El Espíritu Santo, Transformador (2).
EL ESPÍRITU SANTO: EL AGENTE TRANSFORMADOR DE DIOS.
Necesidad de autenticidad en la vida cristiana.
Jesús no vino a fundar una religión, vino a recuperar el estilo de vida de Dios de las manos de la religión. Y el estilo de vida de Dios es una vida auténtica, no religiosa –solo de iglesia, cultos, ritos y disciplinas--, en el día a día, en cualquier lugar en donde estemos y a cualquier hora, y de todos los lugares y todas las horas, tal como lo enseña la Palabra que era la vida de los primeros cristianos:
v Hch 2:41-47. “Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.
Como auténticos creyentes, necesitamos vivir la vida que creemos. Y vivir la vida que creemos significa llevar a la práctica la Palabra de Dios.
v Mat 13:23. “Mas el que fue sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende la palabra, y da fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno.”
v Sant 1:25. “Más el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace.”
Una de las funciones del Espíritu Santo de la que nos habla Jesús es la de ayudarnos a obedecer la Palabra (dar fruto, ser hacedor de la obra; Jn 14:15-17), guiarnos a toda Verdad (la Palabra, Jn 16:13) y recordarnos las cosas que Él dijo (Jn 14:26). Ello sin el Espíritu Santo es imposible; por eso fue que Cristo tuvo que venir a morir por nuestros pecados y limpiarnos, para que el Espíritu Santo pudiera hacer morada en nosotros y de esa manera, ayudarnos a hacer lo que por la carne era imposible: amar a Dios con todas nuestras fuerzas (y amarle significa obedecerle, santidad) y amar a nuestro prójimo (buscar lo mejor para ellos, servirles). Ese se llama una vida auténtica, una vida que confirma la verdad de las Sagradas Escrituras:
v Mat 7:29. “Porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.”
v Mar 1:22. “Y se admiraban de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.”
Por ello, la auténtica vida cristiana es imposible e inexplicable sin el Espíritu Santo. El Espíritu Santo nos brinda el poder necesario para llevar la vida que Dios espera (Hch 1:8, Rom 12:2, Mat 7:21, Jn 3:5), una vida cotidiana, creíble, semejante a Cristo, que se mantenga auténtica día a día.
La vida auténtica: una vida transformacional.
A la autenticidad de la vida cristiana no llegamos de la noche a la mañana, y mucho menos por el solo hecho de ser salvos. Ese tipo de vida requiere un proceso de transformación constante, es más, permanente y constante hasta que partamos para estar con el Señor (Fil 1:6).
Es una vida de crecimiento, de maduración, de transformación, en la que el Espíritu Santo, más que darnos una “manita” ocasional, tiene que ser el centro, aportando por Su Poder, el motor, la dinámica de esa transformación:
v 2 Cor 3:18. “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.”
Esta transformación necesaria, producida en nosotros por el Espíritu Santo, pero inducida por nuestra decisión, convicción y compromiso de entrega a la vida que Dios quiere que vivamos (no la que nosotros quisiéramos vivir), implica cosas tales como:
v Hacer del Señor el centro real (no teórico) de nuestra vida, el motivo de nuestra vida (Mat 22:37-38).
v Agradar al Señor en todo lo que hacemos y que sea para Su gloria (Col 3:23-24).
v El control de nuestras palabras (que no pueden ser efectuadas por la naturaleza humana, pero si por el Espíritu de Dios que vive en nosotros, Sant 3:1-12, Efe 4:29).
v La capacidad de pensar conforme a la Palabra (Fil 4:8-9, Sal 1:1-3).
v La fortaleza para enfrentar los desafíos cotidianos de la vida (Rom 8:28-37).
v La victoria sobre la tentación (Rom 8:13)
v Guardar nuestro corazón del dolor y la amargura (Heb 12:14-15).
v Hacer con los demás lo que nos gustaría que hicieran con nosotros (Mat 22.39, Mat 7:12).
v Estimar a los demás como superiores a nosotros mismos y ver por lo de ellos como por lo nuestro (Fil 2:3-4).
Para lograr todo ello, que nuestra naturaleza humana no puede hacerlo posible, Jesús nos prometió que enviará al Espíritu de Dios y que al enviarlo , Él nos proporcionaría el poder (capacitación divina para vencer las fuerzas carnales dentro de nosotros) necesario para vivir como testigos suyos (que los demás observaran la autenticidad de nuestras vidas con respecto a nuestra fe). Es más, ayudarnos a lograr todo ello es la razón primaria, primordial, por la cual el Espíritu Santo nos ha sido enviado y dado de acuerdo a:
v Jn 14:15-18. “Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros.”
Ø En este pasaje Jesús claramente nos está indicando una función primordial del Espíritu Santo: ayudarnos a guardar sus mandamientos, a obedecer, a vivir una vida de santidad.
v Jn 14:23-27. “Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió. Os he dicho estas cosas estando con vosotros. Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.”
Ø Nuevamente en este pasaje el contexto está dado por la oración: “El que me ama, mi palabra guardará”. Para lograr esto, el Padre y el Hijo harán morada con nosotros por medio del Espíritu Santo, enviado por el Padre a nombre del Hijo, y que es uno con el Padre y con el Hijo.
Ø La función que el Espíritu Santo desarrollará en nosotros para tal fin, guardar Su Palabra (que por cierto es la espada del Espíritu, Efe 6:17), no solo es la de capacitarnos para ello según vimos en Jn 14:15-18, sino además enseñarnos y recordarnos todo lo que Jesús (el Verbo) ha dicho.
Ø La exhortación final de este pasaje, en el contexto, es que no debemos tener temor ni miedo de fallar en el cumplimiento de este mandato (guardar Su Palabra) porque tenemos la ayuda de la Trinidad completa representada por el Espíritu Santo. Por ello podemos y debemos vivir en la paz de Dios, sabiendo que con el Espíritu Santo de nuestro lado lo único que puede sucedernos es que obtengamos la victoria constante y final (Rom 8:28-37).
Por ello, aún cuando se nos presenten situaciones delicadas que pongan a prueba nuestra fe, aún cuando amenacen hundirnos, no deberíamos experimentar ninguna clase de temor. La plenitud de Dios está en nosotros por el Espíritu Santo que habita en nosotros para llevar nuestra vida a lugares de descanso, reposo y bendición: “aunque ande en valle de sombra de muerte no temeré mal alguno, Tu vara y Tu cayado me infundirán aliento” (Sal 23:4). Por ello es también el Consolador: para ayudarnos a sobrellevar el desánimo, la dificultad, sostenernos en medio de las dificultades, estar a nuestro lado apoyándonos, ayudándonos, fortaleciéndonos, sosteniéndonos, etc., (eso es lo que hace un Consolador, y eso es lo que hace el Espíritu Santo en nosotros cuando le damos el lugar que le corresponde como el Centro y Director de nuestras vidas). Y saber y vivir en ello trae una notable diferencia en cualquier situación que podamos enfrentar. Y todo ello implica y es TRANSFORMACIÓN INTERIOR.
v 1 Sam 10:6. “Entonces el Espíritu de Jehová vendrá sobre ti con poder, y profetizarás con ellos, y serás mudado en otro hombre.”
v Hch 1:8. “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.”
El Espíritu Santo, el poder transformador interior.
Cuando los discípulos recibieron el Espíritu Santo en Pentecostés ello, en primer lugar, los transformó interiormente, los revolucionó, los cambió en otras personas: de tímidos, torpes y temerosos, se convirtieron en personas audaces, fieles e inspiradores hombres y mujeres de Dios. Esos cambios obrados por el Espíritu Santo en ellos fueron los que determinaron que salieran del aposento alto, manifestaran públicamente su fe, y al hacerlo, el mismo Espíritu Santo que estaba obrando en el interior de ellos, corriera como ríos de agua viva hacia afuera, obrando arrepentimiento, milagros, sanidades, liberaciones y prodigios en otros.
v Jn 7.37-39: “Si alguno tiene sed, que venga a mÍ y beba… De aquel que cree en mí (eso nos incluye a todos nosotros los que creemos en Jesús), como dice la Escritura, brotarán ríos de agua viva. Con esto se refería al Espíritu….”
Más allá de lo que ha sido la enseñanza “normal” acerca del Espíritu Santo en el cristianismo actual, necesitamos reenfocar esa enseñanza regresando a lo que es el enfoque bíblico del Espíritu Santo: el poder que obra dentro de nosotros transformando nuestras vidas, que por lo general, por ignorancia, falta de conocimiento, prioridades desalineadas con las prioridades de Dios, etc., ha estado esperando a que lo usemos para que controle nuestras vidas y manifieste la plenitud de la vida de Cristo en nosotros (Jn 10:10) y el fruto del Espíritu (Gal 5:22-23).
v Jn 10:10. “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.”
v 2 Cor 3:18. “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.”
v Efe 4:12-15. “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo,”
v Gal 5:16-25. “Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis. Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley. Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a éstas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu.”
Ser llenos del Espíritu.
Si el Espíritu Santo es el poder transformador que necesitamos para nuestras vidas, para vivir vidas plenas (Sal 1:1-3), vidas obedientes y por ende vidas bendecidas (Deut 28:1-14), entonces es claro que necesitamos estar constantemente conscientes, dependientes, “pegados”, al Espíritu Santo, entregándole cada día más áreas de nuestra vida y de nuestro corazón según nos vaya mostrando:
v Sal 42:7-8. “Un abismo llama a otro a la voz de tus cascadas; todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí. Pero de día mandará Jehová su misericordia, y de noche su cántico estará conmigo, y mi oración al Dios de mi vida.
Ø Los abismos representan los vacíos de nuestro corazón, las profundidades de nuestro corazón.
Ø Esos abismos son llamados a las cascadas (que son tipo del Espíritu Santo: ríos de agua viva). El efecto de una cascada (o un río) frente a un abismo es que lo llenará, lo transformará de abismo en lago lleno de agua (lleno del Espíritu Santo).
Ø Las ondas y las olas que han pasado sobre David (el escritor de este Salmo y que nos está refiriendo su experiencia de vida) se refieren al poder que ha venido sobre él para llenar y transformar esas profundidades de su corazón, y ello puede ser un tipo del bautismo del Espíritu Santo, que es cuando el Espíritu Santo ya no solo viene a morar en nosotros sino que viene sobre nosotros.
Ø Que un abismo llame a otro, significa que ellos van apareciendo de uno en uno, no todos juntos. Y así es la obra del Espíritu Santo en nuestros corazones, gradual, paso a paso, conforme nosotros vamos permitiendo que Él tome control de las diferentes áreas de nuestra vida y corazón.
Ø Los resultados de todo ello son: nuevas misericordias de Dios cada día (Lam 3:22-23), gozo (cántico) y comunión más íntima con el Señor (mi oración al Dios de mi vida), y todo ello redundando en una vida más plena.
A ello se refiere la Palabra cuando nos habla de ser bautizados y ser llenos del Espíritu Santo. Cuando recibimos el regalo de la vida eterna, envuelto dentro de ese regalo está el Espíritu Santo. En la Palabra no se nos indica que oremos para ser regenerados por el Espíritu Santo o para ser sellados por el Espíritu Santo. ¿Por qué? Porque esas cosas ocurren en el momento que nacemos de nuevo. Sin embargo si se nos dice que seamos bautizados por el Espíritu Santo y que seamos llenos del Espíritu Santo (una mayor presencia, una mayor abundancia de Espíritu).
v Luc 11:13. “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?
v Hch 19:3-6. “Entonces dijo: ¿En qué, pues, fuisteis bautizados? Ellos dijeron: En el bautismo de Juan. Dijo Pablo: Juan bautizó con bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyesen en aquel que vendría después de él, esto es, en Jesús el Cristo. Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús. Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo; ...”
v Efe 5:18-20. “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones; dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.”
La llenura del Espíritu Santo ocurre cuando tenemos una correcta relación con el Hijo de Dios (de acuerdo a lo que nos enseña Jn 7:37-39) y cuando nos relacionamos con el Espíritu Santo correctamente (Efe 5:18). Cuando lo hacemos, el poder dentro de nosotros se libera. De acuerdo a lo que nos enseña la Palabra de Dios, hay por lo menos cuatro niveles de liberación y operación del poder del Espíritu Santo en nosotros:
v El Espíritu Santo viniendo a morar en nosotros (regeneración, nueva naturaleza, 2 Cor 5:17).
v El Espíritu Santo sobre nosotros (el bautismo del Espíritu Santo, el poder para vivir vidas obedientes).
v La llenura del Espíritu Santo (Efe 5:18, el poder para vivir vidas completamente dependientes de Dios).
v La plenitud del Espíritu Santo (Efe 3:19, el poder para ya no vivir nosotros, sino que Cristo, por el Espíritu Santo, viva en nosotros).
Cuando somos llenos (viviendo bajo el control del Espíritu), el poder que levantó a Cristo de entre los muertos se convierte en la fuerza motivadora de nuestra vida (Efe 1:17-23) y entonces fácilmente accederemos al siguiente nivel, al nivel de la plenitud del Espíritu que significa que nuestra vida está totalmente inmersa, bajo la cobertura completa, totalmente a disposición del Espíritu Santo, que somos sensibles a cualquier cosa que pueda haberse interpuesto entre nosotros y Él, y que andamos en completa dependencia de Él. Es por el proceso que seguimos de recibir el Espíritu Santo hasta alcanzar la plenitud del Espíritu Santo que la vida cristiana se convierte en un estilo de vida, la vida abundante que prometió Cristo.
Necesidad de autenticidad en la vida cristiana.
Jesús no vino a fundar una religión, vino a recuperar el estilo de vida de Dios de las manos de la religión. Y el estilo de vida de Dios es una vida auténtica, no religiosa –solo de iglesia, cultos, ritos y disciplinas--, en el día a día, en cualquier lugar en donde estemos y a cualquier hora, y de todos los lugares y todas las horas, tal como lo enseña la Palabra que era la vida de los primeros cristianos:
v Hch 2:41-47. “Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.
Como auténticos creyentes, necesitamos vivir la vida que creemos. Y vivir la vida que creemos significa llevar a la práctica la Palabra de Dios.
v Mat 13:23. “Mas el que fue sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende la palabra, y da fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno.”
v Sant 1:25. “Más el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace.”
Una de las funciones del Espíritu Santo de la que nos habla Jesús es la de ayudarnos a obedecer la Palabra (dar fruto, ser hacedor de la obra; Jn 14:15-17), guiarnos a toda Verdad (la Palabra, Jn 16:13) y recordarnos las cosas que Él dijo (Jn 14:26). Ello sin el Espíritu Santo es imposible; por eso fue que Cristo tuvo que venir a morir por nuestros pecados y limpiarnos, para que el Espíritu Santo pudiera hacer morada en nosotros y de esa manera, ayudarnos a hacer lo que por la carne era imposible: amar a Dios con todas nuestras fuerzas (y amarle significa obedecerle, santidad) y amar a nuestro prójimo (buscar lo mejor para ellos, servirles). Ese se llama una vida auténtica, una vida que confirma la verdad de las Sagradas Escrituras:
v Mat 7:29. “Porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.”
v Mar 1:22. “Y se admiraban de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.”
Por ello, la auténtica vida cristiana es imposible e inexplicable sin el Espíritu Santo. El Espíritu Santo nos brinda el poder necesario para llevar la vida que Dios espera (Hch 1:8, Rom 12:2, Mat 7:21, Jn 3:5), una vida cotidiana, creíble, semejante a Cristo, que se mantenga auténtica día a día.
La vida auténtica: una vida transformacional.
A la autenticidad de la vida cristiana no llegamos de la noche a la mañana, y mucho menos por el solo hecho de ser salvos. Ese tipo de vida requiere un proceso de transformación constante, es más, permanente y constante hasta que partamos para estar con el Señor (Fil 1:6).
Es una vida de crecimiento, de maduración, de transformación, en la que el Espíritu Santo, más que darnos una “manita” ocasional, tiene que ser el centro, aportando por Su Poder, el motor, la dinámica de esa transformación:
v 2 Cor 3:18. “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.”
Esta transformación necesaria, producida en nosotros por el Espíritu Santo, pero inducida por nuestra decisión, convicción y compromiso de entrega a la vida que Dios quiere que vivamos (no la que nosotros quisiéramos vivir), implica cosas tales como:
v Hacer del Señor el centro real (no teórico) de nuestra vida, el motivo de nuestra vida (Mat 22:37-38).
v Agradar al Señor en todo lo que hacemos y que sea para Su gloria (Col 3:23-24).
v El control de nuestras palabras (que no pueden ser efectuadas por la naturaleza humana, pero si por el Espíritu de Dios que vive en nosotros, Sant 3:1-12, Efe 4:29).
v La capacidad de pensar conforme a la Palabra (Fil 4:8-9, Sal 1:1-3).
v La fortaleza para enfrentar los desafíos cotidianos de la vida (Rom 8:28-37).
v La victoria sobre la tentación (Rom 8:13)
v Guardar nuestro corazón del dolor y la amargura (Heb 12:14-15).
v Hacer con los demás lo que nos gustaría que hicieran con nosotros (Mat 22.39, Mat 7:12).
v Estimar a los demás como superiores a nosotros mismos y ver por lo de ellos como por lo nuestro (Fil 2:3-4).
Para lograr todo ello, que nuestra naturaleza humana no puede hacerlo posible, Jesús nos prometió que enviará al Espíritu de Dios y que al enviarlo , Él nos proporcionaría el poder (capacitación divina para vencer las fuerzas carnales dentro de nosotros) necesario para vivir como testigos suyos (que los demás observaran la autenticidad de nuestras vidas con respecto a nuestra fe). Es más, ayudarnos a lograr todo ello es la razón primaria, primordial, por la cual el Espíritu Santo nos ha sido enviado y dado de acuerdo a:
v Jn 14:15-18. “Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros.”
Ø En este pasaje Jesús claramente nos está indicando una función primordial del Espíritu Santo: ayudarnos a guardar sus mandamientos, a obedecer, a vivir una vida de santidad.
v Jn 14:23-27. “Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió. Os he dicho estas cosas estando con vosotros. Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.”
Ø Nuevamente en este pasaje el contexto está dado por la oración: “El que me ama, mi palabra guardará”. Para lograr esto, el Padre y el Hijo harán morada con nosotros por medio del Espíritu Santo, enviado por el Padre a nombre del Hijo, y que es uno con el Padre y con el Hijo.
Ø La función que el Espíritu Santo desarrollará en nosotros para tal fin, guardar Su Palabra (que por cierto es la espada del Espíritu, Efe 6:17), no solo es la de capacitarnos para ello según vimos en Jn 14:15-18, sino además enseñarnos y recordarnos todo lo que Jesús (el Verbo) ha dicho.
Ø La exhortación final de este pasaje, en el contexto, es que no debemos tener temor ni miedo de fallar en el cumplimiento de este mandato (guardar Su Palabra) porque tenemos la ayuda de la Trinidad completa representada por el Espíritu Santo. Por ello podemos y debemos vivir en la paz de Dios, sabiendo que con el Espíritu Santo de nuestro lado lo único que puede sucedernos es que obtengamos la victoria constante y final (Rom 8:28-37).
Por ello, aún cuando se nos presenten situaciones delicadas que pongan a prueba nuestra fe, aún cuando amenacen hundirnos, no deberíamos experimentar ninguna clase de temor. La plenitud de Dios está en nosotros por el Espíritu Santo que habita en nosotros para llevar nuestra vida a lugares de descanso, reposo y bendición: “aunque ande en valle de sombra de muerte no temeré mal alguno, Tu vara y Tu cayado me infundirán aliento” (Sal 23:4). Por ello es también el Consolador: para ayudarnos a sobrellevar el desánimo, la dificultad, sostenernos en medio de las dificultades, estar a nuestro lado apoyándonos, ayudándonos, fortaleciéndonos, sosteniéndonos, etc., (eso es lo que hace un Consolador, y eso es lo que hace el Espíritu Santo en nosotros cuando le damos el lugar que le corresponde como el Centro y Director de nuestras vidas). Y saber y vivir en ello trae una notable diferencia en cualquier situación que podamos enfrentar. Y todo ello implica y es TRANSFORMACIÓN INTERIOR.
v 1 Sam 10:6. “Entonces el Espíritu de Jehová vendrá sobre ti con poder, y profetizarás con ellos, y serás mudado en otro hombre.”
v Hch 1:8. “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.”
El Espíritu Santo, el poder transformador interior.
Cuando los discípulos recibieron el Espíritu Santo en Pentecostés ello, en primer lugar, los transformó interiormente, los revolucionó, los cambió en otras personas: de tímidos, torpes y temerosos, se convirtieron en personas audaces, fieles e inspiradores hombres y mujeres de Dios. Esos cambios obrados por el Espíritu Santo en ellos fueron los que determinaron que salieran del aposento alto, manifestaran públicamente su fe, y al hacerlo, el mismo Espíritu Santo que estaba obrando en el interior de ellos, corriera como ríos de agua viva hacia afuera, obrando arrepentimiento, milagros, sanidades, liberaciones y prodigios en otros.
v Jn 7.37-39: “Si alguno tiene sed, que venga a mÍ y beba… De aquel que cree en mí (eso nos incluye a todos nosotros los que creemos en Jesús), como dice la Escritura, brotarán ríos de agua viva. Con esto se refería al Espíritu….”
Más allá de lo que ha sido la enseñanza “normal” acerca del Espíritu Santo en el cristianismo actual, necesitamos reenfocar esa enseñanza regresando a lo que es el enfoque bíblico del Espíritu Santo: el poder que obra dentro de nosotros transformando nuestras vidas, que por lo general, por ignorancia, falta de conocimiento, prioridades desalineadas con las prioridades de Dios, etc., ha estado esperando a que lo usemos para que controle nuestras vidas y manifieste la plenitud de la vida de Cristo en nosotros (Jn 10:10) y el fruto del Espíritu (Gal 5:22-23).
v Jn 10:10. “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.”
v 2 Cor 3:18. “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.”
v Efe 4:12-15. “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo,”
v Gal 5:16-25. “Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis. Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley. Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a éstas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu.”
Ser llenos del Espíritu.
Si el Espíritu Santo es el poder transformador que necesitamos para nuestras vidas, para vivir vidas plenas (Sal 1:1-3), vidas obedientes y por ende vidas bendecidas (Deut 28:1-14), entonces es claro que necesitamos estar constantemente conscientes, dependientes, “pegados”, al Espíritu Santo, entregándole cada día más áreas de nuestra vida y de nuestro corazón según nos vaya mostrando:
v Sal 42:7-8. “Un abismo llama a otro a la voz de tus cascadas; todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí. Pero de día mandará Jehová su misericordia, y de noche su cántico estará conmigo, y mi oración al Dios de mi vida.
Ø Los abismos representan los vacíos de nuestro corazón, las profundidades de nuestro corazón.
Ø Esos abismos son llamados a las cascadas (que son tipo del Espíritu Santo: ríos de agua viva). El efecto de una cascada (o un río) frente a un abismo es que lo llenará, lo transformará de abismo en lago lleno de agua (lleno del Espíritu Santo).
Ø Las ondas y las olas que han pasado sobre David (el escritor de este Salmo y que nos está refiriendo su experiencia de vida) se refieren al poder que ha venido sobre él para llenar y transformar esas profundidades de su corazón, y ello puede ser un tipo del bautismo del Espíritu Santo, que es cuando el Espíritu Santo ya no solo viene a morar en nosotros sino que viene sobre nosotros.
Ø Que un abismo llame a otro, significa que ellos van apareciendo de uno en uno, no todos juntos. Y así es la obra del Espíritu Santo en nuestros corazones, gradual, paso a paso, conforme nosotros vamos permitiendo que Él tome control de las diferentes áreas de nuestra vida y corazón.
Ø Los resultados de todo ello son: nuevas misericordias de Dios cada día (Lam 3:22-23), gozo (cántico) y comunión más íntima con el Señor (mi oración al Dios de mi vida), y todo ello redundando en una vida más plena.
A ello se refiere la Palabra cuando nos habla de ser bautizados y ser llenos del Espíritu Santo. Cuando recibimos el regalo de la vida eterna, envuelto dentro de ese regalo está el Espíritu Santo. En la Palabra no se nos indica que oremos para ser regenerados por el Espíritu Santo o para ser sellados por el Espíritu Santo. ¿Por qué? Porque esas cosas ocurren en el momento que nacemos de nuevo. Sin embargo si se nos dice que seamos bautizados por el Espíritu Santo y que seamos llenos del Espíritu Santo (una mayor presencia, una mayor abundancia de Espíritu).
v Luc 11:13. “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?
v Hch 19:3-6. “Entonces dijo: ¿En qué, pues, fuisteis bautizados? Ellos dijeron: En el bautismo de Juan. Dijo Pablo: Juan bautizó con bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyesen en aquel que vendría después de él, esto es, en Jesús el Cristo. Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús. Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo; ...”
v Efe 5:18-20. “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones; dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.”
La llenura del Espíritu Santo ocurre cuando tenemos una correcta relación con el Hijo de Dios (de acuerdo a lo que nos enseña Jn 7:37-39) y cuando nos relacionamos con el Espíritu Santo correctamente (Efe 5:18). Cuando lo hacemos, el poder dentro de nosotros se libera. De acuerdo a lo que nos enseña la Palabra de Dios, hay por lo menos cuatro niveles de liberación y operación del poder del Espíritu Santo en nosotros:
v El Espíritu Santo viniendo a morar en nosotros (regeneración, nueva naturaleza, 2 Cor 5:17).
v El Espíritu Santo sobre nosotros (el bautismo del Espíritu Santo, el poder para vivir vidas obedientes).
v La llenura del Espíritu Santo (Efe 5:18, el poder para vivir vidas completamente dependientes de Dios).
v La plenitud del Espíritu Santo (Efe 3:19, el poder para ya no vivir nosotros, sino que Cristo, por el Espíritu Santo, viva en nosotros).
Cuando somos llenos (viviendo bajo el control del Espíritu), el poder que levantó a Cristo de entre los muertos se convierte en la fuerza motivadora de nuestra vida (Efe 1:17-23) y entonces fácilmente accederemos al siguiente nivel, al nivel de la plenitud del Espíritu que significa que nuestra vida está totalmente inmersa, bajo la cobertura completa, totalmente a disposición del Espíritu Santo, que somos sensibles a cualquier cosa que pueda haberse interpuesto entre nosotros y Él, y que andamos en completa dependencia de Él. Es por el proceso que seguimos de recibir el Espíritu Santo hasta alcanzar la plenitud del Espíritu Santo que la vida cristiana se convierte en un estilo de vida, la vida abundante que prometió Cristo.
07
Abr
2016