La Epístola de Santiago (7). 3:1-12. El poder y cuidado de nuestras palabras.
Sant 3:1.
Este mensaje parecería contradictorio con el mensaje que encontramos en 1 Tim 3:1 y en 1 Cor 14.12.
Una observación para los que quieren ser maestros de la Palabra, no para desalentarlos sino para animarlos a considerar la gran responsabilidad que implica su ministerio.
Se refiere a la condenación del diablo que viene de ser solo informadores de la Palabra y no ser hacedores de ella: el diablo va a venir contra nosotros con acusaciones de toda índole por estar hablando una Palabra que no practicamos, por ello necesitamos tener un compromiso activo con la Verdad: no solo oírla y estudiarla para transmitirla, sino principalmente, para vivirla.
Cuando compartimos solo lo que sabemos pero no vivimos, ello es información y le estamos pidiendo a las personas que hagan algo que nosotros mismos no hacemos. Mat 23:2-4.
Sant 3:2.
Ofensas hacia Dios y hacia otros.
El no poner cuidado de nuestras palabras cuando nos dirigimos a otras personas y/o hablamos de Dios, puede provocar que las ofendamos y que ofendamos a Dios (quejas, dudas, incredulidad: en el fondo son un "ataque" a Su Ser, a Su Carácter, a Su Integridad, a Su Veracidad") --todos ofendemos muchas veces--.
Mientras menos cuidado tenemos al hablar, más posibilidades de ofender a otros tenemos (los "lengua floja").
Un recordatorio de la importancia de cuidar lo que hablamos.
Comienza por cuidar lo que pensamos y lo que sentimos porque las palabras se originan en el corazón (Luc 12:34, Luc 6:45, Mat 15:11-18).
El crecimiento hacia la perfección (madurez) de una persona no se mide porque hable en lenguas o por los dones espirituales que posee.
Se mide por su capacidad de refrenar su lengua.
Si puede refrenar su lengua (su boca, sus palabras) puede refrenar todo el cuerpo (concupiscencias: las pasiones desordenadas del corazón engañoso y perverso, las enemigas de Dios: los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida).
De que nos sirve hablar en lenguas si no podemos refrenar las palabras que hablamos con el entendimiento.
Sant 3:3-12.
Sant 3:3-4. El poder de la lengua, de nuestras palabras.
El freno en la boca del caballo
Los timones (pequeños) de los barcos
Así es la lengua (nuestras palabras, nuestra boca) con nosotros: tiene el poder de controlar toda nuestra persona e influencias en todos los aspectos de nuestra vida; marca la dirección de nuestras acciones.
Prov 18:20-21.
Sant 3:5-8. El efecto de nuestras palabras.
Enciende un pequeño fuego que puede incendiar un gran bosque.
Prov 18:6.
Se refiere al grave daño que puede causar la lengua a través de su uso irresponsable (ofensas, mentira, chisme, murmuración, calumnia, reproches, insultos, menosprecio, burla, etc.): destrucción de la identidad de una persona, de sus sueños, de su reputación, etc., todos ellos daños de muy difícil reparación.
Quebrantamiento y/o destrucción de relaciones.
Es un fuego de maldad.
Prov 18:7:
Prov 18:8:
Lo que sale de la boca del hombre es lo que contamina al hombre porque del corazón sale (Mat 15:11-18): retroalimenta, fortalece, alimenta la maldad de su corazón (le echa más leña al fuego).
Inflama la rueda de la creación.
No solo puede afectar a la persona que habla o de la que habla, puede provocar un efecto destructivo en todo lo que está a su alrededor, en toda su esfera de influencia.
Es inflamada por el infierno.
Si no somos cuidadosos con nuestras palabras, la lengua va a ser tomada por la carne (inflamada por el infierno) para causar daño.
Los demonios usan sus palabras para hacer y esparcir el mal.
Sant 3.8. Ningún hombre puede domar la lengua, no se refiere a la imposibilidad de domarla.
Solo Dios, por el poder del Espíritu Santo (negando nuestro yo y llenándonos del Espíritu Santo y de Su Fruto) puede poner la lengua en sujeción a lo bueno.
Necesitamos conectarnos con el Espíritu Santo antes de hablar (lentos para hablar).
Sant 3:9-12. Con ella bendecimos a Dios pero maldecimos a los hombres hechos a imagen y semejanza de Dios (una total incongruencia, una hipocresía):
Cuando maldecimos a un hombre estamos maldiciendo su imagen y semejanza con Dios y sin darnos cuenta, estamos maldiciendo a Dios (maldiciendo su imagen en el hombre).
Si no vamos a hablar nada bueno de una persona, mejor no hablemos de ella. Calladitos nos vemos más bonitos (nos estorbamos el pecado a nosotros mismos).
Conclusión:
Nuestra verdadera espiritualidad y madurez se va a reflejar en nuestras palabras (de la abundancia del corazón habla la boca).
La verdadera espiritualidad y madurez no se alcanza sin esfuerzo (2 Tim 2:1). Necesitamos esforzarnos en controlar no solo las palabras que hablamos sino las que pensamos (que tarde o temprano vamos a hablar).
Para controlar, tanto nuestras palabras como nuestros pensamientos que las originan, necesitamos sujetarnos al poder del Espíritu Santo mediante una constante comunión con Él (no esporádica sino regularmente, no improvisada sino intencionalmente).
Este mensaje parecería contradictorio con el mensaje que encontramos en 1 Tim 3:1 y en 1 Cor 14.12.
Una observación para los que quieren ser maestros de la Palabra, no para desalentarlos sino para animarlos a considerar la gran responsabilidad que implica su ministerio.
Se refiere a la condenación del diablo que viene de ser solo informadores de la Palabra y no ser hacedores de ella: el diablo va a venir contra nosotros con acusaciones de toda índole por estar hablando una Palabra que no practicamos, por ello necesitamos tener un compromiso activo con la Verdad: no solo oírla y estudiarla para transmitirla, sino principalmente, para vivirla.
Cuando compartimos solo lo que sabemos pero no vivimos, ello es información y le estamos pidiendo a las personas que hagan algo que nosotros mismos no hacemos. Mat 23:2-4.
Sant 3:2.
Ofensas hacia Dios y hacia otros.
El no poner cuidado de nuestras palabras cuando nos dirigimos a otras personas y/o hablamos de Dios, puede provocar que las ofendamos y que ofendamos a Dios (quejas, dudas, incredulidad: en el fondo son un "ataque" a Su Ser, a Su Carácter, a Su Integridad, a Su Veracidad") --todos ofendemos muchas veces--.
Mientras menos cuidado tenemos al hablar, más posibilidades de ofender a otros tenemos (los "lengua floja").
Un recordatorio de la importancia de cuidar lo que hablamos.
Comienza por cuidar lo que pensamos y lo que sentimos porque las palabras se originan en el corazón (Luc 12:34, Luc 6:45, Mat 15:11-18).
El crecimiento hacia la perfección (madurez) de una persona no se mide porque hable en lenguas o por los dones espirituales que posee.
Se mide por su capacidad de refrenar su lengua.
Si puede refrenar su lengua (su boca, sus palabras) puede refrenar todo el cuerpo (concupiscencias: las pasiones desordenadas del corazón engañoso y perverso, las enemigas de Dios: los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida).
De que nos sirve hablar en lenguas si no podemos refrenar las palabras que hablamos con el entendimiento.
Sant 3:3-12.
Sant 3:3-4. El poder de la lengua, de nuestras palabras.
El freno en la boca del caballo
Los timones (pequeños) de los barcos
Así es la lengua (nuestras palabras, nuestra boca) con nosotros: tiene el poder de controlar toda nuestra persona e influencias en todos los aspectos de nuestra vida; marca la dirección de nuestras acciones.
Prov 18:20-21.
Sant 3:5-8. El efecto de nuestras palabras.
Enciende un pequeño fuego que puede incendiar un gran bosque.
Prov 18:6.
Se refiere al grave daño que puede causar la lengua a través de su uso irresponsable (ofensas, mentira, chisme, murmuración, calumnia, reproches, insultos, menosprecio, burla, etc.): destrucción de la identidad de una persona, de sus sueños, de su reputación, etc., todos ellos daños de muy difícil reparación.
Quebrantamiento y/o destrucción de relaciones.
Es un fuego de maldad.
Prov 18:7:
Prov 18:8:
Lo que sale de la boca del hombre es lo que contamina al hombre porque del corazón sale (Mat 15:11-18): retroalimenta, fortalece, alimenta la maldad de su corazón (le echa más leña al fuego).
Inflama la rueda de la creación.
No solo puede afectar a la persona que habla o de la que habla, puede provocar un efecto destructivo en todo lo que está a su alrededor, en toda su esfera de influencia.
Es inflamada por el infierno.
Si no somos cuidadosos con nuestras palabras, la lengua va a ser tomada por la carne (inflamada por el infierno) para causar daño.
Los demonios usan sus palabras para hacer y esparcir el mal.
Sant 3.8. Ningún hombre puede domar la lengua, no se refiere a la imposibilidad de domarla.
Solo Dios, por el poder del Espíritu Santo (negando nuestro yo y llenándonos del Espíritu Santo y de Su Fruto) puede poner la lengua en sujeción a lo bueno.
Necesitamos conectarnos con el Espíritu Santo antes de hablar (lentos para hablar).
Sant 3:9-12. Con ella bendecimos a Dios pero maldecimos a los hombres hechos a imagen y semejanza de Dios (una total incongruencia, una hipocresía):
Cuando maldecimos a un hombre estamos maldiciendo su imagen y semejanza con Dios y sin darnos cuenta, estamos maldiciendo a Dios (maldiciendo su imagen en el hombre).
Si no vamos a hablar nada bueno de una persona, mejor no hablemos de ella. Calladitos nos vemos más bonitos (nos estorbamos el pecado a nosotros mismos).
Conclusión:
Nuestra verdadera espiritualidad y madurez se va a reflejar en nuestras palabras (de la abundancia del corazón habla la boca).
La verdadera espiritualidad y madurez no se alcanza sin esfuerzo (2 Tim 2:1). Necesitamos esforzarnos en controlar no solo las palabras que hablamos sino las que pensamos (que tarde o temprano vamos a hablar).
Para controlar, tanto nuestras palabras como nuestros pensamientos que las originan, necesitamos sujetarnos al poder del Espíritu Santo mediante una constante comunión con Él (no esporádica sino regularmente, no improvisada sino intencionalmente).
17
Mar
2022