La iglesia son personas.
La iglesia son personas.
Hch 2:38-47: “Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare. Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación. Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.
Como ya lo mencionamos anteriormente, la iglesia no es un edificio, una organización, jerarquía o denominación específicas, o una confesión doctrinal, aunque puede incluir, y de hecho incluye, estas cosas. La iglesia es ante todo y por sobre todo, un grupo de personas que han depositado su fe para salvación en el Señor Jesucristo y que por ello mismo lo han constituido en el Señor de sus vidas.
Las personas que conforman la iglesia, y la iglesia misma, no son perfectas.
Los creyentes que han ingresado a la iglesia no son de ninguna manera perfectos, son tan solo perdonados y salvados de sus pecados, y a partir de ello inician un proceso de perfeccionamiento por parte del Señor, que durará toda el resto de su vida terrenal (Fil 1:6), en la cual se irán acercando a la perfección de vida bíblica, pero en ningún caso son ni serán 100% perfectos.
Ello implica, entre otras cosas, las siguientes:
Cada persona nueva trae a la iglesia sus características culturales, prejuicios, pecados, neurosis personales, problemas, etc. y es en la Iglesia donde se van a evidenciar sus faltas, para que sean corregidas y perfeccionadas.Es importante tener esto en cuenta, tanto para los incrédulos como para los creyentes, porque uno de los argumentos que esgrimen tanto unos para no recibir a Cristo, como los otros para no permanecer en una iglesia o para no congregarse, es que los creyentes (que ellos equivocadamente creen que deben comportarse como ángeles, aún cuando ellos mismos no lo hacen) deben ser perfectos en su comportamiento y no pecar de ninguna manera. Esta es una expectativa totalmente falsa. Lo contrario es cierto, y la Escritura da testimonio de ello:
Gal 6:1: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado.”
Mat 18:15: “Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano.”
1 Jn 1:8-10: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros.”
Ello no implica que seamos tolerantes, condescendientes y fomentemos de alguna manera el pecado. Más bien, nos debemos oponer a él con todas nuestras fuerzas, pero al mismo tiempo debemos reconocer que todos vamos, eventualmente, a pecar y a provocar problemas por ello, y debemos buscar la restauración y la corrección en amor del que pecó, sin que ello merme nuestra fidelidad, permanencia, entrega, pasión, compromiso y servicio a la iglesia en la cual Dios nos ha plantado.
Por otro lado, no solo los creyentes van a tener problemas. La misma iglesia, como grupo o congregación, va a presentar y enfrentar problemas. Nuestra actitud ante ello debe ser la misma que mencionamos en relación con los hermanos que pecan. Son parte de la vida de la Iglesia y en lugar de lamentarnos, criticar o “botarnos” de ella (lo que quiere el diablo), debemos hacer nuestro mejor esfuerzo y dar nuestro mayor aporte para que se solucionen y seamos todos en lo individual y como congregación, perfeccionados y madurados por la circunstancia, haciéndola obrar para bien y no para mal (Rom 8:28-29), lo que es la voluntad de Dios.
1 Cor 3:1-3: “De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía, porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?”
Finalmente, aunque la iglesia es el plan de Dios y El es perfecto, y aunque la iglesia es una manifestación del Reino de Dios, la iglesia perfecta no existe como ya lo evidenciamos antes, (aunque debemos esforzarnos por llegar a tenerla hasta donde nos sea posible). A pesar de su imperfección, la iglesia hoy es más necesaria que nunca en el mundo por la sobreabundancia del pecado: las personas necesitan el mensaje de la salvación que solo la iglesia proclama y necesita de la obra de Dios en su interior, que solo la iglesia facilita, para ser salvos y mejorar su calidad de vida espiritual aquí en la tierra. Si no buscan en la Iglesia ese mensaje, lo van a buscar inútilmente en falsos caminos (y se van a perder por la eternidad).
Los problemas, las circunstancias, las acciones y el carácter que manifiesten los hermanos y la congregación, que nos causen problemas, sin importar la gravedad de los mismos y lo que suceda con los demás o ellos hagan con ellas. Cada uno de nosotros, de acuerdo a Rom 8.28-29, debemos buscar que esas situaciones obren para bien en nuestras vidas, perfeccionándonos, acercándonos a la madurez espiritual y al carácter de Cristo, llevándonos a encontrar en Cristo nuevos niveles de amor, misericordia, gracia y perdón. En lugar de huir o distanciarnos de la Iglesia, debemos aferrarnos más a ella, amándola como Dios la ama y comprometiéndonos a servirla y llevarla a nuevos y mayores niveles de madurez, servicio, ministerio y crecimiento numérico para la Gloria de Dios.
Nunca debemos perder de vista que la iglesia es una comunidad del Reino en un mundo destruido. Es el lugar donde se congregan los creyentes en contacto con la vida diaria. Es un grupo de creyentes en medio de un grupo de pecadores. Las iglesias funcionan en medio de la inmundicia del pecado, de vidas desechas y de personas inmorales, precisamente para ser un faro de luz y de transformación de esas circunstancias. Se erigen a pesar de la oposición de llevar el evangelio a aquellos que necesitan del Señor pero no lo quieren.
No es una fortaleza para esconderse ni un edificio espléndido para impresionar a quienes pasen por la puerta. Es una congregación de personas de verdad, que viven una vida de verdad y luchan con problemas de verdad.
Una iglesia local es un puesto de avanzada en el campo de guerra donde se desarrolla la vida diaria, y por ende, es un lugar donde ocurre toda lucha imaginable y se pueden cometer y evidenciar todo tipo de pecado para los cuales la Iglesia con la Palabra y el Espíritu Santo tiene una respuesta, por lo que es también, y por ello mismo, un lugar de transformación y milagros para aquellos que andan en busca de la libertad de sus pecados.
Recordemos siempre que la Iglesia (tanto la Universal como la local) es una comunidad de santos comunes que Dios utiliza para lograr cosas extraordinarias. Y en eso estriba la grandiosidad y el misterio de la Iglesia: imperfectos perfeccionando a otros imperfectos haciendo la obra perfecta de Dios.
1 Cor 1:26-29: “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia.”
Nosotros, como parte de la Iglesia, debemos hacer en lo individual lo que la Iglesia debe hacer en lo colectivo, que es lo mismo que Jesús hizo. La Iglesia no está para hacer su propia obra y seguir sus propios criterios, sino para hacer la obra de Jesús y seguir los criterios de Jesús. Ello significa, sin importar las circunstancias, los actos y las actitudes de las otras personas:
• Amar lo que Dios ama (Jn 3:16).
• Perdonar y olvidar lo que Dios perdona y olvida (Isa 43:25).
• Valorar lo que Dios valora (1 Ped 2:9).
• Llorar con los que lloran, sufrir con los que sufren y reír con los que ríen (Rom 12:15).
• Consolar a los que necesitan consolación (2 Cor 1:4), liberación a los que necesitan liberación, sanidad del corazón a los que están quebrantados de corazón (Luc 4:18-19).
Hch 2:38-47: “Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare. Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación. Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.
Como ya lo mencionamos anteriormente, la iglesia no es un edificio, una organización, jerarquía o denominación específicas, o una confesión doctrinal, aunque puede incluir, y de hecho incluye, estas cosas. La iglesia es ante todo y por sobre todo, un grupo de personas que han depositado su fe para salvación en el Señor Jesucristo y que por ello mismo lo han constituido en el Señor de sus vidas.
Las personas que conforman la iglesia, y la iglesia misma, no son perfectas.
Los creyentes que han ingresado a la iglesia no son de ninguna manera perfectos, son tan solo perdonados y salvados de sus pecados, y a partir de ello inician un proceso de perfeccionamiento por parte del Señor, que durará toda el resto de su vida terrenal (Fil 1:6), en la cual se irán acercando a la perfección de vida bíblica, pero en ningún caso son ni serán 100% perfectos.
Ello implica, entre otras cosas, las siguientes:
Cada persona nueva trae a la iglesia sus características culturales, prejuicios, pecados, neurosis personales, problemas, etc. y es en la Iglesia donde se van a evidenciar sus faltas, para que sean corregidas y perfeccionadas.Es importante tener esto en cuenta, tanto para los incrédulos como para los creyentes, porque uno de los argumentos que esgrimen tanto unos para no recibir a Cristo, como los otros para no permanecer en una iglesia o para no congregarse, es que los creyentes (que ellos equivocadamente creen que deben comportarse como ángeles, aún cuando ellos mismos no lo hacen) deben ser perfectos en su comportamiento y no pecar de ninguna manera. Esta es una expectativa totalmente falsa. Lo contrario es cierto, y la Escritura da testimonio de ello:
Gal 6:1: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado.”
Mat 18:15: “Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano.”
1 Jn 1:8-10: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros.”
Ello no implica que seamos tolerantes, condescendientes y fomentemos de alguna manera el pecado. Más bien, nos debemos oponer a él con todas nuestras fuerzas, pero al mismo tiempo debemos reconocer que todos vamos, eventualmente, a pecar y a provocar problemas por ello, y debemos buscar la restauración y la corrección en amor del que pecó, sin que ello merme nuestra fidelidad, permanencia, entrega, pasión, compromiso y servicio a la iglesia en la cual Dios nos ha plantado.
Por otro lado, no solo los creyentes van a tener problemas. La misma iglesia, como grupo o congregación, va a presentar y enfrentar problemas. Nuestra actitud ante ello debe ser la misma que mencionamos en relación con los hermanos que pecan. Son parte de la vida de la Iglesia y en lugar de lamentarnos, criticar o “botarnos” de ella (lo que quiere el diablo), debemos hacer nuestro mejor esfuerzo y dar nuestro mayor aporte para que se solucionen y seamos todos en lo individual y como congregación, perfeccionados y madurados por la circunstancia, haciéndola obrar para bien y no para mal (Rom 8:28-29), lo que es la voluntad de Dios.
1 Cor 3:1-3: “De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía, porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?”
Finalmente, aunque la iglesia es el plan de Dios y El es perfecto, y aunque la iglesia es una manifestación del Reino de Dios, la iglesia perfecta no existe como ya lo evidenciamos antes, (aunque debemos esforzarnos por llegar a tenerla hasta donde nos sea posible). A pesar de su imperfección, la iglesia hoy es más necesaria que nunca en el mundo por la sobreabundancia del pecado: las personas necesitan el mensaje de la salvación que solo la iglesia proclama y necesita de la obra de Dios en su interior, que solo la iglesia facilita, para ser salvos y mejorar su calidad de vida espiritual aquí en la tierra. Si no buscan en la Iglesia ese mensaje, lo van a buscar inútilmente en falsos caminos (y se van a perder por la eternidad).
Los problemas, las circunstancias, las acciones y el carácter que manifiesten los hermanos y la congregación, que nos causen problemas, sin importar la gravedad de los mismos y lo que suceda con los demás o ellos hagan con ellas. Cada uno de nosotros, de acuerdo a Rom 8.28-29, debemos buscar que esas situaciones obren para bien en nuestras vidas, perfeccionándonos, acercándonos a la madurez espiritual y al carácter de Cristo, llevándonos a encontrar en Cristo nuevos niveles de amor, misericordia, gracia y perdón. En lugar de huir o distanciarnos de la Iglesia, debemos aferrarnos más a ella, amándola como Dios la ama y comprometiéndonos a servirla y llevarla a nuevos y mayores niveles de madurez, servicio, ministerio y crecimiento numérico para la Gloria de Dios.
Nunca debemos perder de vista que la iglesia es una comunidad del Reino en un mundo destruido. Es el lugar donde se congregan los creyentes en contacto con la vida diaria. Es un grupo de creyentes en medio de un grupo de pecadores. Las iglesias funcionan en medio de la inmundicia del pecado, de vidas desechas y de personas inmorales, precisamente para ser un faro de luz y de transformación de esas circunstancias. Se erigen a pesar de la oposición de llevar el evangelio a aquellos que necesitan del Señor pero no lo quieren.
No es una fortaleza para esconderse ni un edificio espléndido para impresionar a quienes pasen por la puerta. Es una congregación de personas de verdad, que viven una vida de verdad y luchan con problemas de verdad.
Una iglesia local es un puesto de avanzada en el campo de guerra donde se desarrolla la vida diaria, y por ende, es un lugar donde ocurre toda lucha imaginable y se pueden cometer y evidenciar todo tipo de pecado para los cuales la Iglesia con la Palabra y el Espíritu Santo tiene una respuesta, por lo que es también, y por ello mismo, un lugar de transformación y milagros para aquellos que andan en busca de la libertad de sus pecados.
Recordemos siempre que la Iglesia (tanto la Universal como la local) es una comunidad de santos comunes que Dios utiliza para lograr cosas extraordinarias. Y en eso estriba la grandiosidad y el misterio de la Iglesia: imperfectos perfeccionando a otros imperfectos haciendo la obra perfecta de Dios.
1 Cor 1:26-29: “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia.”
Nosotros, como parte de la Iglesia, debemos hacer en lo individual lo que la Iglesia debe hacer en lo colectivo, que es lo mismo que Jesús hizo. La Iglesia no está para hacer su propia obra y seguir sus propios criterios, sino para hacer la obra de Jesús y seguir los criterios de Jesús. Ello significa, sin importar las circunstancias, los actos y las actitudes de las otras personas:
• Amar lo que Dios ama (Jn 3:16).
• Perdonar y olvidar lo que Dios perdona y olvida (Isa 43:25).
• Valorar lo que Dios valora (1 Ped 2:9).
• Llorar con los que lloran, sufrir con los que sufren y reír con los que ríen (Rom 12:15).
• Consolar a los que necesitan consolación (2 Cor 1:4), liberación a los que necesitan liberación, sanidad del corazón a los que están quebrantados de corazón (Luc 4:18-19).
01
Abr
2016