El Espíritu Santo: Capacitador.
Él es nuestro Capacitador (Hch 1:4-8).
“Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días. Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo? Y les dijo: No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad; pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.”
El pleno entendimiento de este pasaje pasa por el entendimiento de las palabras que se traducen “poder” y “testigo” al castellano. La primera es la palabra griega “dunamis” cuyos significados son: “fuerza, poder milagroso, un milagro en sí mismo, eficacia, capacidad, potencia, poder”, y la segunda es la palabra griega “mártus” cuyos significados son: “mártir, testigo, testimonio”.
Por otro lado también tenemos que considerar el contexto en que estas dos palabras son utilizadas. Y ese contexto es uno en el que los discípulos le están preguntando a Jesús cuando restauraría el Reino a Israel (externo), y Jesús les contesta que eso no les toca saber a ellos, pero recibirán poder (por supuesto que para establecer el Reino) y serán testigos de él cuando viniera sobre ellos el Espíritu Santo.
¿De que Reino y que poder y que testimonio estaba hablando entonces Jesús? Del establecimiento del Reino de Dios en sus corazones, o lo que es lo mismo, de la obediencia a sus leyes, mandamientos, principios y estatutos. Entonces el poder y el testimonio iban en función de ayudarlos a esta obediencia y a manifestar, a través de ella, un testimonio de vida a todos los demás, que es exactamente lo que sucedió después de la primera enseñanza pública de Pedro en Pentecostés (Hch 2:41-47):
• “Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.”
Si hacemos a un lado nuestros propios paradigmas, y nos atenemos a lo que realmente dice la Palabra de Dios, podemos ver que el poder que llenó a los primeros cristianos en Pentecostés fue, en primer lugar, un poder interior que transformó sus vidas, y cuya transformación sirvió de testimonio sin palabras a los que estaban a su alrededor, que refrendaba sus palabras, lo que dio como resultado que se agregaran miles a la Iglesia. Por supuesto que también derivado de ese poder “dunamis”, por intermedio de los apóstoles el Señor hacía muchas maravillas y señales, pero el énfasis del pasaje está en el testimonio de vida no en las maravillas y señales.
Por lo anterior, podemos decir, sin lugar a dudas, que el Espíritu Santo es el poder que nos llena interiormente, en primer lugar y como prioridad, para transformarnos, para desarrollar la regeneración obrada por Él mismo en nosotros en el momento de la salvación, de tal manera que se traduzca en un estilo de vida que sea evidente para todos los que están alrededor, y que los motive para convertirse también ellos a Cristo. Y en segundo lugar, es un poder potenciador de las señales que siguen a todos los que creen (Mar 16:15-18).
El Espíritu Santo es nuestro Capacitador, enviado divinamente a morar en nosotros, para capacitarnos a vivir vidas que agraden y glorifiquen a Dios, tanto en fruto (carácter y estilo de vida, Gal 5:22-23) como en dones y servicio. Y Pablo, en Efe 3:16-19, afirma esto mismo:
• "Le pido (al Padre) que los fortalezca mediante Su Espíritu --no una fuerza bruta sino una gloriosa fuerza interior-- que Cristo viva en ustedes en la medida que franqueen la puerta y lo inviten a entrar. Y le pido que con ambos pies plantados firmemente en amor, puedan dar cabida con todos los cristianos a las extravagantes dimensiones del amor de Cristo. ¡Extiéndanse y experimenten la anchura! ¡Exploren su largo! ¡Sondeen las profundidades! ¡Elévense a las alturas! Vivan vidas plenas, plenas en la plenitud de Dios." (Efe 3:16-19 MSG).
El Espíritu Santo en nosotros, entonces, producirá por lo menos los siguientes cambios:
• Nos dará una nueva naturaleza, con nuevas inclinaciones, deseos, metas (Jn 3:3, 2 Cor 5:17, 1 Ped 1:23, 2 Ped 1:4).
• De pensar en las cosas de la carne, transformará nuestros pensamientos para pensar en las cosas del Espíritu (Rom 8:5-9).
• Hará morir en nosotros las obras de la carne, produciendo, por consecuencia, una transformación de nuestra manera de vivir (Rom 8:13, Rom 12:2).
• Cambiará nuestras incapacidades humanas y temores en oportunidades para la manifestación del poder de Dios obrando en nosotros y en seguridad, confianza e invencibilidad por la gracia de Dios (2 Tim 1:7, Rom 8:28-37).
• Cualquier sentimiento de abandono será sustituido por la seguridad de la identidad y pertenencia a la familia de Dios, y más aún, como hijos e hijas de Dios (Jn 14:18, Rom 8:16.17).
• Nos impartirá, además de potenciar nuestras habilidades humanas, dones y habilidades sobrenaturales (1 Cor 12.1-11).
“Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días. Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo? Y les dijo: No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad; pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.”
El pleno entendimiento de este pasaje pasa por el entendimiento de las palabras que se traducen “poder” y “testigo” al castellano. La primera es la palabra griega “dunamis” cuyos significados son: “fuerza, poder milagroso, un milagro en sí mismo, eficacia, capacidad, potencia, poder”, y la segunda es la palabra griega “mártus” cuyos significados son: “mártir, testigo, testimonio”.
Por otro lado también tenemos que considerar el contexto en que estas dos palabras son utilizadas. Y ese contexto es uno en el que los discípulos le están preguntando a Jesús cuando restauraría el Reino a Israel (externo), y Jesús les contesta que eso no les toca saber a ellos, pero recibirán poder (por supuesto que para establecer el Reino) y serán testigos de él cuando viniera sobre ellos el Espíritu Santo.
¿De que Reino y que poder y que testimonio estaba hablando entonces Jesús? Del establecimiento del Reino de Dios en sus corazones, o lo que es lo mismo, de la obediencia a sus leyes, mandamientos, principios y estatutos. Entonces el poder y el testimonio iban en función de ayudarlos a esta obediencia y a manifestar, a través de ella, un testimonio de vida a todos los demás, que es exactamente lo que sucedió después de la primera enseñanza pública de Pedro en Pentecostés (Hch 2:41-47):
• “Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.”
Si hacemos a un lado nuestros propios paradigmas, y nos atenemos a lo que realmente dice la Palabra de Dios, podemos ver que el poder que llenó a los primeros cristianos en Pentecostés fue, en primer lugar, un poder interior que transformó sus vidas, y cuya transformación sirvió de testimonio sin palabras a los que estaban a su alrededor, que refrendaba sus palabras, lo que dio como resultado que se agregaran miles a la Iglesia. Por supuesto que también derivado de ese poder “dunamis”, por intermedio de los apóstoles el Señor hacía muchas maravillas y señales, pero el énfasis del pasaje está en el testimonio de vida no en las maravillas y señales.
Por lo anterior, podemos decir, sin lugar a dudas, que el Espíritu Santo es el poder que nos llena interiormente, en primer lugar y como prioridad, para transformarnos, para desarrollar la regeneración obrada por Él mismo en nosotros en el momento de la salvación, de tal manera que se traduzca en un estilo de vida que sea evidente para todos los que están alrededor, y que los motive para convertirse también ellos a Cristo. Y en segundo lugar, es un poder potenciador de las señales que siguen a todos los que creen (Mar 16:15-18).
El Espíritu Santo es nuestro Capacitador, enviado divinamente a morar en nosotros, para capacitarnos a vivir vidas que agraden y glorifiquen a Dios, tanto en fruto (carácter y estilo de vida, Gal 5:22-23) como en dones y servicio. Y Pablo, en Efe 3:16-19, afirma esto mismo:
• "Le pido (al Padre) que los fortalezca mediante Su Espíritu --no una fuerza bruta sino una gloriosa fuerza interior-- que Cristo viva en ustedes en la medida que franqueen la puerta y lo inviten a entrar. Y le pido que con ambos pies plantados firmemente en amor, puedan dar cabida con todos los cristianos a las extravagantes dimensiones del amor de Cristo. ¡Extiéndanse y experimenten la anchura! ¡Exploren su largo! ¡Sondeen las profundidades! ¡Elévense a las alturas! Vivan vidas plenas, plenas en la plenitud de Dios." (Efe 3:16-19 MSG).
El Espíritu Santo en nosotros, entonces, producirá por lo menos los siguientes cambios:
• Nos dará una nueva naturaleza, con nuevas inclinaciones, deseos, metas (Jn 3:3, 2 Cor 5:17, 1 Ped 1:23, 2 Ped 1:4).
• De pensar en las cosas de la carne, transformará nuestros pensamientos para pensar en las cosas del Espíritu (Rom 8:5-9).
• Hará morir en nosotros las obras de la carne, produciendo, por consecuencia, una transformación de nuestra manera de vivir (Rom 8:13, Rom 12:2).
• Cambiará nuestras incapacidades humanas y temores en oportunidades para la manifestación del poder de Dios obrando en nosotros y en seguridad, confianza e invencibilidad por la gracia de Dios (2 Tim 1:7, Rom 8:28-37).
• Cualquier sentimiento de abandono será sustituido por la seguridad de la identidad y pertenencia a la familia de Dios, y más aún, como hijos e hijas de Dios (Jn 14:18, Rom 8:16.17).
• Nos impartirá, además de potenciar nuestras habilidades humanas, dones y habilidades sobrenaturales (1 Cor 12.1-11).
07
Abr
2016