Toda persona necesita establecerse en una iglesia.
Toda persona necesita establecerse en una Iglesia.
Hch 2:47: “alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.”
1 Cor 12:13: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu.”
1 Cor 12:27: “Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular.”
Heb 10:25: “no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.”
Por los versículos anteriores no cabe ni la menor duda que cuando el Señor Jesucristo nos salva, también nos añade a una iglesia local. Es nuestra necesidad, por conveniencia personal y por obediencia, incorporarnos a una Iglesia local y ser fieles y permanecer en ella hasta que el Señor nos dirija a establecernos en otra, siempre y cuando sea de común acuerdo con nuestras autoridades espirituales, como cuando los miembros de la Iglesia que se mencionan en el Libro de Hechos eran enviados a otras congregaciones para misiones especiales, o a fundar nuevas.
En la pertenencia a la Iglesia hay una serie de bendiciones. La primera de ella y fundamental es que así como la vida de un órgano del cuerpo depende de la vida de todo el cuerpo, así la vida del creyente, su calidad, intensidad, fortaleza, etc., viene de la vida de la iglesia en su conjunto, de la misma manera que la calidad de fruto depende de todo el árbol y no del fruto en sí. Otros beneficios de la iglesia para la vida del creyente son la comunión, el ayudarnos a crecer unos a otros, el madurar en carácter a través de las relaciones y los problemas que ellas implican. y en el ministerio, al exponernos a ser bendecidos por otros dones que se encuentran dentro del mismo cuerpo local y a bendecir a otros con los dones que Dios nos ha dado, lo que implica también el desarrollo de los mismos (Efe 4:11-16).
Hoy, desgraciadamente, hay muchos que por los patrones religiosos que traen de su antigua manera de vivir, solo son asistentes a algunas de las actividades de su Iglesia, pero no desarrollan compromiso ni participación hacia la misma, y otros, cambian de iglesia por razones inválidas, como problemas en las relaciones (en lugar de huír hay que resolverlos aprovechando la oportunidad para madurar en carácter, Rom 8:28-29) o gustos en la alabanza y adoración, las sillas, los locales físicos, la distancia y los parqueos, etc., sin darse cuenta que esas no son razones espirituales sino del alma, manipuladas por el enemigo de nuestras almas, para separarnos del lugar donde Dios ha determinado para que maduremos en todo sentido individual y familiarmente y seamos útiles a Su obra, en cumplimiento de Su propósito para nosotros (Sal 138:8).
La iglesia local, y cada creyente en particular, lo aceptemos y entendamos o no, estamos en medio de una guerra (Efe 6:10-18, 2 Cor 10:4-6, Efe 3:8) y necesitamos ser adiestrados y disciplinados para afrontar con éxito la batalla que tenemos por delante. Y si tenemos una batalla también tenemos un enemigo que trata de hacernos tropezar, de que lo ignoremos, de que no asumamos nuestro rol de soldados del Reino de Dios y de que no seamos adiestrados y mucho menos participemos en la batalla. Y una de sus tácticas favoritas es precisamente separarnos del Cuerpo local, porque eso no solo nos hace ineficientes a nosotros en lo individual, sino que debilita a todo el Cuerpo, de la misma manera que separar un dedo del cuerpo impide que ese dedo tenga vida y debilita al cuerpo del cual fue separado.
Hch 2:47: “alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.”
1 Cor 12:13: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu.”
1 Cor 12:27: “Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular.”
Heb 10:25: “no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.”
Por los versículos anteriores no cabe ni la menor duda que cuando el Señor Jesucristo nos salva, también nos añade a una iglesia local. Es nuestra necesidad, por conveniencia personal y por obediencia, incorporarnos a una Iglesia local y ser fieles y permanecer en ella hasta que el Señor nos dirija a establecernos en otra, siempre y cuando sea de común acuerdo con nuestras autoridades espirituales, como cuando los miembros de la Iglesia que se mencionan en el Libro de Hechos eran enviados a otras congregaciones para misiones especiales, o a fundar nuevas.
En la pertenencia a la Iglesia hay una serie de bendiciones. La primera de ella y fundamental es que así como la vida de un órgano del cuerpo depende de la vida de todo el cuerpo, así la vida del creyente, su calidad, intensidad, fortaleza, etc., viene de la vida de la iglesia en su conjunto, de la misma manera que la calidad de fruto depende de todo el árbol y no del fruto en sí. Otros beneficios de la iglesia para la vida del creyente son la comunión, el ayudarnos a crecer unos a otros, el madurar en carácter a través de las relaciones y los problemas que ellas implican. y en el ministerio, al exponernos a ser bendecidos por otros dones que se encuentran dentro del mismo cuerpo local y a bendecir a otros con los dones que Dios nos ha dado, lo que implica también el desarrollo de los mismos (Efe 4:11-16).
Hoy, desgraciadamente, hay muchos que por los patrones religiosos que traen de su antigua manera de vivir, solo son asistentes a algunas de las actividades de su Iglesia, pero no desarrollan compromiso ni participación hacia la misma, y otros, cambian de iglesia por razones inválidas, como problemas en las relaciones (en lugar de huír hay que resolverlos aprovechando la oportunidad para madurar en carácter, Rom 8:28-29) o gustos en la alabanza y adoración, las sillas, los locales físicos, la distancia y los parqueos, etc., sin darse cuenta que esas no son razones espirituales sino del alma, manipuladas por el enemigo de nuestras almas, para separarnos del lugar donde Dios ha determinado para que maduremos en todo sentido individual y familiarmente y seamos útiles a Su obra, en cumplimiento de Su propósito para nosotros (Sal 138:8).
La iglesia local, y cada creyente en particular, lo aceptemos y entendamos o no, estamos en medio de una guerra (Efe 6:10-18, 2 Cor 10:4-6, Efe 3:8) y necesitamos ser adiestrados y disciplinados para afrontar con éxito la batalla que tenemos por delante. Y si tenemos una batalla también tenemos un enemigo que trata de hacernos tropezar, de que lo ignoremos, de que no asumamos nuestro rol de soldados del Reino de Dios y de que no seamos adiestrados y mucho menos participemos en la batalla. Y una de sus tácticas favoritas es precisamente separarnos del Cuerpo local, porque eso no solo nos hace ineficientes a nosotros en lo individual, sino que debilita a todo el Cuerpo, de la misma manera que separar un dedo del cuerpo impide que ese dedo tenga vida y debilita al cuerpo del cual fue separado.
01
Abr
2016