disciplina:
• El castigo, según el diccionario, es una herida que se provoca con rigor en la persona que comete una falta o delito con el objeto de que escarmiente. Por el hecho de ser una herida, significa que el que castiga busca aquel “lugar” de la persona donde duela, para darle precisamente en esa área, el escarmiento que según él requiere. Es decir, el objetivo primario del castigo es causar un dolor, un escarmiento, no una corrección ni un arrepentimiento.
• En tanto que la disciplina, según el diccionario, es la determinación de reglas de enseñanza puestas por un maestro a sus discípulos para mantener el orden y la subordinación entre los miembros de un cuerpo. Es equivalente a instruir y/o enseñar. Contrario al castigo, en la disciplina el objetivo básico es instruir y enseñar no causar dolor.
Cuando El, como Padre amoroso y responsable me disciplina: El está buscando mi bienestar no mi dolor, aún cuando a veces el proceso pueda resultar algo emocionalmente doloroso, pero este dolor no es el centro del proceso, solo un resultado casual que deviene de tener que morir a mi mismo, a mi voluntad y sujetarme a la voluntad perfecta de El.
• Es Su benignidad la que me guía al arrepentimiento, no su castigo. Es la convicción producida por el Espíritu Santo en mi corazón de la bondad de Jesús que pagó por mis pecados muriendo en la Cruz, la que me lleva a recibirlo como Señor y Salvador, no el castigo por mis pecados.
• Contrario a nuestro Padre Dios, el diablo si castiga porque la paga del pecado es muerte (“Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”. –Rom 6:23-). El vino para robar, matar, destruír (Jn 10:10), es decir, a causar dolor y sufrimiento, en tanto que nuestro Padre nos envió a Jesús para que tuviéramos vida y vida en abundancia (Jn 10:10).
• La disciplina no busca el castigo sino el arrepentimiento, porque el arrepentimiento me aparta del pecado, y, por lo tanto, al apartarme del pecado me aparta de recibir la paga o la cosecha del pecado que es la muerte, y me evita el separarme de Dios que es la fuente de mi vida.
El amor no tiene envidia.
Según el diccionario, envidia es el pesar o disgusto que causa el bien ajeno. El carácter de Dios es desear para sus hijos todo lo bueno. De hecho, el deseo del corazón de Dios es el bienestar de todas sus criaturas. Así creó el mundo, y finalmente, cuando se produzca la restauración de todas las cosas, así va a ser. El no envidia mi bienestar, ni se agrada de que yo esté mal aunque ello sea el resultado o consecuencia de mis propias acciones. Más bien, no solo es su propósito mi bienestar sino que El tiene planes para que yo alcance ese bienestar:
“Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?” (Mat 7:11).
Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis.” (Jer 29:11).
En la Nueva Versión Internacional este mismo pasaje es traducido de la siguiente manera:
“Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes –afirma el Señor-, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza.”
Dios no es un Padre que se alegre del mal que les acontece a sus hijos, aún cuando en nuestra experiencia, algunas veces los padres terrenales o los adultos que deberían mostrarnos el amor del Padre expresen frases como “me alegro que te pase por necio”; “te lo dije”, etc. Más bien, El, como un Padre perfecto y amoroso, se goza con los que se gozan y se duele con los que se duelen; El sufre cuando sufro, llora cuando lloro, se duele con mi dolor, y también se goza cuando me gozo. Mi bienestar es su meta. De hecho El dice en su Palabra:
“Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado; sino que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche. Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará.” (Sal 1:1-3).
“Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma.” (3 Jn 2).
Mi Padre es la persona más interesada en mi éxito, aunque su concepto de éxito no sea igual que el del mundo (que en alguna medida pueda estar influyendo en mi concepto) ni se mida con las mismas cosas que yo lo mediría. El no mide el éxito de sus hijos en función de la popularidad, los puestos o posiciones que alcancen, los bienes que posean, el mucho conocimiento, la imagen, etc., que son los conceptos que el mundo utiliza para medir el éxito hoy en día.
“No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.” (Mat 6:19-21).
La forma como Dios mide el éxito de sus hijos, más interesado en el bienestar interno que en el material, del cual este último es una añadidura, es en función de que tanto me parezco a El y en función del fruto del Espíritu que es manifestado en mi vida diaria y en todos los ámbitos de mi actividad: amor, gozo, paz, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza (Gal 6:22-23).
El amor no es jactancioso, no se envanece.
La jactancia es una alabanza presuntuosa y desordenada que hace una persona de sí misma. La persona jactanciosa es una persona que hace alarde de sus méritos o de los que se atribuye.
Dios tiene más que suficientes méritos como para hacer alarde de ellos, y en cuyo caso no sería alarde sino verdad; sin embargo, El, en lugar de ello, se hizo como yo en la persona de Jesucristo, y se despojó de sí mismo, y se hizo siervo para que yo pudiera tener libre acceso a Su trono, en mi condición de hijo. En lugar de jactarse, se humilló; en lugar de encumbrarse como Dios se “bajó” hacia nosotros; en lugar de “ponerse los moños” y “hacerse el difícil” para que llegara a El por causa de mi pecado, trajo el cielo, el reino a mi para facilitarme el acceso a El.
De la misma manera que Dios me ama sin jactancia, la jactancia no tiene cabida en mi amor hacia el Padre ni hacia las demás personas. Si verdaderamente mi deseo es amarlo a El por sobre todas las cosas y con todas mis fuerzas, la meta de mi vida, en consecuencia, va a ser la de parecerme lo más posible a El, así como un hijo terrenal que ama y admira a su padre biológico quiere parecerse lo más posible a El. Ello implica que:
• El envanecerme porque ahora soy creyente e hijo de Dios y menospreciar a los demás que no le conocen, no es una actitud de amor, sino carnal, así como también lo es la indiferencia a su situación sin Dios (indiferencia al evangelismo, segregarnos de ellos, atrincherándonos en nuestras congregaciones convirtiéndolas en un club social, usar la Palabra de Dios para condenarlos en lugar de mostrarles el Camino, etc.) o no amarlos lo suficiente como para dedicar mi vida a lo que Dios la dedica: lograr su salvación.
• El hacerme el difícil, el “super-espiritual” , encumbrarme, ponerme “los moños” o cosas semejantes no tiene cabida en mi vida. El segregar a mis hermanos los creyentes en “maduros” y “bebes”, o en cualquier otra forma, es una forma de jactancia que no va de la mano con el carácter de mi Padre. Más bien, la actitud que va de acuerdo con Su carácter es la de: “nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús,” (Filip 2:3-5).
Servir, caminar en humildad, no buscar privilegios, ni reconocimientos, no ser prepotente, ni vanidoso, no andar buscando reconocimiento a mi espiritualidad, hacerme el menor, esas son evidencias de que verdaderamente conozco a mi Padre Dios y las formas de demostrar mi amor hacia El y hacia los demás.
Otra forma de demostrar mi amor hacia las demás personas, principalmente hacia mis hermanos en la familia eterna de mi Padre es la tolerancia, no al pecado sino que tolerancia a sus equivocaciones, tolerancia a sus “defectos”, tolerancia a sus características personales, tolerancia a sus diferencias respecto a mi, tolerancia a sus diferencias de pensamiento, emociones, sentimientos, etc., así como El manifiesta tolerancia con todas esas cosas en mí. Soy hijo de Dios al igual que mis demás hermanos también lo son, no porque seamos perfectos ni por la unidad de doctrina de las cosas de las cuales El no hizo una doctrina en Su Palabra o por la uniformidad en nuestras características, sino porque fuimos comprados y adoptados por un mismo Padre y somos hermanos de un mismo Hermano que pagó el mismo precio por cada uno en la Cruz del Calvario. Al igual que en una familia terrenal no todos los hermanos pensamos lo mismo respecto a las mismas cosas, en la familia de mi Padre no todos vamos a pensar lo mismo aquí en la Tierra en todos los aspectos. El llamado a la unidad es para que lo concretemos aquí y ahora, porque evidentemente no todos vamos a pensar lo mismo de todo. El llamado a la unidad es porque vamos a tener nuestras diferencias, y no por la total eliminación de esas diferencias que vamos a construir la unidad sino en pasar sobre ellas por el vínculo que nos une a todos en una sola familia.
02
Nov
2014