Mayordomía. Enseñanza (ejemplo) (apuntes).
LA ENSEÑANZA (Prov 8:32-33).
Los padres son los mejores y los más influyentes maestros que los niños puedan tener en cualquier etapa de su vida.
No enseñamos ciencia, tecnología, arte. Enseñamos (o dejamos de enseñar) vida.
Lo que les enseñamos (o les dejamos de enseñar) tiene una importancia fundamental para su madurez, carácter y bienestar total.
Los padres, no queramos o no, lo entendamos o no, somos la mayor influencia para establecer el curso y la orientación de las vidas de nuestros hijos (saetas) y ayudarlos a formar el carácter y personalidad (Deut 6:1-6).
Los valores y principios básicos que tienen que ver con la vida ellos los van a aprender de nosotros, ya sea por dirección o por omisión.
No podemos delegar esa función, y aunque la deleguemos, no se delega en realidad.
Los padres enseñamos por ejemplo y por precepto.
Nuestros hijos necesitan de nosotros mucho más que de las cosas, la televisión, la escuela, la iglesia, etc.
Necesitamos dedicarles tiempo y atención para enseñarles para que les vaya bien en la vida:
La Palabra de Dios.
La obediencia.
El trabajo (responsabilidad, orden, perseverancia) cumplir responsabilidades en casa.
Sabiduría (el por qué y el cómo de las cosas, de las órdenes, de los no y de los si).
Por ello, lo más importante que los padres podemos enseñarles a nuestros hijos es la Palabra de Dios.
Los encamina directamente a la prosperidad, bienestar, en todo (2 Tim 1:5, 3:14-15)
El conocimiento de la verdad es la mayor fuerza liberadora en la vida de cualquier persona (Jn 8:31-32).
La libertad auténtica solo viene de tener la facultad de hacer lo que es recto.
Nuestros hijos necesitan aprender la obediencia, y la obediencia a la primera y real.
Aunque muchos padres no aprecian este principio como debe ser, la obediencia es la que les garantizará a nuestros hijos un futuro exitoso.
Cuando les enseñamos a los niños a obedecernos, también les estamos enseñando a obedecer a Dios y a Su Palabra, y la obediencia a la Palabra hace personas exitosas, de bien, prósperas, en todos los aspectos de la vida (Sal 19:7-11).
La Palabra de Dios puede ser enseñada de tres maneras:
UNO. De manera superficial como una colección de hechos y datos.
DOS. Enseñando la información contenida en el texto (es medianamente profunda).
TRES. Comunicar las verdades y los principios espirituales del Reino que se encuentran dentro de los mismos relatos para aplicarlos a la vida (fe y obediencia). Esto es lo que hace que la Palabra se convierta en alimento.
Cuando les enseñamos los principios, y les enseñamos a extraerlos poco a poco por ellos mismos, les estamos enseñando a buscar alimento.
La Palabra actuará dentro de ellos, desarrollando su personalidad semejante a la de Cristo, les dará la sabiduría de ver y aceptar la vida desde la perspectiva de Dios.
Con todo ese conjunto de principios y valores extraídos de las Escrituras, sabrán tomar sus propias decisiones y ordenar sus propias vidas.
Dos oportunidades para enseñar la Palabra a los hijos.
PRIMERA. En momentos estructurados, planificados, organizados (devocionales familiares).
SEGUNDA. En tiempos no planificados, espontáneos, aprovechando cualquier oportunidad que nos den las circunstancias (Deut 6:7, Isa 28:9-10).
Aún las más simples experiencias y circunstancias que experimentan nuestros hijos son grandes oportunidades de aprendizaje (Jesús utilizó este método continuamente con sus discípulos).
Los padres son los mejores y los más influyentes maestros que los niños puedan tener en cualquier etapa de su vida.
No enseñamos ciencia, tecnología, arte. Enseñamos (o dejamos de enseñar) vida.
Lo que les enseñamos (o les dejamos de enseñar) tiene una importancia fundamental para su madurez, carácter y bienestar total.
Los padres, no queramos o no, lo entendamos o no, somos la mayor influencia para establecer el curso y la orientación de las vidas de nuestros hijos (saetas) y ayudarlos a formar el carácter y personalidad (Deut 6:1-6).
Los valores y principios básicos que tienen que ver con la vida ellos los van a aprender de nosotros, ya sea por dirección o por omisión.
No podemos delegar esa función, y aunque la deleguemos, no se delega en realidad.
Los padres enseñamos por ejemplo y por precepto.
Nuestros hijos necesitan de nosotros mucho más que de las cosas, la televisión, la escuela, la iglesia, etc.
Necesitamos dedicarles tiempo y atención para enseñarles para que les vaya bien en la vida:
La Palabra de Dios.
La obediencia.
El trabajo (responsabilidad, orden, perseverancia) cumplir responsabilidades en casa.
Sabiduría (el por qué y el cómo de las cosas, de las órdenes, de los no y de los si).
Por ello, lo más importante que los padres podemos enseñarles a nuestros hijos es la Palabra de Dios.
Los encamina directamente a la prosperidad, bienestar, en todo (2 Tim 1:5, 3:14-15)
El conocimiento de la verdad es la mayor fuerza liberadora en la vida de cualquier persona (Jn 8:31-32).
La libertad auténtica solo viene de tener la facultad de hacer lo que es recto.
Nuestros hijos necesitan aprender la obediencia, y la obediencia a la primera y real.
Aunque muchos padres no aprecian este principio como debe ser, la obediencia es la que les garantizará a nuestros hijos un futuro exitoso.
Cuando les enseñamos a los niños a obedecernos, también les estamos enseñando a obedecer a Dios y a Su Palabra, y la obediencia a la Palabra hace personas exitosas, de bien, prósperas, en todos los aspectos de la vida (Sal 19:7-11).
La Palabra de Dios puede ser enseñada de tres maneras:
UNO. De manera superficial como una colección de hechos y datos.
DOS. Enseñando la información contenida en el texto (es medianamente profunda).
TRES. Comunicar las verdades y los principios espirituales del Reino que se encuentran dentro de los mismos relatos para aplicarlos a la vida (fe y obediencia). Esto es lo que hace que la Palabra se convierta en alimento.
Cuando les enseñamos los principios, y les enseñamos a extraerlos poco a poco por ellos mismos, les estamos enseñando a buscar alimento.
La Palabra actuará dentro de ellos, desarrollando su personalidad semejante a la de Cristo, les dará la sabiduría de ver y aceptar la vida desde la perspectiva de Dios.
Con todo ese conjunto de principios y valores extraídos de las Escrituras, sabrán tomar sus propias decisiones y ordenar sus propias vidas.
Dos oportunidades para enseñar la Palabra a los hijos.
PRIMERA. En momentos estructurados, planificados, organizados (devocionales familiares).
SEGUNDA. En tiempos no planificados, espontáneos, aprovechando cualquier oportunidad que nos den las circunstancias (Deut 6:7, Isa 28:9-10).
Aún las más simples experiencias y circunstancias que experimentan nuestros hijos son grandes oportunidades de aprendizaje (Jesús utilizó este método continuamente con sus discípulos).
26
Mar
2016