Finanzas personales (5). El Señorío de Cristo sobre nuestras finanzas
ESTABLECIENDO CLARAMENTE EL SEÑORIO DE CRISTO EN NUESTRAS FINANZAS.
(Mat_6:24-34).
En la Palabra de Dios solo encontramos una cosa que compite con el Señorío de Cristo en nuestras vidas, y eso es el dinero, los bienes y las riquezas.
Por ello, resulta sumamente importante que establezcamos el Señorío de Cristo sobre esas cosas, de una manera clara, determinante, definida.
Cuando no queremos rendir nuestras finanzas a Cristo es porque queremos retener, y al retener es porque le asignamos al dinero poder, y ello, tarde o temprano, nos va a llevar a ser controlados por el deseo (posiblemente disfrazado de necesidad) de poseer más, y entonces se puede llegar a cumplir lo que la Palabra de Dios dice: (1 Tim 6:6-10)(Pro_30:8-9)(Pro_1:19)(Mat 6:19-21).
No es por casualidad que la Palabra de Dios hable acerca del dinero mucho más que de la fe, la oración, la adoración, etc.
Es porque nuestra actitud ante el dinero constituye una amenaza real, más grande de lo que nos podemos imaginar, a nuestro caminar en Cristo.
Ello no implica el asunto de tener o no tener, o de que las riquezas no son signos de espiritualidad y la pobreza si lo es.
Ninguna de esas cosas, ni sus opuestos son verdad según la Palabra de Dios.
El asunto del dinero va más allá de su posesión o su falta.
Es un asunto de carácter y actitud.
Es un campo en el que necesitamos romper el dominio del mundo (mammón) y establecer claramente el Señorío de Cristo.
Un asunto más respecto al dinero como señal de aprobación o desaprobación, o como señal de espiritualidad o no:
Si tener dinero fuera pecado, Dios sería el mayor pecador porque El es el dueño de todo el oro y la plata y de todo cuanto existe.
El dinero provoca en nosotros actitudes (1 Tim 6:10: “raíz de todos los males (o malas actitudes) es el amor al dinero”).
El dinero nos “habla” (consultamos con nuestra chequera o nuestra billetera) respecto a los planes que tiene para consigo mismo impulsándonos a la codicia, la envidia, la avaricia y/o la tacañería, a buscar nuestras formas de cómo ganarlo, administrarlo y gastarlo.
La otra opción que tenemos a nuestro alcance, y que va a ser fuente de bendición para nuestras vidas, es que en lugar que el dinero nos hable respecto a sí mismo, sea Dios quien nos habla respecto al dinero, impulsándonos a tener una actitud generosa, dadivosa, dadora.
Si escuchamos la voz de Dios, entonces el dinero tendrá los siguientes usos:
Dar para el Reino.
Suplir nuestras necesidades básicas (esenciales para vivir; los deseos son cosas extras, no esenciales).
Suplir las necesidades de otros, comenzando por nuestras familias naturales, la familia de la fe y los necesitados y los débiles o incapacitados (viudas, huérfanos, etc.). (Rom 12:14, 2 Cor 8 y 9).
Ver su poder en acción como sucedió con la viuda del profeta a la que Dios le suplió sobrenaturalmente para pagar a los acreedores que le había dejado el marido (2 Rey 4:1-7, Sal 34:10, Mat 6:33).
Proveernos de madurez de carácter y fe al renovar nuestra mente soltando nuestra dependencia del dinero para colocar nuestra dependencia exclusivamente en Dios.
El Señorío de Cristo en nuestras vidas implica "orden" en el manejo de las finanzas.
Como administradores cuidadosos necesitamos dominio propio en esa área específicamente.
Y para ello, algunas de las cosas que vamos a necesitar hacer son:
Definir por anticipado y a largo plazo el nivel de vida que deseamos tener, y que este sea sobrio (cubrir nuestras necesidades y comodidades básicas).
Y una vez definido, no salirnos de esas definiciones por ninguna circunstancias.
Por ello, una buena idea podría ser elaborar dos presupuestos de gastos:
• Un presupuesto acorde a lo que ganamos (priorizar el pago de necesidades y dejar por último otros gastos, renegociando pagos de deudas),
• Un presupuesto futuro en el que vamos a ir adicionando rubros y/o cantidades de gastos en la medida en que Dios provee más recursos como resultado de sus bendiciones (fieles en lo poco, sobre lo mucho):
En estos presupuestos es importante tomar en consideración los siguientes rubros:
• Presupuesto de “siembra” (diezmos y ofrendas).
• Hacer presupuestos de gastos, incluyendo un fondo para imprevistos y emergencias.
• Hacer planes y presupuestos de ahorro y/o inversión para emergencias y retiro.
• Hacer planes y presupuesto de seguros de vida, gastos médicos, activos, accidentes, etc.
• Hacer planes y presupuesto de inversión.
Ajustar nuestros gastos a lo presupuestado, no salirnos de ello, menos cuando no son necesidades reales. Aprender a decirles no a nuestros impulsos de compra.
Ir a los centros comerciales, supermercados, hipermercados, etc., solo cuando tenemos una lista de compras y los fondos para ello, y no salirnos de ese presupuesto y de esas compras.
No involucrarnos en el “juego de las marcas” o en el “juego de las modas”.
Restringir el endeudamiento a lo mínimo posible y que no sea para efectuar gastos de consumo.
(Mat_6:24-34).
En la Palabra de Dios solo encontramos una cosa que compite con el Señorío de Cristo en nuestras vidas, y eso es el dinero, los bienes y las riquezas.
Por ello, resulta sumamente importante que establezcamos el Señorío de Cristo sobre esas cosas, de una manera clara, determinante, definida.
Cuando no queremos rendir nuestras finanzas a Cristo es porque queremos retener, y al retener es porque le asignamos al dinero poder, y ello, tarde o temprano, nos va a llevar a ser controlados por el deseo (posiblemente disfrazado de necesidad) de poseer más, y entonces se puede llegar a cumplir lo que la Palabra de Dios dice: (1 Tim 6:6-10)(Pro_30:8-9)(Pro_1:19)(Mat 6:19-21).
No es por casualidad que la Palabra de Dios hable acerca del dinero mucho más que de la fe, la oración, la adoración, etc.
Es porque nuestra actitud ante el dinero constituye una amenaza real, más grande de lo que nos podemos imaginar, a nuestro caminar en Cristo.
Ello no implica el asunto de tener o no tener, o de que las riquezas no son signos de espiritualidad y la pobreza si lo es.
Ninguna de esas cosas, ni sus opuestos son verdad según la Palabra de Dios.
El asunto del dinero va más allá de su posesión o su falta.
Es un asunto de carácter y actitud.
Es un campo en el que necesitamos romper el dominio del mundo (mammón) y establecer claramente el Señorío de Cristo.
Un asunto más respecto al dinero como señal de aprobación o desaprobación, o como señal de espiritualidad o no:
Si tener dinero fuera pecado, Dios sería el mayor pecador porque El es el dueño de todo el oro y la plata y de todo cuanto existe.
El dinero provoca en nosotros actitudes (1 Tim 6:10: “raíz de todos los males (o malas actitudes) es el amor al dinero”).
El dinero nos “habla” (consultamos con nuestra chequera o nuestra billetera) respecto a los planes que tiene para consigo mismo impulsándonos a la codicia, la envidia, la avaricia y/o la tacañería, a buscar nuestras formas de cómo ganarlo, administrarlo y gastarlo.
La otra opción que tenemos a nuestro alcance, y que va a ser fuente de bendición para nuestras vidas, es que en lugar que el dinero nos hable respecto a sí mismo, sea Dios quien nos habla respecto al dinero, impulsándonos a tener una actitud generosa, dadivosa, dadora.
Si escuchamos la voz de Dios, entonces el dinero tendrá los siguientes usos:
Dar para el Reino.
Suplir nuestras necesidades básicas (esenciales para vivir; los deseos son cosas extras, no esenciales).
Suplir las necesidades de otros, comenzando por nuestras familias naturales, la familia de la fe y los necesitados y los débiles o incapacitados (viudas, huérfanos, etc.). (Rom 12:14, 2 Cor 8 y 9).
Ver su poder en acción como sucedió con la viuda del profeta a la que Dios le suplió sobrenaturalmente para pagar a los acreedores que le había dejado el marido (2 Rey 4:1-7, Sal 34:10, Mat 6:33).
Proveernos de madurez de carácter y fe al renovar nuestra mente soltando nuestra dependencia del dinero para colocar nuestra dependencia exclusivamente en Dios.
El Señorío de Cristo en nuestras vidas implica "orden" en el manejo de las finanzas.
Como administradores cuidadosos necesitamos dominio propio en esa área específicamente.
Y para ello, algunas de las cosas que vamos a necesitar hacer son:
Definir por anticipado y a largo plazo el nivel de vida que deseamos tener, y que este sea sobrio (cubrir nuestras necesidades y comodidades básicas).
Y una vez definido, no salirnos de esas definiciones por ninguna circunstancias.
Por ello, una buena idea podría ser elaborar dos presupuestos de gastos:
• Un presupuesto acorde a lo que ganamos (priorizar el pago de necesidades y dejar por último otros gastos, renegociando pagos de deudas),
• Un presupuesto futuro en el que vamos a ir adicionando rubros y/o cantidades de gastos en la medida en que Dios provee más recursos como resultado de sus bendiciones (fieles en lo poco, sobre lo mucho):
En estos presupuestos es importante tomar en consideración los siguientes rubros:
• Presupuesto de “siembra” (diezmos y ofrendas).
• Hacer presupuestos de gastos, incluyendo un fondo para imprevistos y emergencias.
• Hacer planes y presupuestos de ahorro y/o inversión para emergencias y retiro.
• Hacer planes y presupuesto de seguros de vida, gastos médicos, activos, accidentes, etc.
• Hacer planes y presupuesto de inversión.
Ajustar nuestros gastos a lo presupuestado, no salirnos de ello, menos cuando no son necesidades reales. Aprender a decirles no a nuestros impulsos de compra.
Ir a los centros comerciales, supermercados, hipermercados, etc., solo cuando tenemos una lista de compras y los fondos para ello, y no salirnos de ese presupuesto y de esas compras.
No involucrarnos en el “juego de las marcas” o en el “juego de las modas”.
Restringir el endeudamiento a lo mínimo posible y que no sea para efectuar gastos de consumo.
18
Mar
2022