El rol de la iglesia en la nación.
EL ROL DE LA IGLESIA (Y LOS CREYENTES) EN ESTE TIEMPO (RESPECTO A LA NACIÓN).
Introducción.
En el principio, Dios creó al ser humano para dos cosas fundamentales. Tener comunión con El y cuidar y labrar la tierra (Gen 1:26-28, Gen 2:15). Con la caída, la comunión con Dios se deterioró y el cuidado y labrado de la tierra se complicó. Sin embargo, en ningún momento, esos dos mandatos o propósitos de Dios para con el ser humano cambiaron.
En su primera venida, Cristo fundó la iglesia (Mat 16:18-20) de la cual El es la cabeza. La Iglesia es la reunión de todos aquellos que, por medio de la fe y por la gracia, son hechos hijos e hijas de Dios habiendo creído en Jesús como Señor y Salvador. Y para la Iglesia, ambos mandatos originales siguen vigentes con un agregado, el llamado o mandato a traer a otros de vuelta a la comunión con Cristo. De tal manera que la Iglesia en este tiempo tiene tres mandatos y/o propósitos: el mandato cúltico o a la comunión con Dios, el mandato evangelístico (el ministerio de la reconciliación, 2 Cor 5:18) y el mandato cultural (discipular y transformar naciones, Mat 28:18-20, Mat 13:33, Col 1:15-20, Rom 8:19-21).
De los tres mandatos, la iglesia, el conjunto de todos los y las creyentes en Cristo, está cumpliendo, aunque de manera superficial en la mayor parte de los casos, el primero (el mandato cúltico, a la comunión con Dios). El mandato evangelístico lo cumple en menor medida, delegándolo generalmente en los evangelistas y los medios de comunicación que están en manos de creyentes en Cristo. Y el que tiene menor cumplimiento, casi insignificante, es el mandato cultural, o sea el de discipular y transformar naciones. En este estudio nos queremos enfocar precisamente en este tercer aspecto: el mandato cultural.
El mandato cultural.
El mandato cultural hace énfasis en el cuidado del ambiente (social y físico) en el cual fue colocado el ser humano. En Gen 2:15 vemos que Dios creó y plantó un jardín en el cual puso al ser humano con el mandato de cuidarlo (mantenerlo) y labrarlo (desarrollarlo), para que se cumplieran los objetivos de Dios de que el ser humano se multiplicara, fructificara (produjera fruto), llenara la tierra y sojuzgara y señoreara sobre todas las cosas creadas, excepto otros seres humanos (Gen 1:28). Para ello, Dios los bendijo (los habilitó), para que lo pudieran hacer bien, de acuerdo a Su voluntad.
Dios ama a todas las personas, pero también ama el resto de Su creación, y así como se interesa en la salvación y restauración de los seres humanos (1 Tim 2:4) también se interesa en la salvación y restauración de toda la creación (Rom 8:19-21). Ello implica el establecimiento del Señorío de Cristo sobre todas las cosas (Col 1:18-20), no solo sobre las personas. A eso se refiere el Reino de Dios, por el cual Cristo nos enseñó a orar para que se estableciera en la tierra y la voluntad de Dios se hiciera en el cielo como en ella (Mat 6:10). Ese es el propósito de Dios establecido por Cristo en la Gran Comisión (Mat 28:18-20). Notemos que en ella se nos instruye a “discipular naciones”, no solo personas, y discipular naciones significa establecerlas o traerlas bajo el señorío de Cristo. El discipulado consiste, según esta Gran Comisión, en “enseñarles a guardar todo lo que El nos mandó”, y ello implica, entonces, una transformación de las naciones. Una nación cuyas actividades están regidas por leyes humanas, por buenas que estas pudieran ser (Sant 3:15-16, Prov 16:25), cuando es traída bajo el Señorío de Cristo y comienza a adaptar sus leyes y actividades bajo los principios de la Palabra de Dios, necesariamente va a ser una nación que experimente un proceso de transformación hacia un mejor nivel en todas las cosas (Jer 17:5-8, Sant 3:17-18).
Esto requiere una explicación, porque debe provocar un cambio de paradigmas dentro del cristianismo. Cuando Dios estableció a Israel (el antecedente de la Iglesia), estableció una nación para que funcionara bajo Sus principios, leyes, mandamientos y estatutos (Gen 12:2, Gen 18:17-19, Gen 35:11, Gen 46:3, Deut 4:34. Job 34:29, Isa 66:8-9, Deut 7, etc.) , para que fuera una nación que sirviera de ejemplo a todas las naciones de la tierra de que cuando una nación funciona bajo los principios de Dios es una nación bienaventurada (Sal 33:12, Jer 15:19). La diferencia entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento es que en el Antiguo Dios tenía una nación para sí, pero en el Nuevo, el desea todas las naciones para sí (Sal 2:8-10, Mat 28:18-20). Dios está interesado en las personas, porque El se interesa en las familias, y se interesa en las familias porque tiene interés en la nación, y se interesa en la nación porque tiene interés en todas las naciones de la tierra (Sal 72:18-19, Mat 25:31-32, Apo 21:24-26). La iglesia necesita cambiar su perspectiva (Isa 54:2-3, Isa 61:4-11).
Para el cumplimiento adecuado del mandato cultural se requieren varias cosas. La primera, es que la Iglesia se transforme de un centro de cultos a un centro de equipamiento (Efe 4:11-16), donde se equipe a los santos (todos los creyentes) para la obra del ministerio (la reconciliación de todas las cosas con Dios, 2 Cor 5:18, Col 1:15-18) enseñándoles los principios, mandamientos y estatutos que Dios determina para sus actividades en todos los roles que desempeñan en la vida cotidiana: hijo o hija de Dios, familia, trabajo, estudios, negocios, arte, educación, comunicación, política, gobierno, iglesia, etc. Para todas esas actividades, la Biblia contiene los principios generales y específicos suficientes y necesarios para que en ellas se manifieste de manera clara el Señorío de Cristo, y aunque no lleguen a ser perfectas (ello sucederá hasta el Reino Milenial y la nueva tierra), sean de bendición para todas las personas. Este aspecto es sumamente importante en la labor de la iglesia, porque las naciones comienzan a partir de personas que establecen relaciones que se organizan en estructuras que crean sistemas que dan como consecuencia lo que una nación es y vive. Si las personas que conforman una nación tienen un corazón apartado de la justicia de Dios, las relaciones que establecerán serán injustas y al organizarlas en sistemas darán como resultado estructuras injustas. Ese es el caso de nuestro país. En su origen como nación prevaleció la injusticia (la derivada de los sistemas y estructuras de la cultura maya y las derivadas de los sistemas y estructuras de los conquistadores españoles), que gobierno tras gobierno ha ido perpetuando, reproduciendo y desarrollando la injusticia, la opresión, la desigualdad, la violencia, etc., y que tienen como consecuencia la pobreza, la enfermedad, la violencia, la desintegración familiar, la división, la inmoralidad de los gobernantes, la corrupción, la irresponsabilidad social, y todo tipo de injusticias que caracterizan a nuestra Guatemala hoy. La injusticia es un asunto que se origina en el corazón del ser humano por alejarse de la justicia de Dios. El establecimiento de una nación justa, en la que se minimicen todos los males que hemos mencionado solo será posible cuando cambie el corazón de las personas y estas comiencen a vivir sus relaciones, sistemas y estructuras bajo principios diferentes, bajo los principios de la justicia de Dios y bajo gobiernos justos, cuyos miembros hayan sido formados en su carácter y para el ejercicio de sus actividades prácticas a la luz de los principios de la Palabra de Dios. Y esa es una tarea de la Iglesia y de las familias.
La segunda es que la Iglesia se transforme en la voz de Dios para denunciar la injusticia y la opresión en cualquiera de sus formas y manifestaciones, para crear la conciencia social necesaria para que sea erradicada, es decir, que se convierta en una atalaya para nuestras sociedades, familias y personas, que advierta el mal, vuelva el corazón de las personas, las familias y las naciones hacia Dios, y proponga las soluciones adecuadas para combatirlo (1 Cro 12:32, Jer 33:1-9, Isa 62:6-7). De hecho esa fue la función de los profetas en el Antiguo Testamento (Jer 1:10), y esa debería ser una de las funciones de los profetas en este tiempo (Mal 4:5-6) y de la Iglesia en general (Est 8:6). La Iglesia hoy está amedrentada, atemorizada, de enfrentarse a los gigantes de maldad que están atacando a nuestro país, comenzando por las estructuras gubernamentales y terminando por el pecado a su interno. Pero Dios no nos dio espíritu de temor, sino de amor, poder y dominio propio (2 Tim 1:6-7). Hoy pueden haber muchos que como el Sanedrín del tiempo de Jesús, quisieran acallar Su voz para que el poder romano no se molestara (hoy es para que los poderes terrenales no se molesten ni inquieten). Pero Dios también está levantando una nueva generación de personas llenas con el Espíritu de Elías, de Jehú y de Eliseo (Mal 4:5-6, 1 Rey 19:15-18) para derrotar todas las estructuras del mal que agobian la nación, y restaurarla a la gloria de Dios.
La tercera cosa que necesita la Iglesia es convertirse en el centro de equipamiento de liderazgo justo para proveer al mundo de liderazgo para la transformación y el desarrollo de los diferentes sectores y áreas de la nación, y de la nación en general (Mar 10:42-45, Prov 29:2, Prov 11:10-11). Un liderazgo con un corazón de carne, que ame a Dios por sobre todas las cosas y ame al prójimo y a su nación, y palpite con la pasión de Dios por ver transformadas las naciones y manifestando Su gloria (Sal 72:18-19). Liderazgo que impacte con el poder de Dios y Sus principios, no solo el mundo eclesiástico sino también el mundo de los negocios, de la educación, de los medios de comunicación, de la política, del gobierno, de la ciencia, de las artes, etc. Pero no solo proveer el liderazgo, sino darle el seguimiento, el soporte y la protección que requieren para la batalla que van a tener que librar, y pedir cuentas de la encomienda que Dios les dio (Ecle 5:8, Efe 5:21). Parte de ello es el que la Iglesia le brinde el apoyo a todos aquellos hermanos de buen testimonio, que optan por posiciones de elección, tanto a nivel local (alcaldías), como a nivel regional (diputaciones) y a nivel nacional (presidencia y vicepresidencia). La Biblia nos enseña claramente las instrucciones de Dios al respecto (Deut 17:14-20, Exo 18:21) y la iglesia de ninguna manera puede soslayarlas, permitiendo que los hermanos y hermanas den su voto para personas que no creen, ni temen a Dios. Y ello debe ser manifestado claramente, así como las consecuencias de no hacerlo. Los injustos no podrán gobernar justamente (va contra su naturaleza). Solo los justos, aún equivocándose en algunas cosas y situaciones, podrán gobernar justamente. No es cuestión de nuestro parecer o simpatía. Es cuestión de que Dios así lo determinó y a nosotros solo nos queda obedecer, si es que queremos que la bendición de Dios venga sobre nosotros y nuestra familia y nación (Est 4:13-14).
“Por amor de Sion no callaré y por amor de Jerusalén no me quedaré quieto, hasta que su justicia irradie como luz, y su salvación arda como antorcha. Entonces las naciones verán tu justicia; y todos los reyes, tu gloria. Y te será dado un nombre nuevo, que la boca de Jehovah otorgará. Serás corona de esplendor en la mano de Jehovah, y diadema real en la palma de tu Dios. Nunca más te llamarán Desamparada; ni se dirá más de tu tierra, Desolada. Serás llamada Mi Deleite, y tu tierra, Desposada; porque Jehovah se deleita en ti, y tu tierra será desposada.” (Isaías 62:1-4)
Introducción.
En el principio, Dios creó al ser humano para dos cosas fundamentales. Tener comunión con El y cuidar y labrar la tierra (Gen 1:26-28, Gen 2:15). Con la caída, la comunión con Dios se deterioró y el cuidado y labrado de la tierra se complicó. Sin embargo, en ningún momento, esos dos mandatos o propósitos de Dios para con el ser humano cambiaron.
En su primera venida, Cristo fundó la iglesia (Mat 16:18-20) de la cual El es la cabeza. La Iglesia es la reunión de todos aquellos que, por medio de la fe y por la gracia, son hechos hijos e hijas de Dios habiendo creído en Jesús como Señor y Salvador. Y para la Iglesia, ambos mandatos originales siguen vigentes con un agregado, el llamado o mandato a traer a otros de vuelta a la comunión con Cristo. De tal manera que la Iglesia en este tiempo tiene tres mandatos y/o propósitos: el mandato cúltico o a la comunión con Dios, el mandato evangelístico (el ministerio de la reconciliación, 2 Cor 5:18) y el mandato cultural (discipular y transformar naciones, Mat 28:18-20, Mat 13:33, Col 1:15-20, Rom 8:19-21).
De los tres mandatos, la iglesia, el conjunto de todos los y las creyentes en Cristo, está cumpliendo, aunque de manera superficial en la mayor parte de los casos, el primero (el mandato cúltico, a la comunión con Dios). El mandato evangelístico lo cumple en menor medida, delegándolo generalmente en los evangelistas y los medios de comunicación que están en manos de creyentes en Cristo. Y el que tiene menor cumplimiento, casi insignificante, es el mandato cultural, o sea el de discipular y transformar naciones. En este estudio nos queremos enfocar precisamente en este tercer aspecto: el mandato cultural.
El mandato cultural.
El mandato cultural hace énfasis en el cuidado del ambiente (social y físico) en el cual fue colocado el ser humano. En Gen 2:15 vemos que Dios creó y plantó un jardín en el cual puso al ser humano con el mandato de cuidarlo (mantenerlo) y labrarlo (desarrollarlo), para que se cumplieran los objetivos de Dios de que el ser humano se multiplicara, fructificara (produjera fruto), llenara la tierra y sojuzgara y señoreara sobre todas las cosas creadas, excepto otros seres humanos (Gen 1:28). Para ello, Dios los bendijo (los habilitó), para que lo pudieran hacer bien, de acuerdo a Su voluntad.
Dios ama a todas las personas, pero también ama el resto de Su creación, y así como se interesa en la salvación y restauración de los seres humanos (1 Tim 2:4) también se interesa en la salvación y restauración de toda la creación (Rom 8:19-21). Ello implica el establecimiento del Señorío de Cristo sobre todas las cosas (Col 1:18-20), no solo sobre las personas. A eso se refiere el Reino de Dios, por el cual Cristo nos enseñó a orar para que se estableciera en la tierra y la voluntad de Dios se hiciera en el cielo como en ella (Mat 6:10). Ese es el propósito de Dios establecido por Cristo en la Gran Comisión (Mat 28:18-20). Notemos que en ella se nos instruye a “discipular naciones”, no solo personas, y discipular naciones significa establecerlas o traerlas bajo el señorío de Cristo. El discipulado consiste, según esta Gran Comisión, en “enseñarles a guardar todo lo que El nos mandó”, y ello implica, entonces, una transformación de las naciones. Una nación cuyas actividades están regidas por leyes humanas, por buenas que estas pudieran ser (Sant 3:15-16, Prov 16:25), cuando es traída bajo el Señorío de Cristo y comienza a adaptar sus leyes y actividades bajo los principios de la Palabra de Dios, necesariamente va a ser una nación que experimente un proceso de transformación hacia un mejor nivel en todas las cosas (Jer 17:5-8, Sant 3:17-18).
Esto requiere una explicación, porque debe provocar un cambio de paradigmas dentro del cristianismo. Cuando Dios estableció a Israel (el antecedente de la Iglesia), estableció una nación para que funcionara bajo Sus principios, leyes, mandamientos y estatutos (Gen 12:2, Gen 18:17-19, Gen 35:11, Gen 46:3, Deut 4:34. Job 34:29, Isa 66:8-9, Deut 7, etc.) , para que fuera una nación que sirviera de ejemplo a todas las naciones de la tierra de que cuando una nación funciona bajo los principios de Dios es una nación bienaventurada (Sal 33:12, Jer 15:19). La diferencia entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento es que en el Antiguo Dios tenía una nación para sí, pero en el Nuevo, el desea todas las naciones para sí (Sal 2:8-10, Mat 28:18-20). Dios está interesado en las personas, porque El se interesa en las familias, y se interesa en las familias porque tiene interés en la nación, y se interesa en la nación porque tiene interés en todas las naciones de la tierra (Sal 72:18-19, Mat 25:31-32, Apo 21:24-26). La iglesia necesita cambiar su perspectiva (Isa 54:2-3, Isa 61:4-11).
Para el cumplimiento adecuado del mandato cultural se requieren varias cosas. La primera, es que la Iglesia se transforme de un centro de cultos a un centro de equipamiento (Efe 4:11-16), donde se equipe a los santos (todos los creyentes) para la obra del ministerio (la reconciliación de todas las cosas con Dios, 2 Cor 5:18, Col 1:15-18) enseñándoles los principios, mandamientos y estatutos que Dios determina para sus actividades en todos los roles que desempeñan en la vida cotidiana: hijo o hija de Dios, familia, trabajo, estudios, negocios, arte, educación, comunicación, política, gobierno, iglesia, etc. Para todas esas actividades, la Biblia contiene los principios generales y específicos suficientes y necesarios para que en ellas se manifieste de manera clara el Señorío de Cristo, y aunque no lleguen a ser perfectas (ello sucederá hasta el Reino Milenial y la nueva tierra), sean de bendición para todas las personas. Este aspecto es sumamente importante en la labor de la iglesia, porque las naciones comienzan a partir de personas que establecen relaciones que se organizan en estructuras que crean sistemas que dan como consecuencia lo que una nación es y vive. Si las personas que conforman una nación tienen un corazón apartado de la justicia de Dios, las relaciones que establecerán serán injustas y al organizarlas en sistemas darán como resultado estructuras injustas. Ese es el caso de nuestro país. En su origen como nación prevaleció la injusticia (la derivada de los sistemas y estructuras de la cultura maya y las derivadas de los sistemas y estructuras de los conquistadores españoles), que gobierno tras gobierno ha ido perpetuando, reproduciendo y desarrollando la injusticia, la opresión, la desigualdad, la violencia, etc., y que tienen como consecuencia la pobreza, la enfermedad, la violencia, la desintegración familiar, la división, la inmoralidad de los gobernantes, la corrupción, la irresponsabilidad social, y todo tipo de injusticias que caracterizan a nuestra Guatemala hoy. La injusticia es un asunto que se origina en el corazón del ser humano por alejarse de la justicia de Dios. El establecimiento de una nación justa, en la que se minimicen todos los males que hemos mencionado solo será posible cuando cambie el corazón de las personas y estas comiencen a vivir sus relaciones, sistemas y estructuras bajo principios diferentes, bajo los principios de la justicia de Dios y bajo gobiernos justos, cuyos miembros hayan sido formados en su carácter y para el ejercicio de sus actividades prácticas a la luz de los principios de la Palabra de Dios. Y esa es una tarea de la Iglesia y de las familias.
La segunda es que la Iglesia se transforme en la voz de Dios para denunciar la injusticia y la opresión en cualquiera de sus formas y manifestaciones, para crear la conciencia social necesaria para que sea erradicada, es decir, que se convierta en una atalaya para nuestras sociedades, familias y personas, que advierta el mal, vuelva el corazón de las personas, las familias y las naciones hacia Dios, y proponga las soluciones adecuadas para combatirlo (1 Cro 12:32, Jer 33:1-9, Isa 62:6-7). De hecho esa fue la función de los profetas en el Antiguo Testamento (Jer 1:10), y esa debería ser una de las funciones de los profetas en este tiempo (Mal 4:5-6) y de la Iglesia en general (Est 8:6). La Iglesia hoy está amedrentada, atemorizada, de enfrentarse a los gigantes de maldad que están atacando a nuestro país, comenzando por las estructuras gubernamentales y terminando por el pecado a su interno. Pero Dios no nos dio espíritu de temor, sino de amor, poder y dominio propio (2 Tim 1:6-7). Hoy pueden haber muchos que como el Sanedrín del tiempo de Jesús, quisieran acallar Su voz para que el poder romano no se molestara (hoy es para que los poderes terrenales no se molesten ni inquieten). Pero Dios también está levantando una nueva generación de personas llenas con el Espíritu de Elías, de Jehú y de Eliseo (Mal 4:5-6, 1 Rey 19:15-18) para derrotar todas las estructuras del mal que agobian la nación, y restaurarla a la gloria de Dios.
La tercera cosa que necesita la Iglesia es convertirse en el centro de equipamiento de liderazgo justo para proveer al mundo de liderazgo para la transformación y el desarrollo de los diferentes sectores y áreas de la nación, y de la nación en general (Mar 10:42-45, Prov 29:2, Prov 11:10-11). Un liderazgo con un corazón de carne, que ame a Dios por sobre todas las cosas y ame al prójimo y a su nación, y palpite con la pasión de Dios por ver transformadas las naciones y manifestando Su gloria (Sal 72:18-19). Liderazgo que impacte con el poder de Dios y Sus principios, no solo el mundo eclesiástico sino también el mundo de los negocios, de la educación, de los medios de comunicación, de la política, del gobierno, de la ciencia, de las artes, etc. Pero no solo proveer el liderazgo, sino darle el seguimiento, el soporte y la protección que requieren para la batalla que van a tener que librar, y pedir cuentas de la encomienda que Dios les dio (Ecle 5:8, Efe 5:21). Parte de ello es el que la Iglesia le brinde el apoyo a todos aquellos hermanos de buen testimonio, que optan por posiciones de elección, tanto a nivel local (alcaldías), como a nivel regional (diputaciones) y a nivel nacional (presidencia y vicepresidencia). La Biblia nos enseña claramente las instrucciones de Dios al respecto (Deut 17:14-20, Exo 18:21) y la iglesia de ninguna manera puede soslayarlas, permitiendo que los hermanos y hermanas den su voto para personas que no creen, ni temen a Dios. Y ello debe ser manifestado claramente, así como las consecuencias de no hacerlo. Los injustos no podrán gobernar justamente (va contra su naturaleza). Solo los justos, aún equivocándose en algunas cosas y situaciones, podrán gobernar justamente. No es cuestión de nuestro parecer o simpatía. Es cuestión de que Dios así lo determinó y a nosotros solo nos queda obedecer, si es que queremos que la bendición de Dios venga sobre nosotros y nuestra familia y nación (Est 4:13-14).
“Por amor de Sion no callaré y por amor de Jerusalén no me quedaré quieto, hasta que su justicia irradie como luz, y su salvación arda como antorcha. Entonces las naciones verán tu justicia; y todos los reyes, tu gloria. Y te será dado un nombre nuevo, que la boca de Jehovah otorgará. Serás corona de esplendor en la mano de Jehovah, y diadema real en la palma de tu Dios. Nunca más te llamarán Desamparada; ni se dirá más de tu tierra, Desolada. Serás llamada Mi Deleite, y tu tierra, Desposada; porque Jehovah se deleita en ti, y tu tierra será desposada.” (Isaías 62:1-4)
24
Mar
2016